La pareja perfecta

Insistió que quería verla con otro, follando con otro, la verdad es que no le apetecía ni lo entendía, pero al final accedió para complacerlo, aunque seguía haciéndome poca gracia.

Llevaban diez años casados, ella tenía veintinueve cuando lo hicieron, aún se conservaba bien, con un buen cuerpo, que había cuidado, de nalgas aun tersas y pechos quizá poco grandes para el gusto de algunos hombres, pero bastante firmes, se cuidaba para él, sí, pero también porque le gustaba, le gusta aún, que los hombres la mirasen, aunque no hubiera permitido que alguno hiciera algo más que esto. El, la verdad, a sus cuarenta y cuatro, había criado algo de barriga cervecera y no podía esconder su sobrepeso, pero ella no le daba importancia, seguía amándolo, no con la pasión de los primeros años, pero eran una buena pareja hasta que todo se estropeó, o no, por la obsesión que a él había cogido últimamente, una fantasía, que Julia no terminaba de comprender y se sorprendía de que al parecer compartieran bastantes hombres.  Insistió que quería verla con otro, follando con otro, la verdad es que no le apetecía ni lo entendía, pero al final accedió para complacerlo, aunque seguía haciéndome poca gracia. Nunca había sido celosa y seguramente no le hubiera importado demasiado saber que había tenido una relación esporádica con otra mujer, pero de esto a verlo, esto no.

Cómo David conectó con aquel hombre, con aquel desconocido para los dos, aun no lo llegó a saber del todo. Según él lo conoció en un chat y sabía que no era la primera vez que se ofrecía a hacer aquello. David le mostró una foto de aquel hombre y ciertamente era atractivo, debería tener más o menos la misma edad que él, con la diferencia que si se había cuidado, de hecho, aun en camisa, se adivinaba un torso atlético. Su cara era agradable, con una barba rapada en un mentón poderoso y mirada inteligente. Al menos parecía haber buscado alguien interesante para que disfrutara de ella y ella intentara disfrutar con él.

Se presentó aquel viernes por la tarde, con su sonrisa agradable, que tenía el poder de tranquilizar. Vestía unos pantalones tejanos, y una camisa blanca, debajo de su chaqueta de un marrón claro. Se le veía cásual a la vez que elegante.

Se presentaron, se llamaba Luís y por lo visto ya conocía su nombre y el de David. Se dieron dos besos en las mejillas, Olía con un olor masculino y envolvente, Lo cierto es que le gustó todo de él. Aun así, naturalmente, estaba nerviosa y con poca predisposición. Se había puesto, por indicación de su esposo, un vestido negro de tirantes que la cubría hasta tres dedos por encima de la rodilla, un vestido que casi nunca se ponía, así como aquellos tangas negros, que tampoco usaba, pues era una prenda que siempre le había parecido increíblemente incómoda y no se podia acostumbrar a ella, también por su indicación no llevaba sujetadores, lo que me hacia sentir vulnerable, al menos no le pidió que se pusiera zapatos de tacón, cosa que odiaba.

Como buena anfitriona le invitó a sentarse en el sofá del salón comedor, junto a su esposo y sirvió unos generosos whiskies con hielo. Ella, de pie, también tomaba uno, lo necesitaba. Al menos no era de aquellos machistas que desnudan a las mujeres con los ojos.

Sintió la calidez de su mano en el muslo mientras alababa su belleza, no se le ocurrió otra cosa que darle las gracias mientras, inevitablemente, la suya temblaba de manera evidente.

  • Tranquila, estamos aquí para pasarlo lo mejor posible, Relájate, no te haré nada que tu no quieras.

Mientras decía aquello se levantó, situándose detrás de ella. Sin ninguna brusquedad bajó un tirante de su vestido, hasta poner al descubierto unos de sus senos. Ella miraba a su esposo, visiblemente nerviosa. Vió como lanzaba su chaqueta y su camisa al sofá. Sus manos eran ágiles y su tacto suave. subían y bajaban sabiamente por su cuerpo. Besaba su cuello, su cuerpo pegado a su espalda. Ahora acariciaba su hombro, ahora su pecho desnudo. Ella notaba su pene en una de sus nalgas, duro y potente, cada vez se sentía más relajada, más confiada. Su esposo mirándola. Ya no le importaba, casi ni sentía su presencia. No pudo evitar mover sus nalgas, en una clara señal de aceptación.

  • Así; déjate ir…

Ella inclinaba su cabeza, ofreciendo su cuello, los besos subían hasta llegar a su oreja, mordisqueaba el óvulo de una de ellas cuando le susurro muy bajo, mientras se refregaba en sus nalgas.

  • Te la vas a comer entera.

Su esposo nunca le había hablado así, nunca le había dicho algo semejante, que sonaba a ordinariez, hubiera podido sentirse ofendida, casi insultada, pero, para extrañeza propia, aquello le excitó. Naturalmente aquel hombre sabía lo que se estaba haciendo y con ello demostraba que no era la primera vez que jugaba a aquel juego.

Un dedo acariciando su areola, su pezón, tan duro ya como aquel falo que seguía sintiendo refregarse en ella. La otra mano en sus nalgas, apartando la tira del tanga, buscando su ano, comprobando su estado y otra vez sus labios pegados a su oreja susurrando.

  • Un día te lo follaré.

  • Si….

Su sí más que una demostración del deseo de ser enculada por primera vez era una forma de aceptar nuevos encuentros.

Muy despacio se fue colocando frente a ella, ahora veía su cuerpo, tan distinto del de su esposo, sus pectorales, su abdomen, deseaba acariciar cada centímetro, pero no se atrevía a ello.  El cuerpo de él pegado al suyo. Una de sus manos bajando su otro tirante, su vestido cayendo a sus pies,

Solo tuvo que presionar ligeramente sus hombros para que ella se arrodillara frente a él. Le miró a los ojos antes de desabrochar su cinturón, bajar la cremallera de su bragueta y con ella sus pantalones. Quería satisfacerlo, al tiempo que temía no hacerlo.

Utilizaba unos calzoncillos clásicos de color negro, para nada estos bóxeres que suelen usar los más jóvenes. Cuando se los bajó apareció aquel falo, en aquel momento resonó en su cabeza lo que le había dicho: “Te la vas a comer entera” y supo que le sería imposible. Dejó que le golpeara las mejillas con su miembro. Lo tenía frente a sus labios temblorosos, cuando él se la cogió situándola por encima de su cabeza, mientras llevaba a esta hacia sus testículos. Julia nunca había hecho aquello, aquello que sin palabras le pedía, empezó a lamerlos, a chuparlos. No era algo de su especial agrado, pero sabía que tenía que hacerlo si quería conseguir el premio mayor; tener su polla llenándole la boca, ser follada por aquel hombre. Miró a su esposo mientras lo hacía y supo que ni siquiera la veía, su mirada estaba clavada en la polla de Luís. Se apartó de ella y dejó que su miembro quedara a la disposición de su boca.  Lo besó, lo lamió, hacía cosas impropias de ella, tal era su estado de excitación, de ofuscamiento. Pronto lo tuvo en su boca llenándola, movía la lengua queriéndole dar más placer, mientras intentaba que aquella polla entrara lo más posible, hasta que le vinieron arcadas.

  • Aprenderás a relajarte y llegarás a comerla toda. Si es necesario mi esposa te enseñará.

Así supo que estaba casado y que su esposa compartía experiencias con él, que no hacía las cosas a sus espaldas, como la mayoría de los hombres y le pareció admirable. Se esforzaría, aprendería. Ahora sí que su esposo lo habría oído, pero ya le daba igual, estaba totalmente entregada al placer, al placer que le suministraba aquel hombre, aquel desconocido.

Babeaba con su boca llena cuando él tiró de su cabello, de su media melena, casi rubia, separándola de su polla.

  • ¡Para! He venido aquí a follar contigo. Desnúdame.

Parecía una orden, de hecho, lo era o al menos ella lo sintió así. Todo ocurría en unos terrenos desconocidos hasta ahora por Julia. Aun arrodillada, le quitó los zapatos, los calcetines, los pantalones y los calzoncillos. estaba totalmente desnudo y ella completamente mojada delante de aquel dios, que sonreía mirándola.

  • ¡Cabalga! ¡Cabalga!

Había cogido una silla de la mesa del salón comedor, girándola, apoyada en la mesa, se había sentado en el borde de ella, con su espalda en el respaldo y su polla totalmente erecta. Ella, siguiendo sus indicaciones estaba sentada, completamente penetrada, moviéndose, con las manos en sus hombros, dando la espalda a su esposo, sus pechos saltando a cada movimiento que hacía, hacia arriba, hacia abajo, completamente ida, penetrada a fondo, con las manos de aquel hombre apretando sus nalgas. Gimiendo, suspirando, Nunca había sentido tanto placer en el sexo, sus orgasmos, dos, eran largos y profundos.

Siguieron en el suelo, sobre la alfombra, él aun sin correrse, cogiendo sus muñecas, con los brazos por encima de su cabeza, parecía una violación si no fuese por su entrega,

  • Mira. Mira a tu esposo, que vea la cara de vicio que pones gracias a mi polla.

No, no era por su polla, o no solo por esto, era por la manera en que la usaba. Su tercer orgasmo coincidió con el suyo, sus gemidos con sus rugidos. Totalmente satisfecha, agotada, rota, sintiendo el vacío del cuerpo de Juan separándose del suyo, de su pene abandonándola.

Vió como él se levantaba, totalmente desnudo, con su gran pene flácido y se dirigía hacia David, su esposo.

  • Límpiala. Venga, límpiala.

  • ¿Que…?

  • Límpiala. ¿Crees que no he visto cómo la mirabas?

  • Yo...Yo…

  • ¿Tu que maricón? Venga ¡Hazlo!

Julia, aun en el suelo, miraba aquella escena sin entender, sin querer entender que pasaba. Veía a su esposo como, arrodillado, obedecía. Como aquel miembro, poco a poco volvía a la vida.

  • Seguro que la chupas tan bien como la puta de tu esposa.

Julia estaba horrorizada, horrorizada y a la vez excitada de nuevo, a pesar de sus tres orgasmos. Gateando se acercó a ellos, hipnotizada, viendo a su marido abrir la boca para recibir su polla, chupándola, mamándola, no pudo evitar tocarse, frotar su sexo, su clítoris.

  • Un cornudo maricón y una zorra, Sois la pareja perfecta.

Con su mano cogía la cabeza de su esposo, que babeaba, como ella había hecho. Perdió la noción del tiempo, de todo, hasta ver como David tragaba su leche, corriéndose de nuevo, por cuarta vez. Nunca había sentido algo así.

Se vestía, mientras David, de nuevo sentado en el sofá, se cubría la cara con sus manos, escondiendo su vergüenza.

  • ¿Qué os parece si el próximo viernes vengo a cenar? Julia; llámame para concretar, Traeré un semental para que tu maridito se distraiga.

Ella no contestó. Esperó a que él se fuera para acercarse a su esposo, acariciar su cabeza.

  • ¿Qué va a ser de nosotros querida? ¿Qué va a ser de nosotros ahora?

  • No lo sé amor. Pero ahora deja de lloriquear y vete a cambiar los pantalones que los llevas todos manchados.

A la mañana siguiente Julia llamaba a Luís.