La parada de camiones
A los 18 descubre el sexo, convirtiéndose primero en un experto mamador de pollas y luego...
Descubrí el sexo con 18 años. Sé que para muchos es una edad tardía pero yo hasta entonces debía ser un bicho raro, ya que no sentía ningún tipo de atracción por nada ni por nadie. Intuía que me gustaban los tíos pero no fue hasta aquel verano pleno de sexo cuando lo descubrí realmente. Estábamos a finales de junio y como había suspendido los exámenes de selectividad, mis padres me enviaron a casa de mis abuelos, una pequeña masía al norte de Girona, muy cerca de la frontera francesa. Nada más llegar pacté con ellos que me levantaría temprano, me pasaría toda la mañana estudiando hasta las dos en que comeríamos todos juntos y de tres a seis seguiría con los libros, pues a mediados de septiembre tenía una nueva oportunidad para pasar los exámenes e ingresar en la universidad y así no perder un año completo.
A partir de las seis podía hacer lo que me venía en gana, que en un pueblo de cincuenta y pico habitantes poco era, además de que no me apetecía mucho ver a los otros chicos de mi edad con los que tanto había jugado de pequeño pero que ahora me resultaban completamente extraños. Afortunadamente, allí seguía la motocross que me regalaron al cumplir los catorce por lo que podría dedicarme a una de mis aficiones favoritas. Por eso, aquella misma primera tarde, cogí la moto y recorrí los 12 kilómetros de carretera comarcal hasta llegar al cruce con la general, en donde se encontraba un gran complejo formado por una gasolinera, un autoservicio, un restaurante, un hotel y una zona de descanso para camiones, ya que Francia se encontraba a tan solo 5 kilómetros y era este el primer punto de parada desde la frontera.
Llené el depósito de la moto, pagué en la caja y al ir al aseo me lo encontré cerrado porque estaban limpiando. Me estaba meando como un loco por lo que cogí la moto y me encaminé hacia una nave en la que se habían levantado unos grandes aseos con incluso duchas para la higiene de los camioneros que decidían hacer allí una parada o incluso quedarse a pasar la noche, ya que enfrente había un amplio aparcamiento para vehículos pesados, alejado de la carretera y rodeado de un gran bosque de pinos. Entré y vacié mi vejiga en la zona de urinarios que curiosamente era un espacio alargado de unos tres metros sin ningún tipo de separación. No se veía a nadie por allí pero cuando ya estaba acabando, se puso a aproximadamente un metro de mí un tío de unos cincuenta años que se sacó una verga dura y de un tamaño descomunal y empezó a meneársela y a mirarme descaradamente. Yo me quedé petrificado sin saber si echar a correr o acercarme a tocársela, cuando se la guardó bajo el pantalón haciéndome señas para que le siguiera a uno de los retretes. Se metió en uno de ellos dejando la puerta abierta justo cuando otro tío apareció por allí y se puso a lavar las manos.
Me arrepentiré toda la vida de haberme ido de allí porque aunque como ya he dicho fue un verano intenso en el que no desperdicié ocasión, ninguna de las pollas que tuve a mi disposición parecían tener el tamaño de aquella primera o eso me parecía a mí, pues aquella escena me había dejado impresionado y no me la podía quitar de la cabeza. Por eso aquella noche, nada más meterme en la cama, me pajeé pensando en que hacía todo tipo de cosas con la polla de aquel tío.
Al día siguiente seguía obsesionado y comencé con una rutina que se repetiría todos los días de aquellos casi tres frenéticos meses. Al llegar las seis de la tarde me duchaba, me ponía mis botas militares o mis Panamá Jack amarillas, un vaquero corto deshilachado o unos pantalones multibolsillos también cortos y una camiseta de tirantes que marcase provocativamente mi cuerpo aniñado pero fibroso al mismo tiempo y unas gafas de sol. Llevaba mi pelo rubio casi rapado al cero pues allí no había donde cortárselo y aunque no tenía tiempo para broncearme, enseguida cogí algo de moreno por lo que en conjunto resultaba bastante provocativo. Aparcaba la moto en el parking de la gasolinera y comenzaba a merodear por la zona en busca de algún camionero con ganas de marcha, pues tenía muy claro que no iba volver a desperdiciar una oportunidad como aquella. A partir de las siete empezaban a llegar camiones cuyos conductores buscaban un lugar donde asearse y descansar para seguir su ruta al día siguiente al amanecer y no faltaban los que aun casados o con familia, no perdían la ocasión de un poco de compañía y algún favor sexual si la ocasión lo permitía.
Mi primera vez fue precisamente aquella misma tarde al poco de llegar. Me encontraba junto a los lavabos cuando vi salir de una de las duchas a un treintañero de pelo negro, con bigotillo, bastante guapete de cara. Llevaba todavía el pelo húmedo y se había puesto una camiseta roja, un pantalón de correr negro muy corto y unos calcetines y zapatillas blancos. Lo que más morbo me dio fueron sus largas piernas y sus calcetines inmaculados que contrastaban con su piel morena. Se dio cuenta de que le estaba mirando fijamente y, aunque muy disimuladamente, empezó a tocarse el paquete. Salió de los baños y le seguí a una distancia prudencial hacia la zona en la que había ya aparcados una decena de camiones. Al llegar a ellos pensé que le había perdido cuando se abrió la puerta del copiloto de uno de los camiones, con matrícula italiana, y allí estaba haciéndome señas para que subiera.
Estaba francamente nervioso pero caliente ante la que iba a ser mi primera experiencia real. Me asombró lo increíblemente altos que eran aquellos grandes y lujosos camiones con aquel habitáculo más que suficiente para hacer prácticamente de todo. Me hizo pasar al fondo de la cabina, donde estaba la cama y allí, una vez sentados y sin mediar palabra, se bajó los pantalones y los slips, agarró mi cabeza y con firmeza me agachó hasta que mi boca quedó delante de su polla dura, larga, oscura y circuncidada. Estaba claro lo que quería por lo que me dispuse a hacer mi primera mamada, primero en esa posición y luego de rodillas delante de él y, al tiempo que se la comía, con mis manos recorría sus morenas piernas desde los muslos a los calcetines. En ningún momento dejó de presionar mi cabeza contra su polla y, a pesar de mi inexperiencia, aquello acabó antes de lo que me hubiera gustado, al empezar a notar cómo inundaba mi garganta con una generosa ración de lefa que, al entrar por primera vez en mi garganta me resultó algo desagradable, aunque poco a poco le fui cogiendo gustillo a aquel líquido caliente y espeso, sobre todo porque no me permitió apartarme hasta que su polla quedó completamente seca y casi flácida. Aquello había acabado, por lo que me despedí y me marché de allí con una extraña sensación de euforia y desazón al mismo tiempo, ya que me sentía casi violado y sin embargo me había encantado y eso que ni me había tocado la polla. Ya por la noche, en la soledad de mi habitación me corrí por fin, imaginando que aquel camionero volvía a regar de nuevo mi garganta con toda su leche.
Al día siguiente fueron dos los tíos con los que me lo hice, con uno en los baños y con otro en la cabina de su camión. Empezaba a tener claro lo que me gustaba, por lo que me marqué mis propias normas: solo sexo oral, eso sí con corrida dentro de mi boca ya que era este mi momento favorito y parecía que el de ellos también y nada de penetración ni otro tipo de cosas. Algunos me confundían con un chapero y me daban dinero, que aceptaba gustosamente pero, a pesar de mi aparente sumisión, lo cierto era que el que elegía era siempre yo, si el tío no me gustaba no había nada que hacer y si pretendían hacer conmigo otro tipo de cosas les dejaba claro que yo solo hacía mamadas.
Calculo que a lo largo de aquellos meses devoré casi doscientas pollas, de todas las formas y tamaños, y al menos unos cuantos litros de lefa de todas las nacionalidades ya que, además de españoles y franceses, por allí pasaban rusos, polacos, alemanes, holandeses, italianos, portugueses o marroquíes. Las duchas, los retretes, las cabinas de los camiones o el bosque de pinos que había junto al parking fueron escenarios de aquella época de lujuria desenfrenada que estaba viviendo y en la que no faltaron todo tipo de anécdotas como la que experimenté con aquel cachas rubio con un cuerpazo de impresión con el que me metí en una de las duchas y que al arrodillarme para hacerle una mamada, empezó a mearse en mi cara y luego sobre el resto de mi cuerpo para acorralarme contra una de las paredes de la ducha follándome la boca con violencia y, una vez se hubo vaciado, escupirme en la cara; o aquel momento en la cabina de un camión donde su dueño insistía una y otra vez en metérmela por el culo, cada vez más violento y agresivo, hasta que logré salir de allí dejándole con la polla tiesa pero con mi culo intacto; o como cuando acabé en un coche con dos jovencitos moritos franceses que habían cruzado la frontera en busca de putas y se lo habían gastado todo en alcohol y, borrachos como cubas pero con las pollas a reventar, estuvieron encantados de que les vaciase por turnos en la parte de atrás del vehículo, mientras el otro vigilaba sentado en la parte delantera; como aquel camionero que no paró hasta que hicimos un sesenta y nueve con nuestras pollas enfundadas cada una en un condón hasta que ambos nos corrimos sobre el y que alucinó, después de tanta protección, cuando se lo quité y le limpié todos los restos que habían quedado sobre su polla; o cuando dos putas que también merodeaban por allí me empezaron a amenazar ya que según ellas les robaba la clientela y es que la tarde anterior una de ellas me sorprendió en la arboleda haciéndole a uno una mamada y se debió imaginar que un chavalito como yo no podía estar haciendo aquello únicamente por placer.
Poco antes de tener que volverme a Madrid, tras muchas pollas engullidas, mucho semen tragado y muchas pajas en la intimidad de mi habitación, pues seguía prefiriendo esa forma de placer en solitario recordando las aventuras de cada tarde, conocí a un tío que buscaba algo diferente, con el que descubrí el placer de corrernos a la vez. Supongo que influyó que el chico, un camionero francés de unos treinta y pocos años, tenía cogida una habitación en el hotel que había sobre el restaurante, justo enfrente de la gasolinera. Nos encontramos en los baños, donde ambos buscábamos lo mismo. Aquella tarde llevaba puestas mis inseparables botas de militar, de la que sobresalían unos calcetines blancos, unos pequeños pantalones verdes de camuflaje y una camiseta de tirantes del mismo tipo. El llevaba una camisa blanca con casi todos los botones desabrochados dejando ver su torso delgado, fibroso y sin un solo pelo, unas bermudas hasta por debajo de las rodillas y unas playeras blancas con calcetines cortos negros, era un poco mas alto que yo y también rubio y con el pelo muy corto, por lo que parecía más un militar que un camionero.
En un rudimentario francés, ya que yo apenas lo hablaba, acepté su invitación a subir a su habitación y a los pocos minutos allí estábamos de pie junto a la cama, disfrutando del sabor de su boca y de su lengua que introducía con maestría hasta lo más profundo de mi garganta. Comencé a desabrocharle la camisa y no se si por la novedad de estar en una habitación a salvo de miradas indiscretas, por poder verme reflejado gracias al espejo que estaba estratégicamente situado sobre la pared de enfrente o simplemente porque el galo me ponía a cien, empecé a hacer cosas que hasta ahora no había hecho con ningún tío como chuparle los pezones, lamerle el torso o irle quitando yo mismo la ropa. Él se dejaba hacer y una vez que le bajé los pantalones, se sentó en la cama mientras con la lengua le lamía las piernas hasta que le quité las zapatillas y los calcetines, sin parar de tocar aquel cuerpo delgado pero bien proporcionado. Se tumbó en la estrecha cama, momento que aproveche para quitarme la camiseta y los pantalones y ponerme encima de el. Volvió a meter su lengua hasta el fondo de su garganta y después volví a lamer aquel precioso torso hasta que llegué con mi lengua a sus slips que empecé a sobar con la boca hasta que su polla ya completamente dura casi se transparentaba, pugnando por salir de su escondrijo.
Le quité el slip y durante un buen rato me concentré en aquel arte que ya a esas alturas ejecutaba con maestría. Estaba sin circuncidar y tenía una polla de un tamaño normal pero de las más bonitas que había visto, además de suave y completamente recta. Me encantaba oírle gemir bajito y repetir aquello de souce, souce . Yo hubiera seguido comiéndole el rabo hasta que hubiera vaciado en mi interior hasta la última gota de semen, que era a lo que estaba acostumbrado, pero el cambió de postura hasta que quedamos cada uno a la altura de la polla del otro y comenzamos un placentero sesenta y nueve que para mí era el segundo que hacía aunque esta vez sin condón y con un tío que estaba mucho más bueno. A los pocos minutos pasó de chuparme la polla a lamerme el ano, juego al que yo me sumé también con alegría.
No entendí lo que me estaba preguntando pero cuando acabé sobre la cama a cuatro patas, todavía con las botas puestas, ya era un poco tarde para explicarle que nunca lo había hecho y además ya iba siendo hora de probar aquello en lo que tanto insistían algunos y qué mejor que aquel tío que tanto me gustaba fuera el primero en follarme. Lo intentó un par de veces pero como ni el quería hacerme daño ni yo sufrir más de lo necesario, fue al baño a por el gel de ducha y se embadurnó la polla y mi culo con el. Ahora entró con facilidad y pronto empecé a sentir placer yo también, sobre todo cuando le veía a través del espejo como me agarraba por las caderas, a cuyos movimientos le ayudaba reteniendo sus piernas con mis botas. Poco después cogió la almohada y la colocó para que mi entrepierna quedara sobre ella con él literalmente encima de mí, de forma que mi culo quedara ligeramente levantado haciendo así más intensa la follada. Empezó a decir algo que no entendí pero por sus gemidos imaginé que estaba a punto de correrse por lo que me incorporé un poco, momento que él aprovechó para empezar a masturbarme y, segundos después de sentir como se venía dentro de mi, todavía con su polla dentro de mi culo, me corrí yo también entre grandes estertores.
Estábamos tan a gusto que nos quedamos así un buen rato, el encima y yo debajo con su polla dentro, la cual no salió de mi culo hasta que ya flácida, ella sola se deslizó hacia afuera. No se cuanto tiempo pasó, pero creo que él incluso se quedó dormido mientras yo disfrutaba de la visión del espejo con nuestros cuerpos pegados uno junto al otro completamente desnudos y sudorosos, todavía con mis botas de militar puestas. Empezaba a anochecer y yo tenía que volver a casa, desgraciadamente era su única noche allí por lo que el único recuerdo que me dejó fue la abundante cantidad de leche que mi culo empezó a expulsar mientras volvía con la moto a casa de mis abuelos. Por supuesto, aquella noche me volví a pajear, mientras lamía los restos que aún quedaban sobre mi manchado slip.