La Oficina
Una aventura con mi amante en una oficina por horas se transforma en un hermoso e inesperado menage a trois.
La oficina
Durante mucho tiempo mantuve una relación ocasional con una linda chica de otra provincia. Nos veíamos muy de vez en cuando y cuando lo hacíamos nos desquitábamos por el tiempo perdido.
Tengo 31 años y ella 23. Yo soy un tipo normal, bajo de estatura (1.65 m.), delgado, cabello castaño y ojos color miel, con una dotación absolutamente corriente de unos 19x3 cms. Ella es de mi altura, delgada, con un culo más que perfecto que fue utilizado en más de una campaña publicitaria, unas tetas pequeñas pero bien formadas, cabello largo negro y ojos oscuros. Siempre pensé que era "demasiada mujer" para mí, ya que es una belleza y yo no sé qué es lo que vio en mí.
Sin embargo, el tiempo pasaba y ella seguía acudiendo cada vez que de verdad necesitaba cojer, resaltando cada vez lo mucho que le gustaba mi forma de "atenderla". Fue así que durante 2 años nos vimos cada 3 o 4 meses y pasábamos algunas noches juntos, a veces varios días completos sin salir del hotel
Pero ocurrió algo: mi mujer nos descubrió y decidí dejar de verla, lo cual ella pareció aceptar de mala gana pero entendiendo lo que me ocurría. Así, yo volví a mi sencilla vida de casado y ella siguió haciendo lo que sea que hace en sus días, ya que jamás me preocupé por esas cosas y no le pregunté jamás a qué se dedicaba.
Pasaron así 5 meses. Una tarde, mientras trabajaba en mi oficina, mi celular sonó y mostró su número. Un poco temeroso de que hiciera una escena después de tanto tiempo, respondí su llamado y tuvimos una charla amistosa que fue poniéndose caliente a medida que ella me pedía una y otra vez, en tono de súplica, que nos volviéramos a ver, al menos una sola vez.
No le contesté en ese momento. Le pedí que me lo deje pensar unos días y luego la llamaba. Estuve semanas dándole vueltas al tema por un lado, la carne me pedía a gritos que la vuelva a ver, pero después de aquel acontecimiento en el que mi mujer me había descubierto y posteriormente perdonado, pensaba en no verla más y joderme yo solo por no poder cojerla como quisiera.
Pero la carne pudo más y decidí llamarla. Le dije que sí, que nos veríamos, pero que me deje arreglar las cosas como para no ser descubiertos de ninguna manera. Así fue que inventé un viaje de negocios a otra provincia, ni la mía ni la de ella. Alquilé, luego de varios llamados a empresas especializadas, una oficina por horas, con telefonista y todo y hacia allá fui.
Me tomó dos días enteros preparar las cosas como yo los quería y al tercer día la cité a ella en ese lugar, para las tres de la tarde.
Las oficinas que alquilé eran un pequeño complejo con una recepción en planta baja, donde estaba la telefonista que atendería los posibles llamados de mi esposa y me excusaría diciendo que estaba en reunión. En el segundo piso, estaba mi local, con una salita de recepción, un salón de ventas conectado a ésta que contaba con un pequeño toilette, y por fin, al fondo, la oficina propiamente dicha, en la cual yo había hecho instalar, además de los muebles de trabajo, un cómodo diván. Todo este perímetro contaba con cámaras de seguridad que yo podía monitorear desde esta oficina, la cual contaba además con un baño completo.
A las tres en punto, Laura (llamémosla así) llegó presurosa a la recepción de la planta baja. La niña que atendía allí pensaba que esta visita era parte del negocio, así que la hizo pasar al segundo piso y mientras ella subía me avisó por teléfono interno.
Laura tocó el timbre del complejo y yo, desde la oficina del fondo y monitoreándola por las cámaras, le abrí con el portero eléctrico.
Apenas entró a la salita se encontró con un cartel enorme que yo le había puesto para ella: "Sacate la ropa aquí. TODA. Luego puedes pasar."
Laura miró para todos lados, y hasta entreabrió la puerta que daba a la sala comercial para asegurarse de que nadie la miraba. Claro que yo sí la estaba mirando a través de las cámaras pero eso a ella no le importaba. Se quitó su camiseta sin mangas, luego el jean y se quedó luciendo sólo su inocente y diminuta ropa interior de algodón blanco. Estaba por abrir la puerta pero entonces releyó la nota y se quitó todo.
La vi por el monitor, ya bastante excitado, respirando ella profundamente y abriendo de par en par la puerta hacia la sala más grande. Allí sólo encontró un sillón amplio, de tres cuerpos, estratégicamente ubicado frente a una de las cámaras de seguridad. Un escritorio con cajones se ubicaba a la derecha y sobre él había otra nota para ella: "Antes de verte cara a cara, quiero que me demuestres cuánto me deseas quiero que te masturbes sobre ese sillón. Si necesitas ayuda busca en los cajones."
Abrió al instante uno de ellos y allí le había dejado yo algunos juguetes. Un vibrador de importante tamaño y un dildo pequeño para doble penetración muy ocurrente.
Suspiró. La vi perfectamente en el monitor estaba caliente. Muy caliente. Yo conocía perfectamente esa cara de perra en celo y lo que la causaba. Yo ya no aguantaba más. En mi refugio, separado de ella por sólo una puerta, comencé a masturbarme lentamente.
Ella se recostó en el sillón y comenzó a tocarse. Sus dedos recorrían suavemente su concha mojada por la excitación a la que yo la había estado sometiendo con tanto misterio. Pronto estaba clavándose el vibrador como si nada pudiera saciarla lo metía con una furia intensa que yo pocas veces había visto, y comenzó a gemir y gritar, al punto que yo escuchaba sus gritos a través de la puerta como si fueran al lado mío.
Tuvo un orgasmo y luego otro y otro más, y de pronto se quitó el vibrador y con los dedos comenzó a mojarse el culo y sin más, sin ningún momento de descanso, se metió el dildo doble en la concha y en el culo y así, con el aparato metido en los dos agujeros, se puso en cuatro patas y caminó hacia la puerta, como una perra, relamiéndose los labios, aún gimiendo y gritando.
Al llegar a la puerta no la abrió sino que golpeó suavemente. Yo había tenido un orgasmo impresionante de sólo mirarla y estaba admirando la terrible mancha de semen sobre la alfombra, pensando en que se la haría limpiar con la lengua. Me acerqué para abrir la puerta pero algo me interrumpió. El teléfono interno estaba sonando.
Pensé en no atender, pero finalmente lo hice y al "hola" desconfiado que solté le respondió una voz femenina con un leve dejo de calentura "yo también lo estoy viendo", dijo. Me asusté un poco, recordando el episodio de mi mujer descubriendo mi affaire, pero entonces reconocí la voz de la recepcionista de la planta baja. Algo había fallado en mis cálculos. Las cámaras de seguridad podían monitorearse también desde allí abajo.
Traté de hacerme el tonto, diciendo que no entendía de qué me estaba hablando, mientras de reojo podía ver a Laura en la puerta, aun golpeando. Había abierto las piernas y seguía jugando con el aparato en los dos agujeros se había mojado largamente los dedos con sus propios jugos y de tanto en tanto los lamía o los pasaba por sus pezones pequeños, oscuros y duros como piedras.
La niña de recepción me dijo de pronto: "Yo también puedo verlo. Lo que está haciendo esa chica y y no pude evitarlo, tenía que decirte algo ¡quiero participar de esto!"
No tardé en responderle: "Vení. Pronto."
Corté el teléfono y fui raudo a abrirle a Laura. Abrir y meterle la verga hasta el fondo de su lindo culo fue un solo movimiento. No nos dijimos palabra sólo la ensarté y empecé a bombear en su orto con furia. Ella gritaba y gemía Yo le daba más y más duro, con ganas de llenarla de leche.
De pronto, sin ruidos previos que anunciaran nada, la recepcionista apareció frente a nosotros. Laura hizo un pequeño ademán de soltarse de mí para esconderse, pero la otra se quitó tan rápido la ropa que Laura entendió muy pronto y se despreocupó.
La niña se acercó a nosotros no tendría más de 20 años y era rubia y con ojos verdes unas tetas enormes y blancas y un culo que hacía palidecer al de Laura. Tenía la concha totalmente depilada, igual que mi amante, y se acercó a ella, que seguía aguantando mis embestidas en cuatro patas. Le puso la concha en la cara y ordenó: "Chupala, perra".
Laura comenzó a chuparle la concha con ganas metía la lengua hasta el fondo y con una mano le separaba los labios vaginales mientras masajeaba el clítoris con el dedo pulgar. Yo no pude ante tanta lujuria y solté un espeso y caliente chorro de semen en el culo de Laura, que al sentirlo comenzó a dar grititos y jadeos convulsivos.
Mientras sacaba la pija del culo de Lau, le pregunté a la niña su nombre. Emilce, dijo. Y sin más me agarró la verga y comenzó a mamarla con fruición, mientras Laura le agarraba el culo, le separaba las nalgas y le metía la lengua en su ano.
Emilce me miraba desde abajo, con cara de niña buena, mientras mordisqueaba la punta de mi pija y metía lentamente un dedo en mi culo la dejé hacer unos minutos y luego, sin aviso, la puse sobre la alfombra abierta de piernas y le metí la verga en la concha mojada. Laura se sentó sobre la cara de Emi, y ésta comenzó a devolver el favor chupando y lamiéndole la concha como si fuera el plato mas exquisito del mundo.
Acabé una vez más, esta vez dentro de Emilce, y al retirarme de allí Laura se agachó a sorber mi leche y los jugos vaginales que se mezclaban. Bebió hasta la última gota mientras Emilce se convulsionaba y gemía en un orgasmo interminable.
Yo me recosté en el diván y me masturbaba con fuerza mirando a las dos hembras disfrutarse mutuamente.
De pronto ambas pararon y me miraron. Se acercaron velozmente hasta donde yo estaba y arrodilladas frente a mí, comenzaron a disputarse mi verga con sus bocas.
Me la chuparon alternadamente hasta que por tercera vez en la tarde eyaculé una cantidad de semen impensable, el cual se repartieron equitativamente.
Luego se besaron pasándose la leche de una boca a la otra, hasta que Laura se acercó a mi cara y me besó, recibiendo yo mi propio semen mezclado con la saliva de ambas en mis propios labios.
Junté todo sobre mi lengua y entonces las recosté una encima de otra, con las conchitas pegadas y húmedas y les devolví la leche a ambas, dejándola chorrear desde mi boca hasta sus conchas mientras ambas, mutuamente, se daban una buena paja pegajosa por el semen derramado sobre ellas.
Me paré lentamente, me fui vistiendo, y ellas seguían franeleando y tocándose. Me fui de allí sin siquiera ducharme, rápido, antes de que se les ocurriera pedirme más.
Nunca más las volví a ver.