La osadía de Femme Soie

Ya en el mundo real, Femme Soie se expone a las garras del charro y… Continuación de Sky city casino, Sacrificio mexicano, Un azteca super héroe en acción, La cuarta parte e Inseminación.

La osadía de Femme Soie

—¡Femme!, ¡Femme!, ¡Femme!, ¡despierte! Parece que estabas en medio de un sueño alocado. Hablabas de un mexicano Don Juan, de una Gatacolorada, de un extraño culto de raigambre azteca, pero con influencias mayas, de ritos iniciáticos, actos lésbicos, morochas con espíritu de pelirrojas, españolitas afrancesadas, inseminaciones con «líquidos de vida» de un güey irrespetuoso e insidioso, invasores seminales, etcétera, etcétera. ¿qué diantre es todo eso?

—Ahhh, sí. Luego te explico (¡entrometido!) porque ahora debo acudir a una cita con unos médicos y tengo el tiempo justo para ducharme, vestirme y coger el coche para dirigirme al lugar de la cita. Je te vois après, mon amour. Au revoir!

Por otra parte y en otro lugar, tras despertar en una lujosa clínica, nuestro mexicano galán fue informado por el equipo médico de psiquiatras, neurólogos, cirujanos cerebro-vasculares, amén de varios sicólogos, ufólogos, yamanes y otros de largo detalle, que lo que a él le había sucedido concuerda con lo que en la literatura científica-médica especializada se conoce como "Síndrome de delirĭum calorōris extrēmus " combinado y agravado con el muy peligroso "Síndrome de cattus colorātus " que impele a los hombres que poseen cierta mixtura de genes, que se activa por razones hasta ahora desconocidas, y producen una serie sináptica que provoca que tales individuos desarrollen una conducta en extremo lasciva, con episodios de paranoia del tipo cattus colorātus .

Después de una larga internación en un recinto de salud especializado y tras ser sometido a tratamientos y procedimientos médicos de tipo experimental (que incluían privación total de exposición a los ordenadores, la Internet, los teléfonos, las señales de humo, el contacto con mujeres de todo tipo y edad, la televisión y muchas cosas más), nuestro estimado Sonora volvió a sus cabales, dejando de creerse un super héroe y mitigando, en buena parte, su obsesión felino-compulsiva. Lo del carácter calenturiento fue imposible de extinguir, tan solo controlar con fuertes dosis de un medicamento a base del elemento activo conocido, técnicamente, como secretĭōnisinfrigidārepassĭōnis sexuālis (secreción para el enfriamiento de la pasión sexual). Un nombre muy singular y de dominio solo de los expertos.

Lo importante, en cualquier caso, es que el azteca varón avecindado en tierras gringas, retornó, poco a poco, a su vida cotidiana. En su jet privado reemprendió su peregrinar incesante visitando las empresas de su holding ligado a la industria de la educación.

Estando en un lujoso hotel del norte de Nuevo México, tras una agotadora jornada de trabajo, sonó el timbre del teléfono de su habitación, perdón, suite presidencial.

—Hello —contestó el mexicano bilingüe.

—Disculpe Señor Luis, pero hay una señorita que insiste en hablar con usted.

—¡Oh, no! Otra vez, no puede ser, esas mujeres no paran de perseguirme ¿acaso no saben que soy un hombre nuevo, fiel a mis esposas, amantes y concubinas? ¿Cómo se llama esa mujer que viene a chingar mi tranquilidad y mi descanso?

—Femme Soie o algo parecido, señor. Es una españolita afrancesada que, según creo, tan solo presume de fina y elegante, pero es otra de «aquellas», señor.

—¡No diga idioteces hombre! Hágala pasar al bar y sírvale lo que desee. Yo bajo en seguida.

—Muy bien señor y disculpe mi exabrupto.

No obtuvo respuesta. El empleado del suntuoso hotel supo de inmediato que no recibiría la cuantiosa propina que el magnate acostumbraba dar a quienes le servían.

La mentada — no de madre — Femme Soie estaba allí para efectuar una misión encargada por el equipo médico del mexicano y que consistía en poner a prueba los avances del tratamiento. Debía tratar de seducir a Sonora, sometiéndolo a descarados coqueteos e insinuaciones. Si el azteca no pasaba la prueba y sucumbía ante los encantos de Femme Soie, ella tendría que atenerse a las consecuencias, pues de antemano sabía que el azteca, por un tema de genética por cierto, solía no dejar títere con cabeza o a mujer incólume.

Femme Soie había decidido hacerlo un poco por voluntad propia (en el fondo —bien al fondo— le tenía estimación a Sonora) y en parte porque su amiga, la Gatacolorada, se lo había solicitado expresamente, ya que estimaba que, en alguna medida y sin querer (sobre todo yacía en un recóndito lugar de ella un cierto cargo de conciencia al responder a un mensaje en acróstico de Sonora que señalaba que deseaba follarse a todas las mujeres con un inocente "¿a todas, todas?" que, sobra decir, nada implicaba. Pero para la mente en llamas y enferma del azteca era, por lo menos, una oculta invitación a la lujuria ) , pudiese haber sido responsable del desencadenamiento de los graves síndromes que aquejaban a Sonora y, por aquello, también quería tenderle una mano. No lo hacía personalmente por extricta decisión del cuerpo médico que atendía a Mr. Sonora.

Por otra parte, la españolita de marras, vanagloriosa como pocas, creía que prodría mantener a raya sin problemas al azteca. Tanto que llevaba puesto un vestido con amplios y generosos escotes, sin ropa interior y que no le cubría más que un tercio de sus muslos. Para peor, esta desatinada mujer, había decidido estrenar con Sonora su nuevo look , mucho más voluptuoso, gusto de hombres y atractivo que el anterior y que había conseguido tras largas y extenuantes intervenciones de cirugía plástica (lo que demuestra que estos especialistas, por muy competentes que sean, no realizan milagros como creía la susodicha jactanciosa Femme Soie).

—Mi estimada Mujer de Seda. ¡Cuánta dicha me da verla en estas condiciones! —saludó Mr. Sonora a la mujer.

—En estas condiciones ¿qué quieres decir con eso? ¡cizañero!

—Bueno, nada más que en la última oportunidad que recuerdo haberla visto, usted aporreaba mis gónadas con sus lindos piececillos. Me sentí algo incómodo, debo reconocer, más por temor a que se lesionara sus hermosos pies que por miedo a sentir dolientes mis genitales.

—Qué gentil eres, Sonora, todo un caballero. Creo que tenía un errado concepto de ti. ¿Me perdonas, bombón?

—No hay nada que perdonar, mi querida Mujer de Seda. ¿Me permitiría el honor de bailar con usted esta pieza musical? (este azteca si no corre, vuela).

—Con el mayor agrado, galancete. (¿no será como mucho? En fin, ya estamos aquí y si no lo hago así, la Gatacolorada me acusa de tramposa ¿y el gol con la mano del Diego, digo yo? ¡Ah!, eso no fue trampa. Fue la mano de dios ¿viste?).

La pareja bailó una, dos, tres piezas y Sonora estaba saliendo impoluto de la prueba. Pero al cuarto baile, fue cuando Femme Soie se extralimitó y apegó demasiado su cuerpo al Señor Luis; el petit Louis se alborotó y comenzó a estirarse notoriamente. Sonora flaqueó y, como al descuido, comenzó a llevar sus manos hasta el borde del derrière de la incauta muchacha.

La osada mujer no se detuvo, como el buen criterio recomendaba, siguió adelante, llevando a límites francamente descriteriados la antes dicha prueba de fuego.

El mexicano, que no se había tomado la dosis nocturna de su medicamento, se desató. Con gestos y señales ordenó a los camareros que se llevaran a los demás huéspedes que estaban en ese bar a otro abrevadero del hotel y que cerraran por fuera las puertas del recinto en que danzaba con la mona y coqueta mujercilla a quien el alcohol había hecho que su bote de la cordura se empezara a anegar. No solía beber bebidas alcohólicas (¡en serio!, mal pensados) por lo que una mínima porción de trago la dejaba haciendo y hablando sandeces.

La cosa es que ya en la intimidad del ahora desierto bar, el mexicano comenzó a magrear a la chica de lo lindo. Sus hábiles manos recorrían los pechos de la mujer y también sus nalgas recién refaccionadas por el mago del bisturí.

Femme Soie ni siquiera alcanzó a darse cuenta cuando ya estaba desnuda a merced del azteca millonario. Cuando quiso reaccionar, era demasiado tarde. El hombre acariciaba bucalmente el sexo rejuvenecido de la chica al tiempo que sus manos estrujaban sus senos ("prótesis mamarias querrás decir" puntualizó una impertinente vocecilla interna de la narradora de este, digamos, escrito).

La muchacha, que era de carne y hueso a pesar de sus innúmeros implantes estéticos, gemía sin recato alguno alocadamente de placer. El mexicano ardiente empuñaba su escopeta seminal a fin de horadar el sexo de la españolita y verter allí toda su leche candente.

¿Logrará el charro hacer suya a la inocente Femme Soie? Y si así fuese ¿qué le dirá esta mujer al equipo médico del azteca? ¿tendrá las agallas para decir la potencial verdad u , otra vez, lanzará el balón fuera de la cancha con una salida llena de farsa? ¿cuál será la reacción de la Gatacolorada? ¿se enfadará? Y el gallego ¿dirá en su interior: "Como pecas, pagas"? Y Sonora, aquel mexicano cizañero, ¿hará alarde de su cometido o, como un caballero sin memoria, nada señalará?

Todo esto y mucho más se desvelará en los siguientes capítulos de esta saga de intrigas, fantasías, sexo, insidias, futurología, extraños cultos