La otra mirada. Susy, una dulce ama de casa 6

Seguimos en la camioneta, casi sin darme cuenta lo estaba montando, ahí mismo, donde posiblemente alguien pudiera vernos.

Me levantó con mucha facilidad y rapidez, su mano izquierda hizo, con un movimiento fuerte y rápido, a un lado mis pantaletas y me dejó caer con una precisión casi milimétrica sobre su desnuda, parada y gruesa verga. Un ¡aaaaaaaa! sonoramente fuerte y prolongado salió de mis labios, al mismo tiempo que cerraba los ojos con fuerza, mordía mis labios para no gritar más fuerte aún, agachaba la cabeza hacia un lado y con mis uñas arañaba parte de sus hombros y espalda. Mi falda escolar, de cuadros grises, caía a cada lado de sus piernas.

Luego fue un ¡ah! ¡ah! ¡ah! repetidas veces lo único que emitía mi boca cada que él me levantaba y me dejaba caer para que su verga entrara y saliera de mi delgado y joven cuerpo. Luis lo había hecho, sin mi consentimiento con palabras porque mis hechos demostraban que lo deseaba, ahí me estaba poseyendo, en medio del campo y yo lo estaba disfrutando verdaderamente como una loca. En el fondo de mi ser gozaba pensando que me estaba vengando de Javier, del desgraciado de Javier. Pensé en él y sentí un sentimiento inmenso de satisfacción al pensar que le estaba pagando con la misma moneda. Se lo merecía por desdichado.

Lo estuve montado mucho tiempo, no recuerdo cuánto, pero me pareció una eternidad; él me besaba el cuello, las orejas y de repente me mordía los pezones por encima del escudo de la secundaria de mi blusa escolar. No nos desnudamos, pero no hacía falta, cada que entraba y salía de mí yo sentía que tocaba todas las fibras sensibles de mi vagina, haciéndome erizar los vellos de mi piel mientras sentía un calor que subía y bajaba mi cuerpo, deteniéndose para juguetear en mi vientre y bañar su falo con mis ardientes y espesos jugos. Estaba disfrutando como una enferma poseída de insanos deseos, aunque en un principio yo no deseaba que eso pasara así, de esa forma, sin embargo lo estaba gozando muchísimo y creo que lo disfrutaba todavía más porque era parte del plan de mi venganza contra Javier, aunque en ese momento no sabía que yo misma iba a ser parte de ese plan.

Sentí como su verga se hinchó mucho más, sentí que me apretaba de adentro hacia afuera, como si quisiera estallar; los ruidos que hacía con su boca iban en aumento, bufaba como un toro, era muy excitante escuchar su respiración agitada a un lado de mi rostro, yo estaba ardiendo en mi calentura, nuestros rostros estaban rojos, tan rojos como el sol que me pegaba en la espalda.

-       Me voy a venir, me dijo.

-       No te vengas dentro de mí, no tomo nada, le mentí.

Me levantó con sus dos manos y me sacó de su dura estaca que instantes antes estaba completamente clavada en mi cuerpo. El prepucio de su verga estaba inmensamente roja, su gorda verga se veía muy grande, por momentos me asustaba de tan grande que se veía. Me tomó por la nuca y bajó con fuerza mi cabeza hacia el ojo semiabierto de su pene, mientras que con su mano izquierda se masturbaba. “ Chúpala ” me dijo y acercó con mayor fuerza mi cabeza hacia su glande. Abrí mi boca formando un círculo imperfecto para meterme su gorda cabeza en mi boca, tenía un sabor raro, una mezcla de su semen y mis jugos, no era desagradable pero sí muy raro. A Javier no se la había mamado de esa forma, siempre había sido antes de que me penetrara. Luis me jaló un poco de los cabellos y me dijo: “ saca la lengua y pásala en la cabecita ”. Le obedecí, pasé mi lengua por alrededor de aquella cabeza que parecía un monstruo de un solo ojo, pero que a mi en ese momento me parecía una delicia de carne cruda y dura que me estaba comiendo y que, además, me estaba encantando hacerlo así.

De repente empezó a bufar muy fuerte, hizo su cabeza para atrás y los movimientos de su mano empezaron a moverse con una velocidad increíble mientras subía y bajaba la piel de aquella dura, venosa y gorda verga. Parecía que convulsionaba y por un momento me asustó. Me hice un poco para atrás, no quería que “aquello” me salpicara, él siguió con su deliciosa tarea, yo lo veía absorta, viendo como su palo duro empezaba a escupir su espesa y caliente leche, solo observé como estiró sus piernas y cada vez gemía más fuerte, muy fuerte, parecía no importarle que alguien lo escuchara y por lo tanto nos viera. No pasó mucho rato, se fue calmando poco a poco, abrió los ojos, me miró y me sonrió, no dijo nada solo tomó mi cabeza y con fuerza me fue indicando que quería me bajara a mamársela. Tampoco dije nada y le obedecí, bajé mi cabeza y con cierta repulsión fui acercando mis labios hasta su verga que estaba bañada en su blanco y espeso semen. Abrí mi boca, él me seguía sujetando la nuca todavía, pasé primero mi lengua por encima de aquel ojo que absorto me veía en mi caliente tarea. Sabía raro, nunca antes lo había probado, al principio me desagradó un poco pero tampoco tenía opción, su mano me seguía sosteniendo la cabeza, y en esa posición, así como estaba, me di cuenta que me empezaba a gustar sentirme sometida.

Tenía un sabor ligeramente salado, no sabía del todo mal pero lo que no gustaba mucho era su viscosa consistencia, seguí chupándosela mientras él me decía, “ límpiala ”, orden que era innecesaria pues ya le había encontrado el gusto a su sabor, así es que desde arriba hasta abajo me la metí completamente, luego saqué mi lengua y empecé a pasársela por fuera, primero de un lado, luego por el otro y después todo alrededor de aquella gruesa verga que estaba semidura. Poco a poco fue perdiendo rigidez, pero yo seguía mamándosela con loco frenesí, no dejaba un segundo de chupar y chupar aquel delicioso tronco de verga que minutos antes me había penetrado. En un instante pensé en Javier y me dio gusto haberme vengado así de él.

Llegué a mi casa y con una franca y plena sonrisa que se dibujaba en mi rostro saludé a mi madre y a Javier que estaban platicando animadamente con ella en el patio de mi casa. “ Voy a descansar un rato ” le dije a mi madre.

Haciendo a un lado la sucia y raída tela que simulaba ser la cortina que colgaba en la puerta de entrada de la casa, salió mi padre de ella. Viejo, panzón y calvo, vestido con su eterna rota playera blanca, pantalones cafés y sus huaraches sucios, remataban el triste y horrible cuadro de un hombre sin ambiciones, sumergido en la miseria de sus tristes y paupérrimas aspiraciones. Me dio coraje y tristeza a la vez, quise entender a mi madre y las razones que la hacían que todos los días tuviéramos distintos “invitados” en la casa, entre ellos a Javier. Musité un “ buenas tardes pá ” y sin esperar que me respondiera entré a mi casa, tiré mis útiles escolares, y así vestida como estaba, me dejé caer, boca abajo, sobre mi viejo y roto catre. Pensé en el viejo que me acaba de poseer y en Javier por quien yo sentía un dulce cariño. Ganó el viejo con su gorda, negra y larga verga. Mucho más grande y gruesa que la de Javier. Empecé a excitarme de nuevo, empecé a desearlo dentro de mí, ahora con más calma. Creo que ese día, no recuerdo con exactitud la fecha, pero ese verano fue el inició de mi putería. Metí mis manos debajo de mi falda, me toqué fuertemente, estaba demasiado húmeda. Me seguí tocando hasta que me venció el cansancio.

El sueño era muy raro, yo corría desnuda por un campo lleno de flores, era un campo colorido y muy lindo; en algunos espacios había pastizales altos hasta la cintura y un poco más allá. Veía mi cuerpo delgado y blanco moverse como un proyectil sin rumbo ni destino. A lo lejos veía a Javier, cuatro corceles blancos, hermosos pero salvajes me perseguían y cada vez que yo arreciaba mi carrera ellos se acercaban más a mí. Era de tarde y la luz del sol pronto se ocultaría para dar paso a las tinieblas de la noche. Yo le gritaba a Javier, pero él no me escuchaba. De repente volteé a ver a los caballos que me seguían, había uno negro, completamente azabache, tenía un crucifijo plateado que colgaba de su cuello, él venía un poco más atrás De repente me resbalé y caí sobre el verde pasto de aquel hermoso campo.  Los caballos se acercaron peligrosamente a mí, escuchaba el fuerte resoplido y el aire caliente que emanaba de sus narices. Alcé la vista para verlos y curiosamente, como pasa en muchos sueños, los potros se habían convertido en cuatro hombres, todos viejos de la edad de Luis, entre 50 y 60 años. Estaban parados frente a mí, desnudos con sus penes erectos, reían escandalosamente y sus risas taladraban mis oídos.. Los cuatro hombres me rodeaban, de repente llegó Luis y les dijo, “ sí, sí, es ella ”. Abrí los ojos desmesuradamente, no sabía a qué se refería con eso. A lo lejos vi a un joven negro, muy joven, a lo mejor unos dos o tres años más que yo, traía el crucifijo plateado que rodeaba su cuello, él también estaba desnudo, no distinguía su pene pero algo me decía que también tenía su verga parada y que esta era muy grande. Le quería decir a Luis que me ayudara, pero su mirada fría y acusadora me decía que sería inútil pedirle ayuda. Empecé a sudar frío, intenté levantarme, pero solo alcancé a quedar de rodillas, crucé mis brazos para cubrir mis pequeños y blancos senos, los hombres me rodearon, se acercaron con sus vergas sumamente erectas, me quedaban a la altura de mi rostro, “ empieza con uno ” me ordenó Luis. Lo quedé mirando mientras uno de los viejos se acercó más hacia mí, no quería hacerlo pero no tenía opción, vi su verga era muy gorda pero corta, no estaba tan grande, agaché la cabeza, cerré los ojos y apreté fuertemente los labios. “ Noooo ” grité, pero un golpe cruzó por mi rostro para hacerme entender que él, Luis, era quien mandaba, empecé a sollozar…

Susy, Susy, que tienes, fue la voz que me despertó, era mi hermano más chico.

-       Estabas gritando, me dijo.

-       Nada, le dije, estaba soñando

Estaba empapada de sudor y mi corazón latía aceleradamente. Me levanté y me quité el uniforme escolar, me asomé por la ventana hacia el patio, empezaba a caer la tarde. Los almendros del patio de la casa se vestían de colores dorados y rojizos. Una tenue luz ya estaba encendida a lo lejos del patio. Era la luz del baño. Ya había otros hombres tomando con mis padres, Javier ya no estaba, ya se había ido. Sentí tristeza que no se despidiera de mí, pero luego “mi razón” me dijo que era mejor así. Busqué odiarlo de nuevo.

¿Quieren algo de la tienda? Le pregunté a mis hermanos, “antes de que la cierren” insistí.

-       Sí, dijo el menor, pero voy contigo.

-       Está bien pues, le dije, vamos. Tomé los 100 pesos que Luis me había dado en la mañana y salimos a la tienda.

Cuando crucé el patio de mi casa saludé tímidamente y sentí el peso morboso de todas las miradas de los cuatro viejos que ahí estaban tomando con mis padres. Busqué con mis ojos a mi padre y lo vi sentado en el sillón roto y maloliente de maderas viejas, casi estaba dormido. Busqué a mi madre y solo sonreía feliz hablando con el viejo que estaba a su lado. Cuando quité el alambre que sostenía nuestra reja de palos y maderas escuché las risotadas de todos, me taladraron el cerebro. Recordé mi sueño y me asusté.

Cuando llegué a la tienda ahí estaba él, un joven muy moreno, de piel casi negra, unos dos o tres años mayor que yo. Sabía que no era de mi pueblo, nunca lo había visto a él. Reía para mis adentros cuando al verlo vi el caballo negro que me perseguía en mis sueños. “ Ya te vi desnudo ” dije para mí, y también para mí, me reí como una loca. Cuando salí de la tienda me preguntó si sabía donde vivía “don Tito” o “doña Ana”, son mis padres les dije.

-       Necesito hablar con ellos, me dijo.

-       Yo voy para mi casa, le dije, si quieres vamos.

No hablamos durante el camino, llegamos y cuando los viejos lo vieron llegar, primero enmudecieron, luego como si no se hubieran visto en años empezaron a saludarlo efusivamente. Se llamaba Víctor.

Me metí a la casa y le preparé la cena a mis hermanos, les prendí el viejo televisor y nos sentamos a ver lo que en ese momento se transmitía en el único canal que se veía por esos rumbos.

Un poco más noche me asomé nuevamente en la ventana de mi cuarto para ver lo que ocurría en el patio. Mi padre dormía preso del alcohol que inundaban sus venas. No se daba cuenta absolutamente de nada de lo que ahí pasaba.

Mi madre se levantó y se encaminó rumbo al baño, unos momentos después uno de los viejos también dejó su asiento y fue tras ella. Momentos después fue otro viejo. Pasado unos minutos, no sé cuántos, tal vez 10, tal vez 20 o quizá 30, no lo sé, regresaron. Los demás no dijeron nada y siguieron bebiendo.

Cerré la puerta con llave y me dispuse a dormir.

Estaba completamente desnuda, cada una de mis extremidades estaba atado a cada una de las patas de la cama. Mi cuerpo tierno y níveo contrastaba con las sábanas oscuras de aquel cuarto que jamás reconocí. Una lámpara colgaba del techo alumbrando únicamente mi desnudo cuerpo. Yo escuchaba voces y risas cerca de mi pero no alcanzaba a ver a nadie. Eran voces de hombres grandes, quizá algunos ya viejos. Voces roncas y aguardientosas. Parecía que estuvieran borrachos. Hablaban demasiado y sus risas taladraban mis oídos. Me moví como una loca para desatarme pero era inútil, solo alcanzaba a mover un poco mis caderas. Grité pidiendo ayuda y los hombres solo se reían más fuerte. Sentí sus miradas posarse en cada poro de mi juvenil cuerpo, seguro me miraban con ojos depravados y deseosos de tocar y poseerme.

De repente todo quedó en silencio, no escuchaba absolutamente nada. Hice el intento por casi no respirar para escuchar lo que pasaba a mi alrededor. Todo era un absoluto silencio. Alcanzaba a escuchar el latir de mi corazón y el fluir de mi sangre en mis venas, el terror empezaba a invadirme. Grité con todas mis fuerzas, pero tampoco escuchaba mis gritos. Todo era un absoluto y cierto silencio. Me moví como una loca, desesperadamente, no podía lograr nada. La luz seguía iluminando mi cuerpo. Escuché unos pasos, alguien se acercaba, pero no lograba ver absolutamente nada.

Se acercó más. “ Susy ” dijo con voz muy grave, profunda, cavernosa, temiblemente oscura. “ Susy ” repitió y mi cuerpo empezó a temblar involuntariamente. Se acercó más a la cama a la que estaba atada, la luz iluminaba su cuerpo, no lograba ver su rostro. Estaba parado a un lado de mi cama, completamente desnudo y con una verga enormemente erecta. Su verga era muy grande, tan grande que casi rozaba mis piernas. Gruesa, negra y muy cabezona. “ Susy ” volvió a decir y su voz me estremeció, pero contra mi voluntad, empecé a excitarme enormemente con solo mirar esa verga que se pegaba a mi muslo izquierdo. Mi vulva empezó a lubricar mucho, las negras sábanas empezaron a mojarse y un rubor de vergüenza inundó mi rostro. Sentí el calor de mi pena subir a mi cara, cerré los ojos con fuerza, grité preguntando ¿quién eres?, moví mi cuerpo nuevamente, me desperté. Estaba sudando demasiado y mi corazón latía con enorme fuerza. Me senté en la orilla de la cama y me pregunté por qué tenía esos sueños tan locos. Me puse una playera y me asomé por la ventana de mi cuarto. En el patio mi madre seguía bebiendo sola con Víctor, el joven que había encontrado en la tienda. Mi padre seguía durmiendo profundamente a un lado ahogado de borracho. Ellos reían y brindaban con demasiada alegría.