La otra historia de la pastorcilla

Esa otra historia que en las confesiones del lector quedó pendiente es revelada ahora, también por él mismo a través de mis palabras.

Esa otra historia que contar, la del amante que me buscó mi mujer, no tiene demasiado de especial, y no es muy largo de contar, pero se mantiene en mi cabeza cada día.

Joan era un amigo que mi mujer conoció por temas laborales y que se quedaba en nuestra casa cada vez que pasaba por el lugar gracias a la invitación  de ella misma. Una tarde propusieron salir a cenar los tres, cosa a la que no me negué, y entre risas y charlas acabamos bebiendo algo de vino, cosa normal para ellos dos, pero algo que me hizo sentir por las nubes a mi, que no acostumbraba a beber.

En el momento de volver a casa Joan nos agradeció la cena y nos hizo una pregunta que ni mi mujer ni yo supimos contestar:

—¿Dónde puedo ir a ligarme a una nenaza para rematar la noche? —Tanto Charo como yo nos quedamos a cuadros, no solíamos frecuentar el ambiente.

—No te puedo responder a eso porque no lo sé, ¿Pero no te da miedo intentar una relación con un total desconocido?

—Oh, no, no, aún estoy muy dolido de haber perdido a mi pareja, desde que cayó enfermo supe que no volvería a amar a ningun hombre como a él, solo quiero sexo desenfrenado y sin compromiso.

—Ah, eso es otra cosa… ¿Puedo saber como te gustan? —En esa conversación yo era un extra colocado para pasar a escena en el momento más adecuado, y aunque mi pase para ello era la respuesta de Joan, me acobardé y solo fui capaz de acelerar.

—Pues me gustan como tu marido, calladitos, obedientes, femeninos y con una cara de nena que sea difícil diferenciarlos. —Las piernas me temblaron al oír eso y, como bien he dicho, aceleré hasta mi casa.

Subí rápidamente a mi habitación para ducharme y hacerme a la idea de que eso era únicamente por el alcohol, que no lo decía en serio, pero cuando Charo y Joan llegaron a la casa empezaron a hablar en el salón, mi mujer estaba dispuesta a cederme si ella estaba presente y yo aceptaba, aunque tanto ella como yo sabíamos que mi opinión apenas importaba, ella me imponía y ella mandaba, ella era quien decidía sobre los dos.

Cuando salí de la ducha me encontré a mi mujer poniendo un top sobre la cama junto al tanga que ya había sacado antes, y sin nada más que darme un cálido beso en la boca comenzó a secarme y darme crema por el cuerpo, peinandome de manera adecuada y vistiéndome con la ropa que me había sacado. Me llevó de la mano hasta el salón, donde encontré a Joan con la polla ya dura, totalmente desnudo y sentado en el sofá. Mi mujer

Joan no se detuvo ni un momento, en  cuanto estuve a su alcance pasó sus labios por todo mi cuerpo mientras su polla también me acariciaba sin quererlo, mientra yo solo me dejaba hacer buscando la mirada de mi mujer, cómplice conmigo pero sin masturbarse, siquiera levemente, por ver cómo era usado por otro hombre, revelando en ella un deseo y un vicio que jamás había intuido siquiera. Ella me miraba mientras me hablaba a mi  para tranquilizarme y que disfrutara mientras le decía a Joan todo lo que me gustaba para que me hiciera gozar como nunca.

De esto hace más de una década, pero se repite más de una vez al año, todo el show que entre ellos orquestaron y que me hicieron creer que fue por casualidad, pero que me  da tanto placer y disfruto de tal manera que no puedo rechazar.