La ofrenda
Historia en donde el lector puede encontrar de todo un poco, no apto para sensibles.
Violeta, acércate. Mira la figura que se refleja en el espejo, mira la hermosura de su cuerpo, mira su piel, obsérvala en todo su esplendor. ¡Eres tú, mi niña!, nunca la volverás a ver igual. Es posible que más radiante, pero nunca con esta inocencia a punto de entregar. Hoy es el día de tu entrega, el día de tu mayor gozo. -¡Vas a casarte con el Rey!-. -¡Mi primera hija se va a convertir en su esposa!-.
Sí mamá, -respondió la niña con tristeza-.
Sé que no le amas, hija, pero aprenderás a hacerlo a medida que pase el tiempo. Ahora sientes temor, pero tus miedos desaparecerán entre sus brazos. Él te ama desde que eras aún una niña. Quiérele tú a Él y hónrale como se merece.
La bella niña de ojos azules, labios carnosos y piel morena paseaba a diario por los jardines del palacio, pasaba horas y horas junto a sus doncellas, ya paseando, ya correteando, ya leyendo, o bien nadando en la piscina privada que tenía en sus aposentos. Había sido educada con la más firme disciplina de la época. Instruida doblemente con las enseñanzas que se les proporcionaba a los muchachos y a las Damas de la corte.
Pero, ningún hombre, ningún chico se podía acercar a ella, su entrenamiento se lo dispensaban eficaces institutrices. Aprendió equitación, esgrima, lucha oriental, astrología, matemáticas, literatura, alfarería, bordado, cocina, costura, y un sinfín de materias apropiadas para lo que debería desempeñar en un futuro. Aunque no le enseñaron a educar su corazón para el dolor.
Alguien la observaba quedamente tras uno de los múltiples ventanales de la residencia. Iba ricamente ataviado con ropa de seda de vivos colores, bordada con hilos nobles. Su aspecto era el de un imponente Rey. Su cuerpo fornido, musculoso, bronceado ligeramente por el sol que tomaba cuando nadaba en su piscina y se entrenaba con su maestro de lucha, con el torso desnudo. Observaba a la mujer objeto de su devoción. Se había jurado no tomar mujer hasta que su amada cumpliese la mayoría de edad.
Violeta era hija de su amante, Margarita; una hermosa y joven Dama de alta alcurnia a la que el entonces príncipe sedujo y poseyó en una fiesta de palacio cegado por los licores. Tras caer en desgracia a causa de una horrible violación en el bosque cercano a su mansión, -que según relataban, casi le costó la vida-, la familia de ésta la repudió y a instancias de él, fue acogida en la casa real en calidad de Dama de compañía de su hermana, la Infanta; permitiéndole vivir en palacio al amparo de sus bondades.
El príncipe devino en Rey poco tiempo después, al alcanzar su padre la muerte a manos de sus enemigos en una feroz batalla.
Margarita le confesó a Fabián, que así se llamaba su Real amante, su preñez, justo dos días antes de que abusasen de ella aquellos diez rufianes. -Nadie sabe nada, Señor-, le dijo trémulamente. Él le indicó que guardase silencio, que la sabría compensar.
Cuando ella estuvo instalada en la corte, Él le dijo a Margarita con toda la solemnidad de la que fue capaz: -si pares una niña, cuando cumpla su mayoría de edad la tomaré como esposa-.
Ella atónita le dijo: -es con toda seguridad carne de tu carne-, Majestad.
Él le contestó: -dirás que el embarazo fue fruto de la violación. Es mi voluntad. Si alguien llega a saber algo lo negaré y saldrás extraditada del país. Para acallar habladurías te casaré con un Caballero de edad avanzada, honrado, mutilado de guerra. Él no te tocará, pues no puede físicamente, y seguirás siendo mi amante hasta que tome a tu hija.
Ella dijo: -como desee Su Majestad-. Hágase lo que desea según su palabra. Margarita tuvo dos hijos más.
En el palacio todo era una fiesta. Acudieron al desposorio Real mandatarios y Reyes de todos los países que guardaban buena relación con éste. Todo era un ir y venir de integrantes de la corte, lacayos y plebeyos ultimando asuntos. No faltaba detalle.
Violeta pensó, cuando se quedó sola, en cómo sería su esposo como compañero, amigo y amante. Ella no había sentido todavía los goces ni las mieles del amor. Tenía miedo, pues nunca había estado junto al Hombre a solas ni a menos de diez metros de distancia.
-Mamá, tengo miedo-, le dijo a ella cuando apareció en la habitación acompañada de sus doncellas portando entre todas el precioso vestido de novia que luciría ese mismo día, el día de su cumpleaños.
No temas querida niña, estarás en las mejores manos que puedas desear.
Hacía calor, la niña sudaba. Había mucho temor en su corazón.
Las doncellas se dispusieron a bañarla. La desnudaron, la ayudaron a introducirse en el baño templado y la enjabonaron primorosamente, tras enjuagarla, le lavaron su larga cabellera morena, la secaron con ímpetu y la peinaron cuidadosamente. Le colocaron un sencillo sayo de encaje. Ella miraba a través de una ventana de su habitación. Veía libertad. Libertad que ella nunca había tenido. Siempre había estado confinada en el recinto.
Empezaron a sonar las campanas de boda.
A Margarita le vinieron en mente recuerdos de esas mismas campanas el día que se casó con Arturo. Un excelente hombre y Caballero donde los hubiera. Se casó encinta. El vestido disimulaba su estado sobre los corsés que le apretaban el talle. Sus familiares no fueron a la ceremonia.
No le podían perdonar, según ellos, su ligereza por haber salido de sus aposentos, habiendo ya anochecido, al bosque que había cerca de su casa, y haber provocado la desgracia. De nada le sirvieron los llantos, la escena dantesca de sus ropajes desgarrados, manchados de multitud de sustancias, su rostro amoratado, su piel con heridas, o su alma hecha jirones al verse extremadamente humillada y rota por dentro.
Una sociedad puritana no perdona el desliz, ni aunque fuese provocado por terceras personas. Ni aunque el causante del suceso fuese su mascota, un pequeño perro caniche, que desapareció ese mismo atardecer, y a quien margarita salió a buscar desesperadamente.
Recordaba continuamente la frialdad de los encapuchados, la brutalidad de sus actos, el compás con el que la poseían uno tras otro, de la misma manera, por todos sus orificios; la sensación de indefensión que sentía al estar amordazada y privada de visión con su propia ropa interior en el interior de su boca, y saberse sujeta por las manos de cinco de ellos mientras los otros la disfrutaban. Recordaba las bofetadas que le propinaron al rebelarse contra sus captores e intentar huir…
Mamá: -le dijo la niña- ¿me queda bien el velo así?, -sí hija, así está perfecto-.
La ceremonia fue preciosa, era una Boda Real. Después del banquete se fueron poco a poco los invitados. El Rey hizo un ademán para que se retirasen los miembros de la corte, los lacayos, y resto de servidumbre.
Cuando se quedaron solos, la madre acompañó a su hija al altar en donde se había oficiado la ceremonia, les siguió Fabián, y una vez allí los tres, tomó a Violeta de su mano y cogiéndole la propia al esposo le dijo:” -Señor, aquí le entrego a su esposa, a mi hija, a su propia hija-“.
La recién esposa no daba crédito a lo que acababa de escuchar, y rehuyendo la mano de su madre y de su recién marido hizo gesto de fuga, gritando: - “no es mi padre, no es mi padre, no puede ser mi padre”.
Su madre iba a contarle la historia cuando les escupió a ambos en la cara.
-¿Te sientes a gusto, princesa?- le dijo la voz de su padre. Ella le lanzó una mirada cruel, llena de inquina y desprecio. -No me dejas otra alternativa que hacértelo comprender por las malas-, le indicó Él.
Violeta despertó desnuda dentro de una jaula para osos, a medio metro del suelo.
No sabía dónde se encontraba. Él estaba a su lado.
-No saldrás de aquí, hasta que no me hayas demostrado tu docilidad, tu respeto y tu cariño-, le dijo.
Te contaré una historia: -Él empezó a relatarle sus sentimientos, el porqué no se acercaba a ella, el porqué no había permitido que ella se acercase a Él, el porqué le había dado esa educación tan esmerada-.
De joven tuve unos sueños, soñé durante tres noches consecutivas con tres gatos, siempre el mismo sueño. El gato montaba a la gata, la gata paría una gatita, la gatita crecía, el gato montaba también a la gatita, y la gatita paría una paloma blanca que alzaba el vuelo majestuosa nada más nacer.
Fui a consultarlo al Druida del bosque, ya que me inquietaba terriblemente, y me dijo lo que iba a suceder, que me uniría a mi propia hija para terminar con éxito las campañas a favor de la paz del reino. Que meditase, pero que iba a ser de este modo. Entonces decidí idear algo para que las circunstancias nos fuesen favorables.
Violeta, encerrada en la jaula sólo emitió una especie de gruñido.
Él le acercó algo de comida y un cuenco con agua, y se retiró. La dejó sola todo el día, ella gritaba de vez en cuando para llamar la atención, aunque nadie acudía.
Al día siguiente volvió, ella había utilizado la manta del rincón para evacuar y orinar. Él, sin mediar palabra, se la retiró y le dejó una limpia.
Fabián le contó la verdadera historia de la violación de su madre, de cómo había acudido al bosque, robado la mascota, simulado esa violación colectiva, e indicando que el único violador había sido Él mismo, que los demás sólo la retenían maniatada y encapuchada.
Violeta comenzó a entenderlo todo, pero se hizo la dura, todavía le dio la espalda y no comió lo que le ofrecía.
Tendré paciencia, -le dijo Él- puedo comprender que todavía seas reacia a ofrecerme tu confianza, pero yo no tengo ninguna prisa en que salgas de tu confinamiento, tú verás.
Él salió de la estancia oscura, ella no sabía si era de día o de noche, no había ventanas, sólo alumbraba la totalidad una pequeña antorcha que se apagaba a las pocas horas de haberse ido él, lo que la dejaba en la más absoluta oscuridad. No tenía miedo. Estaba desnuda y no sentía frío. Se notaba especialmente cálida. Cada vez que Él se le acercaba sentía algo incomprensible, algo que le hacía latir fuerte su corazón y notar punzadas agradables en su bajo vientre.
Era el tercer día de su reclusión, Violeta oyó los pasos de quien ya sabía. Le esperaba con deseo, con ansia, y con algo más que no sabía lo que era.
Cuando le vio le dijo: -Papá, quiero ofrecerme a ti, quiero ser tuya-.
Fabián le dijo: -tengo planeada tu monta delante de personas allegadas, si estás de acuerdo, déjate llevar, pues va a ser pública tu desfloración-.
-Sí papá-, le dijo ella.
-Podrás llamarme papá delante de ellos, podrás gritar o llorar si te apetece, pero no te haré nada que no puedas soportar- le respondió Él.
Será esta tarde, y, acariciándola levemente salió dejando la antorcha encendida tras su marcha.
Ella se durmió tras tanta excitación, pensando, temiendo, divagando…
Despertó sobresaltada al oír pasos y voces en el recinto. Le vio a Él acompañado por dos mujeres enmascaradas, ataviadas únicamente con sendas capas bordadas con hilo de oro.
Le abrió la puerta de la jaula, la acercó hacia sí fuertemente y la besó con un beso que la hizo entrar en éxtasis, pues era su primer beso. -Déjate llevar, mi amor-, sí papá, como desees -le contestó ella-.
Las dos mujeres la acompañaron a otra dependencia donde en su zona central había una gran bañera llena de agua perfumada. Ella agradeció el baño sobremanera, pues se sentía casi como un animal: -sucia y en celo-.
Le colocaron un velo de tul transparente sobre su pelo, que le caía a lo largo de todo el cuerpo -Ven- , le dijeron. Ella les siguió.
Abrieron una puerta y ella tuvo que protegerse por unos instantes los ojos debido a tanta luz. Estaban en el bosque. A la derecha, en un claro, un altar. Había gente alrededor de él. Todos enmascarados, únicamente cubiertos por una capa, y todas las capas eran iguales.
El altar era de mármol cubierto por un paño de hilo blanco con encajes de adorno. Un pequeño escalón lateral lo hacían accesible.
Alguien situado justo a la izquierda del ara, pronunció una especie de oración o conjuro. -Un Druida- que dio inicio a la ceremonia. A Violeta la ayudaron a subir y tenderse sobre su espalda, adornada como iba sólo con su velo. Éste quedó casi en su totalidad fuera de la piedra del sacrificio.
Fabián se acercó a Violeta, la besó largamente, diríase que ambos deseaban que se detuviese el tiempo. Le preguntó mirándola a sus enormes ojos azules: -¿tienes algún inconveniente en que ate tus manos y tus pies al altar? Es el protocolo-. Ella le respondió: -Hágase como se tenga que hacer, soy tuya, papá-.
Ella observaba cómo Él delicadamente iba pasándole unas cuerdas por sus muñecas y sus tobillos y las afianzaba a unas argollas, estiró de ellas hasta que su cuerpo quedó tenso, y la volvió a besar. Sonriéndole le susurró: -vamos amor-.
El era muy apuesto, un hombre de una belleza inusual, joven, de unos 40 años recién cumplidos. Capaz de poder enamorar a la mujer que desease. Subió al altar, se arrodilló sobre él y dijo: -en esta ceremonia te tomo como esposa y como sacerdotisa consorte de la casa de UL-, y diciendo esto abrió su túnica, emergió su atributo masculino con toda su plenitud, y puso su cuerpo sobre el de su amada.
El acto fue observado por cuantos presentes habían sido invitados. Él acarició a la todavía virgen esposa, la cubrió de besos y apasionadas maniobras fruto de su excitación. Amada mía: -no puedo esperar más, te voy a hacer mía, voy a ser brusco, pues así tiene que ser, pero te voy a penetrar ahora mismo- le dijo completamente lleno de deseo.
¡Si te hago daño grita!, -le dijo al tiempo que la desfloraba-.
Papaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa, -aulló sin poderlo evitar-, y se puso a llorar presa del desconcierto, y del dolor lacerante que sentía. Él le secó la entrepierna con la tela que adornaba el altar y se impregnó de humedad y sangre clara. La besó nuevamente y le dio las gracias por la ofrenda.
(continuará…)