La paradojica madre violada
Extraños pensamientos de una madre pocos minutos después de ser violentada
No lo entiendo.
Hace no más de media hora, era una feliz ama de casa y madre que lavaba los platos en la cocina después de comer con mi hijo.
En estos mismos momentos, no soy más que una mujer dolorida y llorosa, toda mi ropa está destrozada y desperdigada por el suelo.
Mi ano está dolorido, he limpiado con lo que queda de mis bragas el hilillo de sangre que sale de mi esfínter.
Siento cierto escozor en mi vagina, ya que he sido penetrada sin ningún tipo de miramientos, creo que cualquier animal salvaje y brutal hubiese tenido más piedad con una hembra que mi violador.
Seguro que me saldrán hematomas en los pechos y en las caderas por la fuerza con las que me apretaba con sus vigorosas manos mientras me penetraba cual si fuese una perra en celo por detras.
Incluso algunas veces me cogía del pelo con rabia para hacer más fuerza.
Mi boca sabe a semen, ese desalmado y brutal hombre no fue capaz ni siquiera de respetar mis labios, en varias ocasiones estuvo a punto de ahogarme al introducirme su pene hasta el fondo de la garganta.
No he llorado por haber sido violada brutalmente por todos los orificios de mi cuerpo, no he llorado por el dolor.
He llorado por que el hombre que me ha forzado es mi querido hijo.
Lo más contradictorio es que ahora está entrando por la puerta de la cocina de nuevo y estoy deseando que repita con la misma o mayor fuerza la anterior violación.