La nueva vida que me esperaba
Cómo que mi madre me echara de casa se convirtió en obtener una nueva vida, la mejor vida que podría tener
Nunca supe cómo, pero mi madre se enteró de que me follé a Esther, su mejor amiga, quien, por más que insistí en preguntarle, se negó a decirme cómo fue. Supongo que ella misma se lo contó.
Estuvimos durante varias semanas peleados, hasta que al fin decidió dar el paso que tanto me temía: echarme de casa.
-No puedes seguir viviendo aquí. No después de esto.
-Mamá, ¿eres consciente de que vas a echarme por follarme a tu mejor amiga?
-Debería darte vergüenza, jovencito.
-Estás exagerando muchísimo. ¿En qué demonios te afecta esto a ti?
Mi madre, por mucho que le intentase hacer entrar en razón, no lo hacía, y horas después estaba de patitas en la calle con todo lo que pude coger.
Lo primero que hice fue ir a casa de Esther. Aunque hubiéramos tenido este problema, me seguía poniendo y necesitaba desfogarme, por lo que me la tiré en cuanto llegué a su casa.
-Ahora eres libre, Juan. Fóllame... Fóllame todo lo que quieras -me decía mientras la empotraba contra lo primero que pillé.
Si no le guardaba rencor era por eso, porque ahora era libre y podía hacer lo que quisiera. La casa donde quedarme ya la tenía (y no era la de Esther).
Nada más correrme, esta vez en su coño, me fui a mi próximo destino. Este estaba un poco lejos y tenía que coger el tren y el metro. Estaba yendo a Barcelona, a casa de mi tía, a quien, me confesó, no le vendría bien un poco de compañía. Su marido pidió el dicorcio y su hija decidió irse con él, dejándola sola. Por lo que sé, se pasaba la mayor parte del tiempo triste, lo que me sabía muy mal. Además, admito que me gustaba la idea de estar con ella, pues desde que empecé a desarrollarme sexualmente me he fijado mucho en ella.
Llegué, piqué y me abrazó muy fuerte como recibimiento. No voy a mentir, sentir sus tetas tan pegadas a mí me puso mucho, pero no dije nada y la abracé de vuelta.
-Te echaba de menos, Juan.
-Y yo a ti, Lucía.
Le besé la mejilla, tenía la piel muy suave. Ella se sonrojó un poco. Era muy guapa. Su pelo era negro, liso y le llegaba hasta los hombros. Tenía unos ojos verdes preciosos, que siempre llamaban mi atención, y unos labios rojizos que daban ganas de besarla. Era, bajo mi punto de vista, una mujer casi perfecta. No le faltaban, claro está, los rasgos típicos de una mujer ya algo mayor (tenía 49 años), pero eso solo me ponía más y más.
-¿Quieres algo, Juan? Bebida, comida... Pide lo que quieras.
Me aguanté las ganas de decir que la quería a ella, y contesté:
-No te preocupes, no quiero nada.
Al margen de lo que pudiera sentir hacia ella, me hacía feliz poder hacerle compañía en estos tiempos de soledad. Además de estar buena, era súper simpática. De hecho, siempre me defendió en las disputas familiares, incluso las políticas, ya que compartimos ideología. Fue ella quien me introdujo al mundo de los videojuegos, de la informática, de la física, de la lectura, de los cómics, de las series (de cualquier tipo)... La mayor parte de mi infancia la pasé con ella. Recuerdo los veranos en la casa de playa de su marido, especialmente algo que me marcó muchísimo.
Mi tío y su hija se habían ido, dejándonos solos a Lucía y a mí. Yo, en plena pubertad, no podía parar de mirarla. Iba todo el día con la polla erecta y siempre que podía me pajeaba, y ese día no iba a ser menos. Fui a donde se encontraba el cesto de la ropa sucia, cogí las bragas que mi tí ahabía dejado esa misma mañana, fui a mi cuarto y me empecé a masturbar. Al cabo de unos minutos de haber empezado la paja, mi tía entró y, sorprendida, tiró las toallas que llevaba encima.
-Juan, ¿qué haces? -consiguió decir al cabo del rato.
-Tía, no... ¡no es lo que parece!
-Por Dios, te estás masturbando, ¿cómo no va a ser lo que parece? Encima con mis bragas...
Me quitó las bragas de la mano y se quedó mirando la polla un rato. No dijo nada, solo la miraba. Poco después, antes de salir del cuarto, me dijo:
-Creo que en unos años podrás incluso con mujeres de mi edad, machote. -y me guiñó un ojo.
Recuerdo que, en cuanto se fue, solo me bastó tocarme un poco la polla para correrme. Fue en ese momento cuando me convencí de que debía hacerlo con mi tía, a todo coste, en un futuro. Y esta era mi oportunidad.
Al separarse, mi tía tuvo que buscar otra casa y ahora vivía en un piso muy pequeño con una sola habitación. Me dijo de utilizar un colchón hinchable para mí hasta tener otra cama, pero le dije, por motivos obvios, que no me molestaba dormir con ella en su misma cama.
Nos sentamos en el sofá y hablamos un rato de todo lo sucedido.
-A ver, Juan. ¿Por qué te han echado de casa?
-Igual me juzgas, Lucía.
-Qué va. Tranquilo.
-Bueno... me follé a su mejor amiga hace un mes y, de alguna forma, se enteró y se enfadó muchísimo.
-¿Es una broma?
-En absoluto. Es real.
-Vaya estupidez. ¿En qué le afecta a ella?
-Ni idea. Ya en mi adolescencia se enfadaba cuando miraba a mujeres de su edad. Será por eso.
-Quizá estaba celosa.
-Es mi madre, por Dios.
-Porbablemente pensó que eso era de depravados... Si con 18, por ejemplo, te quieres tirar a la madre de tu amiga, que probablemente tenga 45...
-Justo eso me pasaba, sí.
-¿Y las chicas de tu edad?
-Me gustaban, claro, pero... no sé, nunca me atrajeron tanto. Las mayores siempre me han gustado más.
-Bueno, eso lo intuía, a decir verdad. -esbozó una pequeña sonrisa, estaba roja como un tomate. Sabía que me gustaba, estaba claro- ¿Lo has hecho con alguna además de con su mejor amiga?
-¿De mayores? Sí, bastantes. Más de las que me gustaría admitir.
-Debes tener práctica, entonces. -se mordió el labio.
-La tengo, desde luego. Las de mi edad flipan.
-Las mayores también deben flipar. Sabía que al crecer podrías con ellas...
La miré a los ojos cuando dijo eso, y le sonreí.
-Tus palabras me motivaron, créeme.
Tenía la polla muy dura, y ella lo había notado. De hecho, sin decirme nada, me dejó solo un buen rato, el suficiente para poder correrme.
A la hora de cenar, hicimos algo que llevaba años sin hacer de forma regular con mi familia, por ridículo que suene: cenar juntos. Mis padres nunca lo hicieron conmigo y solo comíamos y cenábamos juntos en ocasiones especiales, como navidad, con el resto de familiares. Esas comidas me las pasaba mirando el escote de mis primas, de mis tías e incluso de mi madre y nunca podía evitar masturbarme al acabarlas. En el fondo sabía que era un incestuoso, pero nunca me importó. Me gustaba.
Mientras cenábamos, me contó los planes.
-Dormirás conmigo al principio, hasta que consigamos una cama. Podemos comprar dos camas pequeñas y quitar la grande, o...
-Lucía, repito, puedo dormir contigo todo el tiempo que haga falta. Como si es para siempre. No hay necesidad de gasto económico aquí.
-Bueno, está bien. A la hora de ducharnos, a no ser que también quieras que nos duchemos juntos, puedes ir tú primero. No me importa.
-Está bien.
-Para que puedas ir a la universidad o a cualquier sitio, te enseñaré todo sobre el transporte público de la zona. Si tienes carnet puedes usar mi coche.
-No tengo carnet, me lo sacaré en otro momento.
-De acuerdo. No sé si hay algo más que deba decirte... Ah, sí. Me han llamado tus padres gritando para que te echase de aquí también. Pero no te preocupes, los he mandado a freír espárragos. -ambos nos reímos. Era una frase que solíamos decir al hablar de personas a las que habíamos echado de nuestro camino.
-Muchas gracias, de verdad... No sé qué hacer para agradecértelo.
-No tienes que hacer nada, cariño. Sabes que te quiero mucho. Siempre fuiste mi sobrino preferido.
Nos volvimos a mirar a los ojos y nos dimos la mano durante unos segundos. Después seguimos la cena. Parecíamos una pareja romántica que aún estaba en curso de ser oficial. Los típicos enamorados que no admitían sus sentimientos. La idea no me disgustaba, pero prefería verlo como una pareja sexual. Al final, mis sentimientos no era precisamente del corazón.
Los días y las noches iban pasando. Seguíamos coqueteando de vez en cuando y me seguía dejando solo cuando sabía que me tenía que masturbar. Por las noches, empecé a abrazarla. Eso empezó porque de vez en cuando la escuchaba llorar, lo que me entristecía, y para consolarla la abrazaba. Al final se convirtió en costumbre dormir abrazados.
Pero no todo se quedaba en el coqueteo. No habóia conseguido aún mi objetivo, pero a las tres semanas de vivir con ella sucedió algo cercano.
Le dio un bajón muy fuerte ese día. No echaba de menos a su marido, sino a su hija, quien, me confesó, se había ido con él no por preferencia, sino por amenazas. A veces se llamaban a escondidas. Además, la familia, al parecer, se había dividido por culpa de mi madre. Estaban los que creían que yo tenía razón y los que le daban la razón a ella. Eso a ella la destrozó. Cada vez la familia estaba más y más fragmentada, y no lo soportaba. Intenté consolarla. Le dije que no debía preocuparse, que los familiares que se van no valen la pena, que los que se quedan son los de verdad, y que su hija volvería tarde o temprano para estar con ella. Le costó dejar de llorar, pero lo conseguí, y cuál fue mi sorpresa cuando, al hacerlo, su agradecimiento fue un beso en los labios. Yo, como era de esperar, se lo devolví. Acabamos enrollándonos en el sofá, comiéndonos la boca mientras le tocaba el culo. Cuando nos calentamos lo suficiente, le metí la mano debajo del pantalón para masturbarla. Pasaba mis dedos por su clítoris, masajeándolo, y ella gemía bajito, a veces mi nombre. Ella tocaba mi pene por encima del pantalón, como queriendo sacarlo, así que deje que lo hiciera. Una vez fuera, pudo presenciar lo grande y firme que era.
-Sabía que te crecería, pero no imaginé que tanto.
Aquella escena era lo más. Mi tía y yo morreándonos mientras nos masturbábamos mutuamente. Yo había acelerado el ritmo y había empezado a meter dedos, y ella estaba haciendo que mi polla doliera de tan dura que la tenía. Pensé que ese sería el día en el que al fin la tendría a cuatro y la reventaría, pero no fue así.
A los pocos minutos, tuvo un orgasmo brutal en el que gritó mi nombre, y se agachó para hacerme la paja con la polla apuntando a su cara. Me corrí más tarde, dejándole la cara llena de semen. Me besó los labios y se fue al lavabo. Minutos después escuché el agua de la ducha caer.
Después de eso, seguimos como siempre, salvo que a veces le daba alguna cachetada o ella me tocaba la entrepierna cuando se me ponía dura. No fue hasta meses más tarde que dimos el siguiente paso en la relación.
Estaba en el cuarto masturbándome. Ella sabía cuándo me estaba tocando y cuándo no, porque siempre dejaba la puerta entreabierta (para que me viera, vaya), pero ese día, incluso sabiéndolo, decidió entrar. Iba con una bata y mirándome con esa cara de zorra que a veces ponen las mujeres cachondas. Pensé: "aquí viene". Y vino.
Se acercó a mí y me susurró:
-Sé que quieres esto, Juan. -me cogió la polla en ese momento- Yo también lo quiero...
En ese momento no entendía nada y estaba muy confuso (además de cachondo). Esto me pillaba muy por sorpresa, pero me gustaba por dónde estaba yendo. Me besó, y le devolví el beso. Nos morreamos un rato, como la última vez, mientras ella me pajeaba, hasta que se puso delante de mi pene y le dio un beso.
-Tía... -dije, con la polla erecta al máximo-. Quiero meterla en tu boca.
No podía pensar con la cabeza, estaba pensando con la polla. Ella sonrió y lamió mi polla varias veces de arriba a abajo, haciéndome estremecer, para luego metérsela en la boca.
Vaya mamada me estaba dando mi propia tía. Aquello era celestial. Su cabeza bajaba y subía, su lengua se envolvía en mi polla y me la recorría entera. Yo no paraba de gemir, pero necesitaba recuperar el control. No iba a permitir que mi tía me dominase. Allí el dominante era yo.
Me levanté, le cogí la cabeza con mi mano y empecé a controlar el ritmo de la mamada. La frenaba y aceleraba a mi gusto, según me iba apeteciendo, y veía en su rostro que a ella le gustaba mucho. Cuando no pude más, aceleré todo lo que pude para follarle la boca. Lucía seguía con esa cara y esa mirada de zorra, y con cada embestida soltaba sordos gemidos. Empezaron a salir lágrimas de sus ojos de lo fuerte que le estaba follando la boca, pero quería que siguiera y yo quería seguir, así que no paré hasta que me corrí y se tragó toda mi corrida.
-Con razón eres mi sobrino favorito, Juan -dijo al sacarse la polla. Seguía teniendo la boca llena de semen que aún no había podido tragarse.
-Con razón eres mi mujer favorita -contesté.
Ella sonrió, se levantó del suelo y se quitó la bata, dejando al aire esas tetazas que siempre había querido ver.
-Estas tetas, a partir de ahora, son tuyas, Juan. O mejor dicho... yo, a partir de ahora, soy tuya.
Nos volvimos a comer la boca mientras le tocaba esas tetazas que habían causado tantas pajas en mi adolescencia. Seguía con la polla dura como una roca, pero ahora tenía otra misión.
La tiré a la cama y le abrí las piernas para ver su coño y le di un lametón. Ella gimió, lo que me la puso más dura y me hizo seguir lamiendo.
-Joder, Juan, sí... Cómeme el coño... -decía entre gemido y gemido, y yo le hice caso.
Le comí el coño hasta que se corrió y me ofreció el gemido más fuerte y caliente que había escuchado nunca en una mujer.
Fue entonces cuando, en esa misma cama, la puse a cuatro patas y coloqué mi polla, dura como la tenía, en la entrada de su coño.
-¿La quieres?
-Sí, la quiero... -casi no podía hablar, estaba jadeando.
-¿Cómo se piden las cosas?
-Por favor, Juan... quiero tu polla dentro de mí. Reviéntame.
Entonces, sin pensarlo, le metí la polla, primero poco a poco para no hacerle daño, y luego aceleré para, como dijo, reventarla.
Las primeras embestidas costaron un poco, pero luego todo fue maravilloso. Mi polla se sentía genial en su coño. Era como follar con un ente divino. Además, tenía unas vistas espléndidas, pues su culazo era de los mejores que había visto y su piel era muy bonita y suave. De vez en cuando la azotaba para escuchar sus exclamaciones, pero nunca paraba de gemir mi nombre.
-Más fuerte, Juan... -dijo una vez-. Destrózame el coño.
Entonces aceleré las embestidas y las di con muchísima más fuerza que antes. Cambió los gemidos por gritos y volvieron las lágrimas. Aquello me ponía más que cualquier otra cosa, era mucho mejor quen en mi imaginación. Eso mezclado al morbo de estar follándome a mi tía hizo que perdiera la noción del tiempo.
Cambiamos de postura al típico misionero y seguí dándole igual de fuerte, esta vez comiéndonos la boca mientras la embestía. Su cuerpo era mejor que cualquier otro que hubiera probado antes. Ni chicas de mi edad ni mujeres maduras superaban a mi tía, en ningún aspecto.
Sin saber cuánto tiempo había pasado, le llené el coño de mi semen. Ella seguía gimienro y jadeando incluso al acabar, y nos volvimos a besar cuando saqué mi polla.
-Te amo -dijo al cabo de los minutos.
-Te amo -le respondí.
[ATENCIÓN: Este relato, a pesar de estar basado en echos reales, podría contener muchas partes exageradas o medio inventadas, ya sea por falta de recuerdos o por el bien de la narración]