La otra mirada. Susy, una dulce ama de casa 3

No importaba el tema ni el interés que pudiera mostrar en nuestra insulsa charla, lo importante para mi era coquetearle, mostrar un poco de mi cuerpo, ser muy provocativa, quizá demasiado puta a sus ojos.

Como siempre ahí me estaba esperando afuera de su tienda. Me devoraba con su libidinosa mirada. No me incomodaba, en realidad me excitaba. Don Pepe tenía algo que me calentaba con sus comentarios y la forma de mirar todo mi cuerpo. Con ningún otro hombre, y menos de la colonia, yo permitía que se dirigiera a mí en ese tono y con esas palabras, sin embargo, con don Pepe no solo lo permitía, sino que yo misma le decía palabras en doble sentido, alentándolo, sabiendo que el viejo se calentaba y a mi me pasaba exactamente lo mismo.

Caminé con mayor cadencia, moviendo mis caderas de un lado a otro, quizá exagerando un poco mis movimientos, pero sin rayar en la vulgaridad. Me estaba excitando a pesar de acabar de probar esa rica y deliciosa verga de don Juan.

-       Buenos días hermosa, ¿cómo está usted?

-       Don Pepe, usted siempre tan galante, estoy muy bien ¿no se nota? Dije, con un acento de mujer caliente y colocando mis manos en mis caderas para que pudiera apreciar mejor lo que tenía enfrente.

-       Mmmm… dijo con los labios juntos, la verdad sí se ve, se ve que está usted buenísima.

-       Favor que me hace don Pepe.

-       Exactamente, afirmó, el favor quisiera hacerle, pero usted solo me da largas.

-       Hay don Pepe, ¿cómo cree, no ve que soy una mujer casada y usted también es casado? Capaz que se entera mi marido o doña Anita y nos mata, dije y solté la carcajada.

-       No tienen porque enterarse mi reina, dijo, ya un poco más aventado al ver que le estaba dando entrada. Si usted me dice que sí, no sabe usted todo de lo que sería capaz. Y, además, le juro que no se arrepentiría, me dijo mientras se acercaba a mí y su olor me llegaba a mi nariz ofendiendo un poco mi sentido del olfato. Olía raro, algo desagradable, pero tenía algo que me calentaba, por lo que seguí con el jueguito caliente.

-       Mire, mejor luego le digo ¿si? le dije y me mordí los labios inferiores y agaché la mirada para evitar que se diera cuenta que estaba mintiendo, ahorita deme unas galletitas y un juguito que voy por mi nena.

-       ¿No prefiere lechita? Se la puedo dar, rica, caliente y espesa.

-       ¿Ya va a empezar con sus cosas don Pepe? Le dije en un tono suave y tranquilo, para que no pensara que me molestaban sus palabras.

-       Ahora que si prefiere también puedo ofrecerle un platanito con su yogurth, verá que le sabrá rico.

-       ¿Un platanito? Le pregunté con cara de asombro y decepción, mientras me volvía a morder el labio inferior -en un gesto muy habitual de mi parte- y ponía cara de tristeza, y luego solté la carcajada.

-       Bueno, en realidad es un plátano macho, dijo sonrojándose un poco, si gusta pase a la parte de atrás y ahí se lo doy con gusto.

-       ¿Atrás? Le pregunté nuevamente con picardía y volví a soltar la carcajada. No don Pepe, capaz que si paso a la trastienda sale su mujer y me deja media muerta.

-       Anita no está ahorita y no va a volver pronto fue a ver a su madre.

-       Mmm… dije en un tono como cuando alguien se saborea algo, pero luego me puse seria y afirmé: solo deme unas galletas y un juguito para mi nena, voy por ella y siempre quiere tomar su juguito.

Se acercó peligrosamente a mí, su olor volvió a llenar el espacio alrededor de mi nariz, me excitó a pesar de ser algo desagradable, era distinto al de mi marido que olía siempre delicioso y rico, este viejo, algo sucio, olía a macho y eso me calentaba un poco; acercó su rostro al mío en un intento por besarme mientras sus asperosas, viejas y gruesas manos se posaban alrededor de mi cintura, levantando un poco mi blusa y tocando con sus dedos medios y pulgares la suavidad de mi piel que ya empezaba a quemarse. Hice a un lado mi rostro para evitar el beso en mis labios y di dos pasos hacia atrás para evitarlo totalmente, sin embargo, esta vez la suerte no estaba de mi lado y quedé atrapada entre su cuerpo y el enfriador de paletas y lácteos.

No quería que me besara, pero parecía ser lo inevitable, quedé estática, con las manos hacia atrás recargada en el enfriador. Él soltó mi cintura y colocó los brazos a la altura de mis hombros recargándose en la pared, con lo cual me sentí prisionera. Su cuerpo estaba prácticamente pegado al mío, podía sentir sus piernas atrapando las mías y su olor se encerraba en mis fosas nasales. Volvió a acercar sus labios a los míos y yo, nuevamente, lo esquivé con un movimiento rápido hacia el lado izquierdo, bajando mi rostro y haciéndolo hacia atrás. No don Pepe , atiné a decir con todos los nervios que me llenaban en ese momento, no es correcto, soy una mujer casada, dije sin muchas fuerzas, pues entre el nervio y la calentura, mis palabras vacilaban. Empecé a sentir un poco de miedo, por un momento me imaginé que su esposa, doña Anita, pudiera entrar desde la trastienda, pues aunque él me había dicho que ella no estaba, yo no podía estar muy segura de ello; o bien, que algún vecino entrara en ese instante y me encontrara en una posición que daba mucho para una mala interpretación y desatar la imaginación de cualquier espectador.

La realidad es que no quería que me besara, a pesar de todo su olor me excitaba, pero no me gustaban sus dientes amarillos y sus bigotes descuidados, que nacían de manera rala y desordenada. Pensar que sus labios se posarían en los míos, que su lengua, con toda seguridad, entraría en mi boca y se enredaría con mi lengua, me causaba cierta repulsión aunque todo el momento en sí, me estaba excitando demasiado, y en esa lucha interna ganó mi cordura con un movimiento no pensado pero sí con toda la doble intención: que se quitará encima de mí y sentir si su verga que ya estaba erecta tenía el tamaño adecuado para llenarme completamente por si en algún momento me decidía a ser suya.

Bajé mi mano izquierda y con una suave fuerza agarré entre mis dedos su palo que ya me punzaba en una de mis piernas. Lo sentí muy grande, más grande que el de don Juan, y a pesar de su edad, bastante duro, lo sopesé por un momento entre mis manos y le apreté suavemente los huevos, pues sé que es una parte muy sensible que si se aprieta con fuerzas puede dolerles mucho a los hombres, pero con la suficiente fuerza para que se diera cuenta que si deseaba podía apretar más para que se quitara de encima de mí. Esto bastó para que, de manera instintiva, bajara sus brazos para cubrirse sus partes nobles; movimiento que yo aproveché para moverme fuera de su alcance, y con una seriedad que estaba lejos de sentir, le dije, esperando que mi excitación no me delatara en el temblor de mis palabras.

-       No vuelva a hacer eso don Pepe, así no. Le dije y rematé, porque si usted sigue haciendo eso, le juro que ya no vuelvo a venir a su tienda.

-       Perdóneme doña Susy, pero es que la verdad usted me vuelve loco, y pues, dijo titubeando, está usted muy muy buena.

-       Está bien, le dije, solo por eso lo perdono, pero no lo vuelva a hacer; ahora deme un jugo y unas galletas para mi nena, casi le ordené, mientras en mis manos todavía sentía el palpitar de aquella verga que acaba de estar dentro de mis dedos y que me hacían escurrir, pero debía ser cauta, no era ni el momento ni el lugar adecuado.

Ya con mi nena andando, sujeta de mi mano izquierda volví a casa. Me chocaban las empedradas calles de esa colonia en donde, no tenía mucho tiempo, que habíamos llegado a vivir, aunque era un vecindario muy tranquilo y sereno, no terminaba gustándome del todo. Yo no podía caminar como a mí me gustaba, pues tenía que cuidar mis pisadas por temor a pisar mal y caerme. Doblé la esquina para ingresar a la privada Dalia que era donde vivíamos. El Ingenio Azucarero “La Abeja” hizo sonar su silbato como todas las mañanas indicando que era la hora del desayuno de los obreros. “Es temprano aún” pensé, y me di cuenta que aún seguía caliente; y con el ritmo cadencioso de mis jugosas nalgas, que eran apretadas por la suave tela del pantalón de mezclilla, seguí caminando rumbo a la casa. Vi una silueta a lo lejos que caminaba acercándose a nosotras. Era Manuel el hijo de don Juan, el macho que apenas hacía unas horas me había poseído de una manera exquisita y me había llenado mi jugosa vagina con su espesa y caliente leche, sentí escurrirme nuevamente solo de acordarme de él.

-       ¿Qué haces por acá Manú? Le dije en tono familiar.

-       Hola señora, perdón, es que mi papá me mandó a recoger unas cosas que dejó olvidadas en su casa.

-       Mmmm… dije en tono pensativo, ¿qué cosas? No vi nada, pero pasa, dije al tiempo que abría la casa. Ese tu padre tan olvidadizo.

-       Sí, atinó a decir tímidamente, es que me dijo que salió un poco aprisa porque ya se le hacía tarde para su otro compromiso. Mire ahí están, dijo señalando debajo del lavabo, son unas llaves y un desarmador. Sí me permite las voy a recoger, me dijo en tono muy educado.

-       Claro que sí, tómalas, recógelas, dije, y mi mente se imaginó que tomaba mi par de apetitosas y carnosas nalgas. Que me recogía de otra manera, similar pero distinta a como su padre me había cogido esa mañana. Ese calor tan inconfundible inundó todo mi cuerpo, sentí sus manos, sus labios recorrer completamente mi delicado y bien cuidado cuerpo. Me escurrí nuevamente y me pregunté si él ya iría tomando la forma y el tamaño de su padre. Quise pensar que sí y nuevamente sentí la humedad en mi vulva. Estaba sumamente caliente. ¡Qué puta me he vuelto! -pensé-.

No podía dejar las cosas así, tenía que insinuarme un poco para ver su reacción. ¿gustas un vaso de agua? Le pregunté.

-       No gracias, me dijo, tengo que volver a la casa ya que en un rato me voy a la escuela y todavía tengo que bañarme y comer algo.

¡Uf! Dije para mis adentros, mi mente voló y lo vi bañándose, con su verga completamente erecta, sobresaliendo de su delgado y bien definido cuerpo. Vi como el agua escurría por todo su cuerpo mojando unas ricas y bien formadas nalgas, y corría por debajo de su entrepierna para lavar sus deliciosos y duros huevos. Me lo imaginé de pie, completamente enjabonado, con los ojos cerrados y sintiendo mis labios apretar, con su calor y mi lengua, su delicioso y rojo glande. Me vi metiéndome todo su instrumento en mi boca, tragarme toda su deliciosa y rica verga, la vi larga, un poco delgada aún porque todavía estaba en formación, pero dura como una roca, con venas delgadas, pero que prometían engrosar para hacer enloquecer a las mujeres putas como yo. Me volví a imaginar que me recargaba en la pared de su baño, o del mío, eso no importaba, y que de un solo empujón me clavaba su rico palo, que pujaba y arremetía con locura hasta tocar el fondo de mi vagina, que se vaciaba a chorros, parecidos a los de su padre, que no duraba mucho pues su calentura era mucha pero que, a mí me bastaba con eso, pues probar su verga juvenil me ponía como loca.

-       Bueno, un refresco, insistí.

-       No, de verdad muchas gracias.

-       Está bien, siéntate un momento, déjame cambiar a mi nena y regreso en unos minutos. No te voy a robar mucho tiempo, solo unos minutos, ¿si me esperas? Le dije en tono de súplica y le dirigí una mirada con la que no podía negarse.

-       Sí, está bien, me dijo.

En ese momento me arrepentí no haber dejado a mi nena más tiempo con Mary. Subí a cambiarme, lo de mi nena era pretexto, yo deseaba ponerme sensual a sus ojos y sentir que pudiera verme con ojos de hombre, que empezara a desearme, que su cuerpo reaccionara al tenerme cerca, que mi aroma de hembra en celo lo provocara.

Me vestí solo con una bata corta, me quité todo aquello que pudiera estorbar para que Manuel tuviera una excelente vista de lo que deseaba mostrarle. Nada de ropa interior, ni arriba ni abajo. Me toqué la entrepierna, estaba demasiado excitada, la mezcla de mis jugos y la espesa leche con la que su padre había inundado mi vagina esa mañana, se confundían en su viscosidad y su sabor. Uno de mis dedos me penetró fácilmente, sentí que me escurría. Bajé las escaleras después de dejar a mi niña en su cuarto, era un lugar seguro para ella, encendí el micrófono para monitorearla y cerré su cuarto. Descendí lentamente, yo sabía que desde estaba sentado lo primero que vería sería mis lindas y torneadas piernas. Para empezar eso era suficiente.

No importaba el tema ni el interés que pudiera mostrar en nuestra insulsa charla, lo importante para mi era coquetearle, mostrar un poco de mi cuerpo, ser muy provocativa, quizá demasiado puta a sus ojos, pero eso no me importaba; quería que me deseara, que su verga se le parara y que no pudiera fingir que me deseaba. Quería llenarlo de deseos de poseerme, de hacerme suya, de tirarme en la cama, en la sala, en donde fuera y cogerme como un loco, mientras yo gozaba de su exquisita y deliciosa verga.

Me senté frente a él, crucé mis piernas lentamente, cuidando de mostrar mucho de mí. Sus azorados ojos no podían creer lo que veían, pues aun tratando de disimularlo, se quedaban fijos en mis suaves y blancas piernas, como deseando grabarse de memoria cada milímetro de ellas para no olvidarlas nunca. Me miraba a los ojos de vez en cuando mientras hablábamos, pero la mayor parte del tiempo sus ojos regresaban para acariciar a través del espacio y la distancia, mis tersas y delicadas extremidades inferiores. Por un momento, creí, que se saboreaba al ritmo de pasar su lengua por fuera de sus labios.

Casi al final de nuestra plática y con las piernas semi abiertas, le pregunté:

-       ¿Y tienes novia?

-       No, todavía no tengo.

-       ¿Pero si has tenido?

-       Tampoco, la verdad es que soy bastante tímido con las mujeres, me dijo mientras frotaba la palma de sus manos, algo fuerte y frecuentemente.

-       Pero, por qué, le pregunté, si eres un chico muy guapo, mientras observé cómo se sonrojo, bueno, insistí en el tema, eres tan guapo que, a cualquier mujer de mi edad, como yo, estoy segura que le gustarías.

No supo que decir, solo agachó la mirada como buscando algo en el suelo. Me levanté y fui a sentarme a su lado, teniendo el sumo cuidado de subir un poco más el dobladillo de mi bata al colocar mis redondas y suculentas nalgas, casi, encima de una de sus piernas. Quedamos sentados muy juntos. Él no se movió siguió con la cabeza agachada.

-       ¿Te gusta alguien? Le dije con un tono de voz que me permitiera ganarse su confianza, al tiempo que coloqué mi dedo índice en su barbilla y lo alcé dirigiendo su mirada hacia mí. Quería ver su reacción.

-       No, dijo volviendo a bajar su mirada, bueno sí, rectificó, pero ella no sabe que me gusta.

-       Puedo saber quién es… dije titubeante mientras mi corazón latía aceleradamente imaginándome que en cualquier momento me dijera: “sí usted”.

-       Mmmm… solamente dijo.

-       Está bien te entiendo, dije un poco decepcionada de su cerrazón.

-       Me tengo que ir, dijo, mientras se movía un poco incómodo.

-       Lo sé, está bien, solo deja hacerte una última pregunta.

-       ¿Has besado a alguien? Y mientras agachaba nuevamente su cabeza, movió esta dándome a entender que nunca lo había hecho.

-       ¿Y te gustaría besar a alguien? Insistí, ¿te gustaría sentir lo que se siente besar a alguien? Se quedó callado, no dijo nada.

Tomé nuevamente su barbilla, alcé su rostro y le dije “ cierra los ojos ”, obedeció, “ no los abras ” volví a decirle, acerqué mis labios a los suyos, suavemente posé los míos en los suyos, se hizo un poco para atrás, pero luego, y con una suave fuerza que hice para sostener su rostro, se quedó quieto, me separé un poco, él seguía con los ojos cerrados, volví a besarlo, esta vez con un poco más de fuerza, abrió un poco sus labios y aproveché para besarlo con mayor deseo, permanecía quieto, solo su respiración, algo agitada, se escuchaba; me levanté un poco del sillón y colocando una rodilla en él y mi otra pierna en el suelo, fui recargándome en su cuerpo, él se dejó hacer y se fue recostando en la suave tela del mueble en donde minutos antes estábamos sentados. Yo estaba demasiado caliente, ardía en deseos de poseerlo en ese mismo instante, pero sabía que no era el momento, no deseaba asustarlo y quería que su primera vez -y la mía con él, fuera algo maravilloso e inolvidable- me separé suavemente, él volvió a sentarse. Me miró con unos ojos llenos de incredulidad, pero con una satisfacción de haber logrado algo que, quizá, había deseado mucho tiempo antes.

-       Tengo que irme, sino se me va a hacer tarde para llegar a la escuela.

-       Está bien, le dije, ¿Cuándo regresas para platicar nuevamente?

-       Le parece el próximo martes, ese día mis papás van a ir a ver a mis abuelitos y voy a estar solo, ¿usted puede?

-       Sí claro que sí, le dije, mientras el escozor de mi calentura se anidaba en mi ardiente vulva. ¿A qué hora puedes?

-       Desde las ocho de la mañana, ellos se van temprano.

-       Vente a las ocho y media, mi marido se va a las ocho y en lo que llevo a la niña con Mary para que la cuide.

-       Está bien, asintió, a las ocho y media el próximo martes.

-       Te esperaré con ansias, le dije, y volví a darle un tierno beso en esos virginales labios que estaban ansiosos por aprender mucho.