La obsesión de Diana
La obsesión que tiene Diana por el hombre que la violó, la lleva a masturbarse, recordando aquella noche, teniendo un intenso orgasmo, sin imaginar que la espiaban.
Después de aquella noche, la vida de esas tres mujeres había cambiado radicalmente. Gaby era un poco más madura para su edad; si antes expresaba lo que pensaba, ahora lo hacía con más ganas, y más cuando se trataba sobre el sexo, claro, no tocaba ese tema frente a su padre, pero atrás de él, nadie le paraba la lengua. Estela era otro rollo; desde ese día, ella se había declarado abierta y sexualmente caliente, a pesar de estar casada, la masturbación no le bastaba, y tenía diversos amantes. Y Diana… Diana estaba obsesionada con el tipo que se la había cogido.
Hacía poco que Diana había terminado con su novio debido a esta obsesión, sentía que ya él no la llenaba cada que tenían sexo. Estuviera o no con él, podía sentir las manos de ese tipo recorriendo su cuerpo, y su verga entrando y saliendo de su vagina y su ano. Desde esa misma noche estaba casi segura de su identidad, pero no sabía si era cierto o no, aún permanecía la duda dentro de ella, necesitaba saberlo, pero tenía miedo de equivocarse. Por lo pronto, sobrevivía con sus recuerdos, sus juguetitos sexuales y sus dedos.
Esa tarde no sería la excepción, había regresado de la escuela y en el camino se topó con un chico parecido al hombre que la tenía obsesionada, aquel encuentro la excitó a pesar de no ser él, así que al llegar a casa y encontrarla sola, decidió aplacar su calentura. Se sirvió media copa del vino de sus padres, y caminó a su habitación pensando en aquella cada vez más lejana noche. Tomó un sorbo y comenzó a desabotonar su blusa, un sorbo más, y la prenda cayó al suelo, recordando como él la había desnudado en muy poco tiempo.
Apuró la copa y la dejó en el escritorio, el vino aunado a sentir el ambiente en su piel y su torso casi desnudo, estaba haciendo que su excitación fuese en aumento. Se recostó en su cama, retirando su brasier y dejando sus tetas al aire con los pezones enhiestos, lanzando un suspiro de gozo. Las acarició lentamente, formando círculos en los pezones, haciéndose gemir con los ojos cerrados. Dejó un segundo sus tetas para ir levantando su falda, con lo que también acariciaba sus piernas, hasta dejar su pequeña tanga al descubierto, húmeda de los jugos de su excitación, recordando a su hombre.
Se quedó desnuda en la cama, con las piernas abiertas, y acariciando todo su cuerpo, desde su cuello, pasando por sus tetas, su vientre, hasta llegar a su rajita, en donde no pudo evitar introducir dos dedos que entraron fácilmente, haciendo que Diana gimiera con gran deleite. Así pasaron los minutos, en los que sus dedos le dieron placer, hasta que explotó en un orgasmo bestial, pensando y repitiendo el nombre de aquel que la violó y que la hizo disfrutar tanto, sin saber, sin darse cuenta, que tras la puerta, su madre Estela la estaba espiando.