La parada

Me das lo que otro me niega.

Camino franco, desde mi casa hasta la gran avenida. Reflejo de mi cansancio, el pelo pegajoso, de ese que te sale después de mucho sudar. Son las siete de la mañana, sábado consentidor, me permite lo que se quiera.

Avanzo sin gran reflejo en mi sombra, esa que me sigue, larga y fría. Trato e intento no recordar la noche, simplemente una fiesta como cualquiera otra, grandes humos, grandes humedades. Me doy risa, no he perdido el acto reflejo al admirar algo que me gusta. Objetivo fue el olvidar, sin preocupaciones, no hice nada fuera de mi supuesta normalidad. Plática, diez chetos, seis o siete cervezas, demasiados cigarros, uno que otro beso, sin más consecuencia que la de mi acto reflejo.

Esa camisa de mi flaco, esa que muestra sus pocos, pero negros habitantes, afectos a mi humedad, esos que han tratado de contaminar el antónimo pecho mío. Esos pequeños, pero gruesos y oscuros, esos que se delatan y que no pretenden nada más. Ese mi flaco, que qué bien llenaba los pantalones, flaco, sin grasa, pero nalgón y bien dotado para hacerme feliz.

Quizá el problema sean mis ojos, delatores, con el objetivo de halagarme, de hacerme sentir bien. Se dio cuenta de mi mirada al chavo de apretada playera, sin mangas, de cómo lo hice mío, grandes pechos, de esos que no son de la rutina fácil, sino de la de mucho peso y hartas ganas. De mis dedos imaginarios que recorrieron esos volúmenes.

Pero el drama, el –si quieres te lo presento-, el castigarme, el no besarme, el –ya me voy y no recibir ni el pinche eco.

Golpe y cerrazón de puerta, toda la pléyade de compañeros viéndome con el –ya ni la chingas-. La mirada no hace daño, vista gourmet que tengo. Pero si no sería capaz, si venía acompañado. Pero si sabe que me gustan los chavos así.

Casi no hay gente caminando, solo deambulo. Olas verdes que se acercan y hacen señas luminosas, que si se me ofrece. No necesito transporte, necesito compañía, de la que le vale madres si dicen algo por el abrazo al caminar. De esa calidad muda, sin palabras o argumentos.

Toco mi cartera, ahí sigue, con la suficiente calidad para darme compañía. Pretensiones de navegante. Conmino a no dejar entrar a sentimientos de tristeza. Lo logro.

Bajo poco a poco las escaleras del subterráneo. Bajo poco a poco, con sabor a centavo de cobre. Quince estaciones, que güeva, porqué no traje el coche.

Órale, no hay lugar para mis nalgas, para descansar las piernas.

Sorteo las desavenencias de espacio y de aire, huelo una loción semejante a la que hace horas huyó de mí. Que agradable y más, que esté cerca. Vicio de recuerdos, fulguro que quiere asomar y me niego nuevamente. El brazo se ubica pegado a mi similar. Cosquilleo que necesito, leve, pero persistente, siento su presencia. Caigo al recordar como los de mi flaco, juegan en el ámbito de mi piel. El verano cae sobre de mí.

Sin necesidad, se ubica al frente, sin mirarme, no se atreve, yo menos. Sus piernas abiertas para no caerse, su brazo que esconde su mano en la bolsa del pantalón. Mi mirada en la ráfaga de luces, intermitentes, azules que pasan, por mis ojos que no desean detenerse. La mitad de su cuerpo, en la mitad del mío.

Crines que salen de su camiseta blanca y que yo observo sin voltear. Los miles de sus brazos, pican en mi abdomen. Acto reflejo de más humedad y calor que me recorre. Buenos brazos que van con lo demás.

Hace tanto tiempo que no me subía a estos trenes, pero se perfectamente el protocolo. Curiosamente mi falo está del mismo lado que sus nudillos, encerrados en su bolsa, tocándome en el huesito y un poco más debajo de mi cadera.

Frente a frente su mano derecha sujetando el tubo del tren, mi mano derecha haciendo lo mismo. Su mitad de cuerpo en mi mitad de cuerpo. No es lo mismo traer una mano que un puño en la bolsa. Me encanta que se haga el pendejo y no al momento trate de posesionar su palma en mí. Un poco más de divina gente, hacen que ahora si sus nudillos presionen el centro de mi pantalón. Solamente se ubicó, siento que me siente, siento que lo siento.

Cierro los ojos y palpo la dicotomía de su cuerpo, casualidades como de espejo. Ya que la mía esta del lado de sus nudillos y la suya del lado de mis nudillos.

La parada de verga que se trae, la parada del tren me vale madres, solo se que no se donde estoy, ni que estación es. Solo se que el dorso de mi mano izquierda se mueve sola, lo suyo lo sabe hacer también, me imita.

Abro los ojos, devaneo mi mirada cristalina a la de él. Me adentro en sus negros ojos, distrayéndolo de lo que mis nudillos y los de él nos hacen.

Mi sonrisa y la de él consigue confianza. Yo no puedo sacar mi mano de la bolsa, pero él si. El estar junto a la puerta que no se abre, en leve ángulo cubre lo que me quiera hacer. ¿Dónde estabas anoche?, me digo. Tímidamente abre la mano fuera de su bolsa y presiona denostadamente. Voltea la mano y ahora abiertamente palpa de un extremo a otro, incluso por la manera que tiene uno de protegerse los testículos, hacen que el reflejo de hacerme para atrás sea inmediato.

Calentura incomparable, la del peligro que alguien vea que me están sobando la verga o la de que sea un chavo de los que me gustan.

Poco a poco, la gente baja y tenemos que separarnos, permitiendo ver que no es mi fantasía, está pero puesto a lo que sigue. Hago una seña corpórea de que me siga, de que no hay pedo. Haciendo lo impropio, bajamos en la estación. Establecemos el diálogo, el ¿y ahora qué?.

-no mames cabrón- me dice.

-puta madre- digo yo.

Sin afán de aburrir por los detalles y los acuerdos establecidos, hemos salido a la superficie, vamos en un taxi a su departamento, ya dieron las ocho y llegamos a un enrejado recién pintado y verde, paredes de esa piedra como roja o casi roja. Bonito cantón, departamento nueve, tercer piso. Cierra la puerta y la luz natural plena, cortinas de encaje que permiten al amigo entrar.

Yo mirando hacia la luz, mi sueño, realidad de sentirse abrazado y encajado en unos brazos interminables y un cuerpo que trata de aprisionarme. Sus brazos colmados de pelo, me acarician. Pego el cuerpo hacia el venero, donde todo comenzó. Sus manos acuden a mi pecho y a mi ombligo, jala la camiseta y mete su mano entre mi piel, de arriba, hacia abajo, donde traspasan el obstáculo de mi cinturón y despiadadamente en mi pubis. Una mano así y la otra recorriendo mi cara. Pero no pierdo la sensación de su cuerpo entero sobre de mí.

Precisamente el dedo medio entra en mi boca y lo chupo, sabe a limpio y yo tan pudiente de afecto, chupo el dedo, toca mi lengua casi hasta mi garganta.

No hemos dejado de estar uno detrás del otro, pero su ímpetu, hace que estrelle mi cuerpo en la pared blanca, su cadera es la culpable. Es el pasillo y mi fuerza, hace que lo impacte en la otra pared, empujando mis soberanas nalgas hacia él.

Entiendo su intensidad, la carga ansiada de salir. Queremos lo mismo.

Su sensualidad extrema me dirige hacia una puerta entreabierta, es el baño. Abro con mi pie la puerta decentemente. Con sus manos me comienza a desnudar. Siento sus besos en mi cuello, en mis hombros, en mi espalda. Como puedo y sin voltearme le indico que quiero que esté igual. Sin dejar la posición, vuela su playera. No medí la intensidad de sentir su piel y su pelambre en su espalda.

Al contrario de ofenderme, estoy halagado de que me permita sentir el agua. Desajusta mi cinturón, caen mis pantalones y baja rápidamente mis calzones.

No he dejado de ver para adelante y el atrás de mí. Yo juego como sea.

Abro el cancel y ajusto la salida de agua, primero ardiente como nosotros y luego ya controlada, tibia. Entiendo que la tónica sea que yo vea el futuro y él atrás de mí, restregando su mentón picante en mi espalda.

Ritual de siempre, primero el shampoo, que él,me pone, luego la bola de plástico con jabón líquido que me baña y me limpia. Su perenne y parada ñonga, mira hacia arriba entre mis nalgas, la lava y me lava el culo. Pule mi sapiente y conocedora onceava falange.

Su inteligencia no pretende más ahí, cierra las llaves, siempre teniéndome a mi como obstáculo. Grandes toallas blancas me secan.

Sigo abrazado y dirigido. Es de los que no se les baja la intensidad, riquísimo, creo yo.

Todo minimalista, una recámara que no me importa, una cama destendida y abrigadora. Hasta ahora permite que gire y me tienda en el tálamo, a media cama, mis piernas sobresalen y tocan el suelo. Pone una rodilla a mi lado y la otra al otro lado. Acomoda su cuerpo sediento y mi boca por primera vez lo prueba. Beso profundo de conocimiento pleno, su cuerpo yace en mí. Abandona mi boca y mi lengua cubre su cara, sube su cuerpo y enjuaga su húmedo pelo del pecho, de su ombligo, saborea la cabeza de su pene, marca la línea hasta los dos arrojados y peludos especimenes, sus grandes testis. Otrora cicatriz, perineo de mi cadalso.

Mis manos acarician las nalgas, las abren y mis fauces se introducen en un mar de cabellos, que pican y restriegan mi cara. Su arrugada cavidad palpita. Gira su cuerpo y mientras yo hago mi trabajo en su ano, él hace lo suyo en mi argumento.

Por enésima vez las ideas transgreden la ontología del momento. Me encuentro con un desconocido y ahora me da, lo que otro me niega. Sacudo la cabeza y lo que el piensa que es para aumentar la sensación, para mi es regresar al momento, al ahora.

Caro, caro amigo, no ceses, devórame, únete.

Quien sabe por que artes, nos movemos y me voltea nuevamente, de rodillas en el piso yo, el atrás de mí, preparando la simiente. Sus manos objetivan mis nalgas y las abren, su lengua limpia y humedecen. Sus pulgares abren más, mientras me penetra lingualmente. Hunde y solo de vez en cuando sale a respirar. Encorvo mi cuerpo con cada empuje. Se incorpora y solo deja que solo una mano abra mis nalgas.

Un hongo babiento quiere reconocer su terreno. Creo saber que con su otra mano, dirige de arriba a un lado su pegajoso líquido. Algo me distrae, el sonido de unos pasos en el techo. Algo me dice que hizo propia la seguridad del momento, un ruido característico de un empaque. Agradezco hasta Marte, que digo, hasta Júpiter.

Adula mi retaguardia con el blandir de su puñal. Hunde gozosamente el cariño. Delinea mis formas retráctiles. Ahora sus manos libres hacen los suyo, me hacen suyo. Pegados, ensartado, hace que me suba a la cama y me pone de lado. Mi pierna derecha se sube a la parte de atrás de sus muslos. Cadencia y dureza, gozo y placer. Mi absurda faena de contar todo, llega hasta el número quince, quince estocadas que me ha dado.

Subo mis piernas hacia su cabeza, yo ahora viéndolo y él sonriendo, mostrando que le encanta. Perfora mi sexualidad, la derrumba. Acaricio sus piernas, tratando de sentir más.

Algo está haciendo bien, que siento como que voy a llegar.

Impacto con un chorro su abdomen. Cojeme hasta que quieras, hasta que me olvide del flaco y de otros pendejos en mi vida. Que tu tiza trace en mi pizarrón ángulos perfectos. Nos lamemos y sigues cojiéndome. No gritas porqué es tu casa, no grito porqué respeto, pero nos quejamos. Que placer, tu boca en mi boca, tu pecho en mi pecho, tu verga en mi culo.

Abres tu boca y goteas en mi cara, te descompones. Una profundidad cavernosa, vas por todo. Ya, ya. Tu mejilla en mi oído. Estampas mi cuerpo, en la claridad de esa humedad gozosa, talentosa. Te dejas ir otra vez, va tu resto.

Caes sobre de mí, tu corazón sin medida en mi pecho, que te siente. No te sales, como me gusta, te abrazo y reaccionas, dejándomela ir otro poco. Saboreo el arte de tu amor.