La Pasarela

Un muchacho, deseoso de ganar dinero en una empresa de modelos, se enfrenta por primera vez ante el placer sexual.

LA PASARELA

Sebastián estaba realmente aproblemado por su falta de dinero. Es cierto que a los dieciséis años era mantenido por sus padres y nada básico le faltaba. Pero a su edad, y en vacaciones, es necesario algún dinero extra para poder salir a tomarse un trago con los amigos o ver alguna película. Pero su padre había sido claro: con esas calificaciones tan bajas no habría ninguna regalía durante todo el verano. Más encima, los amigos no paraban de llamarlo para invitarlo a algún encuentro. Por eso, cuando llegó el diario dominguero, se encerró en su cuarto con el cuerpo de solicitudes de trabajo. La mayoría de ellos pedían experiencia. Y él sólo era perito en el rubro de las pajas; pero sobre eso nadie pedía nada.

De pronto, sus vivos ojos cafés se iluminaron con una posibilidad de trabajo: "Se requiere de jóvenes entre catorce y diecisiete años, con buena presencia, para modelar durante el verano. Buena paga. No es necesario experiencia". Sebastián se miró en el espejo de cuerpo entero para cerciorarse de que mantenía la "buena presencia". El cabello algo largo y abundante se movió con soltura, el tono bronceado adquirido en la piscina le daba un aire de matador; la nariz pelada por el sol, en cambio, le otorgaba un aire de inocencia. Pasó un dedo por el hoyuelo en la barbilla y observó tras la mata de pelo cómo sus orejas, ligeramente paradas, mantenían su redondez. De ahí pendía una argolla pequeña. Estaba decidido. Se presentaría al día siguiente temprano. Hizo entonces un gesto como de musculación, inflando su torso y sus brazos, orgulloso de su cuerpo, y no pudo evitar rozar sobre el slip calipso su bien armada tranca. Inmediatamente, presentó armas y sonrió ante su proeza. Lograr una erección nunca le demandaba más de tres segundos. A pesar de ello, él se mantenía tan virgen como un recién nacido, exceptuando las tres o cuatro pajas diarias.

Ya tendido sobre la cama, frenéticamente comenzó su rito nocturno. Pero de pronto se detuvo en seco. ¿No sería bueno presentarse con toda la energía? A lo mejor –pensó- por eso tenía tan malas notas en el colegio. Creyó que le costaría conciliar el sueño, pero un segundo después dormía como un angelito, aunque sus sueños eran más bien de un demonio calentón. Bajo las sábanas, su mástil así lo declaraba. Liberado de la influencia del conciente, su yo íntimo abrazaba en los sueños a hombres maduros e imponentes.

El día lunes sus padres se sorprendieron de que tan temprano en vacaciones ya no estuviera en la casa durmiendo. Incluso, su padre llegó a pensar que había sido muy estricto con el castigo. Pero él ya estaba sobre su bicicleta, rajado, dando las curvas cerradamente, dirigiéndose a la dirección del centro de la ciudad.

El negocio de la dirección señalada era una antigua mansión que servía de centro de eventos y escuela de modelos. Por fuera, la presentación era bastante conservadora. La casa estaba pintada de blanco y sólo una placa anunciaba el rubro del negocio: "Escuela de modelaje. Centro de Eventos. Diseño de ropa interior masculina". Tocó el timbre y salió una mujer despeinada a abrir.

-Venía por el aviso.

-Aún es muy temprano, pero pasa. Espera por favor en el sótano, mientras llegan los técnicos.

La mujer respondió de mala gana y lo dejó abajo, con una bombilla de 40 watts que apenas iluminaba la sala. Al centro, se veía una pasarela de madera, sin ningún lujo, como para ensayar. Más allá, colgaban unas cadenas de los muros, pero a eso Sebastián no le dio ninguna importancia. Para no aburrirse, se subió sobre la pasarela y comenzó a modelar. Se miró en un espejo del cielo raso y se admiró de sí mismo. Se sabía de una hermosura superior. La abstinencia de la noche anterior le cobró la mano y una erección dolorosa se apretó contra sus jeans. Los huevos le dolían especialmente por el viaje en bicicleta. Cuando se llevó la mano a la bragueta, sintió unos aplausos y vio cómo la brasa de un cigarrillo iluminaba el rostro de un hombre al fondo.

-Bien, te felicito. Esa es precisamente la actitud que necesitamos para la campaña de este verano.

Sebastián nuevamente se infló como un pato con el elogio. Seguro de sí, alargó la mano hacia el hombre que se le acercaba, dando su nombre y escuchando.

-Soy Eulogio Villaseca, dueño de esta productora, y lo que necesitamos es un grupo de cuatro muchachos para presentar ropa deportiva en las playas durante este verano. ¿Estás dispuesto a partir? ¿Te darán permiso tus padres?

-No hay problemas, Eulogio –dijo tuteando desvergonzadamente al empresario-. Cuando tú lo digas, partimos.

-Veamos –respondió-. Tú estás bien, pero no sé si la ropa te quede. Además de que falta que lleguen los técnicos de la iluminación, sonido y las cámaras. Pero por mientras podrías irte probando la ropa.

Eulogio indicó una maleta amarilla que había bajo la tarima. Sebastián la tomó y la abrió. Su sorpresa fue grande cuando descubrió que contenía trajes de baño tipo tanga. Él usaba normalmente bermudas, como la mayoría de los jóvenes de su país, por eso del qué dirán; pero el ver ese tipo de prenda lo excitó nuevamente.

-¿Dónde me cambio?

-Aquí mismo. También tengo que revisar tu capacidad de movimientos en la acción.

Sebastián no entendió lo que le decían, que era justamente lo que buscaba Eulogio; pero sin problemas se sacó la polera verde sin mangas que llevaba puesta.

-¿Estás un poco sudado, no?

-Es que me vine en bicicleta.

-Déjame que yo te seco.

Y sin mediar permiso, frotó una toalla roja por los pezones del muchacho, que se levantaron al primer contacto.

-Bien –dijo el adulto-. Es un buen síntoma el que los pezones se te inflen. Creo que ganarás buen dinero con nosotros.

El miedo ante la acción del empresario fue disminuido por la promesa de dinero. Y Sebastián se dejó hacer. Ni siquiera se incomodó cuando Eulogio rozó con su lengua su lóbulo derecho, única parte que se veía de sus orejas, tirándole del aro, ni cuando un par de dedos apretó como pinzas su pezón izquierdo, que adquirió un breve tono moráceo. Luego, el propietario de la empresa se echó hacia atrás, observando el resultado de su indiscreción, y se relamió los labios. Aunque tenía treinta y cinco años, se mantenía en muy buena forma. Unas incipientes entradas en el cabello le daban un tono señorial. Vestía camisa clara con cuello celeste, llevaba colleras en los puños y traje oscuro, del cual se desprendió de la chaqueta. Sus ojos llenos de luz por la excitación, en ese momento, lo convertían en un ser apetitoso. Sebastián no pudo evitar mirar cómo un grueso y largo bulto se levantaba bajo el pantalón. Por eso, se quedó quieto, iniciándose un silencio pesado.

-Hace calor –dijo el muchacho para romper el hielo.

-Pues entonces tenemos el clima ideal para que te pruebes los tangas.

Sebastián eligió primeramente uno rojo, ya que su tamaño aparecía como un poco más conservador. Le dio forma con los dedos y procedió a sacar sus zapatillas y bajar sus pantalones. Eulogio deseó que ese momento se detuviera, viéndolo con su breve calzoncillo calipso, el aro colgando de la oreja, sus calcetines deportivos y un collar de mostacillas regalo de una compañera de curso. Pero el tiempo avanzó y Sebastián ya había decidido sacar su mejor arma: la seducción. Sabía que así podría obtener mejor dinero. Claro que aún no intuía hasta dónde lo podría llevar ello. Se dio vuelta y, alzando el trasero lo más que pudo, bajó su calzoncillo hasta los pies y, girando, alzó un pie y lo tiró a la cara de Eulogio. Ya las cartas del juego estaban echadas y sólo faltaba a que el empresario jugara sus mejores cartas. De un bolsillo de su pantalón, sacó un fajo de billetes de $ 10.000 y lanzó el primero a los pies de Sebastián, que lo recogió con el dedo del pie y lo metió en el bolsillo trasero del jean que estaba allí tirado. Desnudo, sólo con los calcetines, se paseó por la pasarela. Luego, lentamente, se sentó en el borde, se quitó las últimas prendas y se puso el tanga.

-Creo que me queda bien –dijo.- ¿Puedes comprobarlo?

Entonces Eulogio dio un salto sobre la tarima y pasó sus dedos por el borde del diminuto traje, introduciendo su índice por el frente y palpando algo duro que levantaba la tela.

-Está bien –dijo aferrando con su mano el enhiesto pene del joven y entregando un segundo billete, que quedó resguardado con el anterior.- Pruébate ahora el plateado.

Sebastián se quitó entonces la prenda, dejando que oscilara en el rostro de Eulogio su pene de color rosado, que ya no podía alcanzar una mayor dimensión. El hombre pasó la lengua por sus labios, mientras observaba cómo el pubis del muchacho era poblado por una ligera capa de vellos cortos y oscuros. El oculto glande rezumaba una ligera gota de líquido que apenas alcanzó a desprender el ejecutivo con la lengua, cuando Sebastián se echó hacia atrás y se vistió con el traje color plata.

El joven parecía, vestido así, como de una raza hermosa de otro planeta. Al frente, tres botones de ornamento resaltaban ante la luz de la ampolleta. Por atrás, el traje era tan diminuto que se introducía entre las nalgas. Nuevamente caminó por la pasarela y acercó su trasero al empresario, que masajeó ambos cachetes y los besó como lo haría una aspiradora.

-Creo que esto luciría más con toda la producción –dijo el gerente y subió las escaleras preguntando si habían llegado los técnicos.

Ya Sebastián había traspasado el límite del pudor, por lo que no tuvo inconveniente en saludar a los tres: el encargado del sonido, de las luces y las cámaras. Ya se sentía parte del equipo.

-Podríamos pasar a algo más fuerte –dijo Eulogio y tomó una maleta pequeña de color negro, que pasó a Sebastián.

A pesar de ser de menor tamaño que la maleta amarilla, el joven se percató de que su peso era mayor. Al abrirla y ver que los tangas contenidos en ella eran de cuero negro con incrustaciones de cadenas, comprendió el porqué. Ya había superado la barrera del miedo, así que nuevamente se desnudó y se probó un traje con una abertura delantera por donde salía su falo. Atrás, llevaba incrustaciones de metal como púas. Por los costados, colgaban dos cadenas de plata. Un foco de seguimiento cayó sobre el protagonista, que se paseó desinhibido por toda la pasarela, levantando suspiros en los cuatro hombres presentes. La música, sugerente, era una versión de un tema de Joe Cocker. La cámara grababa todos los movimientos. Algo en la mente de Sebastián le decía que eso era peligroso, pero el foco que le enceguecía la vista, también le nublaba la mente. Así, no se percató de que alguien había subido a la pasarela, por lo que luego de un giro se topó con el cuerpo semidesnudo de Eulogio, que había aprovechado para desvestirse, quedando sólo con un bóxer de cuero negro ajustado a sus piernas. Como el de nuestro joven amigo, también tenía una abertura, que era lo que había hecho que su pene irguiera el pantalón del ambo hace unos minutos atrás.

Al tropezarse Sebastián, siente cómo unas manos le toman los hombros, lo rodean, y una lengua entra en su boca. Ya no importa para nada el dinero. Ahora el joven sabe que debe obedecer a su placer. Cada poro de su piel se eriza y sus brazos inexpertos rodean a Eulogio. Él es un palmo más alto que el joven. Se nota en su cuerpo que ha tenido una vida de aficionado al fútbol, ya que sus piernas son elegantemente desarrolladas. El tenis, por su parte, ha desarrollado sus bíceps y pectorales. La cámara sigue rodando el beso. La luz se vuelve más íntima y la música se hace cadenciosa. Por los suspiros, aunque están en la oscuridad, podemos saber que los tres técnicos están masturbándose lentamente, como queriendo gozar con cada segundo de la escena.

-Si te portas bien –le dice el empresario,- tendrás una buena recompensa.

Por un segundo se le vino a la mente de nuestro protagonista su padre con sus deseos de buena crianza, pero rechazó el pensamiento ya que sólo quería sentir ese gigantesco placer. Cuando Eulogio se separó bruscamente de él, sintió una especie de vacío. Pero pronto una orden le volvió a la realidad.

-Agáchate sobre el taburete y espera.

Sabía que las cosas estaban cambiando de giro, pero el placer lo había transportado a otra esfera, donde todo era más agradable. Puso su estómago sobre dicho piso y levantó su trasero, esperando que algo pasara. A lo lejos, veía que Eulogio fumaba. Por dentro, continuaba siendo el muchacho seguro de sí mismo, pero ahora deseaba experimentar. De pronto, unos dedos fríos, que sabe que no son los de su patrón, le bajan el tanga hasta las rodillas y le vierten un alcohol por las nalgas y en la entrada del agujero. A pesar de que le arde en el ano, prefiere mantener silencio y esperar. Claro que nunca se imaginó que lo que vendría sería el golpe seco de un látigo sobre su nalga derecha, que rápidamente se puso roja. Como no lo esperaba, no pudo evitar un grito; pero luego le pusieron una mordaza, mientras sentía que una mano enguantada le tomaba la quijada y le acariciaba el pómulo con el dedo gordo, mientras el hombre le hacía el sonido típico para que callara. Ya no había música y el silencio absoluto sólo fue roto por los chasquidos siguientes del látigo sobre las nalgas. Un nuevo derrame de alcohol sobre las heridas fue una experiencia verdaderamente al límite para un joven que hasta esa mañana era inexperto.

Luego sintió como la mano enguantada le acariciaba las doloridas nalgas. Con la mordaza puesta ronroneó de placer, hasta que el dedo meñique de esa mano, sin ninguna precaución, se introdujo en su culo aún inmaculado. Sebastián dio un respingo y trató de zafarse, pero la otra mano sobre sus caderas se lo impidieron. De pronto, se dio cuenta de que eran ocho las manos que le palpaban distintas partes del cuerpo. Una de ellas cubrió su pene, que no había disminuido para nada su grosor, con una funda de cuero con largos cordeles, que el sujeto pasó por debajo del muchacho, levantando sobre el culo y amarrándolo en la cabeza del mismo, obligando al miembro a estar torcido hacia atrás. Esto provocó una oleada de calor, dolor y placer en Sebastián, para quien ya nada fuera de esa habitación existía. El dedo enguantado abandonó su refugio, haciendo que nuestro protagonista respirara un segundo, hasta que sintió cómo algo brutalmente gordo y duro entraba dentro de sí. Se trataba de un dildo hecho como para vacas. Pero luego el dolor dio paso a un gran placer. Las gotas de sudor que perlaban la frente de la víctima le daban un aire de belleza que cualquiera que lo hubiera visto habría optado por acariciarlo y protegerlo. Cualquiera menos Eulogio, que sacando el dildo del trasero de Sebastián, introdujo su descomunal arma en él. Como ya estaba sumamente excitado, no se demoró en eyacular dentro del muchacho. Luego, él sintió cómo litros de semen caían sobre su espalda, de los técnicos que allí se encontraban. Los gritos de placer se escucharon fuertemente. Unos minutos después, la mordaza fue arrancada de la boca de Sebastián, mientras otro técnico desataba la funda del pene. Sólo un breve roce de los dedos enguantados de Eulogio sobre el miembro del chico bastó para que éste eyaculara como jamás lo había hecho.

Ya vestidos, Eulogio pasó un fajo de billetes de premio a Sebastián.

-¿Y... Partes de gira con nosotros? –preguntó el empresario, vestido nuevamente de manera impecable.

-¡Por supuesto! –respondió Sebastián, cuya sola idea bastó para que su recién trabajado pene diera un respingo y se levantara para él también asentir a la propuesta.

-Buenas tardes, vengo por el aviso del diario –escucharon que decía un rubiecito de cabello liso y cara de inocente desde las escaleras, tímidamente. Debía tener alrededor de dieciséis años.