La pasión de Lucia (2)
Día tras día la escena de la alumna se repetía. Sentía sus ojos encima a penas atravesaba la puerta del auditorio. En algunos momentos se divertía haciéndole alguna pregunta para evaluar qué tan atenta estaría la mocosa a sus palabras.
LA PASION DE LUCIA 2° PARTE
Llevaba apenas una semana en esa ciudad. Estaba allí dictando un curso para estudiantes de medicina. Extrañaba a horrores a Adriana, su pareja desde hace unos meses. Adriana era médica al igual que ella, la había conocido en un congreso y se sentía perdidamente enamorada. Este distanciamiento obligado le confirmaba el amor que le sentía, pues no había pasado un día sin pensar en ella y sin telefonearle.
Eran las 10 de la mañana, estaba en la cafetería de la facultad ordenando sus notas. Prefería permanecer en ese lugar a la cómoda sala de profesores, lugar de donde tuvo un poco más que escapar del acoso de sus colegas. Le fastidiaba enormemente la manía de los médicos de pretender llevarla a la cama. Al principio su presencia convocaba la mirada desconcertada del alumnado, no era habitual que un profesor compartiera ese espacio pero al cabo de tres días se acostumbraron a ella. Enfrascada como estaba en sus cosas, la sobresaltó una brisa que arrastró sus papeles por el lugar. Atentamente varios de los alumnos se encargaron de recoger el desorden. Ella sólo atino a inclinarse sobre su silla con el fin de alcanzar unas hojas que habían caído a sus pies cuando se topó con la mano de una mujer que presurosa le prestaba ayuda.
La reconoció de inmediato, se trataba de una de sus alumnas. No tendría más de 20 años, dueña de una sonrisa hermosa y también de una piel electrizantemente suave como supo al rozarle por accidente su mano.
Durante la clase notó que no le sacaba los ojos de encima. No era una mirada habitual, los ojos de aquella jovencita parecían recorrer su cuerpo de punta a punta. La situación la perturbó y en más de una oportunidad tuvo que hacer pausas para retomar el hilo de su exposición.
Día tras día la escena de la alumna se repetía. Sentía sus ojos encima a penas atravesaba la puerta del auditorio. En algunos momentos se divertía haciéndole alguna pregunta para evaluar qué tan atenta estaría la mocosa a sus palabras. Al tiempo, no dejaba de mantener la actitud arrogante que la caracterizaba como docente. En su interior lo que sucedía le gustaba, en definitiva, aquellos ojos no hacían más que confirmarle su atractivo.
Llegado el primer viernes en aquella ciudad desconocida acudió a la casa del doctor Eduardo Aguirre, su anfitrión, quien la había invitado a cenar con su familia. Tanto Eduardo como su mujer se mostraban muy atentos y lejos de encontrarse con una reunión acartonada y plagada de modales, el matrimonio la recibió con verdadera calidez. Al cabo de un rato y, minutos antes de ir a la mesa, vio aparecer en la sala a la alumna de las miradas indiscretas.
Te presento a mi hija, Emilia- dijo orgulloso Eduardo- aunque seguro que ya se conocen
Sí, sí contestaron casi al unísono
Estás en mi curso, ¿no? Creo que te he visto, agregó Lucía como esperando con esas palabras desentenderse de lo que había sido evidente en el transcurso de esa semana.
Si, no podía dejar de asistir. Contestó Emilia pensando en los privilegios de ser una Aguirre... ¿de qué otra manera hubiera logrado estar tan cerca de esa mujer?
Al finalizar la velada familiar, Lucia anunció su partida tras lo cual, y luego de un breve debate entre padre e hija, Emilia consiguió ser la que la llevaría hasta su hotel.
Tenga confianza, puedo llevarla de regreso sana y salva, dijo Emilia con una sonrisa.
Doy fe de eso, agregó Eduardo
Segundos después Lucia se encontró en viaje sintiendo que la situación no dejaba de ser extraña y hasta un poco incómoda. Nunca imaginó que la mocosa que la desnudaba con la mirada a diario la llevaría a su hotel y reapareció en su mente la imagen del pequeño incidente de la cafetería.
Las palabras de Emilia la sacaron de sus especulaciones:
Tengo dos confesiones que hacerle- dijo- la primera, extravié mi licencia de conducir, y la segunda, sinceramente, pensé que usted sería más vieja.
¡Qué amable querida!- respondió Lucia con sarcasmo- en menos de un minuto me confesas que podemos tener problemas y que estoy vieja, pero ¡no taaanto! Muy reconfortante lo tuyo
No! No! Por favor! agregó Emilia mientras se llevaba la mano a la frente- soy una bestia!...lo que quise decir es que no la imaginé tan joven Y con respecto a que podemos tener problemas, creo que sí
Emilia terminó su frase girando la mirada hacia Lucia como esperando ver en los ojos de ella alguna señal de haber reconocido el doble sentido de sus palabras.
Ya que estamos en el tren de las confesiones, yo también tengo dos para hacerte
Por un instante a Emilia se le paralizó el pulso, supuso que algo le iba a decir respecto a su comportamiento en el curso, pero Lucia continuó:
Primero, me muero por un cigarrillo por lo que te exijo te detengas en algún sitio donde pueda comprarlos,..
La visión del cartel de un drugstore hizo que la muchacha aparcara al instante que Lucia le hiciera su confesión.
OK, sus deseos son ordenes- dijo Emilia triunfante y girándose sobre su asiento la miró fijo a los ojos y preguntó- ¿Y la segunda confesión?
Segundo, la gente que me tutea me cae más simpática
Entonces "tus" deseo son órdenes, se corrigió Emilia.
Se hizo un silencio ensordecedor. Habrán sido unos segundos pero los suficientes como para que Lucia pensara mientras compraba sus cigarrillos que aquello era una locura. Estaba dejándose seducir por una "mocosa" veinte años menor y que además era la hija de su colega. Decidió fumarse un cigarrillo en esa acera donde estaba aparcado el auto y le pidió a Emilia unos minutos para hacerlo. La noche estaba un poco fresca y Emilia bajó del auto para hacerle compañía enfundada en una campera de jeans con la que intentaba abrigarse un poco. No paraba de moverse y hablar mientras miraba a Lucia. Se moría por ser el cigarrillo en su boca. Lucia por su parte disfrutaba de verla actuar con nerviosismo, le gustaba observar como la chica oscilaba entre el desparpajo adolescente y la inhibición que le provocaba su mirada. Por su cabeza pasó la idea de abrazarla y darle el calor que parecía faltarle.
De nuevo en el auto Emilia le propuso con entusiasmo:
¿Vamos al mirador? Dale! Te va a encantar, no lo conoces ¿no?
Y por qué no pensó Lucia, y aceptó de inmediato. Llegaron al lugar, desde allí se veía el laberinto de luces que componían la ciudad. Emilia la invitó a descender del coche y se sentaron a observar el paisaje en unos asientos que estaban ubicados para tal fin. Continuaron conversando, Lucía no dejaba de sonreír con las ocurrencias de Emilia. Esa muchacha le provocaba mucha ternura y la transportaba a un lugar casi mágico. Al rato de estar allí ambas giraron para ver irse el último auto que allí quedaba.
Parece que se va la última parejita, dijo Lucia refiriéndose al uso habitual que le dan por lo general a ese tipo de lugares.
Espero que no sea la última, se atrevió a responder Emilia mientras posaba su mano en la rodilla de Lucia.
Sintió su mano tibia y no quiso hacer nada que pudiera evitar que la muchacha diera rienda suelta a su deseo. Emilia esperó algún rechazó y asumió que la quietud de Lucia le estaba dando permiso para continuar. No hubo más palabras, ambas mantenían sus ojos en el infinito, mientras los dedos de Emilia recorrían con temor la rodilla de Lucia. Ésta se dejó hacer, a cada movimiento de su compañera esperaba sentir más. Emilia avanzaba por su pierna, el corazón parecía salírsele pero estaba dispuesta a llegar hasta donde Lucia la dejara. De a poco iba corriendo su falda a medida que ascendía. Sentía los muslos pegados de Lucia y su respiración empezó a acelerarse cuando notó que ésta los separaba para hacerle lugar a su mano. No se detuvo ni un instante, mantuvo el ritmo de sus caricias hasta tocarle ingle.
No quería que esa mano se detuviera bajo ningún punto de vista. El silencio entre las dos y la complicidad de no mirarse cómo evitando con eso cualquier pregunta, la excitaban aún más. Sentía un dedo recorrer su ingle y su sangre hervía con la idea de sentirlo de una vez por todas en su vagina. Sentía sus bragas humedecerse y sus caderas comenzaron a apenas balancearse, casi de modo imperceptible pero efectivo. Contraía los músculos de su pelvis provocando un aumento mayor de su excitación en las dos. Emilia no veía el momento de llegar a acariciar esa vagina y con destreza fue deslizando su mano por la entrepierna de Lucia. Sintió con sus dedos la humedad que sus caricias había generado y una violenta fiebre, un calor electrizante le recorrió la vulva y ascendió por su vientre.
Sólo podían escuchar la respiración agitada de ambas. Emilia fue corriendo las bragas de esa mujer que ahora tenía a su lado y pudo sentir la forma de los labios mayores, los vellos prolijamente cortados. Fue metiendo un dedo mas abajo mientras sentía las caderas de Lucia moverse para favorecer su llegada. Abrió un poco los labios de Lucia y recogió el flujo que bordeada la entrada de su vagina. La agitación de ambas se manifestaba a hora con total desfachatez. Lucia sentía los dedos de su alumna acariciando su vulva, su vagina, refregarla, frotarla, avanzar por su clítoris. Decidió disfrutar más lo que sucedía y elevando un poco su cintura se quito las bragas y subió su falda. No lo podía creer! Estaba como una cualquiera a la vista de toda una ciudad con las faldas levantadas, sin bragas, las piernas abiertas y la mano de una de sus alumnas masturbándola como total descaro. La conciencia de la situación la hizo excitarse increíblemente, y comenzó a gemir con más fuerza y pedirle ¡No pares, por favor!, no pares, seguí, seguí Emilia sintió los espasmos de su adorable profesora en su mano y no se le ocurrió nada más que penetrarla para que aquel orgasmo fuera completo. Así, con su mano empapada por los flujos de Lucia, con un dedo penetrándola aún y sintiendo su propia vagina encharcada, se giró para observarla.
Lucia permanecía con la cabeza extendida hacia atrás, la boca entreabierta intentando recobrar la respiración y las piernas separadas. La imagen la colmó, sin pensarlo se montó sobre ella y comenzaron a besarse con desesperación. Sus lenguas se enredaban con lascivia, sentían los labios empapados, las bocas inundadas. Emilia comenzó a agitarse como un animal en celo sobre la falda de Lucia. Y como si realmente la estuviera copulando aquella mujer sintió como la muchacha refregaba su pubis contra el de ella. Comprendió que necesitaba aliviarla y deslizó su mano por detrás de modo que alcanzó su vulva. Empezó a frotarla así, sobre el pantalón, y prosiguió acelerando sus masajes hasta que pudo sentir el orgasmo de Emilia en su palma. La sintió aferrarse con más fuerza a su cintura con sus piernas y un espasmo tras otro fue repercutiendo en su pubis desnudo.
El ruido de un motor hizo que se despegaran de ese abrazo y como si nada hubiera pasado entre las dos Lucia se levanto de su asiento, acomodó su falda y pretendió alcanzar sus bragas del suelo. Emilia la detuvo y con rapidez las llevo al bolsillo de su campera. Subieron al auto sin decir palabra alguna. Lucia tomando ahora verdadera conciencia de lo que habían hecho y Emilia tremendamente regocijada por la misma razón.
Durante el camino volvió a posar su mano sobre el muslo de Lucia mientras conducía lentamente.
Te gustó?, le preguntó con indiscreta inocencia.
Claro que sí, le respondió Lucia, pero
La mano de Emilia estaba nuevamente en su vagina y sin poder continuar lo que pensaba decir, se entregó otra vez a ella. La muchacha retiró su mano pero sólo para estacionar en un lugar oscuro. Volvió a masturbarla con devoción pero esta vez levantó su blusa para devorarle los senos. Lucia se sentía apabullada, no podía dejar de desear y gozar lo que ocurría. Se sabía a sí misma con su vagina al desnudo, con los senos devorados, sus pies apoyados contra el panel de aquel auto y una mano que la masturbaba y la penetraba sin parar. Volvió a acabar tras un gemido largo y profundo.
No recuerdo haber enseñado esto en mi curso, alcanzó a decir
Hay alumnas mas preparadas que otras, dijo Emilia y permanecieron un largo rato así, con las piernas de Lucia elevadas, disfrutando de las caricias suaves y tiernas sobre su vagina satisfecha.
Se despidieron en la puerta del hotel con un beso en la mejilla. Emilia se marchó con una felicidad desbordada, Lucia por su parte mantuvo su mente despejada por poco tiempo. Una vez en su cuarto, escuchó dos veces sonar su celular desde la ducha. Un mensaje de Adriana le deseaba buenas noches y repetía que la amaba. Respondió en el acto y volvió a ser Lucia, médica, 38 años, felizmente en pareja con Adriana.
Durante el fin de semana Emilia la llamó sólo dos veces, no fue capaz de contestar en ninguna oportunidad. El lunes concurrió a dictar clases esforzándose por echar al olvido la pasión del viernes. Apenas entró al auditorio, Emilia se acercó y entregándole un libro dijo:
Se lo envía mi padre
Se relajó al notar que no había ninguna señal de reproche por parte de la chica. Una vez en su escritorio leyó la pequeña nota adjuntada al libro: "Necesito estar entre tus piernas" y un número telefónico se leía a continuación.
Al terminar la clase vio a Emilia retirarse sin más con el conjunto de sus compañeros. Esa actitud de casi indiferencia y complicidad le dio confianza. Volvió a traer a su mente la maravillosa práctica masturbatoria que le había propinado esa chica y sacando la nota que mantenía en su bolsillo, la releyó abandonándose a la excitación que provoca lo furtivo.
Por la tarde la voz de Lucia al teléfono le estremeció el cuerpo. Te espero en una hora a media cuadra de mi hotel, ¿te parece? Sin apenas dudarlo Emilia aceptó la invitación.
La recogió en el lugar pactado, Lucia llevaba un aspecto informal que desconocía pero que igualmente la seducía. - ¿Adónde vamos?, le preguntó. A la costanera, ¿te ubicas?
Llegaron a un pequeño departamento de esos que se suelen rentar en temporada alta. Al entrar vio una enorme cama separada de una pequeña cocina por un desayunador y una puerta que supuso sería el baño. Sintió que se le erizaba la piel cuando reconoció en su mente que aquel lugar sería por un buen tiempo el recinto secreto donde las dos se dedicarían a exclusivamente a gozar de los placeres del sexo.
Recostada en la cama se quedó observando a su alumna que permanecía de pie frente a ella. La situación le parecía realmente morbosa y eso aumentaba sus deseos.
Desnúdate, le ordenó.
La muchacha obedeció siguiéndole el juego, la excitaba verla actuar como lo hacía en clases, con arrogancia y autoridad. Lucia se quedo mirando su pubis. Podía ver que la chica tenía unos labios gruesos cubiertos de una leve manta de vellos. Se fascino con las formas de esa joven vagina. Cuando vio la intención de Emilia de acercarse le ordenó que permaneciera de pie en ese lugar y comenzó a desvestirse haciendo gala de una sensualidad mayúscula. La muchacha admiraba fascinada cada movimiento y cada parte del cuerpo del su profesora que iba quedando al desnudo. Atreviéndose a penas a respirar se mantuvo inmóvil a medida que Lucia se acercaba a ella. Ubicada a sus espaldas, la madura mujer acercó su desnudez a la de la muchacha y haciendo que estas sintiera cada milímetro de su piel le dijo al oído:
Te caliento mucho, ¿no?
Un sí acompañado de una respiración profunda se escapó de sus labios a medida que sentía los dedos de Lucia deslizarse por sus brazos hasta alcanzar los suyos que estaban fríos, húmedos y temblorosos. Unos labios carnosos corrían por su cuello hasta sus hombros, mientras una lengua dibujaba un camino de saliva sobre su piel. Apretó con energía la mano de Lucia.
Te gustó masturbarme, frotarme,
Las palabras de Lucia se acompañaban de una mayor presión de su cuerpo a su espalda. Podía sentir sus senos y su pubis restregarse contra ella.
Te gustó convertirme en una puta Las palabras de Lucia la encendían, no podía evitar apretar sus piernas y balancearse para estimular aún más su vagina. La profesora tenía razón, le había fascinado verla perder la compostura ante sus toqueteos.
Lucia se sabía completamente fuera de control. Su morbo aumentaba a cada minuto. La llevó hasta la cama, le pidió que se mantuviera de rodillas mientras ella volvía a ubicarse detrás de la muchacha. Sin dejar de besarle el cuello llevó sus manos a los senos de Emilia y los comenzó a acariciar con fuerza. Las manos de la muchacha se deslizaban por los muslos de Lucia dando cuenta que disfrutaba cada movimiento.
Lucia fue serpenteando con su lengua por la columna de Emilia. La muchacha no dejaba de gemir mientras iba sintiendo la saliva correr por sus vértebras. Su profesora descendía cada vez más y llegando a la base de su cintura, la llevó a inclinarse, quedando en cuatro patas. La lengua fue siguiendo el surco que demarcaban sus glúteos. Emilia gozaba enormemente de la posición en la que se encontraba y podía adivinar hacía donde se dirigía Lucia. Sintió cómo con las manos abría su cola para poder meter la lengua en su ano. Sintió la boca y la lengua de Lucia enterrarse en su esfínter y una corriente de placer la desbordaba haciéndola gemir:
Por dios!, no pares, así, chupame, así, ay mi vida, que lengua!...por favor
Podía sentir dilatarse el esfínter anal de su alumna, no quería dejar de pensar que Emilia era su alumna mientras la hacía gozar. Sus deseos de poseerla cobraran proporciones desmedidas y al cabo de un rato se recostó entre las piernas de ella. El sexo de la chica estaba completamente mojado por su flujo y la saliva que había corrido desde su ano. Había cobrado un color rojizo intenso y parecía haber aumentado de tamaño por la excitación. Emilia entendió de inmediato que debía acercar su vagina a los labios de Lucia. Pudo sentir como la besaba, como la recorría con la lengua y la hacía cabalgar sobre su boca.
Aferraba los muslos de Emilia con fuerza para mantener la vagina en su boca, sentía los muslos rozarle las orejas y el delicioso placer de frotar con su lengua el maravilloso clítoris de la chica. La sentía moverse, agitarse, murmurar su nombre, pudo ver como Emilia apoyaba su mano contra la pared procurando mantener la posición, mientras contraía rítmicamente cada músculo de su entrepierna. Un balanceo tras otro acompañaba sus lamidas hasta que sintió el orgasmo de la muchacha sobre su boca y sin perder tiempo, apenas supo que éste se disparaba, la penetró sin dejar un segundo de restregar el clítoris con la lengua. Las caderas de Emilia daba pequeños saltos y cada músculo del abdomen se contrajo, mientras sus manos se aferraban a los cabellos de Lucía.
La lengua de la profesora acompañó con verdadera maestría su orgasmo. Emilia pudo sentir como lo fue generando y como las lamidas iban tomando un ritmo mas relajado, y pudo realmente sentir que después de acabar, su vagina besaba la boca que la había estimulado. Se quedo unos minutos disfrutando del beso entre la boca de su profesora y su vulva.
Cuando Emilia salió de encima de ella, Lucia se levantó de la cama, ante la mirada curiosa de la muchacha que pretendía arrojarse sobre su vagina. Se encaminó hacia la cocina mientras llevaba su mano entre las pierna, acariciándose la vulva. De la heladera recogió uno cubo de hielo y regresó a sentarse en el sillón de cuero. Pasó una de sus piernas por el apoyabrazos de modo que su vagina quedara expuesta a los ojos de Emilia. Sin dejar de mirarla, llevó el hielo a la boca, lo chupo y lamió mientras que sus dedos no dejaban de hurgar la vagina mojada. Sabia que ese espectáculo volvía a encender a la chica y continuó llevándolo por su pecho, su vientre y acercándolo sensualmente a su vagina. Emilia se acercó y apoyando su vulva al pie de Lucia que colgaba del sillón, retiró el hielo de la mano de ésta para continuar con el recorrido. Sin dejar de frotarse contra los dedos del pie su profesora, llevó el hielo por entre los pliegues de la mujer, mezclando agua con flujo para después llevárselo a la boca, lamerlo y recorrerlo con la lengua. Una vez que terminó de limpiarlo del flujo de Lucia y luego de empaparlo con su saliva, lo volvió a acercar a la vagina y comenzó a dibujar círculos con él, sobre el clítoris congestionado de ésta.
Lucía cerró los ojos y se dejo acariciar. Podía sentir el hielo recorrerla y la vagina de Emilia en los dedos de sus pies. Luego la muchacha se detuvo para meter su cadera entre las piernas y penetrándola con sus dedos, le empezó a lamer los pezones. Lucia se entrego a disfrutar de los dedos de su alumna dentro de su vagina y las chupadas en sus pechos. Los dedos que un principio exploraban su interior empezaron a entrar y salir de ella sin parar, aumentando la excitación de su vulva. Los movimientos de caderas que realizaba Emilia sobre su pelvis y la penetración violenta que le practicaba la hacían transportarse. Le fascinaba sentirse casi sometida a esta alumna joven y excitante. La boca de Emilia llego al clítoris de Lucia, comenzó a comérselo con desesperación mientras escuchaba el chasquido de los dedos al entrar y salir constantemente. La electricidad aumentaba hasta que alcanzó un orgasmo intenso que la hicieron sujetar la cabeza de Emilia contra sus vagina para que esta no se corriera con su galopar.
Cuando su cuerpo volvió a relajarse, Emilia yacía exhausta sus pies. La ayudo a acomodarse entre sus piernas para compartir el sillón y la abrazó con ternura. Mientras le acariciaba el pelo en su mente la imagen de Adriana, la imprudencia de serle infiel con una alumna y una serie de cuestiones que la volvían a la realidad le hicieron recordar las palabras de la muchacha: " podemos tener problemas, claro que sí"
(continuará)