La nueva vecina
Solía espiarla cada mañana por su ventana, como sugerente en sus estrechas faldas caminaba por la calle, siempre a la misma hora. No la quitaba ojo hasta que cruzaba la esquina. Era una rutina diaria tan repetitiva como el desayunar cada mañana. «Ojalá fuera mi desayuno» pensaba.
Solía espiarla cada mañana por su ventana, como sugerente en sus estrechas faldas caminaba por la calle, siempre a la misma hora. No la quitaba ojo hasta que cruzaba la esquina. Era una rutina diaria tan repetitiva como el desayunar cada mañana. «Ojalá fuera mi desayuno» pensaba.
Entonces se paraba en el espejo y se miraba a través de sus amplias gafas de pasta y sacudía la cabeza. Recordaba sus coincidencias por los pasillos del edificio, cada día la encontraba con un acompañante nuevo, de distinta cara pero de similar aspecto, siempre apuestos, de pectorales marcados y anchos brazos. Imaginaba esos encuentros furtivos, cortos pero intensos, donde ella en cada uno pasaba automáticamente a compararlo con el anterior. Entonces volvía a sacudir la cabeza, él nunca sería admitido en la competición.
Él solo era un tal Andrés, un pequeño chico de aspecto desgarbado. Ella era una belleza exótica digna de los pensamientos más impuros de cualquier hombre. De tez tostada, pelo revuelto, ojos café y labios provocativos arriba, y de pechos generosos, amplias curvas, culo respingon y piernas firmes abajo. Él era poca cosa para ella, o eso creía él.
Recuerda el día que la conoció, como iba y venía al portal en un lío de faldas y múltiples bártulos en mano y de pronto esos ojos vivaces se encontraron con los suyos.
— ¿Necesitas que te ayude? — se ofreció él
— No hace falta — dijo ella recorriéndolo con la mirada — en realidad ya estoy terminando, tú eres….
— Andrés… del 2° C — contestó avergonzado, de seguro habría pensado que no era el más adecuado para ayudarle con sus cosas.
— Encantada, entonces Andrés — dijo en una sonrisa — Yo soy Mariana.
— Igualmente.
— Pues nada Andrés, espero verte por aquí.
Se la quedo mirando embobado como se alejaba por el pasillo. Inmóvil no fue capaz de decir ni una palabra, le reconfortó que el resto de vecinos la miraran igual como si fuera un juguete nuevo, en realidad no vio a nadie que no la mirara con una o dibujada en su boca.
Desde entonces no volvió a cruzar palabra con ella, no por falta de ocasión sino de decisión. Le gustaba pasar encerrado en casa, le daba seguridad, era su pequeña burbuja donde podía hacer y deshacer en sus pensamientos sus deseos más sucios. Cada día tejía en su mente planes de como acercarse a ella, planes que siempre acababa desechando.
Era una noche cualquiera cuando Andrés se encontraba sentado sobre su escritorio mirando con atención la pantalla de su ordenador, en ella se podía ver a una mulata haciéndole una felación a un tío sin cara cuando de repente se va la luz. Maldice fastidiado, justo cuando se empezaba a excitar tenía que estropearse. Lo primero que pensó es que había saltado el automático, aunque teniendo pocas cosas conectadas y viviendo solo parecía poco probable, pero era la mejor opción que podría hacer retomar rápidamente la faena.
Una y otra vez tocaba los botones de su ICP con casi el mismo ahínco que tocaba hace escasos minutos sus partes más íntimas, pero nada, la luz no volvía. No le quedaba otra que salir fuera a comprobar.
Todo era oscuro, pero en la penumbra a lo lejos pudo adivinar la presencia de una figura femenina que inquieta caminaba desde las escaleras colindantes con el siguiente piso. Adivinó ese andar, esos gestos, esas curvas, los tenía grabados en su mente firmemente producto de su espionaje llevado a cabo cada mañana. Pero había una diferencia, esa figura esta vez no se alejaba, no tomaría una esquina para perderla de vista al encuentro de quien sabe quién sino que esta vez se acercaba aproximándose a su propio encuentro.
— Andrés ¿eres tú?
— Sí… parece que se ha ido la luz — era obvio pero algo tendría que responder, al menos no podría ver bien su cara de embobado.
— Ya veo ¿que ha pasado?
— La verdad no lo sé, parece que es un problema general
— Vaya, que fastidio
— ¿Puedo ayudarte en algo? — preguntó esperanzado
— Yo… no quiero molestar.
— Claro que no mujer, pídeme lo que quieras — eso último era literal.
— Resulta que tampoco me funciona la caldera ando aún pendiente del técnico… y bueno ya sabes el invierno es duro ¿no tendrás al menos unas mantas para prestarme?
— Claro que sí pero por qué no pasas mejor — se ofreció
— Gracias, eres muy amable Andrés — dijo al tiempo que entraba a su casa — vaya, si que se nota aquí el calor.
— Si — sonrió tímidamente — suelo poner la calefacción a media tarde para que a la noche que es cuando más frío hace esté la casa preparada. Si quieres la bajo un poquito.
— No, está bien — dijo aún encogida con sus brazos
— Tengo las mantas en mi cuarto — le explicó mientras se dirigía a la misma, ella no dudó en seguirle.
Andrés se dispuso entonces a buscarlas en el fondo de su armario, teniendo la casa bien caldeada siempre del calor de la habitación nunca le hacían falta. Agradeció por un lado no hubiera luz para que no se viera el desorden que tenía, pero por otro quería apreciar la belleza despampanante que tenía a su lado, aún no podía creer estuviera en su casa, en su propia habitación.
—Sueles pasar mucho aquí verdad — dijo ella fresca al tiempo que se sentaba al borde de su cama.
— ¿Por qué lo dices?
— Bueno apenas te veo, no coincidimos por el portal nunca.
— Sí, me mantengo entretenido — afirmó, la verdad si la veía mucho pero él siempre se mantenía al margen — aquí están las mantas, coge las que quieras, yo no las uso.
— Gracias Andrés, te las devolveré cuando pueda.
— No te preocupes, ¿que tal vas?
Mariana hizo amago de responder pero finalmente no respondió, en su defecto alargó su brazo en señal a que se acercara a comprobar el mismo su temperatura corporal.
El corazón de Andrés empezó a palpitar fuerte solo con la idea de tocarla, rápidamente su curiosidad le llevó a acercarse. Se sentía fría lo que utilizó como excusa para acariciar su mano más de lo normal y calentarla.
— Si que esta fría — afirmó
— La verdad no estoy acostumbrada a este frío, yo soy del sur sabes
— Sí, entiendo. Puedes quedarte el tiempo que te plazca… al menos hasta que cojas calor — Andrés no quería dejarla ir, agradeció tener una excusa.
— Me encantaría. Y tú… — Mariana hizo una pausa dudando, y de pronto volvió a alargar su brazo — Estás calentito.
«Y tanto» pensó él. Su corazón no había parado de agitarse y su temperatura corporal de ascender, cuando su mano rozó su piel de nuevo sintió un escalofrío y su piel se erizó. Pero esta vez su mano tomo la iniciativa y comenzó a ascender por su brazo mientras sus ojos de intenso café observaban con atención su reacción. Siguió su curso por su pecho y desde ahí el camino inverso hasta llegar nuevamente a su mano. Ambas manos habían alcanzado la misma temperatura. Entonces volvió a dudar.
— Creo que debería irme, mañana trabajo temprano — dijo finalmente Mariana.
— Si… te acompaño a la puerta
Ambos hicieron el amago de levantarse, ella decepcionada de no encontrar lo que realmente buscaba, y él lamentado de no haber sido capaz de aprovechar su oportunidad.
Pero entonces algo pasó. La luz volvió, pero repentinamente volvió a irse. Fueron solo tres segundos, pero fueron los suficientes para hacer que el destino diera un vuelco decisivo.
Durante ese breve momento de claridad, todo el cuarto de Andrés quedó iluminado regresando al preciso momento en el que él disfrutaba sin pudor, solo, protegido en su pequeña burbuja. Todos los aparatos electrónicos que estaban encendidos volvieron ponerse en marcha y entonces su ordenador portátil se iluminó frente a ellos. Una chica mulata le estaba haciendo una felación a un tío sin rostro. Andrés quedó paralizado.
— Con que estos son tus entretenimientos — dijo Mariana entre risas.
No hubo respuesta.
— ¿Te gusta que te la chupen? — preguntó ella tajante, de pronto había recuperado el interés.
— Mucho, y también me gusta hacerlo a mí
— ¿Chupar pollas? — preguntó enarcando una ceja.
— Claro que no, me encanta es hacérselo a las mujeres.
— ¿Cómo a mí?
— Sí. Sería la mejor manera de entrar en calor ¿no crees?
Ella río con ganas, le miró intensamente y se mordió el labio. Entonces el cambio su postura, era otra señal y esta vez no la iba a desaprovechar.
La besó con frenesí fruto de la ganas contenidas. Intensamente, entraba y salía de su boca saboreando sus jugos. Cada vez que entraba jugueteaba con su lengua y cada vez que salía mordía esos generosos labios color café. Una y otra vez, sin parar.
Sus manos juguetonas entraron en juego y descendieron desde su cara hasta su pecho pasando por su cuello. Entonces notó sus pezones, pareciera que quisiesen atravesar la tela de su blusa de lo duros que estaban. El los consintió pellizcándolos y atrayéndolos para si, la abrazó y sus manos fueron descendiendo desde su espalda hasta llegar a su trasero, entonces fueron sus nalgas quienes recibieron sus pellizcos.
Andrés apartó finalmente sus labios de los de Mariana para seguir con su lengua el camino que hicieron antes sus manos tras arrancarle su blusa de una. Tenía frente a él unos pechos generosos, tampoco eran muy grandes, estaban perfectos para el tamaño de su boca con la que intensamente se los comía hasta el fondo, primero uno y después el otro mientras por atrás la seguía atacando con nalgadas.
La piel de Mariana estaba caliente, lubricada con la saliva de su amante, en cuestión de minutos pasó del hielo al fuego, el cual irradiaba y cada vez más fuerte desde su entrepierna que pedía a gritos atención. Ella buscó con sus manos el pene de Andrés quien rápidamente nada más percibirlo se despojó de sus pantalones y puso frente a ella un gran pollón rosado. Mariana lo miró maravillada, pensando como un chico de su estatura y peso tuviera semejante miembro. Acto seguido empezó a masturbarlo con una mano de menos a más, apenas conseguía abarcar con ella el cilindro completo, una y otra vez hasta que no pudo más y se lo llevo a su boca. Desde el glande hasta adentro chupaba primero y comía después, hasta la más profunda garganta.
Andrés intentaba contenerse, quería que esta fuera una noche única, quería sentir su humedad también hacerla gozar intensamente por lo que se incorporó y la tumbó en su cama. Toda la ropa que quedaba sobre Mariana fue desapareciendo para dejar a su alcance su hermosa intimidad. Toda ella estaba impregnada de un abundante flujo blanquecino lista para ser penetrada, pero antes quiso premiarla con una intensa comida. Él paso su lengua por toda ella desde su clítoris hasta su ano, intensamente lamía, chupaba y absorbía a la par que ella gemía. No paró hasta que sintió la primera contracción, entonces se colocó sobre ella acomodando sus piernas sobre él y vistió su piel impregnándose de su deliciosa miel. Tenía un coñito acogedor, profundo pero estrecho y húmedo muy húmedo. Pronto empezaron las embestidas, entraba y salía de ella a un ritmo frenético al tiempo que ella pedía «más, más, más» entre jadeos. Ante la luz tenue de la habitación, iluminada únicamente por la claridad de la luna, se encontraba Mariana extasiada, con los ojos entornados y la boca abierta, con los pezones y el clítoris hinchados y sus curvas aun más acentuadas fruto de su movimiento de caderas, intentando sentir más adentro de lo que ya sentía. Entonces Andrés pudo sentir varios espasmos provenientes de su pared vaginal, su cuerpo se tensó, su cabeza se revolvió y su boca gritó, como 10 segundos después cayó rendida en la cama.
Andrés volteó el cuerpo de ella poniéndolo boca abajo y levantó su pelvis acomodando su abdomen bajo un par de cojines, se colocó sobre ella y nuevamente comenzó el bamboleo en posición perfectamente horizontal. De esa manera consiguió clavar todo el miembro dentro de ella, una y otra vez, ya no rozaba su pared vaginal sino que la sentía de lleno. A veces salía completamente y acariciaba con su glande húmedo toda su vulva que a esas alturas ya goteaba, hasta la última embestida. Ella lo vio venir y rápidamente giro sobre si misma, quería recibir encima su rica leche. Entonces él generosamente la premió. Un primer chorro proveniente de su primer espasmo cayó de lleno en su pecho derecho, el segundo casi con la misma fuerza iba en la misma dirección pero ella se movió y cayó entre ambos pechos, los siguientes fueron a su abdomen, mientras ella se restregaba su semen con sus manos por todo su cuerpo, los últimos los sintió en su propia mano, antes de caer rendido en la cama sobre ella con un cálido abrazo.
Mariana extasiada aún se vistió en contra de sus deseos, eran casi las tres de la mañana y debía dormir pero antes le sobraron fuerzas para plantarle un último beso, profundo y apasionado.
— Te olvidas las mantas — le recordó él.
Ella entonces se giró por última vez y sonrió.
— Ya conseguí mi manta, fuiste tú — le dedicó una sonrisa pícara — Ya no siento frío, mañana quizás.
Le guiñó un ojo y finalmente se alejó. Y así la observó marchar caminando como estaba acostumbrado a verla. Pero ahora había una diferencia, esta vez se había comido la ansiada rosquilla de desayuno. Por ese día y por tantos más.