La otra historia de la Bella y la Bestia - I
No siempre se nos cuentan las historias como sucedieron en realidad, y toda historia merece ser contada en condiciones. Bella y su padre Maurice, viven a las afueras de aquél monótono pueblo, y la soledad en ocasiones, es la mejor consejera.
Era un simple día más, uno de tantos otros que estarían por venir sin que nada especial sucediese, o al menos ese fue el pensar de los habitantes del pequeño pueblo al despertar, ahí jamás pasaba nada, nada emocionante, nada bueno o nada malo, solo la rutina, la monótona vida de un pueblo demasiado lejano de los demás como para tener interacción, y demasiado pequeño como para despertar el interés de los turistas.
En aquél poblado vivían desde hacía algunos pocos años Maurice y su hija Bella, aquél había sido el mayor acontecimiento del pueblo desde hacía décadas, e incluso llevando ya cinco largos años en dicho lugar, padre e hija seguían siendo considerado los nuevos.
Maurice era un hombre bajito, de barriga prominente, pelo cano y alborotado y una barba larga que cubría casi toda su cara, sus manos rasposas, ásperas y callosas eran el reflejo de una vida de trabajo, y las arrugas de su rostro producto de los años, las largas horas al sol y el ceño fruncido, le hacían parecer mucho más mayor de lo que era en realidad.
Bella había llegado siendo una joven pizpireta de cabellos oscuros y sonrisa perenne, pero en el paso de esos años, se había convertido en una hermosa jovencita de diecisiete años. Su oscuro cabello que ahora llevaba recogido en una coleta llegaba más allá de sus hombros, sus labios se habían vuelto carnosos, brillantes y rojos de forma natural, su piel pálida y suave, sus curvas pronunciadas, su esbelta figura, todos sus cambios eran el medidor del tiempo en aquellas tierras donde jamás pasa nada y nada jamás pasará.
Aquella mañana el pueblo de despertó como siempre lo hacía, los negocios abrieron y las mujeres se fueron al río a lavar las ropas del día anterior, los animales comían tranquilos en sus granjas y el sonido de los carromatos iba y venía por las estrechas callejuelas sin despertar en los demás el más mínimo interés.
Bella se despertó como ya le era una costumbre, con sus piernas desnudas siendo acariciadas por el sol, con sus pechos intentando escapar por el escote de su camisón, con su sexo cubierto por una leve capa de vello completamente expuesto al haberse subido su pijama. La joven sonrío, y estirándose para desperezarse, se quitó el camisón para quedar completamente desnuda y contemplar como los rayos del sol que se colaban por su ventana acariciaban su pálida piel. Acarició su vientre, sus manos subieron temblorosas hasta sus grandes senos, y con delicadeza, con la suavidad que solo una joven dama puede ejercer, comenzó a acariciar sus pechos con lentitud, recorriendo la aureola con la yema de sus dedos, apresando entre sus dedos suavemente sus pezones. La joven cerró sus ojos un momento e imaginó que eran las manos de un hombre quienes la recorrían, quienes apretaban sus pechos turgentes y sus pezones sonrosados.
Suspiró, y es que a su edad Bella sentía los calores propios de la adolescencia, los mismos calores que la llevaron a acariciar su piel de vuelta hasta su vientre y desde ahí, un poco más abajo. Acarició el escaso vello que cubría su intimidad, internó sus dedos entre los carnosos labios mayores de su sexo, y encontrando fácilmente el botón hinchado de su clítoris, comenzó a acariciarlo en pequeños círculos con sus dedos, mientras que de la abertura de su sexo comenzaban a fluir los más cálidos efluvios de su excitación.
Se mantuvo así durante minutos eternos, jugando con sus pechos y con su clítoris, bordeando la entrada de su sexo sin atreverse a entrar, el calor invadió su cuerpo, aquellas deliciosas y pecaminosas cosquillas comenzaron a adueñarse de su ser, estaba tan cerca, tan deliciosamente cerca del orgasmo que casi obvió el sonido del crujir de los tablones de la escaleras, casi le pasó inadvertido como la voz de su padre la llamaba cada vez desde más cerca, y cuando el pomo de la puerta se giró Bella solo atinó a coger la sábana que reposaba a un lado y cubrir su desnudez con demasiada precariedad.
Sus mejillas estaban sonrojadas, su rostro ardía, y el potente aroma de su sexo se había esparcido por toda la habitación, golpeando la nariz de su padre cuando este por fin entró. Maurice se quedó inmóvil durante unos segundos, él conocía ese olor, ese penetrante aroma a sexo de mujer, a coño empapado y anhelante de ser profanado, puesto que no eran pocas las veces que él mismo había visitado el lupanar, pero jamás se imaginó que su propia hija pudiese expeler tan exquisito perfume, nunca había visto a su propia hija como la mujer que ahora veía ante él, y nunca, en toda su larga existencia, imaginó que su verga reaccionaría alzándose por ella.
¿Te he despertado? – preguntó intentando aparentar normalidad, intentando no delatar cuan turbado le había dejado aquél aroma, cuan dolorosa era la erección que se mostraba bajo su curtido pantalón. No, Maurice jamás había sido hombre de tan prohibidos pensamientos, y por ello, nervioso y angustiado, excitado y acelerado, no sabía cómo actuar.
Habría sido mentira decir que por su mente no pasó la idea de poder tocar y acariciar aquellos pechos turgentes y grandes, que no deseaba sentir aquellos carnosos y rojos labios rodear su miembro hasta hacerlo desaparecer entre los labios de su hija. Que no se moría de ganas de poseerla contra la mesa, de penetrarla tan profundamente como el propio cuerpo de su pequeña le pudiese permitir, habría sido mentira el negar que más que cualquier otra cosa en su cabeza, ahora deseaba, necesitaba cual enfermiza obsesión, oler directamente de su sexo el aroma que respiraba.
Bella por su parte simplemente negó con la cabeza sintiendo como la vergüenza se apoderaba de todo su ser, la mirada de su padre la había petrificado, la erección de su pantalón le había hecho pensar en cuestiones imposibles, en cuestiones que no cabían en la cabeza de una joven decente como se suponía que ella tenía que ser.
Su padre se había quedado viudo hacía muchísimos años, y jamás otra mujer había entrado en su hogar por lo que Bella siempre pensó, erróneamente, que su padre no sentía aquellos impulsos carnales y desenfrenados que a ella le poseían. Pero entonces ¿Por qué la erección? Se preguntó mientras su padre se acercaba a ella y se sentaba a su lado, desde ese lugar el aroma de su sexo era incluso más potente, y Maurice deseo hundirse entre aquellas piernas, abrirlas por completo y dejarla expuesta para él.
Más intentando mantener la compostura, queriendo mantenerse en su papel de padre dedicado y casto, la miró profundamente a los ojos para comprobar luego con su mano en la frente de Bella, que su cuerpo ardía presa de la fiebre más potente – Estás ardiendo cariño, será mejor que te des un baño y vuelvas a la cama, hoy descansarás y depende de cómo te encuentres llamaremos al doctor – le propuso con voz cariñosa y preocupada, esperando que su hija obedeciera los mandatos de su padre. Pero ella se encontraba desnuda y avergonzada, no quería decirle a su padre la verdad, no quería decirle que mientras se tocaba, que mientras su cuerpo bullía por culpa del placer, ella imaginaba que era poseída por algún hombre, por cualquier hombre.
Si, eso haré – se limitó a contestar pero sin ser capaz de moverse, su padre comprendió lo que pasaba y tras levantarse de la cama le sonrío con cariño y salió de la habitación cerrando la puerta tras él. Bella respiró aliviada, por momentos pensó que su corazón se saldría de su pecho con aquél frenético latir, pero al verse salvada de la vergüenza de ser descubierta, quitó de sobre su cuerpo la sabana y se adentró en el baño y se dispuso a llenar la bañera. El agua comenzó a llenar la pequeña bañera que su padre había creado para ella, y mientras lo hacía, mientras dejaba que el agua hiciese el trabajo, ella se miró al espejo y le gustó lo que vio. Sus dedos volvieron a recorrer su cuerpo entonces, queriendo alcanzar el orgasmo que su padre le había coartado sin intención. Sus dedos llegaron a su botón, los otros a sus pechos, y mientras ella movía sus dedos, mientras movía sus caderas y gemía silenciosamente un “más, más” a su semental imaginario, su padre la observaba por la puerta entre abierta del baño.
Maurice había entrado cuando escuchó el agua correr, ya agazapado en el cuarto de su hija, mirando por la rendija de la puerta entre abierta, observó como Bella, su dulce Bella se entregaba al placer completamente fuera de si, ajena a su mirada lasciva, ajena a su verga inhiesta que ahora fuera del pantalón, era frotada con vehemencia por su dueño. El hombre moría por morder aquellos senos, por empalar a su hija con su falo sudado y grueso a más no poder, deseaba de enferma manera azotar aquellas nalgas turgentes que ahora se movían al ritmo de sus caderas mientras ella frotaba su clítoris con desesperación.
Y mientras él seguía puliendo su miembro con su mano, mientras se imaginaba las infinitas cosas que le haría a su hija de poder hacer de su sueño una realidad, Bella apoyó una de sus manos contra la pared mientras su cuerpo temblaba producto de su orgasmo. Ella sonrío y el brillante líquido que chorreaba por sus piernas se le antojo a Maurice lo más delicioso que se podía beber. La vio meterse en la bañera, la vio ocultar de sus ojos aquél excelso cuerpo juvenil y prohibido para si, y sin poder evitarlo terminó por eyacular contra la puerta, derramando su viscoso y denso semen contra en suelo.
El resto del día pasó con total normalidad, o al menos eso cabría esperar, Bella salió a dar un paso por el pueblo y su padre se quedó en casa, pero fue incapaz de trabajar, en su cabeza solo había imágenes de su hija tocándose, de los gemidos que salían de sus labios al alcanzar el orgasmo, como pedía más a su amante imaginario. El hombre no habría sido capaz de contar cuantas veces se masturbó aquel día pensando en su hija, cuantas veces repartió su semen en la ropa interior que le había robado del cajón de su placar. Pero cuando ella llego por la noche, cuando creía que su miembro sería incapaz de alzarse una nueva vez, la simple imagen de su hija hizo que su falo despertase nuevamente.
Ambos caminaron hacia la cocina del hogar, hablando despreocupadamente del día mientras Bella preparaba la cena tranquilamente. Maurice solo podía imaginar cómo sería el poseerla sobre la mesa de la cocina, como se sentiría penetrarla fuertemente teniéndola a cuatro patas contra el suelo. Todos aquellos pensamientos lo llevaron a ponerse tras su hija con la excusa de querer coger algo que se encontraba en la encimera, y con disimulo pegó su erección al trasero de su niña. Bella se quedó completamente quieta, sin saber cómo debía reaccionar, y su padre, demasiado caliente como para mirar por las consecuencias, ignoró por completo su incomodidad – perdona cariño, pero necesito un par de cosas – le susurró al oído mientras pegaba aún más su polla al trasero de su hija, y con una acción que medida pudo pasar por accidental, vertió un vaso con agua mojado por sorpresa a Bella la cual, como acto reflejo se hizo hacia atrás.
Chocó contra su padre, el cual se sujetó de sus pechos enormes y calientes, y Bella volvió a quedarse quita mientras su padre comenzaba a acariciarlas – Sabes que desde que murió mamá – comenzó a decir mientras dejaba húmedos besos en el cuello de su hija – tú te has convertido en la mujer de esta casa y toda mujer – siguió diciendo mientras sin vergüenza alguna o disimulo, ahora apretaba aquellos pechos con sus manos – tiene ciertas obligaciones. Hoy te he visto en el baño, y sé que ya no eres una niña – prosiguió.
Bella se encontraba estupefacta, no solo su padre la tocaba como jamás un padre debía acariciar a una hija, sino que la había visto masturbándose, y ahora el hacía lo propio contra su trasero. Su primer reflejo fue el querer zafarse, pero lo que su padre le decía, la forma en la que la tocaba hizo que su sexo se mojase con suma facilidad. Aquello estaba mal, estaba prohibido y por lo mismo, dejó que lo siguiese haciendo – Así que a partir de hoy, adoptarás todas las labores de la mujer de la casa, y eso empieza por desabrocharte esta blusa y dejarme tocar estos deliciosos pechos –le instó preso complemente por la locura y la lujuria, más lo que jamás imaginó fue que su hija obedecería sin rechistar.
Antes de poder darse cuenta, Bella se había quitado la blusa y el vestido, quedando únicamente con su braga y los senos expuestos. Maurice la giró, y observando detenidamente aquellos pechos, se lanzó hacia ellos como un bebé hambriento. Estos le quedaban a la altura de su rostro por lo que no le costó comenzar a chuparlos, a amasarlos con brusquedad, haciendo que Bella sintiese el tacto áspero de sus manos contra sus senos delicados. Ella gimió, simplemente cerró sus ojos y disfrutó de como su padre le comía los pechos, aquellas tetas que tantas veces ella había tocado soñando con que eran las de un hombre las que lo hacían.
Maurice por su parte chupaba, lamía y succionaba aquellos pezones como si su vida dependiese de ello, los manoseaba de obscena manera para después separarse de ella y poder mirar cómo había dejado marcas rojas en aquellos redondos senos - Tienes las tetas mucho más bonitas y grandes de las que tenía tu madre, y se quedan marcadas mucho más rápido también – le dijo embelesado para después dar un violento azote a uno de sus pechos. Ella se quejó por el dolor y el volvió a golpear el otro pecho mientas sus labios se curvaban en una sonrisa – Al final te terminará gustando cariño, eso o te tendrás que aguantar el dolor porque me encanta azotar tus tetas – le informó mientras se desabrochaba el pantalón y tras quitárselo junto a su calzoncillo, dejó a la vista de su hija su falo gordo y erecto – ahora ponte de rodillas y empieza a chupar, que papi quiere darte su leche.
Durante unos segundos Bella dudó en que hacer, el dolor de sus pechos había menguado en parte su excitación, pero al ver la polla de su padre, ese impresionante trozo de carne dura y erecta, su sexo palpito con fuerza y no vaciló. Se arrodilló delante de su padre, y pasó su dulce lengua por aquél tronco como si de un caramelo se tratara, el sabor era amargo, agrio incluso, pero a ella le gustó, y mirando fijamente a su padre, comenzó a chupar la cabeza de su polla con total dedicación.
Maurice la miraba con ojos entrecerrados, su hija le estaba comiendo la polla y tanto el como ella lo estaban disfrutando, veía en su hija el rostro de una vulgar viciosa, de una mujer que se abriría de piernas a cualquiera meramente por placer, y aquello le calentó incluso más – Abre bien la boca querida, quiero meter toda mi polla hasta tu garganta - le ordenó, y siguiendo el mandato de su padre, Bella abrió la boca y sintió como aquél miembro terminaba por rozar su campanilla, hacienda sentir un sinfín de arcadas, cuestión que a su padre le encantó. Cogió la cabeza de su hija, y moviendo la cadera a compás que él deseaba, comenzó a follar la boca de Bella a un ritmo lento pero profundo, disfrutando de las caricias de su lengua y de sus ojos vidriosos que no se apartaban de los suyos.
En un momento que su verga salió de los labios de Bella, ella sonrío – ¿ Te gusta meter tu polla en la boca de tu hijita? – le preguntó, y pasando su legua por su tronco terminó por llegar hasta sus testículos que besó, lamió y succionó con cuidado y placer. Bella se sentía brutalmente sucia, sentía que cometía el peor de los pecados, pero ¿Cómo podía ser malo si hacía a ambos tan inmensamente feliz? Ella disfrutaba al saberse deseada, disfrutaba del sabor de aquella verga inflamada, y ante todo, su sexo se humedecía cada vez más al ver como su padre la miraba.
Si cariño, me encanta que me comas la polla, pero ahora quiero hacerte muchas cosas más – le dijo y le indicó como debía ponerse para recibir lo que vendría a continuación. Bella se acostó sobre el suelo, y su padre se puso sobre ella dejando su falo a la altura de sus labios y los suyos directos para la entrada de su coño empapado. Maurice sintió como su hija comenzaba rápidamente a lamer su polla y sin dilatar más el placer de su propia hija, comenzó a lamer aquel coño caliente y deseoso de ser penetrado.
Bella sintió una descarga de electricidad cuando la lengua de su padre recorrió cada centímetro de su sexo, se sintió desfallecer cuando su padre restregó su lengua contra su clítoris, y sintió que las puertas del cielo se habrían cuando uno de sus dedos se coló levemente en la entrada de su sexo. Por su parte ella no deseaba quedarse atrás, metió aquel falo entre sus labios e intentó tragar tanto como le era posible, pero aquella postura no le ayudaba a poder meter todo aquel mástil en su garganta, lamió su glande con devoción, dejándolo lleno de su saliva que creaba hilos hasta su boca, lamió sus huevos y beso sus huevos, mordió con suavidad su tronco, y todo ello mientras su madre seguía lamiendo su coño con vehemencia y necesidad.
Maurice recorrió el coño de su hija sin dejar ninguna parte de su piel sin repasar, incluso se aventuró un poco más allá y pasó la lengua por la entrada de su ano, lugar que solo había profanado en mujeres a las que debía pagar para tal menester. Sus dedos se adentraron en su coño, primero uno y solo unos centímetros, luego dos, y cuando el tercer dedo o más bien la tercera yema de sus dedos se abrió pasó, sintió como su hija se convulsionaba para después soltar desde su sexo, abundante flujo mientras gemía. Bella había tenido su primer orgasmo gracias a su padre, y aunque quería devolverle el favor, las innumerables masturbaciones de Maurice le habían bendecido con un aguante que su hija pronto le iba a agradecer. Maurice bebió todo lo que salía del coño de su hija, siguió lamiendo su clítoris y recorriendo su ano incluso cuando ella paró de temblar, y cuando se sintió saciado de sus jugos, cuando estaba lleno de aquél delicioso sabor y aquella tierna carne, se levantó y se arrodilló entre las piernas de su hija.
Sabes deliciosa Bella, tu coño es el más rico que me he comido en mi vida – le dijo mientras que con su mano sujetaba su polla y acariciando con su herramienta el sexo de su hija. Bella por su parte se mordió el labio con cierto rubor en las mejillas, las obscenas palabras de su padre le hacían sentir cierta vergüenza, pero las caricias de su miembro contra su sexo impedían que la lívido de la joven disminuyese - ¿Vas a metérmela ya papi? Tengo ganas de sentirte dentro de mi – decía obscena la muchacha mientras movía su cadera para sentir aún más el roce con su polla. Su padre sonrío y apoyando una de sus manos en los pechos de su hija apoyó la punta de su falo contra la entrada de la joven – Si cariño, te la voy a meter por tantos sitios como me dejes, pero te va a doler un poco al principio más luego pasará, y disfrutarás mucho más que cuando estabas en el baño – le aseguró, y ejerciendo un poco de presión, su enorme glande comenzó a adentrarse en aquel coño virginal.
Al principio solo metió la cabeza, la sensación de sentir como aquel coño ardiente succionaba su polla era indescriptible para Maurice, que, acostumbrado al coño de las putas, ya usados y holgados, había olvidado lo que era follarse un coño tan estrecho como el de su hija. Bella por su parte suspiró, ya que al sentir como aquella enorme cabeza separaba sus carnes hasta alojarse dentro de si, una extraña mezcla de dolor y placer la recorrió, pero, aunque sentía una extraña molestia, aunque le dolía un poco tenerlo ahí, la expectación por ser follada por su propio padre la llevó a poner su mano sobre su clítoris y comenzar a acariciarlo.
Por su parte Maurice sonrío, y viendo como su hija se suministraba más placer, comenzó a empujar lentamente su falo contra ella, sintiendo como su sexo virginal exprimía su falo, lo apretaba al punto de lo desconocido y su inmenso calor y humedad acariciaban su verga mientras se iba abriendo paso.
Bella gemía sin parar, cada vez más alto, cada vez más fuerte y continuo, se encontraba completamente fuera de si – Si, si , papá, oh papá fóllame, métemela toda, quiero sentirla toda dentro – gemía completamente enajenada, y aunque su padre quería complacerla, aunque quería clavarse su verga de un solo empujón tan dentro como pudiese, tampoco quería lastimar a su hija más de lo que era necesario, así que siguió, avanzando lentamente entre sus piernas, acariciando sus pechos ahora con ambas manos, mordiendo sus pezones y tirando de ellos, hasta que sintió como llegaba a la única barrera que separaba a Bella de ser toda una mujer. No lo pensó y de un solo movimiento, rasgó la fina capa de su himen hasta llegar a lo más profundo de su sexo, hasta que sus huevos chocaron contra las turgentes nalgas de su hija, y ésta quedó paralizada por la punzada de dolor que la invadió.
Ambos se quedaron quietos durante unos momentos, los labios de Maurice buscaron los de su hija para besarla con amor y pasión, metiendo su lengua entre estos y poder así acariciar la dulce lengua de su hija, y Bella lo complació. Como todo lo que estaba sucediendo, aquello era totalmente nuevo para la muchacha, aquél beso el pareció morboso, sucio y le encantó y mientras ambos se besaban, mientras recorrían sus cuerpos con las manos en caricias necesitadas, el hombre volvió a mover sus caderas de forma lenta y rítmica para que Bella se acostumbrase.
El dolor se convirtió en un irrevocable placer, y la joven comenzó a mover las caderas al delicioso ritmo que marcaba las de su padre, y los gemidos de la joven volvieron a llenar la estancia y escaparse por la ventana abierta en la que ninguno de los dos había reparado – Más fuerte papi, quiero que me folles más fuerte, como te follabas a mamá –** le imploró y su padre, incapaz de negarle nada a la muchacha, comenzó a arremeter con todas las fuerzas que le quedaban en aquél cuerpo contra el coño de su hija.
Se mantuvieron así durante eternos minutos, las posturas cambiaron haciendo que Bella se sentase sobre su padre y lo cabalgase con frenesí, deseando llegar a un nuevo orgasmo, deseando darle a su padre todo el placer que era capaz de dar porque ¿Qué amor es más verdadero que el de un padre a una hija? Luego de otro orgasmo de Bella, Maurice por fin la puso en cuatro patas, abrió bien las piernas de su hija y comenzó a azotar su sexo con su verga, a lo que la joven respondió con gimoteos de placer, y entonces se la clavó, de una sola estocada Maurice llegó hasta lo más hondo de su hija, y las embestidas se fueron haciendo más profundas, más rápidas y salvajes. Las tetas de Bella se bamboleaban al ritmo de las embestidas de su padre, haciendo que sus pezones se rozasen contra el suelo y los pusiesen aún más sensibles. Maurice azotó su trasero con fuerza y con ganas, apretó sus tetas al punto del dolor e incluso introdujo un dedo dentro de su ano. Ambos sudaban y gemían, ambos estaban completamente perdidos en el placer que se proporcionaban ajenos a una realidad que los miraba de frente desde las sombras.
Entonces Maurice sintió que iba a explotar, sintió como sus huevos estaban a punto de expulsar cuantiosos chorros de leche, y rápidamente salió del coño de su hija – Arrodíllate Bella, papi te quiere dar su leche –** y obediente como era, Bella se arrodillo y comenzó a chupar la verga de su padre mientras este se masturbaba. No pasó demasiado hasta que Maurice gimió con fuerza el nombre de su hija y los chorros de su semen, agrio y denso comenzaron a cubrir el rostro, pelo y las tetas de la muchacha.
Ella bebió todo lo que calló en sus labios, con sus manos recogió toda la leche de su padre que había caído sobre su cuerpo para después chupar nuevamente su falo hasta dejarlo completamente limpio.
Padre e hija se acostaron en el suelo cerca del fuego de la cocina, acariciando sus cuerpos acordaron no contar aquél secreto a nadie, y entre besos y caricias, entre confesiones y arrumacos volvieron a follar esta vez de forma más lenta e intensa, siendo Bella quien cabalgaba suavemente a su padre y este a su vez, acariciaba el escultural cuerpo de la muchacha. El amanecer llegó sin avisar desnudos como estaban, ambos subieron al cuarto del padre y se acostaron juntos para descansar, al día siguiente Maurice debía viajar al pueblo más cercano para vender alguno de sus inventos en la feria que se iba a celebrar, pero aún quedaba un largo día por delante.
Nadie en aquél pueblo se enteró de lo sucedido aquellas horas atrás en la casa del loco inventor y su hija, nadie sospechaba lo que ambos habían hecho, nadie, a excepción del curioso y silencioso espectador que, asomado a la ventana abierta, había dejado su propia mancha de semen contra la pared de la vivienda, y que no tardaría en cobrarse un alto precio por su silencio.
Un nuevo relato basado una historia diferente, espero que os guste!