La partida

Virginia no me atraía, Bea me atraía demasiado.

No era una chica fea, pero por alguna razón que ni yo mismo conseguía entender no me apetecía nada follar con ella a pesar de su insistencia. Quizá porque cuando la conocí llevaba un look a lo Amelie que no me atraía nada, quizá porque –aunque me caía muy bien- a veces echaba en falta que tuviese un botón de apagar, no lo sé exactamente, la cosa es que entre Virginia y yo se había creado una dinámica en la que ella me perseguía y yo la rechazaba. Y no es que fuese precisamente una chica sutil, de las que funcionan a base de indirectas casi indescifrables, era muy abierta, loca y con un morro que necesitaba una carretilla para llevarlo. Podía pasarse dos semanas sin dar señales de vida para de la nada mandar un Whatsapp describiendo con todo lujo de detalles su estado etílico y sus intenciones sexuales para conmigo. Pero nada, lo siento, Virginia no me ponía por mucho que lo intentase, incluso cuando se quito ese peinado horrible y se dejó una melena larga y morena, de las que a mi me gustan. Incluso alguna vez había intentado hacerme una pajilla tirando de sus fotos en Facebook, a ver si podíamos salvar algo – al fin y al cabo la chica era muy morbosa y eso siempre es divertido. Además tenía la impresión de que si no la conociese y se me pusiera a tiro, me la tiraría-, pero siempre acababa en el perfil de alguna otra. Y muchas veces esa otra era Bea. ¡Ay, Bea! Esa chica si que me ponía. Era todo lo contrario que Virginia, de apariencia estirada y pedante, la primera impresión que te daba era de una completa gilipollas, pero si se superaba ese primer muro, era una chica bastante simpática y divertida. Era delgada, con una larga melena rubia, ojos azules, facciones suaves, pecho no muy grande pero llamativo, un señor culazo y unos labios carnosos que daban ganas de pasarse el día besando. Ironías de la vida, Virginia y Bea eran mejores amigas. De hecho, si no había cortado de raíz el asunto de Virginia era su mejor amiga.

Todo empezó cuando, de la nada, Bea inició una partida de Apalabrados. No solíamos hablar mucho por Whatsapp ni por Facebook, nuestra relación se limitaba a los encuentros fruto de la persecución a la que me sometía Virginia, y cuando intenté romper esa barrera ella mantuvo la distancia. Por eso me sorprendió bastante al principio, pero mi fama de juntaletras implacable en el jueguecito se había extendido como la de un pistolero en el Oeste, así que sabelotodo y pedantilla como era, supuse que le habían comentado algo y que no había podido resistir el reto. El resultado fue que, de entrada, se llevó una de las mayores palizas que he dado nunca a alguien. No tardó ni un minuto en iniciar una nueva partida que volví a ganar cómodamente. Y así seguimos unos días. Ella intentando ganarme y fracasando en el intento una y otra vez. Una vez estuvo a punto de conseguirlo, pero una zeta colocada en el triple tanto de palabra en la última jugada me salvó la vida. Evidentemente yo no perdí la ocasión de tratar de saltar el muro que ella había levantado entre los dos. La picaba y la chinchaba y ella se dejaba picar y chinchar. Hasta que un día quedamos ella y yo para cenar, sin Virginia de por medio.

La cosa fue bastante bien, cenamos, tomamos algo, ella se rió mucho y hubo varias bromas de carácter sexual y dobles sentidos. En la conversación de golpe surgió la somanta de palos que le había caído en el Apalabrados. Me dijo que en su casa tenía un Scrabble y que no se fiaba que hiciese trampas con un diccionario y me retó a una partida cara a cara. Evidentemente, accedí. Llegamos a su casa, yo ya bastante caliente. Su minifalda vaquera, botas altas, y esa camiseta negra con un escote elegante, nada exagerado, pero que dejaba ver lo suficiente me había estado matando toda la noche. Nos sentamos a jugar en la mesa, uno enfrente del otro, y ese escote parecía hacerse más grande. Yo tenía dudas sobre mi capacidad de concentración en ese momento y las primeras jugadas lo confirmaron, apenas conseguí sacar un puñado de puntos y ella, en cambio, mantenía su puntuación habitual.

  • ¿Qué te pasa? –me soltó - ¿Sin diccionario no sabes jugar?

  • Es que normalmente no tengo un escote hipnótico a medio metro- me defendí.

Ella sonrió picarona y se apoyó en la mesa, dejando ver aún más. Yo sonreí.

-Gracias por la ayuda- le dije.

-Te toca- me contestó sin borrar la sonrisa picarona.

Mi partida era un completo desastre y ella iba sumando como si nada. Nuestras piernas se rozaban debajo de la mesa y eso tampoco me facilitaba la concentración. Una persona normal se hubiera puesto cualquier cosa, aunque perdiese, para acabar esa partida rápido y pasar a lo siguiente, pero a mi no me gusta perder ni al parchís, así que de verdad intenté concentrarme para remontar esa partida y luego consolar a Bea por una nueva y dolorosa derrota. Pero era imposible. Ella hacía todo por desconcentrarme. Lucía su escote, se mordía los labios, me soplaba suavemente… y se reía. Pronto empecé a tardar bastante tiempo en poner alguna palabra. En una de esas largas peleas conmigo mismo para intentar encajar alguna palabra de más de dos sílabas en esa sopa de letras que se me hacía inteligible empecé a notar como su pie descalzo subía por mi pierna hasta posarse suavemente sobre mi polla, que estaba dura como una piedra desde hacía rato. Ella se rio.

  • Estás sudando ¿quieres beber algo?

Sin que yo le contestase se levantó y fue a la cocina, que estaba detrás de mi. Al volver dejó un vaso a mi lado. Mientras lo hizo, dejó que sus tetas rozasen mi hombro, recreándose en ello. Su melena rozó mi cuello y su olor borró de mi mente todas las palabritas que había logrado pensar. Se sentó riendo.

  • Casita- dijo.

  • ¿Qué?

  • Puedes poner “casita”. Mira, ahí, tienes una ese suelta. “casitas”, donde el doble tanto de palabra.

Ni me había parado a pensar que me estaba mirando las letras. Aquello ya era humillante. Pero le hice caso y puse “casitas”, creo que fue mi mayor puntuación de la partida.

No pasaron más de tres turnos antes de que acabase la partida. Una derrota inapelable.

  • Quien pierde se desnuda- me soltó a quemarropa.

  • Bueno, - repliqué juguetón- normalmente eso se acuerda antes de empezar a jugar ¿no?

  • Yo lo digo ahora. Desnúdate.

Con la dignidad perdida en la partida, me levanté obediente y me quedé desnudo ante ella, que me miró seria unos segundos se levantó y se me acercó, hasta apenas unos centímetros. Sus tetas rozaban mi pecho y mi durísima polla, su minifalda. Acercó sus labios a mi oído y me susurró.

  • ¿Quieres follarme?

  • Sí- contesté e intenté besarla, pero me frenó.

  • ¿Quieres lamerme las tetas? ¿Morderme los muslos?

  • Nada me apetece más.

  • ¿Quieres comerme el coño hasta que me corra en tu boca?

  • Varias veces.

  • ¿Te has hecho muchas pajas pensando en mi?

  • Alguna que otra.

  • ¿Muchas?

  • Bastantes.

  • ¿Muchas?

  • Muchas.

Se rió.

  • Ven- me indicó.

Me hizo seguirla hasta el dormitorio completamente oscuro. Me hizo pasar. Yo estaba caliente como un gorila, ni en mis mejores pajas con Bea había imaginado algo así. Entonces encendió la luz y allí me esperaba Virginia.

  • Hola ¿qué tal?- me saludo con una cara de viciosa como nunca le había visto. –Muy bien, por lo que veo.

Bea se puso a mi lado y apoyó su codo en mi hombro.

  • Si me quieres follar a mi, primero tendrás que follar con ella.

Virginia no había perdido el tiempo y ya estaba a mi lado. Su mano me acariciaba los huevos y la otra bajó por mi espalda hasta el culo. Me mordió el hombro. Yo la miré. Le sobraba algún kilo, pero tenía buenas curvas y unas buenas tetas que asomaban por un importante escote. Tenía unas facciones alargadas, pero el pelo largo le quedaba muchísimo mejor que corto. Su mano ya estaba en mi polla, masturbándome. Miré a Bea e hice un gesto de resignación.

  • Bésala – me dijo, intentando mantenerse seria sin mucho éxito.

Virginia me giró de un tirón.

  • ¡Me has costado mucho tiempo!

Y de otro tirón me acercó y me besó. Su lengua era un huracán, y se tomó su tiempo mientras sus manos me tiraban del pelo y me arañaban la espalda. Hasta que decidió pasar a la siguiente fase. Me apartó, se quitó los pantalones y el tanga, y se sentó en el borde de la cama con las piernas abiertas con su coño depilado mirándome.

  • ¿A qué esperas?- dijo Bea. –Venga, come.

Y eso hice. Me arrodillé y empecé a comerle el coño a Virginia. Ella hizo la pinza, rodeándome el cuello con las piernas y apretó mi cara contra su coño. La oía gemir, respirando cada vez más fuerte. Pronto tenía mi cara empapada de mi sudor y de sus jugos, y ella me liberó de su presa. Se levantó y se dirigió a una mesa donde tenía su bolso.

  • Creo que ya te comenté una vez… hay una cosa que me gusta mucho…

Y sacó unas esposas.

  • Túmbate ¿no?- dijo Bea.

Y pronto estaba atado de pies y manos, prácticamente no me podía mover. Virginia me puso un condón y se puso encima de mi, con su coño a centímetros de mi polla.

  • Entonces… -dijo. - ¿Me quieres follar o no?

Yo, un poco picado, no dije nada.

  • Si no te quiere follar- intervino Bea- suéltalo y que se vuelva a su casa.

Me imaginé volviendo a casa con ese calentón y no me gustó la idea.

  • Sí- dije ya totalmente vencido.

Virginia fue lanzada a meterse mi polla en su coño pero Bea la frenó.

  • Eh, eh, eh… Di: “Si, Virginia, te quiero follar”.

  • Sí, Virginia, te quiero follar.

Y ahora sí, para cuando me di cuanta ya estaba dentro de Virginia. Ella me cabalgaba con ganas, mirándome victoriosa. De golpe se tiró sobre mi y empezó a morderme la oreja. Notaba sus tetas apretadas contra mi pecho. Entonces sentí un mordisco en el cuello y me corrí. A juzgar por el líquido que sentía correr por mis piernas, Virginia también se había corrido. De golpe una extraña quietud lo invadió todo. Estuvimos así unos segundos, hasta que Bea empezó a aplaudir.

  • ¡Muy buen chico!- exclamó.

Esto reactivó de golpe a Virginia que se levantó y me quitó el condón.

  • Voy a tirar esto y al baño. Vigílame a este- dijo mientras salía.

Bea se recostó de lado en la cama junto a mi. Notaba sus tetas bajo la camiseta apretadas contra mi costado.

  • ¿Ves? Tampoco era tan difícil.

  • Ya, bueno. El mérito es tuyo- contesté.

Se rió y puso cara de no haber roto un plato.

  • ¿Yo? Si no he hecho nada. Todo ha sido cosa de esa polla tuya.

  • Nada…- repliqué- nada a parte de ponerme como un madril para que Virginia cogiera el rebote…

Volvió a reír, me apartó el pelo de la cara y restregó sus tetas contra mi.

  • ¿Así que te pongo como un mandril? – Me susurró al oído.

  • Creo que ya había dejado bastante claro ese punto.

Se encaramó sobre mi y noté bajo su minifalda el roce de su coño contra mi vientre: no llevaba bragas.

  • Entonces creo que va siendo hora de que hagas todo eso que has dicho.

Hizo un leve movimiento deslizándose hacia atrás y otra vez hacia delante, rozando su coño con mi piel y llegando casi hasta mi cara, y volviendo hacia atrás. Se me estaba volviendo a poner dura.

  • ¿Ahora?- pregunté un tanto sorprendido.

  • Ahora o nunca. ¿Ya la tienes lista otra vez?

  • Si.

De un salto se quitó de encima mientras Virginia entraba en la habitación otra vez.

  • Te lo he vuelto a dejar a punto.- Dijo Bea.

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