La Nueva Rutina de Sonia (Cap. 3)

La rutina cambió... y Sonia también

El Café, sus aromas, la plática, la buena compañía, todo eso se sumó para hacer de este desayuno tan corriente una experiencia encantadora y única.

Cuando terminamos de comer Rogelio retiró las cosas de la mesa y coincidentemente llegaron las tres personas que trabajan para él. El reloj marcaba las 09.30 de la mañana. Minutos después llegó su hija mayor, Silvana, quien ayuda a su padre con algunos asuntos del negocio. Fuimos presentadas formalmente y si bien ella fue muy amable conmigo, quedé con la sensación de que no le gusté del todo.

Luego de algunos minutos, Padre é hija se dirigieron hacia el fondo del Café. Rogelio me pidió que esperara sentada en una pequeña mesita que fue colocada justo afuera del recinto comercial.

Al rato después Silvana se retiró rápidamente con varias carpetas en sus brazos, se despidió desde lejos, subió a su vehículo y se marchó. Rogelio dio instrucciones a su personal, conversó con algunos clientes y llegó hasta mi mesa.

  • Ya Mijita, la invito a almorzar -

  • Acepto la invitación pero luego me iré a mi casa, no quiero problemas con mi familia -

  • ¿Por qué va a tener problemas? No hemos hecho nada malo…

  • Si…tiene razón…

Nerviosa y al mismo tiempo ansiosa nos dispusimos a ir a su casa. Ya eran cerca de las 11.30 de la mañana y optamos por viajar en microbús.

Subimos al vehículo el cual llevaba pocos pasajeros y nos sentamos al final del mismo, en un asiento para dos personas. Rogelio es un gran conversador, fue así que me contó más sobre Silvana su hija mayor, la predilecta.

Pasados los primeros diez minutos de viaje, Rogelio tomó mi mano, comenzó a acariciarla para luego cubrirse con su chapetón, así fue más fácil llevarme lentamente hacia su entrepierna para sentir una vez más su miembro semi duro dentro del pantalón.

  • Sonia… quiero que me toques tal como lo hiciste en el metro la otra vez -

Nerviosa y deseosa hice lo que Rogelio me pidió con tanto deseo. Comencé a tocar su pene de forma suave, con la yema de mis dedos, moviéndome en círculos. Ambos estábamos pendientes de que nadie nos fuera a descubrir, pero en mi caso, sin dejar de lado la misión encomendada.

El chaquetón de Rogelio nos cubría, nos daba la seguridad momentánea y permitía este arranque de osadía y adrenalina. Continuamos así por un momento, con mis suaves y constantes caricias sobre un rígido pene que latía por salir de su cautiverio de tela. La tensión del pantalón era notoria, pero Rogelio suavemente retiró mi mano y me dio un beso en la mejilla.

Nuestro ejercicio era delicioso pero al mismo tiempo muy peligroso, además estábamos próximos a llegar a nuestro destino.

Descendimos del bus para comprar algunos productos en un pequeño mercado. Al salir del lugar caminamos algunas calles en un barrio antiguo y tradicional muy típico de mi ciudad, cada uno llevando una bolsa con compras.

A los pocos minutos llegamos a su casa, la cual se encuentra al final de un pequeño callejón sin salida, flanqueada por dos muros colindantes. Es una construcción de ladrillos, con un solo nivel, un pequeño ante jardín y un garaje.

Rogelio me presentó su castillo y me invitó a pasar. El interior de la vivienda es ordenado y bastante minimalista. Si bien hay adornos en el comedor y la sala, Rogelio al vivir solo no necesita muchos muebles, solo gusta del espacio y la comodidad que le brinda su casa propia en la cual puede recibir a su familia y un pequeño grupo de amistades.

Luego de ayudarme con mi chaqueta y mis cosas, nos dispusimos a preparar el almuerzo. Pese a ser la invitada insistí bastante hasta que conseguí que me permitiese ayudarlo con la preparación del mismo. Nos pusimos los delantales, lavamos nuestras manos y comenzamos la faena.

Al ritmo de la radio y la plática comencé a picar verduras, tomates y cebollas para preparar ensaladas cuando sentí que Rogelio estaba tras de mí, acercándose lentamente, besando mi cuello y respirando agitadamente.

No tuve tiempo de reaccionar ni de pensar, sus manos comenzaron a recorrerme por sobre la ropa, con intensos manoseos, caricias, locura y pasión.

Yo estaba apoyada sobre la mesón de la cocina y Rogelio tras de mi tocándome como un loco, diciéndome que me deseaba, que me quería. Yo solo gemía y asentía, no podía ni quería hacer más nada.

Logré voltearme y comenzamos a besarnos. Besos suaves y tiernos que desembocaron en la unión de nuestras lenguas húmedas y fundidas en algo que por tanto tiempo esperamos y que tan solo en ese momento pudimos alcanzar.

La radio quedó en segundo plano, en la cocina solo es escuchaba nuestra respiración y nuestros pequeños gemidos en respuesta a cada beso y a cada caricia con las cuales nos recorríamos y conocíamos mutuamente.

Rogelio estaba preparado, saco su pene y por primera pude verlo. Es un pene de tamaño mediano, bastante grueso y hermoso para mis ojos.

Se sentó en un pequeño taburete y me invitó a inclinarme ante él, como si yo fuese una súbdita de su reino.

Sentí el aroma fuerte y penetrante de su miembro, quizás con algo de suciedad corporal, pero eso no me importó ni me molestó, mi deseo superaba cualquier prejuicio. Y ese mismo deseo fue el que llevó a Rogelio a tomarme del cabello para que probase su pene gordo y rígido.

Sin remordimientos ni pensamientos perturbadores más que el disfrutar de aquel momento me dediqué a probar y a degustar su pene, su cabeza húmeda e hinchada, sus bolsas peludas y canosas. Solo eso me importaba.

Por leves momentos me percaté de lo que hacía, estaba tan solo unos 20 minutos de casa, faltando al trabajo y dándole sexo oral a quien podríamos llamar de “mi amante”.

Mi mandíbula estaba cansada, mi posición corporal también era incomoda. Me levanté y nos abrazamos besándonos y acariciándonos desesperadamente.

Nos fuimos al sofá, amplio, muy cómodo y mullido. Allí Rogelio se lanzó sobre mí, comenzó a besarme, a tocarme, a manosearme en todos mis rincones una y otra y otra y otra vez.

Levantó mi camiseta, retiró con fuerza mi sostén dejando mis senos al descubierto. Rogelio estaba extasiado, los miraba con adoración y con un deseo que me es difícil de describir en palabras. Yo estaba húmeda, excitada, me enloquecía el saber que alguien me deseaba como lo hacía Rogelio. Un deseo que no era ni la sombra de lo demostrado actualmente por mi marido.

Comenzó a chupar mis senos con pasión, con ardor, sin frenos. Estuvimos así por mucho tiempo, yo sólo daba gemidos entrecortados de placer, faltándome el aire, sudando a mares mientras el yacía sobre mí. Rogelio amaba mis senos, los besaba, los mamaba con locura. Lo único que decía, a duras penas, era que mis tetas lo volvían loco desde el primer momento en que me vio.

En ese sofá estaba yo, la mujer decente, la mamá abnegada, la profesional exitosa, teniendo una aventura extramarital que llegó de la nada, sin pedirlo. Y eso era lo que me excitaba aún más, la novedad, el morbo y el riesgo.

  • Me tienes caliente Sonia, desde hace mucho que quería hacerte esto

  • Rogelio… tu me tienes loca, pero no sé cómo llegamos a esto -

  • Ambos lo queríamos corazón, ambos lo necesitábamos -

  • Si… tienes razón….

Se inclinó sobre mi y comenzó a abrir mi pantalón, logró bajarlo un poco dejando al descubierto mis caderas y mi tanga de algodón ya húmeda y sucia por toda esta situación. Comenzó a tocar mi calzón con sus dedos callosos y firmes, dándome caricias suaves y avanzando hasta llegar a mi entrepierna. Una vez allí movió suavemente la tela y comenzó a acariciarme con sus dedos, sintiendo directamente mi calor, mi humedad, y palpando mi zona intima.

Yo estaba en las nubes, sus besos, sus caricias, su pasión y ahora sus dedos moviéndose hábilmente por mi vagina, jugando con mis vellos y dominando mi entrepierna completaban un cuadro casi perfecto.

Tuve espasmos de placer, momentos únicos en donde perdí mi orientación y la noción de todo. Rogelio jamás dejó de besarme, sus besos estaban en todo momento sobre mí, sobre mis senos, mi pancita, mis caderas, mi cara, mi pelo, etc.

Rogelio me hacia feliz y quería retribuirlo finalizando mi inconclusa misión. Sin importar mi cansancio logré tomar su pene aún tibio y ansioso de mis caricias y mis besos. Nos acomodarnos en el sofá y volví a besarlo y chuparlo con intensidad, muy concentrada y aplicada, como si fuera la mejor alumna de una fantasiosa y excitante sala de clases.

Rogelio sostenía mi cabeza y mi cabello con ambas manos, solo gemía y suspiraba muy fuerte mientras yo saboreaba el sudor y los líquidos que ya comenzaban a salir de su miembro. Continué ayudada de mis manos las cuales se movían de arriba hacia abajo , haciéndolo estremecer y temblar a cada segundo.

Mi querido viejito estaba en las nubes mientras lo masturbaba y lo chupaba. Después de un rato acabó, saliendo una no despreciable cantidad de liquido espeso, blanco y tibio, de aroma penetrante. Mi lengua y mi boca lavaron ese pene viejo, sucio, aquel pene distinto al de mi marido pero que tanto me excitaba y encantaba.

  • ahhhhhhhh…eres deliciosa Sonia -

  • mmm...Rogelio…

  • ahhhhh……. Me encanta todo esto

  • a mí también me encanta lo que hacemos…. -

Nos fundimos en abrazos, besos y caricias, compartiendo el momento, nuestra intimidad furtiva y cómplice. Ya no había vuelta atrás.

Tendidos en el sofá y con mi cabeza sobre su pecho, presas del cansancio nos dormimos rendidos luego de nuestra primera sesión amatoria.

  • Rogelio!!! Son mas de las 15.00 horas, se nos pasó la hora volando. Despierte!!!! –

Rogelio aún adormecido se reintegró lentamente

  • Cálmese Mijita. Lo hemos pasado rico ¿no? -

  • Siii, demasiado rico, pero no pensé que la hora pasaría tan rápido pues, nos quedamos dormidos -

  • Cálmese, ¿Quiere almorzar?

  • Gracias Rogelio, pero quiero irme a casa, ducharme, cambiarme ropa, no quiero que mi marido sospeche por lo de hoy -

Solicité pasar al baño, necesitaba ordenarme, arreglarme un poco. Me miré en el espejo y me veía cansada, desordenada, mi maquillaje estaba corrido, pero yo estaba feliz, sin una gota de culpa o remordimiento por lo ocurrido horas antes.

Aproveché de hacer pis, secar mi sudor, arreglar mi maquillaje, mi cabello y mi ropa. Rogelio llamó un radio taxi, el cual insistió en pagar, nos despedimos con un rico y tierno beso y quedamos de reunirnos próximamente.

Volví a casa en una especie de trance hipnótico, mi día fue único, especial, ardiente. Llegué varias horas antes que mi marido y un poco antes que mis hijos, así que aproveché de tomar una ducha. Me sentía feliz, realizada, pero también me sentía como una chica traviesa por haber ingresado al mundo de las esposas adulteras.

La relación con mi marido era buena, pero la rutina de los años siempre acaba por pasar la cuenta. El trabaja bastante, a veces viaja y sale de la ciudad, se preocupa por mi y por los niños, pero siento que algo falta y ese algo lo estaba comenzando a suplir Rogelio.

Dejé pasar un par de días sin tener contacto con Rogelio. Le envié un mensaje de texto indicándole que tenía mucho trabajo y que no podría reunirme con él. No creo que se lo haya creído pero como un caballero el respetó mi decisión deseándome suerte.

Necesitaba un par de días para intentar volver a mi equilibrio natural, pero fue imposible. Estaba distraída, desconcentrada, todo me recordaba aquella jornada única, intensa, apasionada.

Aquel viernes por la noche mi hija Macarena me señaló que me veía distraída y cansada. Le agradecí la preocupación y cariño y le dije que estaba bien, que solamente había tenido una semana extenuante.

Ambas somos muy cercanas, conversamos un rato de nuestras cosas y luego decidí tomar una ducha. Siendo casi media noche, mi marido ya dormía así que tenía el baño para mi sola, sin interrupciones.

Ya dentro del cuarto no pude evitar recordar mi episodio con Rogelio, su pasión, su calor, su osadía, su aroma fuerte y penetrante el cual me será difícil olvidar.

En medio de la ducha comencé a tocarme, acariciarme, intentando inconscientemente revivir los momentos y las caricias que Rogelio me daba días atrás. El agua caliente, el jabón, la intimidad de mi ducha y el silencio de la noche me permitieron una corta pero intensa sesión de auto placer. Caricias, mimos y un rico y silente orgasmo.

Al lunes siguiente retomé mis actividades como siempre pero no encontré a Rogelio en el Metro, no coincidimos en los horarios de viaje. A la hora de almuerzo salí a comer y a quien encontré fue a su hija Silvana.

Contraria a mis temores previos, fue ella quien se acercó a mí y me invitó a almorzar. Acepté temerosa pero al mismo tiempo quería saber qué opinión tenía luego de nuestro primer y corto encuentro en el local de su padre. Silvana tiene 44 años, es separada y adora a su padre, se preocupa por él y lo ayuda siempre que puede en todo lo que necesita.

Me señaló que no tenía nada en mi contra y que le gustaba mucho que su padre tuviese amistades y conociera personas distintas a su círculo cotidiano. También me comentó que su hija Marcela ya le había comentado sobre mí. Todo esto me tranquilizó descartando mis temores iníciales.

Finalizamos nuestra agradable platica y almuerzo cuando Silvana me sorprendió…

  • Sonia, me gustaría invitarte a almorzar a mi casa este fin de semana, ¿Quieres ir?

Continuará…


Espero les agrade la tercera entrega de mi relato.

Agradezco a las personas que me han escrito con comentarios y criticas constructivas, pueden seguir haciendolo, les responderé con mucho gusto