La ofrecida

Una jovencita no muy mentalmente sana se le ofrece a todos los que se le cruzan en el camino y su tìa, preocupada, busca una solución.

Doña Socorro entró a la iglesia en busca de auxilio. Se le veía muy preocupada, como si algo verdaderamente grave la estuviera aquejando. Tal era su desesperación, que olvidó hasta quitarse los tubos y la mascarilla que años antes mataran a su esposo de un tremendo susto. Dejando restos de pepino en el camino, corrió hasta el altar como vaca desbocada. Ahí, prendiendo una por una todas las veladoras, se encontraba el párroco.

  • Hija ¡¡¡ - Exclamó el padre con una mano en el corazón, temiendo que éste se parara ante grotesca visión - ¿Qué te sucede? ¿Por qué esa desesperación? Y ¿por qué esas...condiciones? - Preguntó.

  • Estoy pero si bien requetepreocupada, señor cura. - Respondió Socorro.

  • De seguro ya te viste en un espejo. - Comentó el sacerdote en tono de broma.

  • ¿Qué? - La señora se ofendió un poco.

  • No. Nada, nada. Digo que me cuentes el porque de tu penar.

  • Le pidió el religioso.

  • Es por mi sobrina, la Lupita. Desde que su madre murió, entró en una especie de trance que la hace pensar en puro...como le digo, ya sabe, en cosas malas. Nada más ve a un hombre y se le ofrece, sin preguntarle siquiera su nombre. La encerré en su cuarto para evitar que hiciera alguna tontería, pero hoy en la mañana la encontré coqueteando con un peluche. De verás que la niña está muy mal, padre. Ya no se que hacer. - Dijo la preocupada mujer.

  • Y...¿en verdad se le ofrece a cualquiera? - La cuestionó el párroco, con cierto tono de malicia en su voz.

  • Sí, padre, a cualquiera. - Le contestó ella.

  • Pues entonces tráemela. - Dijo él, pensando ya en lo que podía con la chiquilla hacer.

  • Padre ¡¡¡ - Exclamó Socorro, indignada al notar las intenciones del lujurioso sacerdote.

  • No pienses mal, hija. Te digo que la traigas porque yo se como curarla. Acaba de llegar a la iglesia un nuevo padre, uno con una devoción que nunca antes había visto. Cuando no da misa, se la pasa hincado, rezando sin descanso. Estoy seguro que él, con esa inmensa fe que tiene, podrá regresar a tu muchachita al buen camino. Y si eso no funcionara, el pobre hombre está tan feo que a la chamaca se le van a quitar las ganas de volver a hacer esos pecaminosos ofrecimientos. Ya verás. - Afirmó el religioso.

  • Gracias, padrecito. Ahora mismo voy por mi sobrina. - Dijo Socorro, antes de salir corriendo rumbo a su casa.

A los pocos minutos, la señora y la muchacha regresaron. Para que ésta última no se le insinuara al señor cura, su boca estaba cubierta con cinta. Los tres caminaron hasta la sacristía, donde se encontraba el sacerdote recién llegado, rezando sin descanso. Abrieron la puerta y metieron a la chica con la esperanza de que efectivamente, saliera regenerada.

La sobrina de doña Socorro corroboró las palabras del señor cura, ese hombre, que tan devotamente oraba, en verdad era horrible. Tenía cara de artesanía mal hecha y cuerpo de tamal mal amarrado. Ninguna mujer en su sano juicio se habría fijado en él, pero desde la muerte de su madre, Lupita era todo menos cuerda. Quitándose la cinta de la boca, se le ofreció como a cualquier otro.

  • ¿Quieres cogerme? - Preguntó la chiquilla.

El feo sacerdote se puso de pie y, mirando hacia el cielo, le dio gracias a Dios porque finalmente había escuchado sus suplicas. Se quitó la sotana y, ya con la verga más dura que una roca, se abalanzó contra la muchacha, dispuesto a recuperar todos esos años sin sexo.

  • Ya no, por favor. Ya no. - Gritaba la escuincla momentos después, rogándole al religioso que dejara de follarla.

Afuera de la sacristía, aunque la una más contenta que el otro, el señor cura y doña Socorro estaban seguros de que el padre recién llegado castigaba tan severamente a Lupita, que ésta finalmente se olvidaría de sus malas actitudes. No era precisamente un castigo lo que ella estaba recibiendo, pero de andarse ofreciendo al primero que se le cruzara...no le quedarían ganas.