La obsesión (1)
Su silencio hizo que me enamorase de él, y aunque aparentaba ser una especie de marciano indiferente, lo hicimos.
Le acababa de conocer y creía que, simplemente verlo en su silencio, le amaba. Estaba todo el grupo. Yo era Daniel. Conmigo estaban Marta y Laura, mis mejores amigas, y con nosotros, que nos habían invitado, Pablo, Verónica y Adrián, tres muy buenos amigos entre ellos. Laura y Pablo, estaban de rollo, y los demás de sujetavelas. Estábamos ante el abismo en esa gran roca plana. Abajo, el mar. Cincuenta metros de caída sería suficiente, pensaba.
Primero de todo, dejadme describirnos. Yo era bastante sociable aunque últimamente estaba algo de bajeras por todo. Aunque realmente tenía una depresión, parecía estar saliendo a flote, aunque había arrebatos donde todo lo logrado desaparecía. Físicamente era delgado y alto, un chico de dieciséis años normal. Tenía el pelo negro azabache, con cortas greñas que caían sobre mi cara y tapaban mis ojos. Solía ir de negro y con pinchos.
Laura era mi mejor amiga en ese momento. Era algo guarra. Copulaba sin parar con cualquiera, sólo mirando el físico. Era muy caprichosa y tenía las cosas claras. Era delgada y con el pelo castaño con mechones rubios. Su piel era inmaculadamente lisa y blanca, sin impurezas. Siempre iba ceñida por los senos, cintura y trasero, y ancha por los bajos del pantalón, acampanada. Tenía un año más que yo.
Marta era de estatura media, no muy alta. Tenía algún michelín de más pero seguía siendo muy guapa. Pelo marrón y ojos miel. Era, mi íntima amiga. Era sensible aunque algo marimacha. Tenía bastantes problemas familiares, y bastantes inseguridades. Tenía la misma edad que Laura
Y a quien más conocía en ese momento de los tres chicos, era a Pablo. Siempre lo había conocido pero jamás habíamos intimado. Había empezado a salir con Laura dos días antes, en una fiesta de un amigo común (Miguel): Era rubio y alto, delgado y fibroso. Simplemente, guapo. Era muy buen amigo, de momento. Tenía dieciocho años.
Verónica era un cachondeo de tía. La había conocido ese día pero no paraba de reírme con ella. Era graciosa y no tenía tabúes. Era físicamente del montón. Peso normal, pelo negro y ya esta. Ropa normal. Ni muy llamativa ni muy pasota ni rara. También tenía diecisiete.
Y él: Adrián. Todos le llamaban Dri, y así se quedó, como Dri. Su silencio me hablaba. Me transmitía dolor y frialdad. También le había conocido ese día. Era alto y delgado. Iba con una camiseta marrón arremangada y un tejano. Y una muñequera. Así de sencillo. Y así de cautivador. Tenía el pelo semi largo y en greñas, recogido en una coleta, marrón claro. Tenía los ojos marrones y no paraban de mirarse con los míos. No había dicho casi ninguna palabra. Tenía unos diecinueve.
Yo era el peque de todos. Pero no era ningún crío inmaduro.
Y allí estábamos todos. Pablo había traído una mini cadena portátil y escuchaban black metal y algo de gótico. Yo estaba entre Marta y Verónica, sentados en la gran y llana roca y apoyado en otra, comiendo pipas. No parábamos de hablar. Laura y Pablo estaban al pie del precipicio, abrazados y besándose. Y apartados de todos, pero delante de mí, Dri.
Teníamos los ojos fijos. Era raro en mí aguantar tanto rato la mirada a alguien, sin hablar con él o ponerme nervioso. Sin saber muy bien porque, me daba paz y tranquilidad. Y así pasamos la tarde, sin atrevernos a hablar.
Yo no paraba de hablar de Alex, el chico en que ese momento amaba. Sí, tenía alguna faceta homosexual. Pero en cierto modo era bisexual. Y cada vez que le mencionaba, Dri fruncía el entrecejo. ¿Le molestaba?
Mi primera conversa con él fue cuando nos marchábamos. Todos vivían abajo del pueblo, y él era el único que vivía cerca de mi casa (y nunca lo había visto). Así que nos dimos el gusto de recorrer unos dos kilómetros. El último que se fue antes de dejarnos solos fue Pablo. Se despidió y subió a su casa. Y andamos. Nadie dijo nada. Ni él ni yo. Simplemente a veces, uno de los dos descubría que él otro le miraba. Llegamos a su casa.
-Bueno. Encantado por la conversación- dijo con una sonrisa. Yo se la devolví encantado de oír su voz-. ¿Quieres pasar? Aún es pronto- me preguntó. Eran las nueve de la noche. Lo que para mi era temprano, pues solía llegar a la una.
-Eh - vocalicé con dudas.
-Y así te presento a mis padres- me dijo-. Ala, sube conmigo, que sino me aburriré.
-¿No te has aburrido durante toda la tarde suficiente?- le pregunté riéndome.
-El mirarte me ha entretenido.
Y subí. Lo que quizás fue un error a largo plazo.
Subimos las escaleras del piso y llegamos a su planta. El recibidor era acogedor. Al lado de la puerta de entrada había una puerta y después, otra que llevaba a un pasillo, otra al comedor y otra a la cocina. Le seguí. Fue al comedor. Su padre (por lo que supuse) y su madre estaban sentados en un sofá.
-Hola mama- le dijo a su madre. Esta ni se inmutó. Le miró y volvió la vista a la televisión-. Hola mama- repitió-
-Mar, ha llegado Adrián- le habló con voz de tonto, su padre a su mujer. Esta se giró otra vez hacía su hijo y sonrió.
-Hola cariño- dijo como si se acabase de dar cuenta de que había entrado, cínicamente.
-Este es Daniel- les dijo a sus padres. Su padre me saludó, y su madre siguió con la mirada en el televisor-. Vamos a mi habitación-. Por el pasillo, su padre dijo Hola Adri
-Hola Joan- dijo a desganas Dri. Se giró a mí y vocalizó- No es mi padre. Es el marido de mi madre.
Entramos en su habitación. Era grande. Cuadrada. A un lado había una cama y a su lado un escritorio. El armario era empotrado. Encima del escritorio había un ordenador. Las paredes estaban llenas de pósteres de grupos emos. Se quitó los zapatos con sus propios pies y se echó sobre la cama. Se hizo al lado, dejando gran espacio a su lado mientras él se empotraba contra la pared.
-Puedes subir y sentarte- me dijo.
Yo no le repliqué. Me subí y me senté a sus pies. No sé porque, pero no me atrevía a mirarle. Curioso.
-Me he apartado para que tu también te pudieses estirar, y ahora, ¿te sientas a mi pies?- dijo con un tono de ofendido, pero en cachondeo-. Que eres, ¿Mi perrito faldero?
-¿Quieres que me estire a tu lado?- le pregunté picándole.
-No me tientes.
-Pensaba que eras más reservado, y no tan abierto- le dije con doble sentido, de la que recibí una mueca.
-Lo soy cuando me interesa.
-Míralo él que práctico.
-Soy abierto cuando me gusta mucho alguien- me dijo, serio. Durante unos segundos no reaccioné. Seguía sentado a sus pies. No sé porque, pero, no quería captar la indirecta clara.
Cuando por fin acepté que se declaraba a mí, no dije nada. Sólo le miré, y suavemente, me tumbé a su lado, dándole la espalda. Durante unos segundos sentí su respiración en mi cuello, tibia e incontinua. Yo estaba muy nervioso. Suavemente y con movimientos casi imperceptibles, se fue acercando a mí. Primero sentí su pecho contra mi espalda. Luego, su raspa de barba de dos días en mi mejilla, y luego su mano rodeándome por la cintura, acercándome más a él. Me dio un beso en la mejilla. Mi respiración era cada vez más rápida, cuando la suya iba más lenta, más tranquila.
Me acariciaba el tórax, me besaba el cuello. Olía su olor. Le sentía. Fue el momento más erótico vivido en mi vida hasta ese momento. Me sentía cómplice.
Con delicadeza, fue introduciendo su mano bajo mi camiseta, mientras le ponía especial atención a la parte alrededor del ombligo. Me giré con cautela y quedé boca arriba. Se apoyó en mi pecho, abrazándome. Levantó la cabeza y la acercó a la mía. Suavemente rozó sus labios con los míos, como si de la mayor delicadeza se tratase. Y los besó.
Dos horas después salía de su casa, mientras él se quedaba en la puerta sin camiseta y tapado con una manta que le cubría los hombros.
Había sido todo tan precioso. Celestial. No hay palabra para definirlo. Le había dado a un hombre todo mi ser.
La mañana siguiente me levanté pronto para ir al instituto. Hacía cuarto de ESO y estaba apunto de acabarlo. Pronto haría bachillerato de humanidades y luego haría alguna carrera si todo iba bien. Parecía todo tan lejano
Me duché y me vestí. Me puse una camiseta de mangas muy cortas negras, un vaquero tejano negro y mis diarios complementos punks. Me revolví el pelo y salí de casa escudando My Chemical Romance, un grupo emo. Me dirigí a la cafetería enfrente el colegio, donde matutinalmente iba a desayunar. Tenía en la boca un sabor agrio. Me sentía tan feliz. Pero a la vez me sentía preocupado. Puede que fuesen sólo mis agotables paranoias. Pero no estaba del todo seguro. A los cinco minutos llegó Marta. Tenía cara soñolienta y bostezaba. Pidió un café y se puso a ojear sus apuntes de historia. No quise contarle nada. Era algo demasiado íntimo aunque fuese mi mejor amiga. Quería guardármelo para mis adentros.
Las horas en clases parecían que no pasasen. Me aborrecían todas las explicaciones de los profesores. Sólo tenía en mente a Dri, y su manera de mover las caderas y hacerme gemir. De cómo besaba su piel lisa y ligeramente bronceada, como masticaba sus pezones, como por primera vez introducía dentro de mi boca algo como su sexo, como lentamente iba perdiendo la virginidad y como sentía el estallido dentro de mí, caliente y espesa. Y como al acabar, se tumbó a mi lado apoyándose a mi pecho y me besaba. En mi mente sólo revivía eso. Me parecía oler su olor, me parecía sentir sus besos. Y aunque intentaba con todas mis fuerzas no pensar en ello, no obsesionarme, no podía, no lograba olvidarlo.
Me hubiese gustado que alguien me dijese que era normal, que estaba demasiado colado del tío que me había desvirgado, pero, ¿cómo podía si no se lo contaba a nadie? Si se lo explicaba a Laura, se haría la indiferente, si se lo dijese a Marta, se pondría histérica de la ilusión. Necesitaba verle. Pero a la vez lo temía.
Acabé la mañana con mi cabeza girando y girando sin parar, sin dejar de pensar en Dri y de repetirme que era en vano desearle tanto, incluso enfermizo.
Llegué a mi casa, que como de costumbre, estaba vacía. Me encerré en mi cuarto y puse la música a tope, intentando no oír mis pensamientos
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MurderHopes