La obsesión

Las obsesiones pueden llevar a situaciones... ...inesperadas.

Ante todo quiero decir que si se busca acción rápida, éste no es el relato adecuado. Probablemente quien busque eso se aburra, así que no le merecerá la pena leerlo.

Para quien tenga paciencia y esté dispuesto/a a leerlo hasta el final, primero me gustaría que tuviera en cuenta unas consideraciones:

En primer lugar, gracias a todos por el recibimiento de mi primer relato. Para mi fue una inmensa sorpresa ver su acogida. Honestamente, nunca esperé algo así, y me siento bastante halagado por los comentarios y correos que recibí, incluyendo los que criticaban algunas cosas, para que pudiera mejorarlas. De verdad que lo agradezco.

En segundo lugar, quiero indicar que este relato lo envío porque ya lo tenía prácticamente escrito y, como faltaba poco, decidí terminarlo y subirlo, a pesar de que estuve muy tentado de borrarlo, porque por algún motivo no me termina de convencer. No sé exactamente qué, pero algo no me termina de llenar, lo noto muy mejorable (y, sin ser yo Cervantes, malo, malo que pudiera ser mejor hasta para mi... ).

No tengo paciencia para leerlo y hacer cambios así que, de cualquier modo, espero que no os disguste.

En tercer lugar, como siempre, agradeceré todos los comentarios, donde se diga qué puntos están bien, cuales están regular, y cuales mal. Hay que saber que cosas mantener y cuáles mejorar. Para cualquier cosa, atenderé los comentarios y correos con atención.

Sin más, espero que os guste.


Susana estaba terminando de arreglarse, mirándose al espejo. Peinaba ese largo pelo negro ondulado, mecánicamente, mientras comprobaba su maquillaje. Poco, el justo para resaltar sus ojos negros, algo de rojo para sus labios marrones, y poco más. No le gustaba echarse echarse más. Su tersa piel morena resultaba mejor al natural.

Dejó el cepillo sobre el mueble, mientras se ajustaba bien la camiseta, que se le había subido un poco al subir el brazo para peinarse, de manera que, al bajarlo, se le había arrugado.

Se levantó y observó el conjunto. Estaba guapa. No pretendía estar muy sexy o provocativa, tan sólo lo justo, atractiva. Al fin y al cabo lo que iba a hacer es ir a casa de gente que no conocía, invitada por su compañera de trabajo. Como no tenía mejores alternativas a la vista, había aceptado.

Vio sus curvas, medianas tirando a grandes, que destacaban en su silueta delgada, a sus 23 años. Sólo puso una única mueca de desagrado al mirarse al espejo. Era pequeña, y eso le tenía algo acomplejada, aunque nadie lo supiera. Con 1'62 tal vez no fuera demasiado pequeña, pero a ella le hubiera gustado ser 10 cm más alta, o incluso algo más. Así se sentiría imponente.


Cuando llegó a la dirección y entró, se alegró de haber ido así. Por lo que veía era algo bastante informal, estando reunida la gente alrededor de una gran mesa, bebiendo y hablando, tratando de reírse un rato y divertirse.

No le costó encontrar a Luisa, su compañera. Era dos años mayor que ella, teniendo 25 años, y, si bien tenía algún que otro kilo de más, tenía unos pechos enormes e hinchados, que no caían apenas a pesar de que su peso debía ser considerable, y ella, presumida, llevaba tremendos escotes, mostrando la sima que se abría entre sus imponentes montañas. Su culo era normalito, al igual que su cara, con unos ojos marrones, pelo castaño, y piel clara, con unos labios rosas que hacían intuir cómo serian sus intimidades. Era una persona bastante alegre y extrovertida, y, a pesar de ir arreglada de manera muy sexy, como siempre hacía, seguía siendo igual de despreocupada que siempre.

Se vestía así no para ligar, sino para llamar la atención. Era consciente de que había mujeres mas guapas que ella, por lo que usaba sus armas para sentirse ella misma atractiva. A todo el mundo le gusta esa sensación.

Susana se acercó a Lucía, y permanecieron hablando por espacio de casi un cuarto de hora cuando le vio.

Susana sintió renacer viejas sensaciones que creía olvidadas, mezcla de odio, deseo, frustración, atracción, amor... ...¿amor?, no, no, amor no, ¡eso no!. No quería pensar en esa palabra con respecto a él. Tensa, le vio cruzar la sala, sin darse cuenta de su presencia, como nunca lo había hecho. Su adolescencia volvió a pasarle por su cabeza, llenándola de imágenes, sensaciones y toda clase de recuerdos. ¿Por qué le pasaba esto a ella?, era injusto, le llevó mucho tiempo conseguir quitárselo de la cabeza para verlo ahora otra vez y que entrara de nuevo, arrasando con todo.

Y encima estaba aún más guapo que antes, y con un cuerpo más desarrollado. No tan moreno, pero con esos mismos ojos marrones, esa mirada, con esas facciones definidas, con el cuerpo que, bajo la camiseta, se le veía más moldeado por el deporte. Seguro que seguía practicándolo. ¡Le odiaba, le odiaba, le odiaba con toda su alma!.


Javier era el hermano mayor de Núria, amiga de Susana de la infancia, un año mayor que las dos. Ambas vivían muy cerca, y estaban constantemente juntas, con lo que Susana no tardó en conocer al hermano. Por aquel entonces no era tan alto, ni el deporte le había ayudado tanto, aunque ya tenía un buen cuerpo, delgado pero con sus músculos comenzando a desarrollarse en su adolescencia. Pero, ya por entonces, tenía esa cara, esos ojos, y esa mirada. No pudo dejar de fijarse en él.

Sin embargo, él nunca le prestó atención a ella, a pesar de que, ya por aquella época, era casi igual que ahora. Ella se desarrolló pronto.

Sabía que el trato entre los hermanos era malo. La mayor parte de la gente tratan de disimular ante los demás, pero ellos no, especialmente él. La hermana no dudaba en mostrar su hostilidad, y él solía actuar como si su hermana no estuviera, como si la rodeara un manto de oscuridad. Y en el interior de ese manto de oscuridad se encontró Susana, tapada, atraída por un chico que no parecía verla.

Por aquella época intentó llamar su atención sistemáticamente, vistiéndose de manera atractiva, formando bullicio mientras estaba cerca de él, con su hermana, y de infinidad de otras formas, pero no había manera, parecía no darse cuenta de su presencia. Estaba enormemente frustrada y molesta con él, y, adolescente como era, se enfadó con él, siguiéndole el juego a la hermana cuando se enfadaban y la hermana le insultaba, uniéndose a los insultos de ella.

Eso sólo provocada miradas y gestos de desprecio de Javier para Susana y su hermana, tras lo cual continuaba ignorando a ambas. Susana se enfadaba aún más, y aún se exaltaba más, metiéndose en un bucle que iba difuminando cualquier ínfima posibilidad de acercarse a él, a la vez que hacía que se obsesionara aún más. Le habían hecho infinidad de jugarretas las dos amigas, algunas bastante pesadas. En alguna ocasión temió que llegara a pegarles, pero nunca pasó de mirarlas con furia unos instantes para volver a ignorarlas. De alguna manera, Susana se sentía molesta con eso también. Se sentía tan poco importante para él como para ni tan siquiera dejarse llevar por la rabia cuando ella y su hermana le provocaban.

Odiaba sentirse así, jamás ningún chico la había hecho pasar por eso.

Y es que ella, como ya se dijo, ya era por aquel entonces una chica casi totalmente desarrollada, que atraía miradas de la mayor parte de los chicos, y el no ser capaz de conseguir a quien ella realmente quería la devoraba por dentro. La sensación de poder obtener todo menos lo que de verdad quería le nublaba el juicio.

Lo único que le consolaba era que él no tenía novia. Ella no lo hubiera admitido, pero eso le daba una pequeña esperanza, y, a su vez, le impedía quitárselo de su cabeza.

Con el tiempo, ella dejó de pasar por su casa, dolida, y así dejó de verlo. Aún estaba obsesionada con él, pero se convencía de que sólo era odio, de que le detestaba. Comenzó a salir con otros chicos, sin que saliera muy bien al principio, pero el tiempo fue cubriendo los recuerdos, enterrándolos bajo la alfombra, y ella fue, poco a poco, empezando a tener relaciones normales, sin su influencia, hasta haberse olvidado del todo de él.

Y ahí estaba él ahora, altísimo, tan guapo como antes, pero con cara y cuerpo de hombre. Acababa de levantar la alfombra y revolver todo lo que ella había escondido debajo, como si hubiera pasado un huracán.

Y, como siempre, sin notar su presencia.


Susana se había quedado mirando fijamente a Javier durante bastante tiempo, perdida entre sus propios pensamientos, sin darse cuenta de la presencia de Lucía.

  • Vaya, veo que te ha gustado Javier. - dijo Lucía riendo, sin saber todo lo que pasaba por la cabeza de su compañera de trabajo.

¿Qué?, ¡¿él?!, ¡no!,¡NO! - Se sentía demasiado agitada por dentro, con una marea de diferentes emociones sacudiéndola -, en realidad es al revés, no le soporto.

  • Claro, claro – dijo Lucía, con una sonrisa que mostraba que no se creía una palabra de su compañera -, pero, a ver, ¿por qué no le soportas?

Susana se quedó en blanco. ¿Qué podía contestar sin quedar en evidencia?

  • Nada, nada, cosas de hace mucho tiempo – dijo, tratando de ocultar su nerviosismo.

Si no fuera por cómo había mirado Susana a Javier al principio, y porque ella le conocía a él desde hacía muchos años, Lucía hubiera pensado que él la había tratado mal o algo parecido.

De todas formas, y en vista de que la charla le hacía sentirse incómoda a su compañera, decidió dejarlo ahí, y desvió el tema hacia otros asuntos mas triviales.

Estuvieron hablando durante bastante rato, y Lucía trataba de no sonreír demasiado descaradamente cada vez que veía a Susana buscar con la mirada a Javier, cosa que sucedía con una relativa frecuencia. La veía hacer esfuerzos por no hacerlo, pero aún así no era capaz de contenerse. Además, se le notaba muy espesa en la conversación. Y eso hacía que la curiosidad de Lucía se incrementara, aunque se abstuvo de preguntar nada.

Por su parte, Javier ni tan siquiera se había dado cuenta. Permanecía en un segundo plano, hablando con un amigo. A pesar de conocer a todos y de ser amigos, siempre tendía a apartarse un poco, estando con una o dos personas, los grupos mas grandes no le entusiasmaban.

En uno de los momentos en los que él se dirigía a la cocina, para lo cual tenía que pasar junto a ellas, Lucía le detuvo para saludarle, divertida interiormente con lo que se le había ocurrido.

  • Mira, Javier, te presentó a Susana – dijo ella, tratando de contener una sonrisa traviesa.

Susana le miraba con una cara que reflejaba, ante todo, desconcierto y nerviosismo, como si, de repente, le diera miedo que él la mirara.

Al verla, él debió reconocerla, porque su agradable sonrisa se transformó en un gesto serio. No era una mala cara, era una cara... ...neutral. Nada extraña en él cuando no estaba cómodo.

  • Hola, pero ya nos conocíamos. - dijo él, con un tono neutro.

  • Ho... ...hola – dijo ella, aún tímida, e intimidada por el cambio de expresión que le vio.

  • Perdonad, pero voy a por hielo a la cocina – dijo él, mientras continuaba su camino.

Lucía contempló a Susana, aturdida. Evidentemente él no se sentía a gusto con ella, y Lucía no sabía por qué. Su travesura para sonsacar información había desvelado poco.

Estando la situación como estaba, optó por comenzar a hablar de otros temas, para sacar a su compañera de su ensimismamiento.


Susana entró en su piso tratando de poner orden al desbarajuste emocional que bullía en su interior. Notaba, impactada, como la sola presencia de él había tirado por tierra toda la seguridad que había ido acumulando con los años, volvía a sentirse la adolescente insegura que una vez fue.

Y cuando le saludó y notó su cambio de humor al verla... ...no debería, no quería que fuera así, pero le dolió. Y saber que ella, haciendo frente común con la hermana de él cuando le insultaba y le hacían todo tipo de perrerías, era la causante de eso lo empeoraba. La vergüenza ante su comportamiento pasado superó por un momento al resto de emociones, y se tapó la cara, como si estuviera frente a él y la estuviera juzgando.

No lloró, pero no falto mucho.

Pasó el resto de la noche intentando dormir, pese a no conseguirlo. La obsesión había vuelto, y se había hecho fuerte en su cabeza.


Pasó el fin de semana absorbida en esos pensamientos, cuando llegó el Lunes.

No se cruzó con Lucía al entrar, sino que ésta le estaba esperando.

  • ¿Sabes?, Javier nos dijo que no dijéramos nada de él delante tuya, porque no tardaría en llegar a oídos de su hermana. Sabía que no se llevaba especialmente bien con ella, pero no lo imaginé tanto.

Javier había dicho eso, ciertamente, pero Lucía se lo comunicó a Susana no con la idea de que se enterara de que se llevaba mal con la hermana, algo que debía saber mejor que ella misma, sino para que justificara en eso la actitud de Javier, y no se sintiera mal.

Susana la miró, pero no dijo nada. Simplemente pensó en lo que había dicho.

Evidentemente, para él era un handicap muy importante el hecho de ser amiga de su hermana. Quiso pensar que eso era lo que había provocado siempre su actitud con respecto a ella. Una tenue esperanza surgió en su interior.

Lucía la dejo pensar un rato, mientras simulaba ojear unos papeles.

  • El viernes que viene seguramente quedaremos de nuevo, ¿te apuntas? - dijo, finalmente.

  • E... ...sí... ...bueno, claro, ¿por qué no?

Lucía giró el rostro, para sonreír sin disimulo. Se estaba tomando todo esto como un juego.

La semana transcurrió, con Lucía deslizando detalles sobre Javier, sus costumbres y sus gustos, escondidos entre datos sobre los demás, como si no supiera que el resto de personas del grupo no le importaban a su compañera, y Susana odiando los relojes, por su lentitud, su desgana en avanzar a la velocidad que ella deseara.


El viernes por fin llego, tras una semana que se le antojó interminable, y ella ya se preparaba ante el espejo, con el corazón desbocado. Quería estar arrebatadora y atractiva, y algo sexy, sin pasarse de ésto último, no fuera a ser que él pensara que ella trataba de llamar la atención demasiado de cualquiera. Notaba el temblor en su mano constantemente, teniendo que hacer un esfuerzo titánico para no hacer un estropicio al maquillarse.

El trayecto hacia la casa fue una continuación del suplicio, caminando cuando sus piernas le pedían correr sin control, con el resultado de que llego antes que la mayoría.

Se entretuvo hablando con los presentes, girándose nerviosa cada vez que sonaba el timbre, tratando de que nadie se diera cuenta, pero sin poder contenerse.

Lucía llego poco después. Su presencia tranquilizó algo a Susana, así que se pusieron a hablar entre ellas. En un momento dado, cuando estaban hablando con uno de los amigos, Lucía le hizo la pregunta que Susana había querido hacer desde que llegó. Si Javier iba a ir. Él, cuyo nombre Susana no recordaba, ni le importaba no hacerlo, dijo que iba a ir, pero que tal vez se retrasara, porque tenía que recoger a algunas personas. De todas las conversaciones hasta ese momento, éso era lo único que Susana había escuchado de verdad. No recordaba el resto de las charlas.


Javier llegó, junto con un grupo de gente, y comenzó a saludar a los que se iba encontrando, hasta que llegó a una butaca, donde se sentó. También en ese mismo sitio pasó bastante parte del tiempo el fin de semana anterior, recordó Susana.

Aprovechó que se quedó solo un momento para acercarse y hablar con él, sintiendo como el pecho se le comprimía y como le sudaban las manos. Se aterrorizó pensando que el poco maquillaje que tenía se le corriese, formándole una máscara que desdibujara sus rasgos. Se miró en el reflejo del cristal de un mueble, nerviosa a más no poder, viendo que todo parecía estar bien. Todas las cosas que había pensado decirle, todas las diferentes conversaciones que pensaba que podía tener con él, todo, absolutamente todo, se le fue de la cabeza, quedándose en blanco justo cuando se situó frente a él.

Trató de usar todas sus energías en mantener la compostura.

  • Hola – dijo ella. Sorprendentemente, sonó "normal". Sentía júbilo por haber sido capaz de hablar sin que le temblara la voz.

Hola – contestó él, tras levantar el rostro y mirarla.

Mira, Javier... - notó que su tono iba a quebrarse por los nervios e hizo una leve pausa - ...quiero que sepas que yo no voy a ir diciéndole a tu hermana lo que hagas. - Fue lo único que se le ocurrió para poder hablar. Acababa de dejar claro que sabía lo que él había pedido a los demás, pero había sacado un tema de conversación, al menos.

Javier la miró unos instantes, escrutándola.

  • No es que haga malo, simplemente me gusta mantener mi vida privada.

  • No digo que hayas hecho nada malo, ni que lo vayas a hacer, digo que yo no voy a ir contando las cosas – replicó ella, nerviosa, antes de darse cuenta de que eso no venía demasiado a cuento.

  • Bueno, gracias, supongo – contestó, encogiéndose de hombros.

Susana se encontraba agobiada. Había llevado la conversación hasta un callejón sin salida y esta había terminado, pero trataba de encontrar alguna escapatoria, algún tema con el que enlazar y seguir hablando, sin que pareciera demasiado forzado, mientras él esperaba.

  • Perdona, me voy a comentarle una cosa a Lucía, que me acabo de acordar – dijo ella, tratando de ganar una salida digna, vista su imposibilidad para sacar conversación.

  • Tranquila, ve.

Se alejó, maldiciéndose a sí misma, por no ser capaz de hablar con él, y con él por no darse cuenta y ayudarla.

Estuvo hablando el resto de la noche, pensando cosas que decirle, y llegó a acercársele un par de veces más, con resultados similares, lo que provocó que, al fin de la noche, cuando todos volvían a casa, su frustración alcanzara límites insospechados. Volvía a odiarle por hacerle sentir así, tan frágil, tan pequeña, porque no es que la rechazara, es que no se daba cuenta de ella. No le consolaba que eso fuera algo normal en él, según toda la gente. A ella no le importaba como él mirara a los demás, sólo quería que se fijara en ella.


No podía dormir, la obsesión alcanzaba puntos álgidos, se revolvía en la cama sin poder conciliar el sueño, incapaz de desconectar. Trataba de pensar en otros asuntos, pero no pasaban mas que unos minutos antes de volver al mismo tema, una y otra vez.

Desesperada por tratar de pensar en otra cosa, encendió el ordenador y fue recorriendo las páginas de noticias, inundándose de los sensacionalismos baratos que los periódicos disfrazan como información.

Crisis, reyertas, corrupción, agresiones domésticas, violaciones... Ella sí que querría violar a ese cabrón, sí, tomar por la fuerza lo que ella quería de el bastardo que no se daba cuenta, seguro que así finalmente conseguía que la mirara. Lástima que él fuera bastante más fuerte que ella. Sería una venganza justa.

De repente, un aspecto en la noticia de la violación le llamó la atención. El método usado fue usar una droga para anularle la voluntad, tras lo cual se produjo la agresión.

Un frente de guerra estalló en su cabeza. Por una parte, parecía una medida demasiado desproporcionada. Por otra, su odio hacia él era enorme, y tal vez así pudiera olvidarse de él, superarle.

Leyó que algunas drogas de ese tipo hacían olvidar lo sucedido mientras se estaba bajo sus efectos.

Su conciencia libraba una dura batalla con sus ansias y emociones primales, básicas. El odio y el deseo eran unos formidables adversarios.


A mediados de semana aún seguía con el dilema moral, pero la frustración y el ansia, al comentarle Lucía que el siguiente fin de semana también quedarían, se aliaron con el odio y el deseo, y comenzaban a ganar la batalla, que ya parecía tener el final decidido. Lucía trataba de darle oportunidades de acercarse, sin saber qué clase de pensamientos albergaba su compañera en ese momento.

El jueves, Susana quedó con una amiga farmacéutica. Teóricamente, para tomar algo y ponerse al día. En realidad, para informarse acerca de esas drogas.

Se sentía perversa, incluso degenerada, pero se forzaba a creer que hacía eso por culpa de Javier. Él era el que había provocado todo eso. No tenía derecho a comportarse así, a hacerle sentir de esa manera.

Una vez en el bar, desplegó toda su sutileza para acercarse al tema sin llamar la atención. Estuvieron hablando de otros asuntos antes de atreverse a profundizar en el que realmente le interesaba. Sutilmente, le dejo caer la noticia de la violación, insinuándole que ya les valía a las empresas farmacéuticas con lo que fabricaban. Su amiga, pensando que era un reproche, le enumeró las que se solían usar, y cuales eran los usos comunes de ellas, mencionando que las empresas no tenían culpa si algún traficante la vendía libremente y luego algún desaprensivo las usaba para esos fines.

A Susana le dio igual todo, salvo los nombres de las drogas y sus efectos. Y lo memorizó a conciencia. Pasado esto, desvió de nuevo el tema, como si les "perdonara" que fabricaran eso, y continuaron hablando durante algunas horas.

Conseguir las drogas le fue más difícil. No sólo porque no eran muy éticas, y muchos camellos no aceptaban llegar a esos extremos, sino porque, algunos de ellos que sí, sospecharon que una chica atractiva quisiera, y se echaron para atrás, temiendo pillarse los dedos en algo gordo, y otros simplemente porque se sentían demasiado incómodos ante ella con ese producto. Sin embargo, la codicia pudo con ellos, y uno de ellos gestionó sus contactos para conseguirle su encargo.


El viernes, mientras se arreglaba, su conciencia trataba de dar los últimos coletazos, en un desesperado intento de evitar que hiciera la locura. Empezó a tener dudas, pero no dejó de tomar la droga antes de salir.

Ya en la casa, la cosa fue a peor. Tenía miedo de que alguien le registrara y encontrara su cargamento secreto, aumentando el nerviosismo que ya de por sí solía tener al estar en las proximidades de Javier. Se sentía como un cordero disfrazado de lobo pasando entre un grupo de éstos.

Permaneció hablando con varias personas, sin prestar apenas atención a la charla. Observaba a Javier. Las reticencias parecían haber aflorado, avergonzándola de sus intenciones, por lo que olvidó sus pretensiones iniciales.

Trató de acercarse a hablar con él, pero en el último momento se giraba y comenzaba a hablar con cualquier otra persona, nerviosa. Estaba comenzando a cogerle miedo, y no sabía bien por qué.

Juntando todas las fuerzas que pudo, se puso frente a él, tratando de poder hablar de una vez. Sin embargo, entre que él no terminaba de sentirse cómodo con ella, pese a estar bastante más relajado que los días anteriores, y que ella se quedaba en blanco, apenas cruzaron unas pocas palabras antes de que Susana se fuera, alegando que su bebida estaba caliente y necesitaba hielos.

La furia y la desesperación anidaron en su cabeza, mientras tocaba con las yemas de los dedos el pequeño bulto que hacían en su pantalón las drogas.

La batalla moral en su cabeza volvió, álgida como nunca. Intensa, con infinidad de emociones involucradas, pero breve, la batalla finalizó, declarando un vencedor.

Estaba con un grupo de personas, a unos pasos de Javier, cuando vio que este había terminado su copa. Ella reaccionó rápido, bebiéndose de golpe casi lo que le quedaba en el vaso, casi un tercio de él, lo que le provocó un leve gesto en la cara.

  • Voy a servirme otra copa, ¿alguien quiere que le eche otra? - sus palabras fueron intencionadamente altas, lo suficiente para que Javier pudiera oírlas con claridad.

En su grupo todos tenían aún bastante contenido en sus vasos, por lo que, tras agradecérselo, declinaron la oferta. De todas maneras, no eran ellos los que interesaban a Susana.

  • Voy a echarme otra copa, ¿quieres que te rellene la tuya? - dijo ella, tras acercarse a Javier, mientras, sin darle tiempo a responder, cogía el vaso de la mano de él.

Javier levantó la vista hacia ella, un tanto sorprendido porque le hubiera cogido el vaso sin esperar.

  • Ee... ...bueno, de acuerdo, pero no hace falta. - contestó.

  • No pasa nada, de todas maneras tengo que ir a llenar la mía, así que no pasa nada. Ron con cola, ¿verdad? - dijo ella, sonriente.

  • Si, gracias, con una cucharada de azúcar, si no te importa.

  • Sin problema, ahora vuelvo. - dijo, mientras se giraba y se dirigía a la cocina. ¿Azúcar?, sí, y algo más... pensó.

En la cocina sirvió las dos copas, echándose lo mismo que él. Incluso se echo la cuchara de azúcar. Removió ambas copas y bebió un pequeño sorbo de la de él, excitada por el hecho de que sus labios habían estado ahí hasta hace un momento.

Se sorprendió por el sabor. El azúcar acentuaba el dulzor del ron y la cola, pero sin resultar empalagoso. Entraba muy bien la bebida, casi sin notarlo.

Sacó la droga de su bolsillo y la dejó en su mano. Por su cabeza volvieron a cruzarse infinidad de ideas, haciendo que permaneciera quieta por unos instantes. Sin querer pensar, la echó en el vaso de él, removió todo bien, y volvió a llevársela.

Javier le agradeció la copa cuando se la dio, y hablaron un momento. Pero ya no solo se sentía terriblemente nerviosa por estar junto a él, sin que se le ocurriera nada que decir, sino que se le añadía la ansiedad y el nerviosismo de ver la droga actuar.

Sin saber qué más decir, pero sin querer apartarse de su lado, para cuando empezaran a manifestarse los efectos, le preguntó si le molestaba que se sentara en una butaca que había al lado de la de él.

Él le dijo que adelante, y permanecieron así por un rato, en silencio, Susana observándole disimuladamente, y él perdido en sus pensamientos.

De repente, Javier sacudió la cabeza.

  • Vaya, creo que no me encuentro bien. - dijo, con gesto extraño.

¿Estás bien? - se acercó ella, tomándole de un brazo mientras él se levantaba del sillón, desconcertado.

Sí... ...bueno, un poco extraño, no sé, raro, creo que voy a dar una vuelta. - dijo él, comenzando a caminar.

Espera, te acompaño – dijo ella, continuando aferrada a su brazo. ¡No lo podía creer, estaba funcionando!

Sin embargo, Javier tenía una cara de desconcierto muy extraña en él, por lo que la gente iba acercándose a él, preguntándole si estaba bien. En un momento dado, uno de ellos propuso llevarlo a un hospital.

Susana se alarmó, aterrorizada ante la idea. Era casi seguro que le harían un análisis de sangre al ver que la tasa de alcohol no era tan alta como para tener esos efectos, y dicho análisis desvelaría todo, no sólo quedaría al descubierto frente a todos, sino que podría ir a la cárcel, y él jamás la volvería a mirar a la cara. El pánico se extendió rápidamente dentro de ella, entorpeciendo sus pensamientos.

Su cabeza trabajaba frenética, pensando en algo para evitarlo.

  • No, no hace falta, creo que me iré a casa dando un paseo, así me da un poco el aire. - Susana respiró aliviada ante la contestación de Javier.

Yo le acompaño. - Se ofreció ella, rápidamente.

Lucía la miró y le guiñó un ojo. Pensaba que su compañera quería acompañar a Javier para ganar puntos con él. Nunca jamás podría imaginarse lo que realmente pasaba.


El camino hacia el piso de Javier fue largo, con Susana rozando el cuerpo de él, tratando de estimularle y provocarle disfrazándolo como si intentara ayudarle a andar, cosa que él, aunque desorientado, no necesitaba. Sin embargo, la droga lo tenía lo suficientemente aturdido como para no protestar mucho por ello, enfrascado en una sarta de especulaciones sobre qué podía estarle pasando, mientras notaba sus pensamientos espesos, inconexos.

Llegaban ya a su portal, desesperada ella ante la falta de respuesta de él, demasiado aturdido y centrado en las extraña sensaciones que experimentaba, cuando decidió echar toda la carne en el asador.

Se lanzó hacia él, saltando y abrazándose a él, para besarle con furia y pasión. Javier perdió ligeramente el equilibrio a pesar de la diferencia de pesos entre ambos, y estuvo a punto de irse al suelo con ella encima, pero pudo estabilizarse aun a pesar de su estado mental.

Sorprendido, tomó a Susana, separándola primero de sus labios, y luego deshaciendo el abrazo en que ella le tenía envuelto, dejándola en el suelo. Los intentos de ella por evitarlo fueron en vano, ante la diferencia de fuerza.

  • No, no, no me encuentro bien – dijo, moviendo las manos con la vista perdida, mientras se dirigía a su portal buscando las llaves.

No era muy consciente de lo que pasaba, era evidente, se sentía extraño y eso le absorbía.

Susana permanecía aún quieta, saboreando sus labios mientras se los tocaba con un dedo, con los ojos abiertos. Estaba aturdida. Le había besado, y él, por un instante, había respondido, inundando su boca de su sabor, teñido del sabor dulzón de su bebida. Y luego se había ido. El muy cabrón se le había escapado, aprovechando su embobamiento tras sentir sus labios, y a pesar de la droga.

No le valía que él parecía preocupado por las extrañas sensaciones de su cabeza, el muy bastardo lo había vuelto a hacer, la había dejado a un lado.

Su furia y frustración volvieron a sus niveles de máximo apogeo.


La mañana siguiente le sorprendió sin haber podido dormir prácticamente nada. Al principio, demasiado absorbida por las emociones recientes, no podía dejar en la mezcla de odio y deseo que el le provocaba, pero conforme se iba aplacando, comenzó a darse cuenta del peligro que corría. No sabía si él había ido al final al hospital, alarmado por su estado, o si recordaría algo de lo pasado, lo que provocaría que, inevitablemente, atara cabos: ella le sirve una bebida, luego se siente "raro", ella se ofrece a acompañarlo a su casa y, finalmente, ella se lanza sobre él.

Le habían dicho que la droga provocaba amnesia, pero también que le dejaría en sus manos. ¿Y si...?

Un sentimiento de temor la inundó, pensando que en cualquier momento la policía llamaría a su puerta para pedirle explicaciones.

Tendida en la cama, encogida en posición fetal, con el miedo recorriendo sus entrañas, permaneció hasta casi la noche, sin atreverse a moverse, como si el hecho de hacerlo pudiera provocar que vinieran a buscarla.


El sábado y el domingo le sirvieron para ir perdiendo parte del miedo, aunque aún le preocupaba que él recordara algo. El lunes lo averiguaría, al cruzarse con Lucía.

Por una parte lo ansiaba, para saber de una vez qué pasaba y terminar con todo eso, pero por otra lo temía.

El lunes llegó, y vio acercarse a Lucía. Sentía el corazón en un puño, y el pecho oprimido. Incluso sintió el impulso de ponerse a llorar, aunque llegó a controlarlo.

  • Bueno, dime, ¿qué pasó al final con Javier el viernes? - dijo Lucía con una sonrisa traviesa.

No pasó nada, le acompañé hasta el portal de su casa y me fui a casa. - respondió Susana, tratando de contener sus nervios, pero sin lograrlo demasiado.

Lucía los malinterpretó como las emociones que su compañera sentía por su amigo.

  • Otra vez será, entonces, - dijo, guiñándole un ojo – este fin de semana parece ser que también quedaremos.

Lucía se fue mientras decía esa última frase, dejando intencionadamente que su compañera pensara. Y su compañera pensaba, tan sólo que Lucía no tenía ni la más remota idea de lo que realmente pensaba...

Al menos ahora intuía que él no recordaba nada.


Aún le llevó un par de días más quitarse el miedo del cuerpo, pero, en cuanto lo hizo, volvió de nuevo toda la furia, el odio por el rechazo, incluso drogado, y el deseo por ese cuerpo que, por un instante, ella había podido abrazar mientras le besaba.

La escena del beso provocaba un incendio en su interior. Ella le tendría, aunque tuviera que drogarle con la dosis de un elefante, ¡no permitiría que siguiera haciéndola sentir tan pequeña e insignificante!.

Quedó de nuevo con su amiga. Podía extrañarle hablar dos veces en tan poco tiempo, pero Susana se justificó diciendo que andaba con más tiempo libre del habitual y pensó en ella.

Inteligentemente, fue dirigiendo la conversación a su antojo, esta vez enfocándola en las diferencias con las que se le trataba a la gente solo por ser de un sexo u otro, poniendo de ejemplos algunas circunstancias en las que las mujeres eran las perjudicadas. Su amiga, que siempre trataba de permanecer en el punto medio en las discusiones, cosa que esperaba y en la que confiaba Susana, puso otros ejemplos del caso opuesto. En ese punto, como quien no quiere la cosa, en tono jocoso, Susana dijo "¡Si hasta las drogas de la violación tienen más efecto en las mujeres!, ¡con un hombre, a poco que le eche fuerza de voluntad, no sirven, porque drogarle más sería dejarle fuera de combate, y así no sirven!. ¡Las drogas de la violación son muy machistas!", tras lo cual comenzó a reírse, como quien ha dicho una burrada como una broma. Su amiga rió, divertida, sin tener ni idea de lo informada que estaba su amiga del efecto de ellas en los hombres. Luego le dijo que, a decir verdad, eso era porque para los hombres tal vez no convinieran esas, sino una mezcla de otras varias, para aturdir mentalmente al hombre, pero dejándole físicamente en óptimo estado, junto con otros estimulantes, afrodisíacos y algún que otro añadido, tras lo cual puso ejemplos y dosis, como insinuando lo que ella podría hacer si quisiera, tras lo cual guiño un ojo y rió sonoramente.

Poco se imaginaba que su amiga tomaba nota exhaustiva de todo lo que había dicho, y mucho menos aún de los retorcidos planes que le rondaban la cabeza.

Como la vez anterior, desvió la conversación, para quedarse hablando un par de horas, a fin de se lo más discreta posible.

En cuanto terminó la charla, fue a buscar a los que le habían suministrado su encargo anterior, esta vez con uno más amplio. Al final se iba a dejar un buen dinero, pero si conseguía quitarse esa obsesión de la cabeza lo daría por más que bien empleado.


Cuando llegó el viernes hacía ya días que únicamente pensaba en la noche de ese día. Ya no había dilema moral. Alentada, tal vez, por haberse librado la vez anterior, se encontraba lanzada y decidida. Lo intentaría sí o sí.

Se puso una lencería tremendamente sexy, llena de transparencias formando dibujos, ese tipo de ropa interior que no se sabe si es mejor quitarla o dejarla puesta. Se vistió atractiva y algo sexy, con unos vaqueros ajustados, marcando su trasero y sus contornos, y una camiseta elástica que se ceñía a su torso, mostrando su generoso pecho, aunque sin escote. Informal, como él solía ir, pero insinuando su cuerpo. Y su mente centrada, como siempre, en su objeto de obsesión. Algún que otro hombre se le había insinuado los viernes anteriores, pero ella no quería algún que otro hombre. Ella le quería a él. Y le tendría.

Allí estaba ella, acechando a su presa, vigilándole en la distancia. No hizo ni tan siquiera intención de hablar con él. Sabía lo que iba a pasar, se quedaría en blanco y tendría que irse, justificándose de cualquier manera. Esta noche no quería gastar energías, no. Quería reservarlas todas para cuando sus planes dieran su fruto.

Se enteró de que él no recordaba nada de la vez anterior. Eso la hizo sonreír y la llenó de confianza.

Tomando en cuenta que no podía recordar su táctica anterior, decidió ponerla de nuevo en juego. Tenía su copa en la mano, vacía esperando al momento en que él terminara la suya para ofrecerse a llenársela. Cada pequeño sorbo que daba Javier era observado con ojos codiciosos por ella. Algo en su interior se revolvió, alarmado del grado de perversión al que había llegado, pero fue inmediatamente acallado.

Estaba decidida.

El momento propicio se dio, y ella repitió los pasos del otro día, vertiendo esta vez varias drogas en las dosis que le habían sugerido, pero en su vaso. Quería quedarse el de él, para disfrutar del cristal donde había estado posando sus labios, haciéndola recordar el fin del viernes anterior, con ella lanzándose con pasión sobre él. Paciencia, se decía, Paciencia, ya casi...

Alargándole la copa, repitió la jugada de la semana anterior. Se sentó a su lado, observándole discretamente en silencio, mientras él se la bebía, esperando que comenzaran los efectos. Y no tardaron en comenzar, en cuanto hubo bebido suficiente.

Al igual que el otro día, al estar "confuso" y "mareado", trató de caminar un poco, para despejarse, pero cuando vio que no servía, decidió irse a su casa. Y, como la vez anterior, Susana se ofreció a acompañarle, agarrándolo del brazo.

Por un momento se asustó un poco, ya fuera de la casa, porque Javier parecía un muñeco, sin voluntad propia. Estaba aturdido y se dejaba hacer completamente, con los ojos abiertos mirando hacia delante. Como si los ojos fueran un cristal tras el cual quedaba encerrada la conciencia de él, de manera que parecía poder ver, pero no podía actuar.

Susana no le dirigió al piso de él, sino al suyo propio. Ahí estarían más cómodos. Al menos ella.

Cada paso se le antojaba una eternidad, viendo la meta final a sus deseos. Por fin todo parecía salir como era debido. Se sentía eufórica, le hubiera gustado cargárselo a la espalda y correr hacia su piso, pero él era demasiado grande, y por más que estuviera hiperexcitada, sus fuerzas eran las que eran.

A cada paso parecía aumentar el aturdimiento de él, dando cada vez zancadas mas indecisas. Un escalofrío le recorrió la espalda a Susana, pensando que, ahora, tras todo el trabajo, podía quedar inerte, sin sentido, cerca de su piso, y frustrar de nuevo sus planes.

Trató de acelerar el paso, rezando porque le diera tiempo a llegar.


Sintió un profundo alivio al sentarlo sobre su cama, aunque él, con los ojos abiertos, cayó de espaldas sobre la colcha, quedando tumbado, con el borde de la cama por sus rodillas y sus pies en el suelo. Ella suspiró, libre del temor de que no hubiera llegado hasta allí, para verse invadida de otro tipo de temor. Él estaba ahí, estaba tan cerca de conseguir todo, de llegar al final, que empezó a entrarle algo de miedo, cuestionándose lo que iba a hacer.

Por unos instantes recorrió su habitación de lado a lado, una y otra vez, mientras trataba de animarse a proseguir, mientras le veía en estado catatónico sobre el lecho.

A la mierda, pensó, ya que había llegado hasta allí, acabaría lo que había empezado.

Se acercó hasta él, temblando por nervios y excitación. Ahí estaba él. Se quedó mirándole en silencio, sin atreverse a empezar. De alguna manera ella temía que él de repente se levantara y se fuera, ignorándola. Un ramalazo de odio cruzó su mente, producto de esos pensamientos.

Susana se colocó sobre él, sobre su cintura, sentada con una pierna doblada a cada lado de las caderas del producto de sus iras, deseos y frustraciones. Se inclinó sobre él, tomándole la cabeza con las manos, mientras le miraba a los ojos, mientras comenzaba a frotar su sexo con el propio, separados por la frontera de la ropa interior y los pantalones de cada uno.

La expresión en la cara de él no era la misma, no era esa mirada que generalmente tenía, pero él estaba ahí, detrás de esos ojos vidriosos, viéndola por fin, sintiéndola, sin poder ignorarla. Le besó con furia. Él no podía devolverle el beso, pero a ella no le importó. Le mordía los labios e invadía con su lengua el interior de su boca, recorriendo cada rincón. Se sentía arder interiormente.

Se separó de sus labios bruscamente, mirándolo con lujuria. Uno de los brazos de él pareció querer moverse, pero no pudo. Javier no podía moverse, pero estaba ahí. Se disparo su deseo.

Inclinándose de nuevo, puso sus labios sobre el oído de él.

  • Ahora sí me ves, ¿verdad?

Se incorporó de nuevo. Había dejando de frotar su entrepierna contra la de él, pero había notado como un férreo bulto se generaba. De repente, la lujuria le invadió. Quería verlo desnudo, y lo quería ya.

Se lanzó como posesa sobre él, tratando de quitarle la camiseta. Después de forcejear durante un rato lo consiguió, dándose cuenta de la dificultad de algo aparentemente tan sencillo. Inmediatamente se levantó y fue a quitarle los zapatos y pantalones. Le costó menos trabajo de lo esperado, y de pronto se le quedó mirando. El instrumento de Javier se marcaba con descaro sobre su calzoncillo. Lo bajó lentamente, mirando con detenimiento cómo se liberaba su prisionero, de un buen tamaño aun sin estar erecto del todo. Lo tomó con las manos y lo acarició. Su juguete reaccionó a los estímulos endureciéndose y aumentando algo más de tamaño. Estuvo tentada de besarlo, de tomarlo con su boca y ofrecerle su garganta y su lengua, pero se detuvo.

No, esa noche no era para él. Era para ella.

Se desnudó llena de prisas, notando la dureza de sus pezones y la humedad de su sexo. Y los latidos de su corazón, desbocados tanto por el deseo como por el peligro de lo que estaba haciendo. Quiso aprovechar la conciencia la pequeña apertura que pareció abrirse, pero la cerro con contundencia. Saltó sobre él, con las piernas abiertas, sexo sobre sexo, con sus labios abrazando el miembro ardiente de su deseado compañero de juegos. Comenzó a mover sus caderas adelante y atrás, sobre el duro falo, recorriéndolo mientras permanecía ente sus labios vaginales. Los estremecimientos de placer se sucedían.

Comenzó a acariciarle el pecho con fuerza, casi con furia, recorriendo los surcos de los músculos, como estudiándolos. Se sentía arder por dentro.

  • Hoy eres mio. - dijo, desplazando una mano para aferrarle la verga e introducirla en su sexo.

Comenzó a moverse arriba y abajo., lentamente al principio, incrementando poco a poco el ritmo, hasta hacerlo frenético. Tomó las manos de él y las colocó sobre sus pechos, presionándolas con las suyas para que no se soltaran.

Cerró los ojos, echando la cabeza para atrás, y trató de aumentar la velocidad de sus movimientos, mientras los espasmos comenzaban a recorrerle el cuerpo, tensando cada músculo mientras las oleadas de placer le ahogaban.

Algo cansada tras el esfuerzo, comenzó a moverse en círculos, sin separar sus pelvis. Notó como los brazos de él parecían querer reaccionar, y un pequeño movimiento en sus piernas, pero ella sujetó con fuerza sus manos sobre sus pechos y aceleró sus movimientos. Parecía que los efectos comenzaban a desaparecer cada vez más rápido, así que ella aprovecharía hasta la última milésima de segundo.

Se echó sobre él, apretando sus senos contra el fuerte pecho del amante yaciente, viendo como la mirada ya no estaba tan perdida, y volvía la que tanto le fascinaba. Le abrazó, apretándole contra si mismá con fuerza, mientras movía frenéticamente sus caderas, haciendo fuerza con sus músculos vaginales para aprisionar ese instrumento de placer en su interior, embriagándole con el olor del cuerpo de él, notando su calor, sumándose a su ardor interior.

Estaba acercándose a su clímax cuando notó los espasmos de placer en la verga que alojaba en su interior, tras lo cual sintió el calor del semen que la inundaba. Era suyo, había conseguido que fuera suyo. Su orgasmo se desató, fruto de su mente sobreexcitada, provocándole aún mas fuertes espasmos que la vez anterior, y una sensación de placer tan intensa que, uniéndose al cansancio, la dejó aturdida por unos minutos, sintiendo el corazón de él latir bajo ella. Él parecía tratar de moverse. Ella le abrazó rodeando su tronco y sus brazos, haciendo fuerza. Aún no le permitiría ser libre.

Javier estaba conmocionado. Había visto todo como si fuera un espectador, como si fuera a otra persona a la que estuviesen... ...violando, porque, en realidad, eso había sido una violación. La indignación le hacía arder la sangre. Le habían drogado y usado como un objeto, como un puto consolador. Notaba como iba rápidamente retomando el control y la fuerza, producto de la rápida circulación de la sangre por el sexo y la ira que ahora le recorría. Ella le aferraba sin permitirle soltarse, pero no por mucho tiempo. Sin embargo, aún se notaba extraño, y no era por aturdimiento.

Susana aún estaba pensando sobre lo que había pasado, disfrutando de cada uno de los instantes, aunque lamentándose porque hubiera deseado que él hubiera participado. Se sorprendió cuando Javier consiguió liberarse y apartarla. Solo había tardado unos pocos minutos en recuperar bastante de su fuerza. Le vio levantarse con un gesto duro, de rabia. Encogiéndosele el corazón, como avergonzándose repentinamente de lo que había hecho al ver como él la miraba, se lanzó hacia él, abrazándose con fuerza, llorando implorando perdón mientras apoyaba su cabeza sobre su pecho, inundándolo de lágrimas.

Javier al principio se sorprendió enormemente, hubiera esperado que se quedara en la cama hecha un ovillo, no que se le lanzara encima de esa manera. Tardó unos instantes en reaccionar, antes de soltarse de su abrazo y lanzarla sobre la cama. Le había costado separarse, entre que aún no tenía todas sus fuerzas y que ella parecía estar aferrada con desesperación.

  • ¡Pedazo de estúpida, que cojones creías que estabas haciendo! - dijo Javier con furia - ¡Estabas violándome! ¡Es más, me drogaste para violarme!

Susana hizo el amago de lanzarse a abrazarse a él de nuevo, pero los gestos de furia de él unidos a su propia vergüenza no le permitieron ni tan siquiera atreverse a hablarle.

Javier se sentía rabioso. De hecho, demasiado. Seguía bajo el influjo de las drogas. Quería controlar su furia, haciendo esfuerzos, pero no conseguía más que momentos de lucidez entre un mar de impulsos.

Se echó las manos a la cabeza, tratando de controlarse. Nunca se había sentido así.

Susana le vio girarse, echándose las manos a la cabeza. Al estar de espaldas, habiendo perdido la mirada recriminadora que la sumía en la vergüenza y le impedía atreverse a moverse, se puso de pie y fue de nuevo hacia él, aferrándolo de nuevo en un abrazo, esta vez desde la espalda, sin ser consciente de la batalla que él libraba contra los diferentes estimulantes, de los cuales aún perduraban sus efectos. De repente no quería perderle. No quería que él la odiara y no volviera a ver. Tan angustiada estaba ante esa posibilidad que la de ser denunciada por violación ni tan siquiera se le pasó por la cabeza.

  • Yo sólo quería que me vieras – lloró ella, forcejeando con él para que no la separara del abrazo.

Javier, tras unos esfuerzos, fue capaz de zafarse de ella, tomándola por los hombros y mirándola con furia. Sintió el impulso de pegarle y se asustó a si mismo. Él nunca jamás había pegado a una mujer, y ni tan siquiera lo consideraba posible. ¿Qué demonios le pasaba a su cabeza?

Furioso, la lanzó hacia la cama, girándose ella para frenarse con las manos, cayendo doblada por la cintura, con la piernas colgando de la cama y el pecho sobre ella.

La imagen de ella desnuda en esa posición despertó una lascivia que él controlaba siempre sin problemas. Su mente se cegó, de furia y lujuria, y se lanzó sobre ella, empujándola con los brazos, forzando a mantener esa posición, mientras veía destacarse las redondeces de los laterales de sus pechos oprimidos por la cama por los costados de su espalda.

  • Te gustan las violaciones, ¿no? - dijo, mientras apuntaba su ya erecto miembro a la vagina de ella.

Susana se retorció un poco, sin poder verle, temiendo que él le pegara, cuando notó como insertaba dentro de ella su falo en un solo golpe, duro y rápido, haciendo impactar con fuerza su culo contra la pelvis de él, volviendo a dilatar su interior en un rápido y duro movimiento.

Javier la empujaba contra el colchón, mientras sacaba su miembro casi al completo, para meterlo de nuevo con violencia.

Inicialmente, Susana se alarmó, al sentir como le entraba al completo con tanta furia, y cómo proseguía así. Pero era él quien le penetraba. Él, voluntariamente, aunque por rabia, pero seguía siendo él el que lo hacía. Ella aún estaba húmeda de antes, y lo más fuerte que notó fue la violencia de las envestidas y el golpe que recibía en su trasero con la pelvis de él. Y, sorprendentemente, todo eso la excitaba aún mas, de una forma que se le antojaba bizarra y morbosa, pero que le hacía comenzar a estremecerse.

Javier notó como ella comenzaba a llegar al clímax, viendo temblar las redondas carnes de su trasero en un preludio del orgasmo, reaccionando con indignación y furia. Pretendía castigarla, no que disfrutara. Su mente se nubló de nuevo, dominada por la mezcla de drogas y sus emociones.

Sacó su verga, chorreante de las secreciones del sexo de Susana, y se le incrustó de un golpe en el recto, hasta que sus testículos golpearon la vagina de ella, sintiendo la extraña presión que su pene recibía, especialmente cuando ella, tras ser consciente de su invasión, apretó su esfínter con una tremenda fuerza sobre su falo. Javier no tardó comenzar un mete saca frenético, enloquecido por la estrechez que provocaba dicho apretón.

  • ¿Te gusta que te violen?, ¿eh?, Susana, ¿te gusta?...

Susana notó un dolor lacerante en su culo y una presión por sus tripas que parecía llegarle al estomago, unido a un terrible ardor, que provocó que comenzaran de nuevo a brotar las lagrimas, mientras trataba desesperadamente de zafarse de él, sin ningún éxito, porque al darse cuenta de que ella trataba de echarse hacia delante para zafarse, él le agarró de sus abundantes senos con fuerza, tirando hacia atrás, mientras los apretaba con furia. Un cálido y espeso líquido, que ella intuyó como sangre, le mojaba la piel alrededor de su ano mientras sentía los furiosos envites.

Javier, aún dominado por todo lo que notaba en su sangre, proseguía su dura penetración del impresionante trasero de Susana, aferrado con dureza a los senos de ella. Sin embargo, en cierto modo la lujuria parecía imponerse a la rabia, impidiendo que él los apretara con demasiada fuerza, pudiendo hacerle daño de verdad. Algo de su yo parecía esforzarse por salir, por vencer a la furia, la lujuria y las drogas.

Susana seguía notando un ardor en el ano, pero, pasado el dolor inicial de la violenta invasión que le desvirgó su trasero, la situación parecía haber mejorado. Le dolía, pero era dolor mezclado con un cierto y extraño placer, que se unía a toda la procesión de sentimientos que la recorrían en su interior: degradación, vergüenza, y muchos otros. Esta vez ella era quien estaba parcialmente ida, con los ojos abiertos, mirando al vacío, sin moverse, como si ahora la drogada era ella. Solo que era la situación, y no drogas, lo que la mantenía así.

Permanecieron así por espacio de varios minutos, hasta que Javier, en una serie de espasmos, presionó aún mas su pelvis contra el trasero de Susana, enterrando al máximo su falo, mientras su semen lo invadía, regando sus intestinos con el ardiente líquido, tras lo cual se dejó caer sobre la espalda de ella.

Pasaron varios minutos en esa posición. Susana, con los ojos abiertos, como ida, y Javier, con los suyos cerrados, tratando de despertar de un mal sueño, sin creerse lo que acababa de hacer.

Finalmente Javier se levantó, saliendo del interior de su interior, mientras ella sentía un líquido deslizarse lentamente desde su dilatado ano por sus piernas.

Javier se echaba las manos a la cabeza, andando de un lado a otro de la habitación.

  • Joder, ¡¿qué he hecho?!, ¡joder, joder joder!

Se giró hacia ella, mirándola con la cara desencajada.

  • ¡¿Qué coño me has hecho?!, ¡¿qué me has dado?!

Siguió con las manos en la cabeza, desesperado conforme los efectos de las drogas pasaban, dejando paso a su mente crítica.

Apoyo su cabeza contra la pared, cerrando los ojos, Permaneciendo así varios minutos antes de reaccionar.

Tomó sus cosas con lentitud, vistiéndose mientras se debatía en una lucha interior, tratando de procesar todo lo pasado, recibiendo cada recuerdo como una bofetada, como si fuera un sueño inducido por un colocón excesivo. Las drogas, las putas drogas...

Salió del piso en silencio, andando despacio y un tanto mareado y conmocionado por todo lo pasado.


Susana tardó horas en moverse. Ya era casi de noche y aún seguía ida. Se levantó despacio, notando las molestias por haber mantenido la postura durante tantas horas, estirándose para aliviarla, cuando notó el ardor y las molestias en su trasero.

Se echó una mano a él, y sintió como una descarga eléctrica que la recorrió entera.

Aun estaba bastante ida. Procesándolo todo. Se mantuvo varios minutos de pie, como en trance, haciéndose a la idea de todo lo ocurrido, mientras cada segundo de lo vivido le impactaba en su cabeza, uno tras otro, la vergüenza, el dolor, la humillación, ...

Abrió los ojos, con un gesto duro de decisión y firmeza y se dirigió al teléfono, extremadamente seria. Marcó y esperó a que lo cogieran para hablar.

  • ¿Vais a quedar la semana que viene, Lucía?...

¿FIN?


Como mencioné antes, consejos y comentarios sobre el texto serán agradecidos, ya sea en la página o en el correo ( braindeadsociety@hotmail.com ). Todos queremos mejorar, y yo apenas he escrito dos relatos.

Un saludo.