La Oscura Etapa de mi Juventud (3)
CAPÍTULO III Él Comienzo de la Oscuridad-
El relajo producido por el vino y el pensar en lo que había visto en el baño unas horas antes me produjeron calores y deseo de masturbarme. Sentada en el sillón comencé a acariciarme como de costumbre, recorriendo mis pechos, mi entrepierna, lamiéndome los labios y por sobre todo usando mi imaginación pero cuando -ya más que húmeda- todo lo que tenía en mi mente era ese miembro negro, grueso y largo, cuando me di cuenta que todos los pensamientos pasaban por saborear ese capullo contra mi lengua y esa gruesa herramienta abriendo mi boca no pude evitar reprimir mis deseos y haciendo un gran esfuerzo sacar la mano de mi cálida y humedecida ropa interior.
No es que no tuviera ganas, pero pensar en ello hacia reflotar parte de la vergüenza que había sentido horas antes. Me sentía sucia y psicológicamente enferma por pensar así, obsesionada con un gran pene en mi boca. Terminé de un trago la copa de vino y me fui a dormir con la esperanza de rendirme al sueño lo antes posible. Y si dios me daba el gusto, quizás humedecerme con un lindo sueño.
Serían las dos o tres de la madrugada cuando me desperté, aun estaba mareada por el vino que había tomado particularmente por esa última copa que había tomado casi completa de un trago tratando de que me hiciera dormir lo antes posible. No estaba ebria ni mucho menos pero sentía el mareo.
Al abrir los ojos me costó reaccionar a la situación en que me encontraba hasta que me pude dar cuenta de que mis manos estaban sujetas por arriba de mi cabeza al respaldo de la cama y que mi boca estaba tapada por lo que me pareció un pañuelo de seda. Me asusté mucho e intenté incorporarme pero lógicamente me resultó imposible. Miré a mi alrededor y pude ver a el jardinero o como quieran llamar al hombre del cual les venía hablando- sentado en mi cama a mi lado.
Se pueden imaginar lo paralizada que me quedé. Me le quede mirando a la espera de que aclarara una situación que a mi entender aun no sabía si era real o si era una pesadilla. Acariciándome con el dorso de su mano mi rostro y acercando su rostro a mi oído me dijo:
Tú me has visto al desnudo hoy a la tarde y no te dije nada. Es justo que ahora te vea yo-
¿Que reacción podía tener ante esta situación? Además de lo extraña que resultara y lo poco preparada que una puede estar para afrontarla, aunque hubiera querido reaccionar de alguna manera estaba atada. Me le quedé observándolo intentando dialogar con él mediante la mirada, intentando que me diera alguna explicación para lo que no había explicación o para lo que ya estaba explicado-
Trate de mover mis manos para soltarme, y comprobé que aunque mis manos no me dolían me resultaría del todo imposible deshacerme de esas ataduras.
-Lo justo es justo ¿no? - Me dijo acariciando mi cuello con sus morenas manos.- Tú me has visto mis partes intimas y yo no te he dicho nada. No me negaras el derecho a verte a ti-
Intenté nuevamente, aunque sabiéndolo inútil, soltar mis manos pero por más inútil que fuera quería ceder solo después de haber hecho el intento de resistirme. Saber que lo que fuera a suceder, sucedería sin mi consentimiento.
-Déjame conocer tu cuerpo como tú has conocido el mío. Deja que lo haga sin oponer resistencia y todo habrá acabado rápido-
Se levantó y comenzó a retirar lentamente las sabanas que cubrían mi tembloroso cuerpo. Mi blanca piel fue quedando al descubierto comenzando por mis senos que dormían sin remera o cobertura alguna más que las sabanas que me habían estado cubriendo hasta segundos atrás. Detuvo las sabanas cuando estas estaban por debajo de mis ya expuestos senos contemplándolos pero sin expresión alguna en su rostro. Me miró y siguió bajando la sabana.
Al llegar las sábanas a mi abdomen, justo cuando comenzaba a verse el elástico de mi ropa interior se detuvo y allí las dejó. Se levantó y salió de la habitación. Un tibio intento por resistirme me hizo volver a intentar soltar mis manos pero me fue del todo imposible. Su sombra regresó atravesando el umbral de la puerta con algo en la mano.
Traía una loción para el cuerpo que había obtenido de mis propios productos de belleza. Se sentó a mi lado, se recogió las mangas de la camisa que vestía y se untó con la loción las manos. Tomó el envase y poniéndolo boca abajo sobre mis pechos dejó caer una gran cantidad sobre mí.
Dejó el envase a un lado y comenzó a esparcir la loción. Primero extendió con la palma de sus manos parte de la loción por mi estómago. Lo recorría despacio y en círculos. Cubriéndolo bien con esas morenas y grandes manos. Recorría los laterales de mi cuerpo pasando con la yema de sus dedos pulgares por las marcas de mis costillas. Recorrió con su dedo índice el contorno de mi ombligo y temblé mordiendo el pañuelo que tenía en la boca cuando sentí su dedo entrar en él.
Luego comenzó a subir, sin prisa y sin pausa directo hasta mis senos. Buena parte de la loción había ido a parar allí y comenzó a exparsirla, primero por los laterales de mis pechos luego por la cara interna. Cuando con sus pulgares acarició y esparció la loción por la base de mis senos, a centímetros de la aureola de mis pezones, estos ya estaban tiesos y erizados apuntando el techo como dos antenas delatoras. Los sentía calientes y duros. Me avergonzaba de lo que estaba pasando pero sabía que no era mi culpa. Él me obligaba. Yo no podía hacer nada -¿Y si me lastimaba?-
Sus pulgares comenzaron a recorrer las aureolas de mis pezones y yo estaba que me mordía. Mi respiración ya estaba más que agitada y oprimía mis muslos entre sí.
Las yemas de sus dedos pulgares jugaban con mis pezones oprimiéndolos, torciéndolos hacia un costado y soltándolos para que se parasen repentinamente, recorriendo en cirulos el contorno de mis rosadas aureolas mientras los dedos restantes sujetando mis pechos por completo los oprimían suavemente.
Yo ya estaba excitada con mi entrepierna que comenzaba a humedecerse. Mi espalda se arqueaba para que mi duro y tibio pecho quedara más expuesto a sus manos. Luego de jugar un rato con mi pecho y dejarme mis pezones a punto de estallar comenzó a repartir sus caricias por todo el resto de mi cuerpo. Sus manos pasaban de mis senos a mi abdomen, a mis clavículas, a mi cuello y volvían a mis senos.
Mirándome a los ojos comenzó a retirar el resto de la sábana que me cubría dejando expuesta ante él la mitad inferior de mi cuerpo. Me sentía mojada y me moría de vergüenza de lo que este hombre comenzaría a pensar de mí al ver mi ropa interior marcada. Por suerte para mí sus ojos quedaron hundidos en los míos.
Con la yema de su dedo índice comenzó a acariciar la parte baja de mi abdomen justo en el límite del elástico de mi ropa interior. Suavemente su dedo pasaba recorriendo el elástico de un extremo al otro presionando -como un pulpo que osculta las hendiduras de una piedra- las hendiduras que le conducirían a mi monte de Venus.
Se sentó más atrás quedando a la altura de mis pies e inclinando su rostro sobre mis piernas comenzó a besarlas suavemente con sus carnosos y gruesos labios. Primero fueron mis pantorrillas, luego el empeine de mis pies, tomó con sus suaves y hábiles manos los dedos de mis pies y los separaba suavemente exponiendo la membrana entre ellos como si fuera decenas de pequeñas vulvas. Soplaba suavemente sobre ellas y me llevaba al éxtasis.
Lamió mis dedos pasando su lengua entre ellos y comenzó a subir con sus besos, nuevamente pasó por mis pantorrillas, por mis rodillas con especial atención a la cara interna de mis piernas, siguió subiendo por mis muslos con sus besos y sus gruesas y oscuras manos acariciándolos. Llegó así hasta los límites de mi monte de Venus apenas cubiertos por mi ropa interior a esa altura ya claramente humedecida. Beso mis piernas hasta el límite justo de mis muslos y mi entrepierna pero reservándose, no sé si por él o para hacerme desear, mi calurosa intimidad para el final.
Tomó mi ropa interior de los elásticos laterales y suavemente la deslizó descubriendo como un telón la escenografía de mi femineidad. Yo lo miraba queriendo pedirle que por favor se detenga y rogando para mí misma que no me hiciera caso. Pero seguía amordazada. Mi cadera se levantó suave e instintivamente dejando que mi ropa interior se deslizara debajo de mis glúteos y acariciando mis piernas en su recorrido salió por mis tobillos para no volver jamás.
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