La otra mirada. Susy, una dulce ama de casa 7

Susy sigue recordando la mañana que estuvo con Manuel mezclando en esos recuerdos, lo vivido con Luis, su amante que le enseñó, de adolescente, cómo se disfrutaba del sexo. Una historia llena de suspenso y excitación.

Salimos empapados del baño, Manú aún llevaba su deliciosa verga semierecta. En un dejo de travesura lo tomé de ahí y lo halé suavemente indicándole el camino rumbo a mi dormitorio matrimonial.

Tomé una toalla y empecé a secar su delicioso y juvenil cuerpo, me acerqué a él, y quedando frente a frente, coloqué la toalla entre nuestros cuerpos, me apreté a su delgado y suavecito pero musculoso cuerpo, tomé sus mejillas entre mis manos y lo besé apasionadamente, “que no se caiga la toalla”, le dije entre dientes y me apreté más a él.

Nos seguimos besando apasionadamente, el chico ya había aprendido a besar de una manera deliciosa; metía su lengua en mi boca para enroscarla con la mía, hurgaba hasta el fondo de mi cavidad bucal provocándome unas ardientes y exquisitas cosquillas en el fondo de mi lengua, casi tocando la campanilla en mi garganta.

Realmente no me importaba la toalla, así es que en un movimiento suave en el que nuestros labios no se separaban, me hice un poco hacia atrás para dejarla caer y al acercarme nuevamente a Manú, dejé que mis senos se apretaran con su juvenil torso, excitándome sobremanera al sentir como nos frotábamos uno al otro. Sentir esa joven piel, tersa y dura, era el éxtasis que me convertía en una puta, presa de mis sentidos, sin importarme lo que podría ocurrir, simplemente me embotaba en lo que deseaba y me entregaba plena a la ardiente calentura que en ese momento sentía. A partir de ese día mis gustos por tener sexo con chicos jóvenes se iba a potenciar exponencialmente, me subyugaba que oliera a escuela, a cuadernos, a lápices, a tardes de tareas y noches de estudio para exámenes.

Deseosa de sentirlo nuevamente, lo fui jalando, sin dejar de besarnos, despacito hacia mi lecho, ese que cada noche compartía con mi marido, con Carlos, mi querido y amado esposo. Mis corvas chocaron con la base de la cama, lo solté y fue maravilloso ver como su joven verga estaba lista para penetrarme nuevamente. Me senté al filo de la cama y como un animal salvaje que engulle desesperadamente a su presa, lo ensarté en mi húmeda y ardiente boca. Lo chupé con toda la calentura que inundaba mi cuerpo, su verga era simplemente maravillosa. Dura como una piedra, gorda, más gorda que la de su padre, aunque no tan larga pero el chico tenía muchos años para seguir creciendo.

Se la devoré deliciosamente, me encantaba comérsela, chupársela hasta sentir que en cualquier momento podía venirse dentro de mi boca. Era delirante para mi tener a ese jovencito parado ahí, a un lado de mi cama, completamente desnudo y con su verga dura, parada y solo para mi goce y la satisfacción de mis deseos. Para mi era sumamente delirante metérmela toda en la boca y sentir esa dureza mezclada con la suavidad de su tierna juventud; me encantaba ese sabor de su verga mezclada con mis salivas y sus fluidos preseminales. Me fascinaba tenerla dentro de mi boca, pero ese día quería disfrutarlo también dentro de mi más oscuro y apretado agujerito. Lo saqué de mi boca y me subí a la cama, le di la espalda y me puse en cuatro, mis rodillas se apoyaron en el filo de la cama mientras mis pies colgaban al aire y mis nalgas le pedían, sin decir palabras, que se acercara y me hiciera suya. Quería que me enculara ricamente con su exquisita y gorda verga.

Así como estaba, con mis rodillas al filo de la cama, mis piecitos colgaban en el aire, mis codos en la cama soportando mi peso y mis redondas y carnosas nalgas apuntando hacia su rico, joven y fuerte cuerpo, me incorporé un poco y tome mis dedos índice y medio, los metí en mi boca, los ensalivé bastante y los dirigí a mi agujerito negro, me metí primero un dedo, luego el otro, gemí, volví a ensalivarme la palma de la mano y esta vez puse toda mi saliva en la entrada de mi apretado huequito; volví a colocarme saliva en la mano, tomé la verga de Manú con mi mano derecha, lo embarré con mi saliva y la coloqué en la entrada de mi culo, quería sentirlo dentro de mí, quería sentir cómo me inundaba las entrañas con su gorda verga. “ Métemela ” le dije, en su inexperiencia él empujo con toda su fuerza pero su verga se resbaló y, como si fuera premeditado, con el tino más preciso, se incrustó en mi cuevita ardiente, entró con tanta facilidad que se fue hasta el fondo con mucha fuerza, con tanta facilidad que pegué un grito de suave dolor al sentir como se metía en mi chorreante vulva, mientras su pelvis chocaba con mis carnosas nalgas haciendo ese chasquido tan rico y delirante que vuelve loco a los hombres.

Luis me había vuelto a decir que ese viernes, el último día de clases, volvería a ir por mí. Que quería darme una rica y deliciosa sorpresa. Me excité demasiado, me imaginé que me llevaría a algún lugar en donde podríamos disfrutarnos con calma, sin prisas y sin la posibilidad de que algún ojo intruso y ajeno pudiera vernos.

Ese viernes salí de la escuela más caliente que nunca. Javier ya tenía días que no me buscaba, supongo que aún no sabía cómo manejar el que también se anduviera comiendo a mi madre. Por un lado, me sentí decepcionada pues esperaba que intentara hablar conmigo inmediatamente después que le había reclamado; pero por otro lado, la ardiente calentura que sentía después de haber sido poseída por su amigo Luis, me prendía al máximo, a tal grado que inmediatamente mojaba mis pantaletas, y pensaba que era mejor que Javier ya no me buscara.

Vi la camioneta a lo lejos, apresuré mi paso, volteé a ver si alguien me veía, no había nadie, la calle estaba desierta. Me subí todavía más aprisa todavía, no miré hacia el piloto y al tiempo que cerraba la portezuela, dije “hola” con el temblor en mis labios que denotaban mi nerviosismo, pero también mi calentura.

-       Hola, dijo una voz profunda, como la de mis sueños, una voz que no conocía, y voltee a ver quién me hablaba. “ Tu tío me mandó a buscarte” , me dijo inmediatamente, tratando de tranquilizarme, al tiempo que ponía los seguros y la camioneta empezaba a moverse.

Hasta ese momento me di cuenta que la camioneta ya estaba prendida desde que llegué. Sentí un escalofrío terrible recorrer toda mi espina dorsal, el miedo me invadió ahuyentando en un instante todo el deseo que sentía por ser cogida por Luis. Sentí que la sangre subía y bajaba por mi rostro en cada segundo que la camioneta avanzaba y se alejaba del pueblo. Quizá me puse más blanca de lo que soy.

-       ¿Quién eres? Le pregunté, tratando de mostrar una seguridad que instantes antes me había abandonado.

-       Me llamo Carlos, me dijo, y soy amigo de tu tío Luis. Él no pudo venir y me dijo que yo recogiera a su sobrina, a ti, me dijo con esa profunda y cavernosa voz que me recordaba mis sueños. Sentí temor.

-       ¿y a dónde vamos? Le dije, mientras volteaba nerviosamente mirando hacia atrás y viendo como el pueblo se esfumaba en un punto polvoso.

-       A su casa, ¿no conoces la casa de tu tío? Me dijo, como buscando descubrir la mentira de que yo fuera su sobrina.

-       Sí, le dije titubeante, pero nunca hemos venido por este camino, le mentí.

-       Por este lado es más rápido, me dijo, no te preocupes, no te pasará nada malo. Tu tío me mandó, sino fuera así, no me hubiera prestado su camioneta, dijo con esa voz que hoy, después de muchos años, me parece muy sensual, pero que en ese momento me daba terror, pues me recordaba mis locos sueños.

-       Me tranquilizó con lo último que me dijo.

Llegamos pronto a la casa de Luis, este abrió el portón y entré con su amigo. Yo ignoraba que Luis tuviera una casa cerca de mi pueblo, supuse que era de él.

-       No me dijiste que no estarías solo, fue lo primero que le dije en tono de reclamo.

-       No te preocupes, me dijo, mientras me daba un beso en la mejilla, ahorita ya se van.

-       ¿Ya se van? Dije, mientras mi corazón empezaba a latir a mil por hora producto de los nervios que me estaban consumiendo. ¿Pues cuántos son? Le dije, ya con cierta molestia.

-       Dos amigos, me dijo, pero no te preocupes, están en el bungalow, pero en unos minutos ya se irán, tú quédate acá, dijo al tiempo que señalaba la sala beige de su hermosa casa, voy a despedirlos, te deseo tanto.

Solo escuché el golpe de la puerta que se cerraba. Luis regresó al interior de la casa, realmente estaba yo súper nerviosa. No dijo nada, solo se acercó a mí, hasta el sillón donde estaba sentada. Subió una de sus rodillas a un lado de mi cuerpo, aprisionándome con sus piernas para no dejarme levantar. Acercó sus labios a los míos y me dio un beso muy tierno en mis temblorosos labios, fue suave muy lindo. Tomó mis manos entre las suyas, sin aprisionarlas, con mis palmas hacia abajo empezó a juguetear con mis dedos acariciándolos tiernamente, al tiempo que me miraba fijamente a los ojos y me decía: “ estás preciosa mi niña hermosa” . Solo sonreí, empecé a tranquilizarme y, obviamente, a sentir el cosquilleo de la calentura nuevamente inundar mi cuerpo. Me gustaba lo que me decía y cómo me trataba.

Manuel entraba y salía como un loco de mi chorreante panochita, el golpe de su hueso pélvico contra mi cuerpo era amortiguado por mis carnosas y redondas nalgas. El chico la tenía tan gorda que sentía que me apretaba de adentro hacia afuera. Era delicioso sentirlo moverse tan furioso dentro de mí. Si seguía así seguro muy pronto me aventaría su chorreante y espesa leche. Tenía que calmarlo.

En ese momento el teléfono de la casa sonó. Voltee a ver el reloj, pasaba de la una de la tarde. Seguro era mi marido. No lo atendí en el momento, aunque con los primeros timbrazos, Manú, se quedó quieto, “ sigue ” le dije, “ ahorita contesto ”. Seguimos en nuestra rica y deliciosa tarea unos minutos más. El teléfono volvió a sonar. “ Voy a responder ”, le dije, “ debe ser mi marido ”. Me salí tirándome sobre la cama y luego rodé por el mullido colchón al tiempo que alzaba mis piernas pasándolas por enfrente de Manú; lo miré, era un chico sencillamente hermoso, ahí lo tenía parado enfrente de mí, en mi habitación conyugal, con toda su juventud y energía solo para mí. Su verga, muy gorda, me miraba expectante, deseando que acabara pronto de hablar por teléfono con el cornudo de mi marido para volver a meterse dentro de mi caliente conchita que también moría de deseo por seguirla sintiendo muy adentro de mí.

Volví a besar sus labios con deseos insanos, propios de una mujer madura que tenía ansias locas de devorarse a aquel jovencito que ahora era presa de ella y que estaba completamente dispuesto a lo que ella mandara. Me senté en el borde de la cama y empecé a besar su desnudo torso, sus tetillas, su abdomen, con besos rápidos, mientras mis manos acariciaban sus delgadas caderas, sus suaves nalgas y musculosas piernas. Su falo, duro y firme, se pegaba a mis senos cuando me acercaba más a él para besar su joven y bello cuerpo.

La primera vez había sido doloroso, pero ese día tenía deseos enfermos de sentir su dura y gorda verga entrar en mi agujerito negro, estrecho y muy caliente como, hacía muchos años, me lo decía Luis.

Volví a ponerme en cuatro, me ensalivé el estrecho hoyito, me metí un dedo, luego otro, mi corazón latía aprisa pues deseaba que esta vez él no fallara en su intento. Saqué mis dedos y apreté mis músculos internos para que mi agujero se estrechara y luego se ensanchara como un guiñó para Manú, para que viera que lo deseaba tanto.

-       Métemela por ahí, le dije.

Tomé su verga con mi mano y lo puse en la entrada de mi caliente agujerito. No lo solté, esta vez debería entrar deliciosamente. “ Empuja suave, despacito ” le dije. Fue un “ Oh ” prolongado, tan prolongado como el suave dolor y el exquisito placer que experimenté al sentir como resbaló su verga completamente hasta el fondo de mis entrañas. Sentí pasó a pasó, milímetro a milímetro como fue entrando, como se fue abriendo paso, con suavidad, con ternura, con cierto temor pero también con el deseo de saber qué se sentía encular a una señora como yo, de mi edad y con mi cuerpo sinuoso y caliente.

-       No te muevas, le dije cuando sentí que su pelvis chocó con mis blancas nalgas. Quédate un ratito así, yo te aviso, le ordené.

Mis sienes palpitaban fuertemente me sentía como la primera vez que Luis me lo hizo, con la diferencia que hoy sabía perfectamente como disfrutarlo en mi ardiente calentura que me provocaba aquel joven que tenía completamente para mí. Era maravilloso tenerlo así, de esa forma, dentro de mí. Sentir cómo se hinchaba su verga con el apretón que le daban las paredes de mi recto, era deliciosamente rico y hacía que mi concha lubricara tanto que empezara a chorrear de tanta humedad y calentura que sentía, al grado que empezaba a chorrearme las piernas.

Muévete despacio ” le dije, y el chico, obediente, empezó a entrar y salir con delicadeza. Uf!!! ¡Qué rico sentía! qué delicia de verga estaba comiéndome por ese estrecho agujero, qué rica y ardiente experiencia, comerme por primera vez una verga tan joven de la forma como yo quisiera y deseara. “ Un poco más rápido ”, ordené, “ pégame en las nalgas ” volví a ordenar. Manú me dio un golpe tímido, muy tímido, deseando no lastimarme, al tiempo que arreciaba sus movimientos. “ Más fuerte, más fuerte ” casi grité.

Luis me llevó hasta su recámara, me desnudó suavemente, sin prisas, despacio pasó mi blusa escolar por encima de mi cabeza, luego soltó el broche del sostén, mis juveniles tetas permanecieron en su lugar, erguidos tanto por la dureza propias de la juventud, como por su tamaño, ya que nunca tuve senos grandes. Las aureolas oscuras, casi negras, contrastaban fuertemente con la blancura de mi piel; mis pezones se endurecieron aún más al sentir el aire de la habitación y el claro calor de mi excitación. Bajó el cierre lateral de mi falda, esta cayó a mis pies, sobre mis zapatos escolares. Pasé un pie por encima y luego el otro para dejar la falda tirada en el suelo. Me tomó de las manos y se quedó viendo, estático, callado mi joven cuerpo. No necesitaba decir nada, sus ojos destellaban la mezcla de ternura y lujuria que sentía por tenerme ahí con él. Iba a ser una experiencia inolvidable. Me quitó los zapatos, luego las medias del uniforme escolar y bajó mis pantaletas blancas; mis vellos claros que rodeaban mi cuquita, quedaron al descubierto. Toda yo estaba a su merced. A sus ardientes deseos.

-       Quiero proponerte algo, me dijo.

-       ¿Qué? Pregunté con el temblor en mi voz.

-       Quiero vendarte los ojos para que experimentes todas las sensaciones de tu cuerpo mientras te hago el amor, me dijo con una mezcla de súplica y orden en sus ojos.

-       Sí, está bien, le dije. No sabía qué iba a pasar ni cuáles eran sus intenciones, solo deseaba sentirlo dentro de mí. Estaba muy caliente.

Regresó con una tela de satén (satín, en algunos lugares), lo dobló sobre sí varias veces, lo pasó alrededor de mis ojos y luego caminó hacia mis espaldas para amarrarlo suave pero firmemente, impidiendo que pudiera ver algo.

Me llevó hasta su cama, me acostó boca arriba y me dejó un rato mientras se desnudaba, cosa que supe porque cuando regresó sentí toda su piel rozar mi joven y temblorosa dermis. Me acarició de pies a cabeza, a veces con sus labios, otras solo con la yema de sus dedos, casi sin tocarme me hacía estremecer de pies a cabezas. Sus dedos volaban, apenas rozando mi cuerpo, era una experiencia delirante. No me tocaba mi cuquita, solo mi cuerpo y de repente mis blancos y pequeños senos.

-       No tengas miedo, me dijo, mientras tomaba mi muñeca izquierda y lo ataba con una tela tan suave que casi no sentía. No te pasará nada malo, solo déjate, insistió cuando quise incorporarme para quitarme el nudo de mi muñeca.

Hizo lo mismo con mi otra mano y luego ató la misma tela, lo reconocía por la suavidad que sentía mi piel, en mis tobillos. No dije nada, pues me dejó así, con una tela anudada en mis tobillos y muñecas e inmediatamente siguió acariciando mi cuerpo. Volví a excitarme y dejé de lado mis temores.

Se bajó a mi entrepierna. Empezó a besar alrededor de mi conchita. No me tocaba los labios, solo me besaba alrededor de ellos. Era maravilloso todo lo que estaba sintiendo. Mi concha estaba súper húmeda, casi chorreante.

De repente sentí que jaló mi brazo hacia arriba, me quedé muda, estática de miedo y mi corazón golpeaba con mucha fuerza mi pecho. Me amarró a la cama, quise moverme, pero fue muy rápido, cuando me di cuenta ya estaba atada de las dos manos. Él me tranquilizaba con sus palabras, seguía estando ahí conmigo. Cuando reaccioné ya estaba completamente atada a la cama de mis cuatro extremidades. Siguió acariciándome suavemente, “ disfrútalo ” me decía, “ disfrútalo, ya verás que te va a gustar y lo vas a gozar mucho ”.

Sentí un ligero cosquilleo subir desde mi cintura hasta mis senos. Era una pluma de ave. Lo pasaba suavemente por mi pezón izquierdo mientras ponía su dura verga encima de la palma de mi mano. Luego se acomodó para que tomara sus huevos entre mis dedos. Siguió con su deliciosa tarea, acariciando todo mi cuerpo con la suavidad de aquella suave y tersa pluma de ave. Era una experiencia enloquecedora y terriblemente excitante. Me estaba poniendo loca pues mi cuerpo ardía en calentura, quería sentirlo dentro de mí, ya, en ese mismo instante. La tortura que sentía mi cuerpo era delirante.

De repente un recuerdo, vago, difuso y que de golpe se hizo claro, me asusté al tiempo que me decía para mi… ¡mi sueño!