La nueva vida de Sara 2

Capitulo doble de las andanzas de Sara adaptándose a su nueva vida

El siguiente texto es pura ficción. Advierto también de la dureza de ambos capítulos y de contener escenas muy desagradables y asquerosas.

Me tragaba el semen a cubos.

Literalmente.

Estando encerrada en la perrera, y en cualquier momento del día, uno de los hombres podía aparecer con un cubo lleno del manjar de los hombres.

O de los animales.

Aún recuerdo el primero que me bebí.

Esa misma tarde, mientras me encontraba asimilando lo que me había pasado por la mañana, oí como alguien se acercaba mi jaula

Inmediatamente me coloqué en posición de sumisión.

Debía recibir a quien fuera de rodillas, con las piernas abiertas, las manos a la espalda y mirando al suelo.

Mi pecho y mi coño debían ser perfectamente visibles desde el primer vistazo y solo podía mirar si se me daba permiso.

Dejaron cuatro cubos delante de mi.

El primero estaba lleno de una sustancia blanquecina.

El segundo apestaba a meados.

El tercero era mierda.

Y el cuarto estaba lleno de moscas muertas.

-Este tragátelo ahora. Los otros tres son para el día.

Lo mire aterrorizada.

Nunca había tenido problemas en tragarme el semen, pero eso me parecía una cantidad excesiva.

Y aún así, bajé la cabeza, metí mi cara, abrí la boca y comencé a tragar.

-Me habían dicho que eres muy sumisa y muy guarra. Y vaya si lo eres. Normalmente tengo que meterles la cabeza a las perras yo mismo.

Me agarró del pelo y me hundió la cabeza dentro del cubo.

Yo me agarré con fuerza las manos entre si.

El instinto natural cuando alguien te está ahogando es luchar por tu vida.

Pero mi vida ya no me pertenecía, le pertenecía a mi amo.

Si quería que me ahogará en un cubo lleno de semen, podía hacerlo.

No lo hizo.

Demonios, no estaría escribiendo nada de esto si estuvierá muerta.

Pero la sensación de que casi me ahogó si que la recuerdo muy bien.

Cuando me sacó la cabeza estaba sin aliento y me había agarrado con tanta fuerza a mi misma que las muñecas me dolían.

Me levantó la cabeza solo para verme la cara embarrada de semen.

Y ahora pude verle.

Era un anciano, un hombre mayor que mi amo.

Su padre.

Él se rió.

-Hace tiempo que mi hijo no encuentra una esclava tan buena como tú. Y ahora abré la boca.

Cogió el cubo y comezó a derramar su contenido dentro de ella.

Yo mientras tragaba todo lo que podía, pero me era imposible con todo.

Los restos que se escaban iban cayendo sobre mis pechos y el resto de mi cuerpo.

-Es de un par de caballos – mencionó el anciano de pasada – quizá por eso te sepa raro.

Eso a mi me daba igual.

Era algo salido de una polla y por tanto superior a mi.

Por eso no había tenido demasiados problemas con la orina.

Cuando se acabó, se sacó la polla, me agarró de la cabeza y comenzó a follarme la boca.

Era curioso.

Mi amo fue el primero en hacerlo la tarde anterior y ahora ya iba por mi tercera vez con tres hombres distintos.

Cuando acabó me indicó los tres cubos que estaban delante de mi.

-Tómalos cuando quieras, pero los quiero vacíos para esta noche.

Se marchó llevándose el cubo vacío de semen.

Yo miré los cubos sin saber que hacer.

Ya me había tragado las tres cosas, pero lo había hecho con mi amo delante, o con al menos un hombre que me viera hacerlo.

A solas sabía que no podía por ahora.

Me levanté de la posición en la que me encontraba y me senté encogida contra la pared.

No pude apartar la vista de los tres cubos que tenía delante de mi.

Fue la sed quien finalmente decidió por mi.

No pasaba nada por beber un sorbito.

Así que me moví a cuatro patas y acerqué la cabeza.

El cubo de meados apestaba como nos podéis ni imaginar.

Vomité.

Todo el contenido de mi estómago baño el suelo.

Y comencé a tragarlo de nuevo desesperada y entre lágrimas.

Era lo que mi amo me había metido dentro de él.

No era quien para desperdiciarlo.

Así que me comí mi propio vómito mientras le daba bocados a los cubos.

Mi parte racional gritaba de dolor.

Cuando al fin terminé de tragármelo todo me senté recostada contra la pared y las piernas muy abiertas.

Y me toqué

Necesitaba hacerlo.

Necesitaba desesperadamente hacerlo.

Mi vientre se encontraba hinchado después del atracón y el sabor que retenía mi boca era horrible.

Así que necesitaba placer.

Empecé a frotarme fuertemente como nunca antes en mi vida.

No parecía suficiente por más que me frotará.

Oí un ruido cerca de mi.

-¡Por favor, ¿puede ayudarme?

-¿Qué pasa, perra? ¿Quieres dejarlo ya? Pues eso no es posible. - Me aseguró el anciano.

No, no quería dejarlo.

-Quiero un perro. – solté – Necesitó que me follen.

-Ah, eso. Quieres una recompensa. - Miró los cubos y notó que estaban vacíos – Pues no.

-Por favor – supliqué.

-Dejo que te masturbes, pero tu placer debe venir de cumplir las exigencias de tu amo.

Pero en realidad si que me estaba ayudando.

Me estaba excitando masturbarme delante de él en esa posición.

Así que cuando empezó a marcharse, le supliqué.

-Por favor, quedesé.

-Oh, ¿Quieres que te vea?

Yo asentí con la cabeza.

Sí, me masturbé para él y para mi.

Tuve un orgasmo brutal.

-Impresionante. Muchas perras no llegan a hacer algo en toda su vida y otras necesitan años de entremiento, pero mírate a ti.

Le sonreí como una tonta.

Por un momento parecía como si estuviera coqueando con él.

Luego recordé que tenía mi manos manchada con mis jugos y me lo lleve a la boca.

Y comencé a chuparme los dedos al tiempo que me abría de piernas todo lo que podía.

Él terminó andando hacía mi y me tocó el coño.

Gemí como una loca por el simple rocé de sus dedos.

-¿Quieres que lo use?

Yo no podía mirarlo de la vergüenza que sentía en ese momento.

El anciano me tumbó contra el suelo de un movimiento.

Yo mantenía las piernas muy separadas, con los pies clavados en el suelo y las rodillas altas, preparada completamente para recibirle.

Me ató las manos con un pañuelo y me vendó la boca.

No es que hiciera falta, pero no era algo que me molestará.

Luego me encadenó los pies a la pared, dejándome inmovilizada.

Se metió definitivamente entre mis piernas y me pusó las manos en la pelvis.

Me estaba observando.

De repente noté un pinchazo en mi coño.

Un dolor increíblemente agudo.

Y luego otro.

Y un hormigueo y un pinchazo terrible en el clítoris.

No podía moverme, ni gritar.

Planté con fuerza los pies en el suelo pues era lo único que podía hacer.

Luego pasó a mi ombligo y mis pezones.

Cuando terminó, me invitó a acomparle.

Podía sentir el peso de las anillas en mi cuerpo.

Y el ligero tintineo que me acompañaba cuando me movía.

Me colocó delante de un espejo donde pude ver con claridad lo que me había hecho.

Los aros de mis pezones consistían en una cadena pequeña de la que colgaba un aro grande y pesado.

De mi ombligo colgaba una pequeña campana.

Las anillas de mi coño no eran muy grandes, ligeras y plateadas.

Las de mi labios interiores eran más grandes y pesadas.

Sabía lo que significaba eso.

Me iban a deformar.

Y en mi clitoris tenía otra pequeño aro.

Colocó sus manos en mis caderas, y comenzó a darme por culo mientras la campana no dejar de tintinear y yo me corría de puro gusto.


-Sara, levanta que el amo te necesita.

Si había algo que me resultaba curioso es que todavía me llamarán por mi verdadero nombre.

Yo esperaba a estás alturas haber abandonado el nombre que me dieron mis padres, pues ahora pertenecía completamente a mi amo.

No sabía si era una humillación o simplemente su deseo.

Seguí calmadamente al hombre hasta la habitación donde me aseaban y me preparaban.

“Un nuevo cliente” me dije

Así que me prepararon, me peinaron y me dieron un bolso con dinero y una dirección.

Me quedé helada cuando leí la dirección.

Pertenecía a la casa de una amiga mía.

No estaba ni remotamente preparada para volver cerca de las casas de mi padres o a alguna casa conocida.

Eso mi amo debía de saberlo muy bien.

Por eso lo hacía.

-Ni se te ocurra decepcionarlo. - Me ordenaron mientras cortaban los cordones de mi coño.

No, no iba a pasar eso.

Ahora le pertenecía sólo a él.

Había abandonado mi antigua vida.

Como había pasado un par de semanas encerrada en una jaula se me hizo raro volver a la calle.

Pensé en Javi. Era la primera vez que pensaba en él desde que nos separamos.

Desde que vio mi verdadera naturaleza.

Me pregunté que tal le iba.

Me dirigí al autobús y dejé de pensar en él.

La casa de Julia era enorme como ricos que eran.

Me pregunté cuando dinero habían pagado por mi.

Seguramente más que los 10 euros de los trabajadores del restaurante o los 200 que pagaban los clientes zoo.

Apreté el timbre.

-Pasa – me indicó una voz conocida a través del telefonillo.

Nunca pensé que ella iba a estar también en todo esto.

Julia es de mi misma edad, muy bonita, de buen cuerpo, rubia.

Es una chica estupenda.

Cuando la vi en la puerta estaba tiritando de miedo.

-Hola Sara.

Entré y ella tras cerrar la puerta salió corriendo hacía una mesilla.

-Toma, esto es para ti.

Era una carta.

Y Julia se arrodillo delante de mi.

Yo no entendía nada.

Abrí la carta.

“Querida Sara, el padre de Julia es ludopata y ha perdido hasta la camisa. Para salvar a la familia, su hija se ha entregado como esclava a mi. Y ahora yo te la entrego a ti. Haz con ella lo que quieras. Pero no me decepciones”

Yo no sabía que hacer.

Era sumisa, hetero, me gustaba que los hombres o cualquier criatura con polla hicieran cosas conmigo.

Nunca imagine tener a una esclava bajo mi control y menos aún a una conocida.

Mire a Julia.

-¿Es esto verdad?

Joder, que pregunta más estúpida. Me arrepentí nada más formularse.

-Sí – respondió ella. - No lo sabíamos y cuando mi padre nos lo contó, fue terrible. Cuando tu amo llegó a casa, mi padre le ofreció un trato. Su hija a cambio de dejarles todo lo demás. Al parecer conocía sus gustos muy bien.

-¿Y aceptaste?

-Papá me lo pidió. Mamá me lo pidió. Mis hermanos me lo pidieron. Nunca he llorado tanto como esa noche. Así que tu amo me marcó a fuego delante de todos ellos cuando acepté el trato.

-Enseñámela – mencioné – quiero verla.

Julia se bajó un poco la falda y me mostró una S en el mismo sitio que yo. No era la misma que yo, pues yo llevaba las iniciales de mi amo.

-¿Delante de todos? ¿Te desnudo?

-Sí, delante de todos.

Alargué mi mano y se la toqué.

Sabía lo que era eso y lo que significaba.

Y lo que dolía.

Pero no entendía nada.

¿Por qué mi amo me la había dejado a mi?

¿Qué quería que hiciera con ella?

Volví a mirar que Julia.

Estaba sonrojada y avergonzada.

-Desnudate.

La orden me salió natural.

Y Julia obedeció.

Empezó quitándose la camiseta, y la falda vaquera y...

-La ropa interior también. Deshazte de todo.

Y la ropa interior blanca que llevaba puesta.

Se lo quitó todo.

-¿Por qué en tu casa?

-Tu amo me apostó contra todas las posesiones de mi padre, y adivina que pasó.

Así que lo perdió todo.

Miré alrededor de la casa. Siempre me había gustado.

Luego volví a fijarme en mi esclava, desnuda en mitad del salón.

Siempre había tenido un bonito cuerpo.

Me posicioné para examinarla el coño.

Julia apartó las manos y se las agarró detrás de la espalda.

Incluso separó algo las piernas mientras mis dedos se dirigían hacía su zona íntima.

No sabía si era sumisa, pero desde luego lo estaba intentando.

Comprobé que estaba depilada y algo mojada.

Y algo increíble que me llamó mucho la atención.

-Eres virgen

Julia no dijo nada pero tampoco hizo falta.

-¿De los tres agujeros? - pregunté con malicia.

-Sí.

-¿No tenías un novio?

-Nunca hicimos nada. Salvo besarnos.

-Así que me ha tocado en suerte una perra virgen.

Se me ocurrió una idea despiadada.

Al igual que yo, Julia tenía un perro.

Obligar a una chica a desvirgarse con un perro era una idea brutal.

Yo misma tenía experiencia de sobra en el tema y sabía lo fuerte que podían follarte.

Luego me vino a la mente el negro del restaurante.

Eso seguramente era peor.

Y finalmente me vino Javi a la cabeza.

No, mi antiguo novio no valía para esto.

Luego recordé que había gente trabajando en la casa.

-¿Qué ha pasado con el jardinero y el portero?

-Ahora no están, pero siguen trabajando en la casa

-Aja...

-Sara, ¿Puedo preguntarte algo?

-Sí.

-¿Para qué los quieres?

-Alguien tiene que desvirgarte.

Sobre mi perra cayó todo el peso de mis palabras.

Los hombres la conocían desde niña, la habían visto crecer, madurar y seguramente se reventaban la polla a pajas pensando en ella desde hacía unos años.

Viendo como se derrumbaba poco a poco, decidí ir a por más.

-O puedes hacerlo con tu perro. ¿Cómo se llamaba?

-Max – dijo ella con un hilo de voz.

-Max.

Julia tardó un poco en responder.

-Lo que tú decidas, ama.

Decidí que iba a dejar clara mi posición y la pedí que se arrodillará.

Agarré su cabeza y la escupí en la cara.

Ella quedó sorprendida.

-No me importa si estás en esto porque sumisa o porque no tienes otro sitio al que ir y por eso te has quedado. Ahora eres mía. ¿Lo entiendes?

-Sí, ama.

-Abre la puta boca.

Lo hizo bastante titubeante.

Escupí dentro de ella y Julia se lo tragó.

Hay algo mágico en tragarse los fluidos asquerosos del otro.

Yo lo sé muy bien porque no sentí propiedad de mi amo hasta que este se meo dentro de mi.

Y pensaba hacerlo con mi sumisa.

Me levanté la falda y lentamente apoyé mi coño en su boca aún abierta.

Y comencé a mear.

Julia dio un ligero temblor cuando su boca comenzó a llenarse de orina, pero nada importante.

La chica se lo tragó todo.

Cuando acabé bajo la mirada.

No podía creerse lo que acaba de pasar.

-Bienvenida a tu nueva vida.

Lo siguiente fue sencillo.

Mandé a Julia a su habitación mientras yo me ponía en contacto con el negro del restaurante.

Ser humano, sus pocos escrupulos y su pedazo de trabuco me habían hecho decantarme por él.

Se presentó encantado y entramos juntos en la habitación de mi sumisa.

Ella seguía desnuda, sentada en la cama, intentando asimilar lo que la estaba pasando.

-Tratala con cariño

-Será un placer.

Bob no se ando con tonterías.

Con sus enormes manos tumbó a Julia en la cama, se sacó la polla, y se la metió.

Y comenzó a bombear dentro de ella mientras la perra gemía.

La escena que se estaba desarrollando delante de mis ojos era una violación en toda regla, pero no sentía nada por ella.

Acabó cuando Bob terminó de correrse dentro de ella.

-Si me necesitas para algo más, me avisas.

Cuando nos quedamos a solas, tuve la sensación de que mi antigua amiga me odiaba en ese momento.

-Aún tienes que atender a dos hombres más.

Traer a los dos trabajadores de la finca fue fácil.

Era su nueva jefa.

Convencerlos de lo que tenían que hacer tampoco me costó trabajo gracias a Bob.

Julia nos esperaba tumbada en su cama, desnuda, en una habitación que apestaba a sexo.

El primer hombre, un inmigrante de unos sesenta años, se relamió.

Se tumbó encima de ella y comenzó a comerle las tetas.

Y luego se dedicó a llenar su virginal cuerpo de chupetones.

Tanto su cuello como sus muslos se llenaron de ellos.

Y mordiscos.

Le metió uno salvaje en los pechos mientras se la estaba follando.

Pude ver el gesto de dolor en el rostro de Julia.

Pero esta vez también había algo más.

Lo estaba gozando.

-Buena perra tiene aquí, señora.

Para cuando llegó el turno del tercero, el antes blanco y virginal cuerpo de Julia ya parecía un campo de batalla.

Los dos hombres anteriores a él habían dejado sus respectivas marcas bastante visibles en ella.

Él no iba a ser menos.

Porque al ser el tercero le había prometido algo especial para él.

Romperla el culo.

Sin lubricante ni hostias.

Así que cogió a una agotada Julia, la dio la vuelta y comenzó a penetrarla por detrás.

Y ella chilló.

Y luego lloró.

Al hombre no le importó pues siguió a lo suyo hasta terminar satisfecho.

-Señora...

Cuando ambas nos quedamos a solas, me senté a su lado.

-Te odio.

Yo la acaricié el pelo.

-Te acostumbrarás.