La nueva rutina de Sonia (capítulo 1)
Capítulo 1 (introducción): La rutina semanal de Sonia cambia luego de conocer a un extraño en el Metro
A modo de presentación, les cuento que estoy casada hace varios años, tengo una hija de 18 y un hijo de 8 años. Trabajo en una oficina y no me puedo quejar, soy una empleada bien evaluada y con buenas posibilidades de avanzar en la empresa, todo gracias a mi esfuerzo y responsabilidad. Mi nombre es Sonia y tengo 40 años.
Para ir al trabajo me turno con mi marido para usar el auto, es así que cuando él lo utiliza yo viajo en Metro para llegar a mi destino. Siendo muy sincera esta opción no me agrada ya que el servicio no es bueno y en varios momentos del día sobrepasa la capacidad permitida de pasajeros, generando mucho malestar entre nosotros los usuarios.
Un lunes cualquiera comenzó esta historia. Mi esposo se llevó el coche, por lo cual partí hacia mi trabajo con bastante antelación para intentar tomar el Metro un poco más desocupado.
A medida que avanzamos en las estaciones el tren fue repletándose de pasajeros, todos estudiantes, comerciantes, trabajadores, secretarias, familias, etc. El espacio se hizo más reducido, el aire más escaso y quedé entrampada al final del vagón entre una señora con su hijo y un señor mayor a mi espalda. El tren comenzó a avanzar lentamente, cada quien en lo suyo, resignados al suplicio de transitar tan indignamente bajo tierra.
Al llegar a la siguiente estación ingresó mucha gente y quedamos aún más aprisionados. En este escenario y sin quererlo pisé el pie del señor que estaba atrás de mi. Roja de vergüenza me disculpé con él, apenas girando mi cabeza, no podía moverme ni hacer más que eso.
Muy amablemente este señor me dijo que estaba todo bien, que no pasaba nada. Un poco más tranquila logré equilibrarme pero otro movimiento brusco del vagón me tambaleó haciéndome caer sobre él.
- No te preocupes querida, apóyate en mi para no caer de nuevo. -
Agradecida pero bastante avergonzada continúe en la odisea dentro del transporte público, apretada, comprimida y con poco aire. Comencé a sudar y a colocarme nuevamente roja, esta vez por el calor del vagón. Este señor pasó su mano por mi cintura hasta agarrar el pasamanos cercano, dándome mayor firmeza a mi también.
La presión de la gente era insoportable, los olores corporales y de perfumes se mezclaban en un ambiente seco y caldeado, costaba respirar, costaba moverse, era algo indigno y molesto.
- No se preocupe Mijita, falta menos, falta menos. Ya vamos llegando…-
Estas eran las frases que el amable caballero me decía de cuando en cuando para distender un poco el ambiente.
Minutos después sentí una mano a la altura de mi cintura. El viaje continuaba y la mano estaba allí, quieta y tibia. El tren avanzó y la mano comenzó a bajar lentamente hasta llegar a mis pantalones y con eso a mis nalgas.
Nerviosa y aún más incómoda esperé que todo fuera un error involuntario propio del cautiverio del cual era presa, pero esta mano estaba fuera de todo libreto. Los hábiles y cariñosos dedos comenzaron a acariciar mi nalga derecha por sobre la tela de mi pantalón.
¿Qué hacer? ¿pedir ayuda? De nada serviría, he visto gente desmayarse en el metro ante la indiferencia completa del entorno.
Comprobando que la mano correspondía al gentil señor, intenté girar para hacerle notar mi incomodidad, pero no podía moverme. Su mano continuó acariciando mi otra nalga, con dedos fuertes y decididos.
Estaba paralizada, sudando mucho, sentía mi cara roja de vergüenza, de humillación. Quedaban pocas estaciones y nada podía hacer, sólo restaba aguantar en silencio.
Al detenerse el tren la mano se calmaba, pero al emprender el viaje la mano retomaba su inspección por mis nalgas. La mano era firme, me acariciaba con fuerza, pero sabía muy bien lo que hacía, revisando y tocando mis glúteos con total descaro y osadía. Todo esto se mantuvo así por varios minutos ante mi absoluta incredulidad.
Al llegar a mi estación de destino, este señor me ayudó a bajar del vagón. Yo era un cúmulo de nervios y vergüenza, con mi cara roja, mi cabello desordenado, el sudor en mi cuello y mis mejillas. Me sentía horrible.
El se identificó como Rogelio y amablemente me entregó un pañuelo con el cual me ayudó a secar el sudor de mi rostro.
Un poco más aliviada, pero aún muy nerviosa, no tuve el valor de encararlo por el incidente, nada más le agradecí tartamudeando y logré presentarme
- Gracias Rogelio… me llamo Sonia -
- Bueno Sonia, soy dueño de un pequeño café aquí cerca, así que seguramente nos encontraremos de nuevo.
Luego de esto Rogelio tomó la salida sur de la estación y desapareció entre la multitud.
Ese día estuve inquieta, nerviosa, confundida, temblando tan sólo de recordar lo ocurrido. Volví a casa en taxi, no reparé en gastos, quería volver rápido a mi hogar sin pasar por el Metro de nuevo. No le mencioné nada de esto a mi marido, no quise incomodarlo con esta historia. Cenamos normalmente, compartí con mis hijos y nos fuimos a dormir, extenuados por el agitado lunes que tuvimos.
El resto de la semana me fui a la oficina en carro, esto me ayudó a pensar en otras cosas volviendo a mi equilibrio normal.
El martes de la semana siguiente tuve que volver a usar el Metro y lo hice con un poco de temor, pero no tenía otra opción. Esta vez me ubiqué de espalda contra la pared del vagón esperando así no ser abordada por nadie. Dos estaciones después apareció Rogelio a mi lado, quedé sin habla. Me saludó gentilmente y le respondí nerviosa, como una adolescente tonta e inexperta.
Esta vez logré verlo mejor. Rogelio es un señor de edad, contextura media, un poco de pelo cano, arrugas en su rostro pero de aspecto agradable y muy carismático. Me saludó y comenzamos una plática relajada y normal.
Me contó de su vida, de sus 68 años de edad, de su actividad como comerciante, su familia, etc. Por mi parte le dije que estaba casada y que tenía dos hijos, sin entrar en mayores detalles.
A medida que se iba llenando el vagón logramos acomodarnos y nuevamente quedó tras de mí.
- Mijita linda, no se preocupe, yo la cubriré para que no la atropellen al subir o al bajar-
Rogelio era muy gentil y amable. Efectivamente me cubrió con su brazo protegiéndome de cualquier atropello por parte de los demás usuarios. Mi nerviosismo y ansiedad se mezclaron con la seguridad y la comodidad de su protección para los varios minutos restantes de nuestro viaje.
De la nada sentí su mano nuevamente en mis nalgas, pero esta vez con el dedo del medio muy decidido y rudo en medio de ambas, intentando ir más allá. Tuve un pequeño sobresalto, mi cara se puso roja, quedé muda.
- Tranquila Mijita, el metro es algo brusco a veces… -
Con mi salto Rogelio desistió de llegar tan lejos, pero se mantuvo acariciando sin pudor mi trasero.
Al llegar a la estación descendimos del vagón como si nada hubiese ocurrido. Me ofreció su pañuelo para secar mi sudor y luego me acompañó hasta mi trabajo con mucha gentileza.
Se despidió galantemente besando mi mano y señalándome que nos veríamos nuevamente.
Luego de nuestras charlas y aprovechando algunos contactos de mi oficina, logré comprobar la veracidad de sus datos e informaciones.
Efectivamente él era quien decía ser, 68 años, jubilado, separado, dueño de un Café a pocas calles de mi oficina. Sentí un gran alivio de no estar siendo engañada.
A la semana siguiente encontré a Rogelio en el horario de salida, a eso de las 18.00 horas. Nos saludamos y conversamos cosas triviales. Ingresamos al metro el cual ya estaba repleto con las personas volviendo a sus hogares y nuevamente quedé delante de él. Ya sabía lo que ocurriría.
Continuamos conversando mientras el vagón iniciaba su marcha. Cruzo su brazo delante de mí, pasando levemente cerca de mis senos.
- Mijita linda, tranquila, yo la cuido para que no la atropelle la gente imprudente -
Me sentí bien, Rogelio era cariñoso y preocupado conmigo. Seguimos así, viajando y platicando, siempre cubierta por este anciano protector pero esta vez no sentí su mano en mis nalgas, si no que sentí otra cosa...
Vencí la vergüenza y continué la plática de la mejor forma posible pese a notar que Rogelio me embestía levemente al ritmo del movimiento del tren. Siendo muy honesta...me sentí halagada, me gustaba sentirlo así atrás de mi. Demás está señalar que la gente a nuestro alrededor ni si quiera se dio cuenta de que nos ocurría.
Llegamos a mi estación y Rogelio comentó que vivía dos estaciones antes de la mía pero que había decidido acompañarme como "escolta". Esto me confirmó que su dirección también era la correcta.
Conversamos un buen rato en ese lugar mientras nos tomamos un café, luego nos despedimos con un beso en la mejilla, hasta el próximo viaje.
En tan solo un par de semanas pasé de ser una simple esposa y madre, sumida en una diaria rutina laboral a protagonizar una atrayente aventura que continuará en las próximas entregas.
Espero les agrade mi relato. Si alguien desea escribirme para intercambiar opiniones y experiencias pueden hacerlo al correo que aparece en mi perfil, con gusto les responderé