La nueva vida de Sara

Continuación de mi anterior relato.

El siguiente relato es bastante extremo. Leerlo bajo propio riesgo, advertidos quedan.

Mi cuerpo y todo mi ser pertenecían a mi amo.

Así lo deseaba.

Mi amo me amarró encima de una mesa con las piernas abiertas.

Y comenzó a castigarme el coño.

La fusta comenzó a descargar sobre mi azote tras azote.

Yo gemía con cada toque.

Hasta que empecé a gritar.

Lejós de detenerse, empezó a castigarme el resto del cuerpo.

Mis vientre, mis pechos, mis muslos...

El dolor comenzó a acumularse por todo mi cuerpo.

Justo después de follarme para él a mi propia mascota, busqué algo sobre el mundo en el que me estaba metiendo y encontré la palabra de seguridad.

Así que se lo pregunté.

Su respuesta fue contundente: “Si quiero cortarte un trozo para alimentar a las putas ratas, lo haré”

Esta respuesta me acojono y me excitó al mismo tiempo.

No sabía con que clase de hombre me estaba metiendo, pero deseaba estar con él.

“¿Qué quiere que haga, amo?”

“Cómesela al perro. No ahora, esta noche.”

Así que esa misma noche Damian recibió la primera mamada de su vida.

Lo hice con la cámara web encendida, sabiendo que muy posiblemente mi amo no era el único conectado en ese momento.

Me agarró de la cabeza que me colgaba de la mesa y comenzó a follarme la boca con dureza, como hizo el día que nos conocimos en persona.

Cuando acabó de llenarme la boca de semen creía que todo había terminado.

Estaba molida, muy dolorida.

Pero mi amo tenía preparada una sorpresa para mi.

Cogió un cubo y comenzó a derramar su contenido por mi castigado coño.

Eran gusanos.

Podía sentirlos reptando por mi piel, por mi hiper sensibilizado coño, llenando mi vagina.

No contentó con eso me los echó en la cara y en el pelo.

Y en el interior de la boca.

Ya me habían obligado a beber meados y comer mierda la primera noche que estuve allí.

Simplemente me la habían puesto delante e introducido en la boca obligándome a tragar mientras me moría del asco.

Pero esa misma mañana había aceptado la meada matutina de mi amo en mi boca y me había comido su mierda directamente del suelo a cuatro patas delante de él.

Así que cuando noté mi boca llena de insectos, comencé a masticar y tragar mientras lo miraba buscando su aprobación.

Me estaba corriendo, joder.

Descargó el resto de los gusanos encima de mi cuerpo y ahí me dejó un rato.

En apenas unas horas me había convertido en un juguete para chuchos callejeros, en un saco de fluidos, mierda y bichos.

Al cabo de un rato vinieron los dos hombres encargados de la perrera.

Empezaron a quitarme los gusanos del cuerpo, del pelo, y sacarlos de mi coño.

Y metérmelos en la boca.

Según me explicarón, ese iba a ser todo mi alimento.

Eso y la mierda que habían cagado para mi.

Tras lavarme, peinarme y vestirme con un vestido blanco y corto con unos zapatos a juego preciosos, me escoltaron hasta una habitación, colocarón un plato lleno con su mierda delante de mi y me dieron una cuchara y una orden.

-Come.

Y lo hice.

Curachada a cucharada.

Fue increíblemente humillante hacer eso de esa forma.

Desnuda o echa una guarra, podía con ello.

Pero con tanta formalidad era humillante hasta decir basta.

Me estaba mojando.

Me estaban entrando unas ganas locas de tocarme.

Así que los miré y unas palabras que nunca pensé que diría delante de ningún extraño salieron de mi boca...

-¿Puedo tocarme?

Los dos hombres se echaron a reír.

-Pues claro. Mientras te lo comás todo no tenemos problema.

Así que deslicé mi manita por debajo de la mesa y me toqué la entrepierna delante de los dos desconocidos.

Es difícil de comprender para cualquiera que estar comiendo la mierda de dos infelices delante de ellos mientras te tocas debajo de la mesa sea uno de los mejores momentos de toda tu vida.

Pero lo era.

Me corrí enseguida, pero no tenía bastante, así que seguí masajeando esa zona.

Los hombres me pidieron que me subiera encima de la mesa, que me levantará el vestido.

Así lo hice.

Comencé a masturbarme fuertemente para ellos.

Uno de ellos acercó la cuchara llena de mierda a mi boca y yo hasta relamí la cuchara.

Me deje de tonterías.

Me coloqué encima de la mesa con las piernas abiertas y la cabeza colgando.

-¡Folladme!

Los dos individuos no tardarón mucho en hacerme caso. Para eso antes me habían limpiado a conciencia.

Y me dieron bien duro entre los dos.

Cuando se me pasó el calentón y me volví a sentar en la mesa, me fijé en todo lo que aún quedaba en el plato.

Sabía cual era mi obligación, pero no podía hacerlo.

Ellos, intuyéndolo, cogieron la cuchara, la llenaron y la acercaron a mi boca.

-Come.

Yo me aparté.

Y me abofetearon en la cara.

-Esto no va de lo que tú quieras o dejés de querer. Y ahora comé.

Aún me dolía la mejilla cuando volví de nuevo la cara y abrí la boca.

Y comí como un bebé al que tienes que alimentar.

Cuando no quedó ni rastro fue cuando me pregunté y ahora qué.

¿Me iban a volver a meter en mi perrera o tenían algo más que hacer conmigo?

Los hombres me indicaron que los siguiera hasta una sala más grande.

Allí me esperaba un hombre con un pastor alemán a su lado.

-Es muy guapa.

Sacó la billetera y sacó 200 euros que se los entregó a uno de ellos.

-Estoy deseando ver esto.

Quería ver a su perro follando con una chica guapa.

Y quería el pack completo.

Comencé poniendome a cuatro patas y acercándome a Pancho para estimularlo suavemente con mi mano al principio, y luego con mi boca.

-Que la terminé – dijo el cliente.

Continué con la mamada hasta que Pancho se corrió en mi boca.

Y se lo mostré, la boca abierta llena del semen de su perro.

-Joder

Eso había salido de mi, nadie me había dicho lo que debía hacer con el semen del semental.

-Tragátelo. Y ya que estás límpiale la lengua y el suelo. - Me ordenó uno de mis acompañantes.

Así que volví a mis ocupaciones.

Primero fueron las gotitas que habían caído en el suelo, y luego la enorme polla aún llena de semen de Pancho.

Este volvió a correrse, pero esta vez no dejé escapar nada.

-No creo que Pancho se la pueda follar ahora, pero si desea ver a la cerda con algún otro perro, tenemos unos cuantos.

-¿Eso me va a costar algo?

-No, invita la casa.

-Pues en ese caso.

Así que volvimos de nuevo a la perrera donde había pasado la noche.

Allí me ataron como la noche anterior, solo que vestida, e hicieron pasar a uno de los perros con los que había estado ya.

Y me folló muy duro para gozo de nuestro cliente.

Me despojaron del vestido y de los zapatos, y me colocaron un collar para encadenarme a la pared delante del cliente porque era como debía estar un animal y cerraron la perrera

-¿Y ella es felzi así?

-Debe estar masturbándose de puro gozo ahora mismo – Aseguró uno de los hombres.

Y no le faltaba razón.