La oficina - Capitulo 7 - Viejos amigos
Juan daba vueltas en su auto por el centro de la ciudad sin rumbo aparente. Entonces entró una llamada a su teléfono móvil... era Elizabeth, la hermosa rubia con la que se había encontrado la noche anterior.
CAPITULO 7
Viejos amigos
Juan daba vueltas en su auto por el centro de la ciudad sin rumbo aparente. Entonces entró una llamada a su teléfono móvil, pero no tenía ganas de contestar a nadie que no sea Mishelle, aunque era obvio que eso no pasaría. Además el tono del teléfono no era el que tenía asignado a su novia o más bien a su ex-novia. Luego de haber paseado un buen rato Juan se detuvo junto a un puesto de hotdogs, tenía mucha hambre. Mientras digería algo revisó su celular buscando quien lo había llamado. Lo que vio en la pantalla le sorprendió, era Elizabeth, la hermosa rubia con la que se había encontrado la noche anterior, era muy extraño que ella lo llame, debía haber pasado algo grave, no lo dudó, marcó el botón para devolver la llamada.
– Hola Elizabeth, ¿me habías llamado?
– Hooola Juan ¿cómo estás? -una voz adormitada respondió
– ¿Pasó algo?
– No mi amor nada, es que… imagínate, estuve pensando en ti, como ayer nos encontramos pensé que íbamos a pasar un buen rato, pero cuando te deje te vi muy mal, no sabía que te pasaba y bueno… decidí llamarte – Juan se encogió de hombros con el teléfono pegado a su oreja
– No te preocupes, estoy bien – respondió con desgano
– Hummm con esa respuesta me dejas más preocupada que antes ¿Te pasa algo?
– Bueno, que te puedo decir, problemas que nunca faltan, nada importante
– Cariño si quieres conversamos, suelo ser buena escuchando, podemos encontrarnos en algún lado o –se detuvo un momento pensando bien sus palabras- porque no vienes, estamos en casa de Ricardo, tuvimos una pequeña fiesta anoche y hasta podríamos pasarlo bien, olvidar las penas, tu sabes
– Tentadora oferta, pero que te parece si mejor vamos a mi oficina tengo un par de amigas ahí que te podrían agradar mucho ¿qué opinas? No tiene todas las comodidades de la casa de Ricardo, pero…
– Estupendo, para serte franca me parece una mejor opción, ya me cansé de este lugar y… ¿será que puedo llevar unos amigos?
– Porque no, entre todos podemos montar una fiesta colosal, como a ti te gusta
– Así es, recuerda que tú y yo tenemos algo pendiente
– Claro que lo recuerdo, dime entonces donde nos encontramos
– Ahora te paso la dirección amor
Juan conocía la dirección de Ricardo, pero la confirmó con la dulce voz de Elizabeth, de inmediato salió a recoger a sus amigos. Parecía haber olvidado los problemas que hace poco lo atormentaban. Juan era así, siempre haciendo de menos a sus problemas, aferrándose a cada experiencia nueva, llenándose de aquel morbo que resultaba como una droga, una pócima que le hiciera olvidar la vida real. Cada momento era un nuevo reto que debía vivirlo, experimentarlo al máximo, el resto, el futuro no importaba. El sexo lo segaba, lo envolvía en una telaraña difícil de soltar, hace algún tiempo después de una experiencia casi traumática, había jurado aprovechar todas las oportunidades, todas las mujeres, todas las sensaciones que la vida le brindara. Aun mejor si se trataba de un cuerpo nuevo, desconocido. Ese deseo carnal por una mujer diferente, un ser al que debía dominar, a la que debía poseer. Conquistar, seducir, la lucha incesante entre el hombre y la mujer, mentir si fuera necesario hasta llegar a la cama era uno de sus pasatiempos preferidos. Era un fanático del control, de la posesión sexual y psicológica de aquellas mujeres que caían en sus engaños. Juan solía apostar con sus amigos, él podía llevar a la con cualquier mujer, solía ser muy arrogante y ególatra, le encantaba los juegos de la mente en los que sabía que podía salir ganador. Pasó algunos años disfrutando de estos vicios sin el menor remordimiento. Sin embargo algo cambio desde que se dio cuenta que amaba a Mishelle y que haría cualquier cosa por estar con ella. Ella indudablemente lo cambió todo en su vida, lo trasformó, sin siquiera saberlo lo convirtió en el ejemplo de hombre que siempre aparentó ser. Juan había rehabilitado completamente su vida, ahora era un hombre diferente, un hombre mejor, de eso no había duda. Juan sacudió fuertemente su cabeza, tratando de liberarse de las imágenes que su conciencia le dibujaba en su mente y que le llamaba a enderezar su camino. Juan no hizo caso, repetía su mantra en su mente –Eso fue ayer, eso fue hasta ayer
Este día, despertó otro Juan, un Juan oscuro, un ser libre, sin inhibiciones, seguro de sí mismo y sin sentimientos un macho que solo consideraba a la mujer como un objeto de placer, un objeto de satisfacción. Un Juan sin alma, un Juan sin Mishelle. El monstro que yacía en su interior parecía despertar, la vida de Juan parecía haber perdido los colores y aquellos estúpidos corazones que nublaban su mente. Su novia y mujer de su vida, lo había dejado y parecía definitivo. Él lo interpretó como un paso a la independencia, al libertinaje. No quedaba más que apretar el acelerador y rendirse a sus bajos instintos. Por la cabeza de Juan desfilaban las esculturales imágenes de Elizabeth, una hermosa mujer, de facciones delicadas y todo una diosa de placer, con cabello lacio, rubio y su metro ochenta de altura podría haber sido una modelo exitosa, pero sus padres casi la obligaron a seguir una ingeniería en la universidad. Juan conocía muy bien la historia pues había sido un buen amigo de ella antes de desearla como ahora. Juan sabía que aquel rostro angelical y ojos celestes eran solo una engañosa fachada de una inteligente y astuta mujer. Su coeficiente intelectual superaba la media y siempre lo usaba en su favor, a ella no le hacía falta estudiar mucho para conseguir las mejores notas en la universidad y ser considerada una estudiante modelo. Esa habilidad le permitía tomarse con ligereza sus estudios y dedicar más tiempo a las actividades que realmente disfrutaba. Elizabeth no solo era un genio en los estudios, era también una adicta del control, tomaba y dejaba lo que quería cuando ella lo desease, especialmente hombres, entregaba su cuerpo al mejor postor solo para conseguir placer, pero jamás se relacionaba demasiado como para ser lastimada. Usaba sus atributos físicos e intelectuales para salirse siempre con la suya. Era la chica más popular de la universidad, su nombre siempre estaba en boca de todos y era invitada a las mejores fiestas o eventos, tanto fuera como dentro de su universidad. Elizabeth faltaba a clases constantemente, pero sus profesores le permitían ciertas libertades conociendo sus destrezas y cualidades, además su padre era un contribuyente importante en esa misma universidad.
Otra característica de esta mujer además de su destreza académica, era también su forma de vestir, ella era quien imponía la moda entre sus compañeras. Siempre vestía muy sexy y provocativa, con escotes muy pronunciados o faldas cortas y jamás llevaba puesta ropa interior. Sencillamente porque no le gustaba, le estorbaba y como ella decía le mantenía siempre preparada para cualquier circunstancia que se le presentase. Elizabeth era todo un espectáculo para los chicos, sobre todo cuando deambulaba por los pasillos mostrando su falda extra corta o posaba su figura en las aulas de clases. Más allá del espectáculo, su figura espectacular, se hacía notar donde quiera que fuera por sus sinuosas curvas. Hace algunos años se realizó un aumento de senos, aunque no le hacía falta se aumentó dos tallas, según decía le iban bien con aquellas pronunciadas caderas. Sus nalgas bien levantadas y cintura estrecha, lograban en ella un efecto de distribución perfecta, su figura era la envidia de todas las mujeres. Otra de sus cualidades que llamaba la atención, era su fascinación por el sexo, toda fiesta a la que asistía siempre debía terminarla con abundante placer, gustaba por igual de hombres y mujeres, le apasionaba el sexo con más de una persona. Elizabeth no era mujer de una sola relación, su pareja de turno debía respetar sus gustos y fascinaciones, compartirla con cuantos amantes gustara en su momento, a cambio ella le permitía el lujo de ser reconocido públicamente como su novio oficial.
Juan conoció a la mujer un buen tiempo atrás en una conferencia de su Universidad, quedó prendado de inmediato, le llamó la atención sobre todo su forma de vestir y su personalidad extrovertida. Entre ambos hubo química casi instantánea, establecieron una sólida amistad por algún tiempo antes de conocer sus preferencias sexuales. Para Juan fue toda una sorpresa encontrar a Elizabeth en una fiesta en casa de Ricardo disfrutando del tipo fiestas que él solía frecuentar. Ese día Elizabeth era el símbolo del deseo encarnado y la ambición de casi todos los hombres y mujeres del lugar. Ese día nació una atracción mutua que iba más allá de lo intelectual y superaba lo carnal. Bastó con descubrir ese hermoso cuerpo para que todo el respeto que le había tenido se esfumase, en cambio su parte animal reaccionó con ferocidad, su mente tenia por único objetivo poseer esa mujer. Aquel sentimiento parecía mutuo, no faltaron las ganas de parte y parte sin embargo las circunstancias que envolvían hicieron imposible hallar un espacio propicio para que él pueda acercarse a la mujer. En aquella ocasión Elizabeth estaba rodeada de muchos acompañantes, queriendo estar cerca de ella y obtener al menos el más pequeño de sus favores. Ella sola era suficiente para suministrar una fiesta completa sus amigos y conocidos. Todo ese grupo de gente a su alrededor formaba lazos tan estrechos que resultaba casi imposible acceder a esta mujer, a menos claro, que ella mismo lo desee. La verdad es que Elizabeth no era de las que negaba sus amores, más bien era una fanática de la satisfacción a su pareja de turno. La vida que llevaba, era la vida soñada para ella, pasaba de un cuerpo a otro, sin más, solo le interesaba el placer corporal, una vez satisfecho, iba a su próxima aventura. Pero también tomaba sus precauciones, tenía muy bien elegida sus amistades y solo con ellas compartía, hacia una elección muy meticulosa de sus parejas y pocas veces hacia excepciones. Si bien era muy fácil establecer una amistad con ella, para ser su pareja o alcanzar alguno de sus favores, el aspirante debía pertenecer a su selecto círculo de compañeros, algo así como una sociedad secreta. Juan se dio cuenta de lo difícil que era entrar en aquel círculo privado. Solo cuando hubo terminado aquella fiesta Juan pudo cruzar un par de palabras con la mujer, le habló de lo difícil que era acercarse, pero ella le aseguró que tal “circulo” con él le llamaba, no existía y le prometió darle exclusividad el próximo encuentro. Esta invitación despertó gran interés en Juan y esperaba con gran expectación que se diera la oportunidad, deseaba tanto poder compartir con esta espectacular y cotizada mujer.
Elizabeth es una persona fácil de tratar y poseedora de una personalidad arrolladora, pero además todos sabían que su apellido pertenece a la alta aristocracia del país. Su familia ha sido por años un referente de prestigio e integridad, ocupando cargos muy importantes del sector público y privado. Los padres de Elizabeth salieron del país cuando ella cumplió sus 19 años, justo cuando el país pasaba por una crisis bastante difícil, sin embargo habían hecho suficiente dinero como para vivir holgadamente en alguna de las tantas propiedades que poseía en Europa. Ellos le pusieron a disposición de Elizabeth las mejores universidades del mundo, pero ella prefirió quedarse sola y estudiar en una Universidad local. Así podría vivir la vida a su manera, sin que nadie la molestara.
Juan llegó a la dirección, más rápido de lo esperado en parte debido a la falta de tráfico a esa hora y en parte por estaba deseoso de volver a ver a Elisabeth. Esperó en las afueras de un conjunto residencial compuesto por casas por demás suntuosas y exclusivas del norte ciudad. La casa de Ricardo se ubicaba a unas pocas cuadras de la entrada principal. Para acceder al lugar no se escatimaba las seguridades, el proceso era largo y tedioso, lo había vivido en el pasado cuando él fue un invitado directamente por Ricardo. Juan prefirió no intentar entrar, se parqueó al frente y marcó el numeró de Elizabeth, mientras fumaba un cigarrillo Marlboro rojo, ese mal vicio parecía haber regresado. No pasaron ni diez minutos cuando apareció la hermosa rubia por la puerta principal, caminaba ligera, confiada, llevaba el mismo vestido rojo sexy de la noche anterior con unas botas altas y un escote delantero muy pronunciado, su figura se movía cadenciosa, contorneando todas sus curvas al caminar. El cabello rubio de la mujer lucía algo húmedo, como si acabara de tomar una ducha, su rostro irradiaba felicidad, majestuosidad. No hacía falta maquillaje, su rostro es hermoso al natural, escaneó rápidamente el sector ocultando sus hermosos ojos celestes tras unas grandes gafas para sol Armani. Cuando divisó a Juan fue directo, sin esperar nada, como ese caminar cadencioso, derrochando seguridad y que provocaba que todas las miradas se dirigieran hacia ella. Juan no pudo escapar de sus encantos, el mundo entonces se convirtió en un túnel largo, cilíndrico con Elizabeth en el centro y nada más a su alrededor. El la miraba fijamente mientras sus labios formaban una línea fuerte tratando de contener sus mandíbulas que escapaban con desencajar. Tragó saliva, arrojó lo que quedaba del cigarro, lo pisó, aun con su mirada clavada en la mujer. Solo cuando Elizabeth se plantó a unos pocos centímetros de él, con su mano izquierda agarrada de su cintura y en la otra colgando de su dedo índice la pequeña cartera que solía llevar, el pareció reaccionar y de inmediato la saludo efusivo. Juan, también pudo notar que no estaba sola, unos pocos pasos atrás venía un grupo de personas en su mayoría conocidos. En el grupo estaba Andrea , prima de Elizabeth y quien la seguía a casi todas partes. Hector novio de Elizabeth. Janeth amante de Juan, y la mujer que le había causado el problema con Mishelle la noche anterior, a él no le hizo mucha gracia encontrarla ahí pero decidió no decir nada. Otra mujer hermosa pero que Juan no conocía y al final Ricardo muy amigo de Juan y el dueño de casa donde habían estado sus amigas. Saludaron todos y Ricardo de inmediato lo increpó a Juan en tono autoritario.
– ¿ Hey men cómo es esto? ¿te llevas a mis hermosas chicas?
– Son ellas las que quieren irse- respondió Juan con el mismo tono burlón- ¿qué fue lo que les hiciste? -sonrió alegremente
– ¡Yooo! –Estiró sus manos largas frente a Juan mostrándolas completamente vacías, dio varios giros en su cintura graciosamente
– No cariño –intervino Elizabeth tratando de calmar el derroche de testosterona- no pasa nada, pasamos una noche estupenda pero ya tenemos que irnos –Elizabeth hizo una pausa – sabes bien que no me gusta permanecer mucho tiempo en un solo sitio
– ¿Bueno pero es que tú no vas? – Preguntó Juan a Ricardo
– Claro que no my friend , aún tengo visitas en casa y esto pinta para largo –estiró su largo dedo en dirección de Juan – deberías venir conmigo
– No gracias tengo otros planes, pero si te interesa, vamos a estar en mi oficina tú conoces donde es –Juan sabía que su invitación era más por compromiso, Ricardo jamás abandona su casa para este tipo de encuentros
– Of course my friend , yo te llamo, pero quedo muy inconforme, no puedo creer que prefieran la oficina de Juan a la comodidad de mi casa, esto es casi un insulto para mí – ríe ridículamente con su peculiar tono
– Amor –resopla Elizabeth con una dulzura que derretiría una barra de hierro - tenemos que darnos tiempo para todos nuestros amigos, a Juan le debía una, y tú sabes que no soy escogedora de los lugares, lo importante es pasarla bien
Entonces, Elizabeth se acercó a Ricardo y plantó un sonoro beso en las mejillas del hombre, muy cerca de su barba en forma de candado. El resto de mujeres hicieron lo propio, finalmente los hombres se despidieron agradecidos mientras subían al Grand Cherokee negro que Juan había aparcado a pocos metros. En el asiento delantero junto al conductor se acomodó Elizabeth dibujando una amplia sonrisa que dejaba ver sus hermosos dientes blancos, retiró hábilmente sus gafas de sol para dejar ver sus grandes ojos celestes, que brillaban con expectación, apenas el auto arrancó tomó la palabra.
– No veía hora de salir de ese lugar, estaba fastidiada – Elizabeth dibujaba sus gestos de niña asqueada
– Pero ¿qué pasó? ¿Tan mal la pasaron? – preguntó Juan tratando de mantener su mirada al frente
– Todo estuvo bien amor, pero tú sabes cómo soy respecto a la gente nueva, había demasiadas personas desconocidas, tuvimos que escabullirnos toda la noche tratando de evitarlos –el tono casi despectivo de la mujer le hacía fruncir sus carnosos labios exageradamente
– Pues yo la pasé bien – agregó algo tímido Héctor
– Claro, tú te revuelcas con cualquiera, ¡qué asco! mejor ni te me acerques a mí – reprochó Elizabeth
– Yo conocía a algunos chicos de ahí – agregó Janeth tratando de congraciarse con el reprendido Hector
– ¡Haaa! pero tú tampoco es que tengas una excelente reputación – aclaró Andrea defendiendo la postura de su prima
– Hay preciosas no mejor que las suyas – suspiró Janeth resignada
– Ya, ya, ya, mejor no me hablen de esas cosas, me hace pensar mucho en lo que me estoy metiendo – la dulce voz sonó desconocida para Juan, era la nueva chica
– Pero miren que no conozco a esta preciosura ¿alguien podría presentármela? – preguntó Juan
– Perdona mi falta de cortesía, Érika, una amiga de la familia, está pasando aquí sus vacaciones, ella es colombiana pero vive en Estados Unidos. Sus padres son muy amigos de los míos y nos conocemos desde muy pequeñas. Érika esta hospedada en mi casa, pasando unos días de vacaciones y como buena anfitriona que soy, la estoy llevando a conocer la diversión de la ciudad – Elizabeth sonrió, mientras coqueta guiñaba su ojo izquierdo
– Pues déjame decirte que es muy linda tu amiga -Juan levantó la mirada y observó a la mujer desde el retrovisor - espero que la pases muy bien por aquí
– Pues eso espero, aunque debo confesar que jamás había estado involucrada en este tipo de aventuras, esto es nuevo para mí pero lo he pasado muy bien. Sin embargo jamás me imaginé que por acá las cosas fueran así, me ha quedado una muy buena impresión al respecto – soltó una pequeña sonrisita cómplice
– Bueno… tengo hambre, es casi medio día – dijo Elizabeth abriendo su grande boca en un bostezo poco femenino
– Que les parece si… pasamos por unas pizzas. Aprovecho para llevar algo a la oficina, seguro va a hacer falta
– Si… de acuerdo – respondieron todos
– Entonces vamos – terminó Juan
Juan dirigió su auto a un puesto de pizzas cercano, mientras lo hacía al interior del vehículo fluían conversaciones de lo más amenas y relajadas respecto a la noche pasada. Los muchachos reían alegremente como si se conociesen de toda la vida, sin duda ellos formaban un grupo de amigos de lo más singular. La convicción de esta caterva de jóvenes era disfrutar la vida, satisfacer sus necesidades y llegar a los límites menos explorados de su sexualidad. El grupo no pasaba desapercibido a donde iba. Unas espectaculares mujeres vestidas los suficientemente sexys y elegantes, no era muy común a esa hora de la mañana. Además su forma desinhibida de hablar y reír llamó mucho la atención en el local de pizzas. Para evitar las habladurías los muchachos devoraron rápidamente sus alimentos y de inmediato abordaron de nuevo el amplio auto de Juan en busca de más diversión.
En la oficina, las dos parejas dormían plácidamente hasta que un ruido despertó a Victoria, casi al mismo tiempo Nancy y Federico abrieron los ojos. Eran ruidos de alguien ingresando a la oficina, lo hacía tranquilamente sin prisas y obviamente tenia llaves para hacerlo, eso tranquilizó un poco a los presentes.
– Debe ser Juan -exclamó Nancy- no se preocupen –pero Federico se levantó como impulsado por un resorte, asustado
– Mejor nos vestimos, que va a pensar Juan si nos encuentra así –increpó Federico, mientras Victoria sonrió sospechosamente
– No pasa nada, ya me ha visto así –aclaró Nancy con total serenidad -Federico frunció el ceño indignado
– Cada vez me doy cuenta que te conozco menos – soltó Federico con un ademan de enfado
– Amor, ya hemos conversado de esto ¿prefieres qué te mienta?
La pareja se enfrascó en una agria discusión cuando sintieron que se abría el despacho de junto. Alguien entraba sin prisas y confiado. Victoria se incorporó y dejó a Carlos quien no entendía su apuro – tengo… que ir al baño – dijo mientras se la colocaba encima la bata de Nancy –si vez a Juan, dile que venga por favor– agregó Nancy haciéndole un guiñó. Nancy conocía muy bien las intenciones de Victoria y no eran ir al baño. Ella quería a Juan, necesitaba saciar su libido, su fogosidad parecía ilimitada. Su novio difícilmente la podría complacer en el estado actual en el que se hallaba, por eso buscaba a Juan. Ella quería desatar toda la pasión que llevaba acumulada y que mejor si lo podía hacer con su primer amante masculino. El mismo que la había llenado de tanto placer la noche anterior. Solo pensarlo provocaba que su feminidad se humedeciera, esta mujer necesitaba ser poseída, lo deseaba como una droga, no podía esperar que su pareja se recupere. Sin dudarlo Victoria fue en busca de Juan, se deslizó con cautela por la puerta que comunicaba los dos despachos, entró en silencio, trató que no se percataran de su presencia, no podía ver nada, pero escuchó ruidos, algo como pasos ¿dónde está Juan? se preguntó a sí misma. La puerta del cuarto de baño estaba cerrada ¿qué hacía? ¿Volvía a repetir la misma escena de la noche pasada? ¿Se metía en el cuarto de baño y esperaba a que él entrara e intentar abusar de ella? No, esta vez no iba a poner resistencia, deseaba que pase, deseaba ser tomada por ese hombre. Esta vez iba a tomar la iniciativa, iba a pedirle que la poseyera, que la llene por completo, que la llene con su placer, no, no podía esperar más sus entrañas ardían. Se adentró en la oficina, escuchó de nuevo esos ruidos, provenían del extremo de esa larga oficina, justo tras el escritorio principal, todas las persianas estaban cerradas, no había suficiente luz, pero ahí debía estar, no dudo más, preguntó.
– ¿Juan estas ahí? – soltó casi susurrando
En el despacho de Nancy y Federico, se había entablado una acalorada discusión entre los presentes. El tema de disputa era los gemidos que se escuchaban en el despacho de junto. Todo apuntaba a que Juan y Victoria estaban teniendo relaciones sexuales nuevamente. La situación no era en lo absoluto del agradado de Carlos, su disgusto empeoraba cuando se enteraba de lo que habían hecho la noche anterior. Federico prefería ignorar las revelaciones de Nancy, para él era más preocupante la extraña secuencia de sonidos que se había escuchado. Aunque no se podía entender absolutamente nada los sonidos vagos tenían cierto grado de comprensibilidad. Al principio parecía una discusión, gritos y hasta golpes, luego llanto, sollozos y finalmente los típicos gemidos embebidos en una jornada sexual. Pero en todo este tiempo, Federico no había escuchado la voz de Juan y eso era bastante extraño desde su punto de vista. Para Nancy no había otra opción tenía que ser Juan, enzarzado en un ardiente polvo con la fogosa Victoria y no deberían sorprenderse por los llantos o sollozos. Juan era capaz de eso y más. Carlos en cambio estaba absolutamente angustiado, no le gustaba para nada las aseveraciones tan gráficas que hacia Nancy, respecto a la virilidad de ese tal Juan, menos aún que su novia se encuentre en ese momento con otro amante a solo unos pasos de él. Carlos aun no lograba superar el mal rato que pasó cuando encontró a Victoria enzarzada con Federico y ahora esto, era el colmo.
Finalmente Carlos y Nancy parecían haber llegado a un acuerdo, ellos proponían, cruzar la puerta he ir al despacho para saber que pasaba, acompañar a sus amigos. Federico se opuso rotundamente, lo que ellos estuvieran haciendo es muy personal, <> decía <> Nancy le recordaba todo el placer que habían compartido hace pocos minutos… y eso no había sido algo íntimo de una pareja, sino de dos parejas, las cuales compartieron sin ninguna inhibición. El sexo, el placer, no tenía nada de malo y no tenía por qué involucrar sentimientos. En esa discusión se hallaban cuando de pronto, se abrió la puerta principal del despacho en el que estaban y entró Juan como una ráfaga, entornando una amplia sonrisa en su rostro y en sus brazos varias cajas de pizza.
– ¡Juan! - se escuchó al unisonó, todos lo miraban con asombro –se hallaban tan inmersos en su conversación que no se percataron de los ruidos que hizo Juan, cuan abría la puerta principal de la oficina
– ¡Hola! también me alegra veros, les traje algo de pizza, me imagino que están cansados y hambrientos… aaaa y para ti Federico, traje algo especial, seguro debes tener una resaca terrible
– Gracias Juan pero… -Nancy codeó a Federico, con desaprobación, nadie se atrevía a pronunciar palabra