La otra mirada. Susy, una dulce ama de casa 5

Susy sigue recordando cómo inició su gusto por los jóvenes y nos narra cómo convirtió su coraje hacia Javier en un deseo sexual enorme del cual después ella se convirtió en su presa.

Hincada como estaba, literalmente, engullí aquel delicioso trozo de carne juvenil que estaba ante mi boca. No podía desperdiciarlo, se veía rico, apetecible, era una carne juvenil y virgen. Duro como una roca se elevaba hacia el techo de mi casa, Manuel no se movía, solo gemía en cada mamaba que le daba, mientras sus brazos se estiraban a todo lo largo del respaldo del sillón; mis expertos labios y mi ardiente boca succionaban con fuerza cada que terminaban en la punta de su glande haciendo el clásico chasquido de una rica y deliciosa chupada, estaba delicioso.

Chupaba sus huevos llenos de vellos, primero uno, luego me metí el otro en la boca, él gemía, estaba muy rico. En cada chupada que le daba el alzaba un poco sus caderas, como queriendo meterse completamente en mi boca.

“Maestra dónde me voy a quedar” fue la voz del joven protagonista de la película que corría en el televisor la que nos distrajo un poco, voltee a ver y la pantalla ya reflejaba al chico compartiendo la misma cama con su maestra, ambos intentando dormir, acostados dándose la espalada, cuando ellos ya sabían lo que pasaría; casi lo mismo que estaba ocurriendo en la sala de mi casa, con la gran diferencia que yo ya tenía aquel delicado, duro, suave y ardiente caramelo dentro de mi boca. Tenía ganas de que explotara en mi boca, quería sentir su calentura estallar dentro de mí, sentir su sabor y que su leche escurriera por la comisura de sus labios; estaba segura que después de venirse en mi boca, por su juventud, pronto se repondría y me lo podría llevar a mi lecho nupcial para disfrutarlo con más calma. Teníamos casi todo el día, mi marido regresaba a casa hasta la noche y sus padres llegarían todavía mucho más tarde.

Apuré mis movimientos con mi mano derecha mientras mi boca bajaba y subía a lo largo de aquel delicioso palo que me estaba comiendo. Su sabor era único, especial, exquisito, era el primer jovencito que tenía, literalmente, entre mis manos y dentro de mi boca. No sabía hasta dónde me llevaría este primer paso, ignoraba que después de esa mañana el delirio de mi calentura me llevaría a pensar únicamente en los jóvenes, con el temblor de sus cuerpos entre mis manos, con su primera vez descargándoseme en mi boca, y algunos más atrevidos vaciándose en mi vagina y hasta en mi más estrecho agujero; descubrí ese mundo de chicos calenturientos, siempre deseosos de meter su verga en un agujero dilatado y ardiente, ese mundo de jóvenes que en su primera vez temblaban de nervios, algunos con las manos sudorosas pero con la verga siempre firme, dura y dispuesta para el primer encuentro sexual.

Seguí deleitándome con su rico aroma, mi nariz aspiraba aquel olor, mezcla de su virilidad y mis salivas, era enloquecedor para mis sentidos, tenía un olor muy especial; Manuel solo se quejaba, era delicioso disfrutarlo ahí en mi propia casa, en ese lugar en donde mi marido se sentaba a leer o jugar con mi nena, me daba un morbo especial y muy caliente.

Cuando estaba disfrutando de esa suave y juvenil piel, quise pensar que eso sentía Javier cuando allá, en mi primera adolescencia, me poseyó y me enseñó a disfrutar del sexo. Todo estaba perfecto, su experiencia y mis ardientes deseos encajaban a la perfección, así como encajaba su pene en mi apretada vagina. Pero aprendí que todo inicio tiene un final, a veces muy doloroso. Estuvimos cerca de dos meses hasta que de repente todo se derrumbó aquella tarde cuando lo vi con mi madre. Me sentí usada, infeliz, lloré toda la noche de rabia y decepción, no le dije nada ese día, después mi tristeza se convirtió en coraje y esta viró en odio hacia lo que sentía por él, tenía que buscar la forma de vengarme, aunque en ese momento no sabía que en esa venganza yo iba a ser mi propia víctima.

Días antes Javier había llevado a Luis, un señor un poco más grande que él, tal vez de unos 50 o 55 años, Javier tenía 38 en ese tiempo, mi madre andaba en los 40 y tantos. Luis fue muy amable conmigo, pero nunca pensé nada fuera de lo ordinario, simplemente lo vi como un amigo de Javier, y como uno más que iba a la casa de mis padres a tomar una copa y platicar con ellos.

Mientras mis labios seguían chupando delicada y deliciosamente aquella verga dura que se encontraba frente a mí, mi mente voló a aquel fatídico día. Esa mañana las clases se habían suspendido en la secundaria, los maestros tenían problemas con el director y cerraron la escuela. Si me hubiera directamente a la casa tal vez nunca me hubiera enterado, sin embargo, Mario, un compañerito de clase, insistió en invitarme un helado, acepté y fuimos varios al parque a tomar el helado y disfrutar nuestro día sin clases.

Cerca de mediodía, me despedí y me fui a casa. Al doblar la esquina vi el carro de Javier estacionarse frente a mi casa, mi corazón brincó de alegría y mi cuquita empezó a sentir ese calorcito rico que ya conocía, a mí todavía me faltaba un poco más de dos cuadras. Él se bajó y entró a la casa. No me vio. Minutos después yo llegué y al abrir la vieja puerta de madera y palos rotos me extrañó no verlo en el patio sentado y platicando, ya fuera con mi padre o mi madre. Había mucho silencio en el patio. Contra mi costumbre, no hice el clásico grito de “ ya vine ”; justo cuando iba a entrar a la casa escuché gemidos, ya los reconocía bien, eran muy parecidos a los que yo hacía cuando Javier me besaba el cuello o la nuca parado desde atrás de mí. Me asomé con cuidado, ahí estaban los dos, todavía vestidos, se besaban, se acariciaban todo, se estaba “fajando” a mi mamá, como decíamos en esos tiempos. Mi madre no se resistía, sino todo lo contrario, el desgraciado de Javier se la estaba comiendo sabroso y se veía que ella lo disfrutaba demasiado. Supuse que no era la primera vez.

Me quedé un rato viendo, congelada, como estatua, no sabía cómo actuar. Se desnudaron completamente, hasta que él le dijo: “ quiero cogerte en la cama de tu hija ”, mi corazón dio un vuelco, me llené de tristeza y de rabia, un tremendo coraje inundó todo mi cuerpo, quería entrar y decirle sus cosas, todo lo que sentía, pero la verdad me faltó valor. Solo vi como ella caminó hacia atrás, prendida de sus labios, nunca se separaron. Él caminó un poco encorvado, pues era más alto que mi madre, y yendo hacia ella con los labios pegados, desaparecieron en aquel cuartucho que, en ese tiempo, era mi “recámara”. Me solté a llorar, lloré demasiado y me salí de la casa. Caminé mucho rato y después de pensar cómo me vengaría, regresé a mi casa. Ya estaban sentados en el patio platicando. Volví a sentir rabia y mucho dolor, pero lo supe disimular muy bien. Vieron mis ojos llorosos y mi madre me preguntó qué tenía, le dije que nada, que tonterías con mi mejor amiga y les dije que me iba a dormir un rato. Pronto me las iba a cobrar todas.

Manuel estaba a punto de terminar, lo sabía, estiró sus piernas y estas se tensaron, bajé un poco el ritmo de mis mamadas, pues aunque sí quería recibirlo en mi boca, quería que ese momento durara un poco más. Saqué mi lengua y empecé a pasarlo desde sus huevos hasta la punta de su glande. De vez en cuando lo miraba, tenía sus ojitos cerrados y solo resoplaba cada vez que mi boca entraba hasta lo profundo de su garganta y su glande pegaba con mi campanilla.

Apuré mis movimientos, mi mano derecha empezó a masturbarlo con fuerza en tanto mis labios se acoplaron perfectamente en su roja cabecita. Solo rodee su cabecita con mis labios y chupaba fuertemente en tanto mi mano seguía el movimiento fuerte y rápido para hacerlo venir dentro de mi boca.

Explotó como nunca lo había sentido, su espesa y caliente leche golpeó mi úvula, empecé a tragar, no quería desperdiciar nada de aquel exquisito néctar con un ligero sabor salado. Seguía vaciándose y yo seguía chupando su glande, era impresionante la cantidad de esperma que estaba aventando en mi ardiente boca. Ni una gota deseaba que se desperdiciara. Todavía seguí un rato más, mamándosela fuertemente, hasta que ya no le saliera más leche. Él seguía muy duro todavía, no se la había bajado nada. Era un chico maravilloso. Sentí unas inmensas ganas de montármelo en ese mismo instante, pues su verga estaba súper parada, no se había bajado casi nada, pero me aguanté, me puse de pie y le dije “ ven, vamos a asearnos ”.

Antes de entrar al baño nos detuvimos, lo besé con fuerza y pasión. Empecé a quitarle su playera tipo polo, un cuerpo delgado pero musculoso fue descubierto por mis ojos. Simplemente estaba delicioso. Abrí el zipper de sus pantalones y lo dejé caer a sus pies junto con su trusa, mientras su verga hacia el clásico movimiento de arriba hacia abajo, como afirmando que eso deseaba que sucediera. Quedé embelesada con lo que veía, estaba perfecto: joven, delgado, musculoso y con un trozo de carne lo suficientemente grande para llenarme completa. Me separé un poco de él y, pasando por encima de mi cabeza, me quité el vestido dejándole ver la piel blanca de mi cuerpo, mientras mis ojos veían en el fondo de la pared, una fotografía, en donde yo estaba con Carlos,  mi marido, era la foto de nuestra boda, sonreíamos felices; sentí un poco de remordimiento pero después me dije: “ los hombres son para usarse m’hija ”, me acerqué a Manuel y colocando mis manos en sus mejillas volví a besarlo con locura. El chico estaba muy rico.

Esa tarde Javier había llegado con el nuevo amigo de la casa, Luis, y como siempre a mí me tocaba atenderlos sirviendo las bebidas y las botanas que mis padres me pedían para sus amigos. Luis empezó a hacerme plática, como queriendo saber más de mí, yo le respondía con cierta ligereza pues, hasta cierto punto, me daba pena de que estuvieran mis padres y Javier presentes; no ahondaba en mis respuestas y con monosílabos le respondía de manera cortante.

Cuando fui al refrigerador por otra ronda de cervezas, Javier me alcanzó y me dijo:

-       ¿Estás coqueteando con Luis?

-       Obvio no, le dije con una sonrisa en mis labios, lo noté molesto y eso me encantó.

-       Pues eso parece, no olvides que tú eres mía, me dijo señalándome con su dedo índice y con cierto tono amenazador.

-       Te vi con mi mamá, le dije con una mirada fría y dura, mi rostro serio y mis palabras vestidas con un tono intenso de reproche, giré un poco la charola de las cervezas y esquivándolo me fui al patio a dejarles sus bebidas.

Ya no me dijo nada esa tarde, lo noté ausente y algo preocupado, no era el mismo Javier de siempre, yo lo disfrutaba, pero al mismo tiempo me preguntaba ¿qué estaría pensando? Luis supo, por sus preguntas, que yo estaba en exámenes finales y que estaba saliendo temprano. En la primera oportunidad que tuvo de estar a solas conmigo, me preguntó si podría ir a la escuela por mí, yo le dije que sí, que estaba bien, y que el día que él quisiera fuera por mí.

-       Voy el viernes por ti, me dijo.

-       Sí está bien ¿vas a ir en tu camioneta? Le respondí

-       Sí, ¿a las 11 está bien? Me preguntó.

-       Sí, está súper, ahí te veo, le dije con mi natural coquetería de mujer.

Entramos al baño, Manuel llevaba su instrumento casi totalmente erguido, yo no me había quitado la tanga, quería bañarme así con él.

El agua tibia fue cayendo sobre nuestros cuerpos, siempre me ha encantado sentir como el agua resbala por todo mi cuerpo. De pie, como estábamos, nos empezamos a besar, era delicioso probar sus labios, suaves y virginales. Empecé a bajar por su torso, chupé suavemente sus tetillas, les di un delicado mordisco; seguí bajando y mientras mis labios besaban su marcado abdomen, mis manos jugueteaban con sus huevos y con su falo. Estaba nuevamente listo. Bajé más y empecé a chupar ese delicioso trozo de carne dura. El agua se metía entre mi boca y a veces dificultaba un poco mi traviesa tarea, pero el momento me tenía muy cachonda, muy caliente y convertida en toda una puta que deseaba ser cogida por su macho.

Se la mamé mucho rato, me quité la tanga y me recargué en la pared del baño; el agua tibia caía en mi espalda. Él se acomodó detrás de mí, puso su delicioso tronco en la entrada de mi ardiente cuevita, hice las nalgas hacia atrás y él empujó con todas sus fuerzas. ¡Uf! Qué delicia de cogida, sentí como su verga entró completamente en mí, abrió cada pliegue de mi vagina y fue llenando totalmente cada milímetro de mi ardiente vulva. Era maravilloso sentirlo duro dentro de mí. Empezó a moverse y yo a gemir como una loca, entraba y salía muy fuerte y eso me encantaba.

Mojados como estábamos no se cansaba de metérmela y sacarla con fuerza, con locura, con pasión. Era sumamente delicioso sentirlo así, duro como una roca. Era muy excitante escuchar cómo bufaba cada que entraba y salía de mi cuerpo, era un macho poseyendo a su hembra en celo, lejos había quedado aquel jovencito que días antes, tímidamente, había llegado a la casa acompañando a su padre. Yo lo había cazado, había sido mi presa desde el primer momento que lo vi. Esta delicioso, riquísimo, sumamente rico.

Recuerdo que lo primero que distinguí fue su camioneta, una hermosa camioneta negra, se veía grande y altiva como una pantera. Él estaba arriba de ella pero ya me había visto por el retrovisor, pues unos pasos antes que yo llegara hasta él, se apeó, dejando la puerta entreabierta, y bajando únicamente su pierna izquierda se volvió hacia mí para saludarme:

-       Hola linda, me dijo muy sonriente.

-       Hola, le respondí, pensé que no vendrías ya que no te veía.

-       Cómo crees que no, solo que me alejé un poco para evitar que tus amigos me vieran, afirmó.

-       Está bien, ¿me subo?

-       Sí, dijo él, y se bajó a abrirme la puerta, y de manera descarada me miró las piernas cuando al subirme mi falda escolar se subió mucho más allá de mis rodillas. No dije nada, estaba llena de rabia contra Javier.

-       A dónde vamos, preguntó.

-       No sé, le dije, no puedo llegar a mi casa después de las 2.

-       ¿Gustas un helado? Dijo, y me reí para mis adentros, estaba tratando de conquistarme, sin saber que yo ya había trazado un plan en donde él formaba parte de mi venganza.

-       Sí, está bien, pero no puede ser acá en el pueblo, me conocen y  no me gustaría que hablaran mal de mí.

-       No, iremos a un lugar que está discreto no te preocupes.

Tomamos el helado y me propuso que nos tomáramos una cerveza, no quise pues nunca me ha gustado el sabor de la cerveza, le dije que no podía llegar con olor a cerveza a la casa y entendió. La charla fue muy padre, creo que ambos la disfrutamos. Cerca de la una de la tarde me dijo “te llevo a tu casa”. Salimos rumbo a casa y con el pretexto de que el sol me pegaba en el rostro, me acerqué más a él, se dio cuenta y de regreso a casa tomó un camino solitario de terracería, yo lo conocía bien por lo que no sentí miedo ni nada, al contrario estaba con mucho coraje hacia Javier y dentro de mi deseaba que diera el primer paso.

Al llegar a una recta en donde se podía ver perfectamente quién podría venir y debajo de un árbol, estacionó su camioneta. En ese momento yo llevaba mi cabeza recargada en su hombro. No hice ningún movimiento, solo dejé que sucediera. Apagó el motor del carro, se volteó hacia mí, yo seguía recargada en su hombro, delicadamente tomó mi rostro desde mi barbilla, se inclinó un poco y me dio un beso que recibí con la calentura que sentía y con el coraje anidado en mi ser hacia el desgraciado de Javier. Sentía que me estaba vengando.

Me besó muy rico, empecé a mojarme bastante, acarició mis pechos por encima de mi uniforme escolar, quise tocar su verga pero no me atreví hasta que él tomó mi manita y la llevó a su entrepierna, estaba sumamente duro, retiré pronto mi mano, no quería que pasara otra cosa, al menos no ese día y no en ese lugar. Bajó a mis pechos y por encima de la tela empezó a mordisquear suavemente mis pezones, me prendió a mil, mi cuquita estaba chorreando. Bajó el cierre de sus pantalones, uf!! Si el tamaño de Javier me había parecido grande, este era inmenso, muy gorda, un poco más largo que el de Javier pero mucho más gorda, la tenía bien parada, volvió a tomar mi mano y se la agarré, mi pobre manita no alcanzaba a agarrarla totalmente, apenas rodeaba la mitad. Con su mano fue guiando mis movimientos, y suavemente lo empecé a masturbar mientras “eso” se ponía todavía mucho más dura. Estaba caliente. Seguíamos besando y mi mano subiendo y bajando su prepucio ya con un poco de rapidez.

Hizo un poco su asiento hacia atrás, me tomó de la cintura y me subió en él, me dio un poco de miedo pues sabía lo que él quería, quedamos frente a frente mientras seguimos besándonos. Su verga quedó entre mi vientre y el suyo. Metió su mano debajo de la falda de mi uniforme y empezó a tocar con el dorso de su mano derecha mi vagina súper mojada, me sobaba muy rico, empecé a gemir mientras nos seguíamos besando. En un momento volteó su mano y con empezó a introducir uno de sus dedos y con todo y mis pantaletas. Sentí muy rico, tenía los dedos muy gruesos. En un momento hizo mis pantaletas a un lado, instintivamente bajé mi mano izquierda para detenerlo sosteniendo su antebrazo, pero fue más rápido y fuerte que yo, cuando sentí ya tenía un dedo dentro de mi vagina que se había resbalado demasiado fácil ante mi gran lubricación. Ah!!! Gemí fuerte mientras cerraba los ojos y echaba mi cabeza para atrás, movimiento que el aprovechó para morder suavemente, por encima de mi ropa, mis pezones que estaban sumamente duros.

Manuel arreció sus movimientos, mi cabeza casi pegaba en la pared del baño, gruñía, su pelvis chocaba contra mis redondas y carnosas nalgas, y ayudado por el agua que nos caía de la regadera, hacía un ruido bastante fuerte que a mis oídos era como música que encendía mis sentidos y me transportaba al clímax de mi orgasmo. Me empecé a tocar el clítoris y a frotarlo fuertemente, mi piel se enchinó, un calor empezó a recorrer mi cuerpo subiendo hasta mi cabeza y haciéndola estallar en muchos pedazos, veía luces de colores mientras sentía la verga dura y gruesa del jovencito que me tenía casi arrinconada en el baño de mi casa. Empezó a vaciarse dentro de mí, su semen empezó a inundar mi ardiente cueva, yo sentía que llegaba a la gloria, él se aferró con fuerza a mis caderas y siguió metiéndomela y sacándomela con una fuerza y rapidez locas. Ambos llegamos a venirnos. Minutos después, sin que me la sacara, así como estábamos de pie y él detrás de mí, voltee mi rostro hacia él, crucé mi brazo por detrás de su nuca y nos besamos apasionadamente. El chico me había cogido deliciosamente.