La nueva (retrato de una obsesión) (P.V.e.I.)
Un hombre relata como la obsesión por una hermosa y joven mujer lo arrastra en una oscura historia cuyo final atrapa a sus protagonistas en una espiral de lujuria y vicios que cambiarán sus vidas. Un precuela y complemento de la saga de la infiel Ana de P.V.e.I.
La nueva, mi obsesión.
Mi nombre es Jorge Larraín, abogado de profesión, y esta es la historia de la obsesión que destruyó mi vida. En aquel tiempo me sentía en la plenitud de mi vida, soy alto, grueso como un armario diría mi mujer, pero siempre me mantengo en forma a pesar de una incipiente barriga. Mi pelo negro y abundante mostraba sus primeras canas, sin embargo, me iba muy bien. En aquel tiempo era un hombre de familia, con una guapa esposa en los cuarenta y varios (al igual que yo) y dos hijos cursando sus estudios universitarios fuera de la ciudad. Me consideraba un profesional serio y trabajólico. Pero en esto se basaba mi éxito. Tenía un muy buen pasar y eso me permitía “ciertas licencias” en mi estructurada vida, pero nada que afectara mi rutinaria y feliz vida. Sin embargo, todo cambió el día de la selección de un nuevo de abogado para nuestro Estudio Jurídico.
La vacante era en mi división, por lo que era uno de los encargados de organizar todo el asunto. Me tomaba un descanso en las entrevistas de los postulantes, estaba cansado y había decidido demorarme un poco más de lo debido en el almuerzo con el gerente jurídico del estudio cuando me encontré a la siguiente candidata en el pasillo.
De inmediato me detuve y mis ojos no pudieron apartarse del rostro y cuerpo de aquella “muñeca” mientras caminaba con sensualidad e indiferencia hacia la puerta de la que yo había salido hacia un instante. Su rostro era perfecto, enmarcado en cabellos de color trigo, con pestañas largas en unos ojos que resaltaban claros y brillantes, pómulos altos y bien definidos y una boca de labios carnosos hechos para besar. Su cuello bajaba esbelto hasta un traje de dos piezas compuesto por una camisa blanca, una chaqueta marrón y una falda del mismo color que le llegaba hasta justo arriba de la rodilla, conjunto que vestía con recato estudiado, pero que se apegaba a las armoniosas curvas que no hacían más que entrever los carnosos misterios de unos fabulosos senos y glúteos. Además, las largas piernas cubiertas en unas medias transparentes terminaban en un calzado de tacón, resaltando aún más su apetitoso trasero.
Pasó a mi lado lanzándome una mirada de sus grandes ojos turquesas, con apenas un saludo glacial al paso que, sin embargo, produjo una sensación rara en mi bajo vientre. En aquel momento sentí el aroma de su piel y su perfume, una delicada fragancia que seguí con todos mis sentidos.
Mientras se alejada, la visión de sus luengas piernas y su firme y tierno trasero eran una visión celestial que produjo una erección casi instantánea. La aspirante se perdió tras la puerta y yo me quedé inmóvil como un tonto. Borracho de deseo.
Dominado por un impulso primario, acomodé mi erección como pude, llamé a Raúl (mi jefe) diciéndole que no podría almorzar con él y retorné a la sala de entrevistas. Me presenté ante la muchacha, cuya edad calculé en unos veintidós como mucho, y luego me senté al lado de Fabián, que me miró con extrañeza.
- El almuerzo con Raúl se canceló –mentí en voz baja al viejo abogado y jefe de personal.
Aquella sería mi primera mentira laboral en relación a aquella aspirante. Su nombre era Ana Bauman y era una joven abogada de escasa experiencia, pero con grandes ambiciones. Su entrevista había sido inteligente y poseía un discurso de gran seguridad, pero al final de la jornada me di cuenta que había candidatos más aptos para el puesto.
Sin embargo, yo me había encaprichado con ella de forma juvenil. Estaba decidido a contratarla y tener a aquella belleza bajo mi mando. La respuesta llegó pronto a mi mente: manipulé la selección para que Ana consiguiera el puesto. Aquel fue el comienzo de una etapa oscura en mi vida. Sin embargo, había un pequeño problema: Ana era “felizmente” casada.
Durante los siguientes meses no le quitaba el ojo a mi nueva empleada (Hice el intento, pero me fue imposible). Mi cuerpo parecía reaccionar cada vez que ella estaba dentro de mi campo visual, sus curvas y su sonrisa de dientes perfectos producían un extraño efecto en mi, incluso, cuando escuchaba su voz sentía un escalofrío en mi piel. Sin que nadie lo notara empecé a tomarle fotografías con mi celular o a hacerle pequeños videos cuando la llamaba a mi despacho por alguna bobada. Me era imposible no repasar una o dos veces al día aquellas grabaciones, realmente estaba encaprichado con Ana.
Entonces, traté de acercarme a la muchacha, pero esta me trataba con una deferencia que rayaba en la indiferencia. Su frialdad y educado rechazo a mis acercamientos me transformó, y no para bien. Retomé mis encuentros con Carolina (mi ex amante) y el uso de drogas para liberar la tensión. Aquello me arrastró aún más en mi oscura obsesión, en esta enfermiza lujuria. Perdí el norte y me desquité con mis subalternos, pero en especial con Ana, a la que presioné indirectamente en el trabajo. Ana resistió el endemoniado ritmo al que la impuse por un tiempo, pero poco a poco se vino abajo. Carolina (mi amante) se hizo amiga de Ana y me suplicaba que me moderara, pero yo no podía soportar su indiferencia y continué un tiempo con aquella actitud. De mala gana me di cuenta que si quería hacerla mía debía modificar mi actitud y empecé a cambiar mi estrategia para acercarme a mi nueva empleada.
Ana Bauman necesitaba “ayuda”, pero no la que recibe la mayoría de la gente. Entonces, un oscuro plan germinó como una semilla en tierra corrupta.
Logré “convencer” a mi amante, Carolina, de colaborar en mi siniestro plan. Juntos, empezamos a introducir a Ana en un mundo de conceptos ambiguos, donde nada estaba vetado y donde la cocaína era sólo un instrumento para rendir mejor en las largas horas de trabajo. Al principio Ana dudó, pero ella era incapaz de pensar que las personas que habían logrado el éxito y la distinción en nuestra profesión, como era mi caso, estuvieran equivocados. Nosotros, como abogados, conocíamos, interpretábamos y vivíamos de las leyes. Eran nuestra herramienta. Por lo tanto, la joven abogada no tardó en confiar, con lo que no fue difícil hacerla caer en el juego.
Ana era competitiva, arrivista, llena de ambición, pero también descubrí que era materialista, clasista y sobretodo una mujer reprimida en medio de su perfecta vida. La hermosa abogada, sin embargo, haría lo que fuera por entrar en la elite, incluso ignorar su sentido común o sus valores tradicionales. No obstante, fue la represión que sufrió bajo el gobierno de su padre lo que terminó por decantarla a aceptar todo lo que Carolina y yo le ofrecíamos: el camino fácil al éxito.
Ana, Caro y yo empezamos a salir mucho juntos, a conocernos. Los discursos eran elitistas y hablaban muchas veces de libertad individual, de los sacrificios personales para lograr el éxito y de la vida de lujos y privilegios en las altas esferas (aquello parecía obsesionar a Ana). La belleza, la uniformidad y la estructura de la sociedad eran temas en los que Ana recurría y yo la apoyaba mencionando como la belleza abría muchas puertas o como un simple apellido podía lograr sortear vallas en lo laboral o social.
Así, mi nueva empleada empezó a formar parte de mi círculo privado. La veinteañera dejó atrás su frialdad, compartíamos mucho y aquello alimentaba mi obsesión. Ella pasaba más y más tiempo en mi oficina, solía llevarme un informe para lo que revisara, pero en realidad era solo apariencias, pues, la verdad es que nos encerrábamos a aspirar algo de cocaína.
Yo aprovechaba para mostrarme como un mentor dadivoso y llenarle la cabeza de ideas que parecían contar cierta lógica, pero que se apartaban poco a poco de la moralidad habitual. Tras las primeras semanas y algunas tentativas, empecé a mostrarme un poco más atrevido en mi relación con Ana. Al principio, tomándola del hombro o de la cintura mientras le explicaba algo, luego aprovechando de rosar su cuerpo mientras repasábamos algún contrato y finalmente, cuando Ana estaba “colocada” (con algo de coca y/o alcohol en la sangre) empecé a abrazarla o acariciarla de forma amistosa. Al principio Ana parecía incomoda o sorprendida, sin embargo, (ya sea por sus sentidos embotados por las sustancias ilícitas o por mi cauteloso actuar) poco a poco fue mostrándose más permisiva e incluso participativa.
Recuerdo que una noche de copas en la oficina ella me permitió escoltarla de vuelta a la oficina a buscar sus cosas antes de irse a casa. Ella estaba algo bebida y en la despedida me sorprendió con un abrazo efusivo. No pude contenerme y antes de separarnos le di dos suaves nalgadas (aquella noche llevaba una falda hasta la rodilla que me había torturado con la visión de su voluptuoso trasero). Ella me miró sorprendida.
- Mañana ven con tu mejor vestido. Algo que destaque tu belleza –dije como si no hubiera pasado nada-. Empezarás a trabajar conmigo en la cuenta Vanger. Tendremos una reunión con tres socios y los abogados mañana. Será tu desembarco en las grandes ligas de la abogacía.
Ana se olvidó de mi atrevimiento y me volvió a abrazar agradecida de la oportunidad. Yo aproveché para acariciar suavemente uno de sus glúteos durante unos segundos. Nos separamos como si nada. Ella se marchó y tuve que descargar mi calentura con mi esposa esa noche. Ana estaba cada vez más cerca de mis garras.
Pasaron algunas semanas y descubrí que a la hermosa muchacha le encantaba ser incluida en las reuniones con grandes clientes, empresarios o miembros reconocidos de la sociedad. Le gustaba mostrarse en las altas esferas. Yo aprovechaba esto para invitarle una copa o, si se daba la ocasión, una raya de coca. Ana estaba cada vez más sumisa y libertina. La nueva había pasado de consumir cocaína una vez al mes a un par de veces por semana. Además, empezó a disfrutar del alcohol y a probar también algo marihuana (todo financiado por mi bolsillo).
Todo esto empezó a notarse en su conducta y en su forma de vestir, con conjuntos más ajustados que mostraban las privilegiadas formas de su cuerpo. Sus faldas eran más cortas y algunos días podía verla desfilar en mi oficina con la mitad de sus muslos a la vista, así también sus camisas a veces dejaban entrever aquel par de hermosos y carnosos senos. Incluso un sábado la encontré trabajando con ropa deportiva de los más reveladora e informal. Desde aquel día, todos los sábados me daba una vuelta en la oficina con la esperanza de encontrarla. Pasaron las semanas y había logrado que Ana confiara en mí como un perro confía en su amo que le da de comer. Entonces, ya no pude esperar más. Deseaba con locura a la nueva belleza de mi oficina. Tenía que buscar la oportunidad y poseer a Ana Bauman.
El día no tardo en llegar.
Una calurosa tarde de sábado encontré a Ana trabajando horas extras en la oficina, la saludé amistosamente mientras observaba disimuladamente a mi subordinada que vestía particularmente sexy y provocativa. Una minifalda de un dorado metálico y una blusa negra de manga larga que marcaba sus fabulosas formas encendieron mi lujuria a penas admirarla. Sumaba un calzado de taco alto del color negro y un collar de perlas en su cuello que destacaba con su cabello recogido. Comenzamos a conversar y Ana me contó que su marido había viajado por un asunto familiar y ella había decidido quedarse en la ciudad a descansar. Al rato, entró una llamada en su celular y ella se retiró a la biblioteca, yo me quedé cerca, escuchando sin que ella me descubriera. Algo me decía que debía tantear el momento.
Tu marido ¿supongo? –aseveré, mientras me acercaba a Ana. Ella me sonrió mientras tomábamos dirección a su escritorio.
Si. Todo va bien y llegará mañana en la tarde –dijo Ana desanimada. Las marcas del cansancio se le notaban en el hermoso rostro.
Bueno, no estarás sola mucho. Debes aprovechar su ausencia. A veces no es tan malo estar solo uno o dos días. Mi mujer se fue este fin de semana a visitar a mis hijos y yo aprovecharé para salir, tomarme un trago y relajarme –comenté.
Al llegar a su oficina observé varias bolsas y paquetes de importantes tiendas y marcas.
Vaciaste varias tiendas al parecer –bromeé.
Así es –respondió Ana, con una sonrisa tímida-. Fui de compras esta mañana. Empieza el calor y quería renovar un poco mi guardarropa para la temporada.
Vaya. Que bien –respondí, imaginando a mi empleada con varios modelitos sexys para aquel verano. Hubo un breve silencio y antes de perder la ocasión “ataqué”.
¿Y qué tal si nos tomamos un trago al terminar? –pregunté esperanzado-. Seguro que nos vendría bien un trago antes de irnos a casa.
No creo que pueda –dijo ella, algo contrariada-. Me traje el vehículo de Matías y no creo que pueda conducir a casa bebida, estoy muy cansada.
La miré pensativo, antes de agregar.
Es sólo un trago. Fue una semana entera de trabajo duro y nos merecemos ese trago. Aún es temprano ¿te parece? –ofrecí, confiando en que ella estaría dispuesta.
No sé. Estoy cansada –aseguró Ana. Pero yo noté que estaba insegura de su decisión e insistí.
Qué tal si soy tu conductor esta noche. Te llevo a tu casa –me ofrecí-. Luego, yo pido un taxi y regreso a la oficina por el mío. Tendrás chofer particular y te aseguro que te divertirás.
Ana me observó dubitativa unos segundos y luego sonrió.
- Está bien, jefecito –respondió-. Un par de tragos y luego a casa a descansar.
Salimos de la oficina cargando sus compras y nos subimos al Audi de su marido. Era un auto del año, aún se notaba el olor a nuevo. La invité a un bar discreto y glamoroso que un viejo amigo me había recomendado. “Un lugar especial para llevar a una amante” me había dicho. Decidí que Ana eligiera lo que íbamos a beber, si bebía algo que le gustaba no se limitaría tanto. Ella pidió champaña.
La música acompañaba muy bien mis reales intenciones, haciendo que tuviéramos que conversar muy cerca. Sus piernas largas y femeninas eran una tentación para mis ojos que podía resistir sólo gracias a su rostro perfecto con esos labios carnosos que deseaba devorar. Ella hablaba de trabajo y yo le seguí el tema un rato. Luego de un par de copas el ambiente se relajó y aprovechando la pequeña pista de baile la saqué a bailar. Ana parecía hecha para aquellos ritmos, una diosa que con perfectos movimientos parecía realzar aún más su belleza. Sus piernas y su trasero desfilaban a escasos centímetros de mis manos. Luego de un rato, nos sentamos a descansar. Estaba tan absorto en su cuerpo y en sus piernas que me era imposible no mirarlas.
¡Oye! Se te van a salir los ojos mirando mis piernas –acusó algo divertida y displicente Ana.
Se me van a salir si no las miro, muchacha –respondí, jugueteando-. Que como buen hombre las hormonas dominan a veces nuestros ojos, especialmente cuando hay una mujer hermosa.
No sabía que eras tan galán, jefecito –confesó divertida y con la voz algo pastosa por el alcohol-. Eres algo pervertido, Jorge. Un viejo verde, como dicen por ahí.
¡Dios! Si tú no te cortas al llamar a tu jefe pervertido –respondí risueño-. Pero es que tienes un par de piernas muy bonitas y bailas muy bien.
Ella rió, hice un brindis por su belleza y luego de beber una copa salimos a bailar nuevamente. El lugar estaba bastante lleno a esa hora y notaba como varios hombres miraban insistentemente a Ana, que con su minifalda entallada poco ocultaba un culito carnoso y respingón, entre otras “promesas”. Ana estaba algo acalorada, se desabrochó un botón de su blusa y sopló con cierto pudor su escote con lo que pude vislumbrar ese par de grandes senos que tanto deseaba tocar y besar.
Aquella era mi noche, luego de meses de espera y frustraciones, intuía que Ana podía ser mía. Sin poder aguatar un segundo más me arrimé a ella con movimientos estudiados, ella sonreía de manera juguetona y yo la acompañaba en el baile. Mis manos empezaron a aventurarse más seguido a su cintura y en rápidos (y osados) movimientos conseguía rozar o acariciar su deseable trasero. Mi hermosa acompañante parecía no notar aquellos atrevidos roces e incluso en una canción de ritmo vertiginoso me dio la espalda, momento que yo aproveché para arrimarle mi pelvis en su modelado trasero y menearle mi pene erecto entre sus glúteos mientras la tomaba de la barriga con una mano. Disfruté aquel par de minutos, pero cuando terminó la canción tuve que volver a la realidad ya que Ana necesitaba ir al baño.
Aproveché la ocasión para ir al baño también, me encerré en un cubículo dándome ánimos y prometiéndome que Ana sería mía esa noche. Para darme fuerza y aguantar mejor el alcohol, aspiré un poco de cocaína. Salí del lugar a mojarme la cara antes de salir, en ese momento un tipo me tocó la espalda. Lo miré incomodo, sin reconocerlo.
- Hola, amigo –dijo, era joven y estaba bastante borracho-. Quiero decirte que la chica que trajiste está de lujo. Tiene un culito paradito, unas piernas de modelo y un buen par de tetas, se nota de lejos. Mis amigos y yo hemos hecho una apuesta: Yo he dicho que te la comes antes de salir del local y ellos que ella es mucha mujer para ti, que te rechazará. Espero que te esfuerces amigo, no me decepciones. Ojalá la folles bien follada, porque un angelito como ella es un premio para cualquier hombre… Suerte, amigo.
Lo quedé mirando algo molesto y me retiré sin comentar sus palabras. Rápidamente busqué a Ana con la mirada, al parecer había muchos tiburones y la hermosa abogada era una presa demasiado apetitosa. La encontré saliendo de los baños de mujeres, ella miró el lugar tratando de orientarse hasta que nuestras miradas se encontraron, ella sonrió y me indicó con una mano la barra. Mi hermosa acompañante estaba sedienta y fue por una copa.
Yo me senté cerca y la observé, repasando lentamente su privilegiada anatomía. Ana era una mujer alta y curvilínea, con piernas largas que eran un soporte armonioso de aquel trasero voluptuoso. Su cintura era estrecha y subía delicadamente por una espalda esbelta. Se soltó el cabello, que cayó cuan largo como finas espigas de trigo sobre la espalda, y abanicó su mano sobre su cuello mientras giraba observando el lugar. Su rostro era perfecto: simétrico y delicado, de pómulos altos, ojos grandes de color esmeralda y labios carnosos hechos para besar. Su mano jugueteó con un botón del escote, haciendo notar aquel tronco espigado adornado por un par de senos magnos. Aquella mujer me obsesionaba desde el día que la conocí y estaba decidido a hacerla mía esa noche. Como sea.
Ella se acercó sonriente con una nueva botella de champaña. Observé como a su paso las miradas se concentraban en Ana y eso me excitó (porque Ana era mía esa noche), pero también provocó una sensación de posesión y celos. La tomé por la cintura y la conduje a una mesa alejada y discreta, lejos de las miradas. Conversábamos animadamente y yo no podía parar de observar sus piernas o su escote. Durante la siguiente media hora conversamos de nuestros años juveniles, de su aprendizaje en una escuela de danza clásica cuando era niña y de su corta experiencia como danzarina de baile árabe en la universidad. Volvimos a la pista un par de veces y el baile daba paso a más champaña. Pronto el comportamiento de Ana empezó a ser mucho más desinhibido, especialmente en la pista de baile donde mis manos sujetaban, tocaban y acariciaban aquel divino cuerpo, pero todo dentro del margen que me permitía la música. Ella siempre parecía bromear o rechazar con educación cada uno de mis avances. A esa hora yo deseaba mucho más que aquellos roces. Mucho más.
No iba a aceptar un nuevo rechazo esa noche. No con tantos ojos mirándonos y esperando mi fracaso. Así que me arriesgué. Mientras Ana iba al baño, con extremo sigilo, serví una copa de champaña y puse en ella algo de éxtasis, “la droga del amor”. Realmente estaba encaprichado e ignoraba el buen juicio que me decía que aquello estaba mal. Estaba demasiado obsesionado con hacer mía a Ana.
Ella volvió, tomó la copa que le ofrecí y salimos a bailar nuevamente. Lentamente, mientras bailábamos, ella tomaba pequeños sorbos de su copa. Ana estaba cada vez más risueña y desinhibida. Luego de un rato en la pista de baile, tomamos una mesa alejada para descansar y pedimos vodka con agua tónica mientras escuchaba a Ana conversar animadamente. Mis ojos inconscientemente se desviaron a sus piernas.
¡Jefecito! Estás mirando mis piernas como un pequeño pervertido –dijo Ana con risita borracha, dando sorbos a su vodka tónica.
Entonces no me limitaré a mirar –anuncié risueño mientras mi mano empezaba a acariciar el muslo musculoso y femenino. Ella me observó y noté sorpresa en su rostro, entonces retiré mi mano y le sonreí-. Sabes, tus muslos son muy suaves. Me gustan, mucho. Pero me gusta más el trabajo que últimamente haces en nuestro estudio. Hay una posibilidad de darte una mayor participación. Eres importante para nosotros. Tu trabajo es importante.
Ana pareció olvidarse de mi atrevimiento y se centró durante un rato en sus expectativas laborales y en mi opinión de su desempeño. Ya llevamos un rato bebiendo y estábamos tan juntos que podía sentir su aroma o su aliento. Ella estaba cada vez más afectada por la bebida y la droga, mis manos se posaban en su rodilla y acariciaban con mayor frecuencia sus muslos, cada vez más arriba, al borde de su minifalda. Yo le conversaba al oído y la abrazaba mientras ella (muy risueña y coqueta a esa hora) con mayor frecuencia colocaba su cabeza sobre mi hombro o su mano en mi pierna. Aquello me dio una primera señal de que las cosas iban por buen rumbo.
Sabes, Ana –susurré a su oído-. Eres una mujer con grandes talentos que puede llegar lejos en nuestro estudio de abogados. Sé que te has esforzado en el último tiempo y que has tenido problemas con tu esposo, pero quiero decirte que yo comprendo tu sacrificio.
Gracias, Jorge –agradeció Ana, mirándome con la mirada turbia. Sus ojos verde azulados brillaban y era obvio que estaba borracha. Su comportamiento era completamente diferente al habitual-. Mi esposo parece no comprender que necesito crecer… como profesional. Ser una mujer… integral…exitosa. El quiere tener hijos, pero no es el momento. No puedo permitirme ese lujo. Necesito crecer y tener éxito en el estudio.
Y tendrás éxito, sin duda –aseguré, mi brazo se afianzó alrededor de su cuello mientras otra mano acarició su antebrazo apoyado sobre su muslo-. Lograrás lo que te propones. Yo te ayudaré a conseguir tus sueños, porque desde que te conocí supe que eras la mujer más hermosa, valiente e inteligente que he conocido.
¿En serio, jorge? ¡Que lindo! –exclamó Ana con una sonrisa inocente en su hermoso rostro-. Yo sabía que eras un buen jefe y una buena persona… ¿Sabes? Me gustaría ser socia de la firma en el futuro ¿Crees que pueda ser posible?
Son palabras mayores, pero nada es imposible –le dije-. Si tú eres capaz de entregar todo de ti, yo puedo ayudarte en tu ascenso, en tu carrera. Seré tu mecenas. Juntos podemos llevarte a la cima –Mientras decía esto mano acariciaba parte de sus muslos-. Tarde o temprano lograrás tus sueños.
¿Realmente lo crees? –preguntó ella confiada, mordió su labio insegura (en un gesto innato muy sensual) y apresuró un sorbo de su trago-. Pero hay tantos abogados con más experiencia en nuestro estudio.
Eso no importa –hablé, tratando de parecer convincente-. Cuando se posee un talento como el tuyo y la convicción la oportunidad se produce y se hace innegable para las personas. Además, tienes “tus armas” para lograr tus objetivos.
¿Mis armas? –dijo insegura, no entendiendo lo que yo quería transmitir.
Si, tus armas. Tus conocimientos, tu experiencia y tu presencia… tu belleza… –dije, razonable y serio-. Eres una mujer hermosa y sexy, muy deseable, con las herramientas para hacer un “by-pass” en tu futuro. Puedes utilizar tu talento y conocimiento, pero es tu belleza lo que te asegurará los atajos al éxito.
¿Cómo? –preguntó Ana, su voz cargada de duda. La hermosa abogada era gobernada en ese momento por el alcohol y el éxtasis que había puesto en su copa. Tal vez nunca hubiera considerado antes mi propuesta de no haberse dado aquellas circunstancias-. ¿Dices que si soy más coqueta y me visto más sexy será todo más fácil?
No sólo eso. Creo que si eres capaz de usar “todas” tus armas, tu belleza, tu talento y… –dije muy seguro, pero cuidando mis palabras-… tu sexualidad podrás alcanzar mucho antes todos tus sueños.
¿Mi sexualidad? –preguntó confundida.
Si, exactamente –respondí-. Eres una mujer que puede lograr muchas cosas si te lo propones y si no coartas tus recursos por tus compromisos personales.
Si quedaba una duda, mi mano acariciando su muslo hasta el borde de su minifalda pareció evidenciarle de manera evidente mis palabras.
No sé si pueda hacerle eso a mi esposo –respondió Ana luego de un momento, comprendiendo mis intenciones.
Dime –seguí tratando de convencerla-. ¿Nunca has deseado estar con otro hombre que no sea tu esposo?
Ella permaneció silenciosa y bebió de un sorbo su copa de vodka. Aprovechando su silencio y su confusión le serví una nueva copa.
Vamos, Ana –continué-. ¿Acaso no has deseado ser una mujer libre? Actuar como una mujer soltera para pasar un buen rato. No tener que rendirle cuentas a nadie, salvo a ti misma.
Bueno, si –respondió finalmente Ana, segura de estar con un amigo-. Pero yo amo a mi esposo. Yo sería incapaz de hacerle daño.
Nadie habla de hacerle daño –aseguré mientras Ana bebía un largo sorbo de su copa-. Hablamos de tu futuro, de lograr en un par de años lo que algunos demoran décadas. Los contactos correctos pueden hacer la diferencia en nuestras vidas y para lograrlo necesitamos estar relacionados con la persona correcta. Yo soy esa persona correcta para ti. Te aseguro que conmigo llegarás lejos y lo harás disfrutando de la vida.
Yo no estoy segura… -empezó a decir Ana, insegura y confusa. Estaba nerviosa y sus ojos esmeraldas rehuían mi mirada-. Mi familia espera que me esfuerce y mi esposo… quiero hacerlos sentirse orgullosos. No quiero causarles daño…
La tomé del rostro y la presioné con suavidad a mirarme a los ojos, muy cerca. Su boca de labios carnoso me invitaba a besarla, pero aguanté el impulso. Faltaba tan poco, que no quería echar a perder el momento.
Te esfuerzas demasiado cuando no necesitas hacerlo –dije, mostrándome reflexivo y atento-. Sólo necesitas liberarte y divertirte. Aprovechar el momento y tomar las oportunidades para progresar en este negocio. La verdadera libertad te permite explotar todo tu potencial y tus armas. Sólo haciendo esto podrás también disfrutar de los privilegios de la vida y el éxito. Y vivir la libertad no le hace daño a nadie ¿no?
¿Pero si mi esposo se entera? –dijo, confundida-. ¿Si alguien se entera…?
Escúchame atentamente, Ana –razoné-. Eres cuidadosa e inteligente, seguramente todo estará bien. Por ejemplo, llevas un tiempo usando cocaína en el trabajo y tu esposo no se ha enterado. Incluso, tú misma me has contado como en dos o tres oportunidades has llegado borracha a casa y Matías no se ha dado cuenta. El no te presta tanta atención como piensas. Te aseguro que si vas con cuidado tu vida sólo cambiará para bien… serás la mujer que siempre soñaste ser.
Pero… Yo… no sé… -respondió la hermosa abogada, hecha un lío.
Mira Ana, no siempre serás joven o hermosa –afirmé con seriedad-. Es ahora cuando tienes que aprovechar de esgrimir todos tus recursos. Este es el tiempo de disfrutar en plenitud la vida. Después, los años pasarán y habrá pasado tu tiempo… en este mundo solo hay dos tipos de personas, los que son exprimidos por el sistema y los que exprimen el sistema y se benefician de esto. O eres una oveja o una loba.
¿Pero si alguien se entera? Yo… -trataba de argumentar Ana, generalmente mucho más locuaz y precisa en sus discursos. El alcohol, la droga y la situación la tenían con la mente liada.
Había llegado el tiempo que el lobo devorara la oveja, pensé.
No te preocupes, nadie se enterará –aseguré nuevamente. Una de mis manos acarició la parte superior de uno de sus muslos. La caricia puso nerviosa a Ana, pero en mi tuvo el efecto contrario y empezó a producir una erección.
Señor Larraín… esto… yo… -balbuceó ella, sin mostrar un rechazo tajante o evidente, por lo que insistí. Con el brazo la atraje a mí lado, encontrando sólo una leve resistencia. Ana apenas protestó cuando mis labios se posaron sobre los suyos. El primer beso fue breve y superficial, pero en mi provocó una erección completa. La mujer que tanto había deseado por fin era mía.
Señor… esto no puede ser… yo no… -empezó a protestar Ana mientras trataba de alejarse, pero la atraje nuevamente y la besé. Ella trató de rechazarme, pero sus esfuerzos carecían de voluntad y decisión. Con la mano que acariciaba los muslos empecé a invadir su entrepierna, quería alcanzar su intimidad, pero ella me lo impedía tomando mi mano entre sus manos y apretándola con fuerza contra sus muslos muy juntos, cerrándose ante mi intromisión.
Vamos, Ana –protesté ante los intentos de rechazo de mi subordinada-. Espero que entiendas que te ofrezco una posición de poder. El éxito y el reconocimiento serán tuyos.
Ana iba a empezar a rechazarme mientras trataba de acomodarse la falda, cada vez más arriba, pero con un gesto la silencié.
- Ana –dije muy serio-, tienes que saber que estás a un paso del cielo o del infierno. Sin mi protección puede que tu posición en nuestro estudio sufra cambios indeseados. No queremos eso ¿cierto?
Ana me miró temerosa y confundida. Cuando busque sus labios ella cerró los ojos y empezó a mostrarse mansa. Mis labios dejaron sus labios y bajé hasta besar su cuello, ella no oponía casi resistencia y yo supuse que no tardaría en entregarse completamente. Deseaba acariciar sus senos y mi mano se dirigió a aquel voluptuoso lugar de la anatomía de Ana, la primera caricia fue un manjar para mis sentidos, firmes y carnosos. Los senos de Ana se tensaron a mi contacto.
No, por favor… Jorge… No… esto está mal… -reclamó Ana, mientras mi lengua lamía su cuello. La hermosa veinteañera puso sus manos sobre mi pecho para mantenerme alejado, pero en su miraba había inseguridad y un atisbo de descontrol.
Vamos, preciosa –le dije, desesperado por la lujuria. Le daba pequeños besos en el rostro mientras le acariciaba su bonito y suave rostro-. Te daré todo. Seré tu mecenas, tu hombre… todo.
La observé dudar. Yo no lo hice.
La besé, insistí en las caricias. Ella protestaba en murmullos, sus manos trataban de alejarme apoyadas sobre mi pecho, pero poco a poco fueron perdiendo fuerza y descansando bajo mi cuello. Noté que Ana se entregaba, sea por el alcohol o por el éxtasis, entreabrió los labios y aproveché para explorar su boca con mi lengua, ella me recibió cada vez más descontrolada, aunque por momentos un asomo de cordura reaparecía en ella.
No… No… No, Jorge… -musitaba mientras trataba de empujarme sin fuerza ni convicción.
Vamos, Preciosa –susurré en su oído-. Te prometo que tendrás todo. Yo te protegeré. Ya lo verás.
No… Jorge… por favor… esto no está bien… soy una mujer… casada… no… por favor… déjame… Jorge… -susurraba, pero su boca se abrió para recibir mi lengua. Percibí que ella respiraba agitada cuando su lengua empezaba a juguetear con la mía, a explorar mi boca. Sus carnosos labios no paraban de responder mis besos y sus turgentes senos empezaban a acostumbrarse a mis caricias.
Mi mano bajo por su vientre y asaltó sus muslos antes de invadir bajo su falda nuevamente. Ana se defendió, pero sin convicción. Uno de mis dedos atravesó la “caldera” que había entre sus muslos y alcanzó el triángulo de su calzón, tanteando en busca de su clítoris. Lo primero que me di cuenta era que no había asomo de vello en la zona y que Ana parecía aflojar las piernas ante la insistencia de mi caricia.
No… Jorge… no me toques, por favor… Eres un maldito… dios, ahí no… no… -seguía murmurando Ana.
Delicioso –exclamé-. Que coñito más suave. Me encanta que esté depilado…
Jorge… dios… no… ay… no… no… no… - protestaba Ana, casi resignada.
Sentía que el calor y la humedad empezaban a extenderse en su coño. Los primeros quejidos de Ana empezaban a sonar quedamente en mi oído.
Te gusta esto ¿no? –pregunté tras las primeras caricias en su entrepierna.
No… No… está mal… suéltame… déjame, Jorge… por favor –balbuceaba ella. Pero no era capaz de poner resistencia, todo lo contrario. Sus piernas se habían abierto levemente y mi mano se paseaba de arriba abajo por la tela, sentía su coño cada vez más mojado.
Vamos Ana… dime la verdad… te gustan mis caricias… dilo… -dije casi implorando. Mis caricias se intensificaron en su clítoris mientras los ojos de Ana observaban el lugar, tratando de saber si alguien era testigo de su desvergonzado comportamiento.
Jorge… por favor… déjame… nos pueden ver… esto es muy peligroso… ¡dios!... que estamos haciendo… oh dios –murmuraba la sumisa profesional. Decidí que era el momento de explotar todo mi arsenal, tomé una de sus manos y la conduje hasta su entrepierna, la puse sobre su propio clítoris y la guié en el automasaje.
Muéstrale a tu jefecito como te gusta tocarte –ordené. Ella me miró sorprendida y llena de dudas, pero en su rostro podía leer su lujuria. Su mente siguió mi orden y su mano no tardó en continuar la caricia sobre el calzón de color negro.
Ella me observaba con rostro culposo, pero lleno de lujuria a la vez. Sus ojos grandes y verde azulados se cerraban por momentos ante el placer que estaba recibiendo de su propia mano. Yo la observé mientras buscaba un sobrecito en el bolsillo de mi chaqueta, en él había guardado unos gramos de cocaína que había comprado el día anterior. Con mi dedo meñique saqué un poco de coca y le ofrecí rápidamente a Ana.
- Vamos, nena –dije, sin dar espacios a dudas-. Aspira un poco. Necesitamos entrar en “tono” antes de hablar de tu futuro.
Ana no dudo y aspiró un poco con cada orificio nasal. Le habíamos enseñado a “la nueva” a usar cocaína para aprovechar el “subidón” y así aguantar las largas jornadas laborales, pero ahora Ana empezaría a usarla para su entretenimiento. Yo me encargaría de que ella se acostumbrara a aquello.
Besé a aquella hermosa mujer, mis manos acariciaban su cuerpo y ella estaba entregada con su minifalda tan arriba que podía ver su calzón negro, ya a la vista de todos. Abrí otro botón de su blusa y pude ver el sostén negro que ocultaba gran parte de sus firmes y grandes senos, enterré mi boca en el turgente tronco de Ana, besando y lamiendo aquella deliciosa anatomía.
- Dios… para.. para… que nos verá alguien… ah! Dios!... no…-gemía y balbuceaba mientras sus manos en mi nuca azuzaban mi actividad en sus senos. Con una mano retiré a la fuerza parte de la prenda que cubría una de sus tetas y expuse el pezón, de circunferencia rosada y pequeña. Lo examiné brevemente y lo acaricié con mi lengua, con movimientos lentos. Observé la reacción en el rostro de Ana y descubrí con deleite como le excitaba todo lo que estaba viviendo. Tomé el pezón entre dos dedos, lo estiré y lo apreté con cuidado, atrayéndolo hasta mis labios y llenándolo con mi lengua de saliva. Mi otra mano volvió a acariciar su entrepierna por sobre el calzón antes de hacer a un lado la tela y agasajar directamente su mojada intimidad. En aquel instante me sentía en el cielo, estaba cumpliendo uno de mis obsesivos y lascivos sueños.
La caricia arrancó varios suspiros entrecortados y la respiración de Ana se hizo larga y profunda mientras temblaba en mis brazos de excitación.
Dime, preciosa –mi voz sonó como una súplica- ¿Eres una oveja o una loba?
¿ah?… no sé… ah… mmmmnnnhhh… -balbuceó Ana, sin entenderme. Me acerqué a ella y le hablé al oído antes de lamerle la oreja.
Ana… dime… -dije de forma intimidante mientras mi mano acariciaba con tesón su coño-¿Eres una oveja o una loba?
Ana me miró con los ojos muy abiertos, nuestros rostros estaban a centímetros y ella se mordió con sensualidad el carnoso labio inferior antes de contestar. Acercó su boca a mi rostro y lamió mi cuello y mi oído antes de responder.
- Soy una loba… -respondió en un susurro-. Soy una loba en celo.
La besé, nuestras lenguas se unieron una y otra vez mientras mis dedos se hundían en su coño y una de sus manos manoseaba mi erecto pene. Nos separamos y la observé con una sonrisa, satisfecho.
- Si me dices lo que mis oídos quieren oír te prometo que tu carrera en nuestro estudio será exitosa –prometí-. Dime lo que quiero oír de esta loba en celo y serás mi protegida.
Ella me observó. Yo sabía que en su mente se agolpaban muchos pensamientos: su carrera y su matrimonio estaban en conflicto. Pero yo confiaba que su ambición y arribismo. Además, me fiaba que la droga, el alcohol y la excitación de aquel momento inclinarían la balanza en mi favor. Me obsesionaba aquella mujer y estaba dispuesto a tomarla por la fuerza si era necesario esa noche, pero esperaba que Ana se entregara por propia voluntad. Reanudé con fervor las caricias en su clítoris y en su pezón, Ana pareció relajarse y abrió mucho los ojos.
Esta loba en celo quiere ser bien follada –dijo, con voz cansina. Su pecho bajaba y subía por la agitación-. Seré tuya. Dejaré que me folles si prometes que seré tu protegida y que recibiré ventajas en la oficina.
Lo prometo. Te atenderé como nadie –respondí. Mi mano acariciaba suave y lentamente su intimidad mientras nuestras lenguas salían a la encuentro en un seductor juego-. Si eres complaciente conmigo pronto lograrás cosas que jamás habías soñado.
Ella sonrió y terminó por creer. Caímos en el sillón besándonos, desbordando lujuria. Sus besos recorrieron mis mejillas y mi cuello, lamiéndolo desde la base a la oreja. Por primera vez sentí sus manos acariciarme, rozándome brevemente el pene erecto.
- Vámonos de aquí –pidió Ana-. Necesitamos un lugar más íntimo.
Nos levantamos y salimos del lugar, Ana tomó una botella de Champaña a medio llenar y bebió algunos sorbos en la calle. Ana estaba caliente y eso me excitaba. En el camino se arrimaba a mi cuerpo y me besaba, lamía mi cuello y susurraba palabras “soeces” en mi oído.
¿Qué me vas a hacer, jefecito? ¿Quieres aprovecharte de tu empleada? –balbuceó mientras lamía el lóbulo de mi oreja- ¿Vas a follarte a la nueva, Jorge? ¿Lo vas a hacer?
Claro que lo haré –respondí con lujuria-. Te voy a hacer gozar y aprenderás a respetar a tu jefe. A gozar con mi verga.
Mmmmmm con tu verga grande y gruesa –exclamó mientras levantaba su minifalda y acariciaba su entrepierna por sobre el calzón, que era del tipo culotte. Ella llevaba sus dedos de un lado a otro de su coño mientras bebía de la botella de champaña, derramando parte del contenido por su mentón hasta sus senos.
Dime –pedí mientras con una mano acariciaba su vientre y sus muslos-. Entre las compras que llevamos en el asiento de atrás ¿Tienes algo de ropa que le haga justicia a tus curvas?
Ana tuvo que pensar un poco antes de entender. Sus ropas estaban desordenadas y mojadas con champaña, así que pareció tener cierta lógica mi comentario.
Si –respondió, era notorio que estaba bastante pasada de copas-. Compré un conjunto para usarlo con Tomás Matías.
Póntelo –ordené-. Tu esposo perdió la sorpresa de su mujercita. Lo usarás ahora para alegrarme. Lo usarás para mí, para afianzar tu posición con tu protector.
Decidí ir a la casa de Ana, quedaba más cerca y era menos riesgoso el lugar, al menos para mí. Mientras avanzábamos hasta la casa de Ana, ella se pasó al asiento de atrás. Por el espejo retrovisor podía observar como Ana se desnudaba en medio del sombrío asiento trasero. Lentamente y con dificultad por su estado, comenzó a vestirse con algunas prendas que tomó de diferentes bolsas. La poca luz y la conducción evitaron que mi concentración fuera total, pero pude intuir la belleza del bombón que aquella noche sería sólo mía. Ella en tanto estaba muy excitada, por el espejo retrovisor me lanzó un beso con una sonrisa lasciva.
Ana se demoró antes de pasar al asiento del copiloto, usaba ahora un minivestido con un estampado animal “aleopardado”, con un escote en V muy pronunciado y que terminaba muy por debajo de los senos, dejándolos a la vista de manera sexy y elegante. Además, su esbelta espalda quedaba a la vista gracias a una especie de rendijas horizontales. Sus piernas, envueltas en unas medias transparentes de color negro, estaban mucho más expuestas que el anterior vestido. Sin ser vulgar, la tela de aquel conjunto se adhería a su piel, explotando toda la sensualidad de Ana.
Me gusta –dije, aprobando su elección mientras acariciaba sus piernas que terminaban en unas sandalias de plataforma muy a la moda.
Quiero un poco de coca, Jorge –pidió ella, a la vez que me daba besitos en la sien.
Tendrás que esperar, estamos llegando a tu urbanización –avisé. Ana se acomodó en el asiento del copiloto mientras nos deteníamos frente a la portería.
Hola, don Gustavo. Mi jefe me trae a casa –dijo Ana, tratando de disimular su borrachera. El cincuentón vigilante se tomo su tiempo, mirando con cierta lujuria a Ana.
Está muy bonita hoy, Señora Ana –se atrevió a decir el viejo conserje antes de levantar la barrera.
Gracias, don Gustavo –se despidió Ana, muy risueña y coqueta. Era evidente que Ana estaba siendo algo descarada. Sin duda, estaba caliente.
Nos adentramos por las calles, Ana aspiró algo de coca nuevamente mientras mi mano acariciaba su entrepierna.
Esto es una locura –recito de improviso mi hermosa acompañante-. Pero estoy divirtiéndome como nunca.
Es excitante, amor… Tienes que aprender a disfrutar del momento –dije, insinuante-. Tu esposo y mi esposa jamás sabrán lo nuestro. Posees una belleza única capaz de poner de rodillas a muchos hombres. No te limites a tu esposo. Déjate llevar. Disfruta de tu juventud y tu belleza.
Ana sopesó mis palabras, una sonrisa coqueta apareció en su rostro como un rayo de sol en medio de una tormenta. Ella estaba accediendo lentamente a mis deseos.
Tengo de todo para beber en mi hogar, pero tienes más coca ¿no? –dijo Ana, cediendo a mis palabras al parecer. Empecé a sospechar que Ana estaba empezando a disfrutar la cocaína, y no poco.
Claro… tengo bastante para disfrutar esta noche –anuncié cuando nos deteníamos frente a su casa. Ella bajó y ambos desalojamos su auto.
Entramos a la casa con las compras, en el asiento trasero encontré el corpiño y el calzón negro que había usado. Ahora, sabía que no llevaba sostén y era increíble como sus senos se mantenían en su lugar, resistiendo la gravedad. Era un misterio que calzón o tanga estaba usando y yo estaba desesperado por descubrirlo, pero Ana parecía haberse relajado en su hogar. Se tomó su tiempo en acomodar sus compras, buscó dos copas y sirvió un par de whiskys. Se movía con cuidado, tratando de aparentar el estado etílico en que se encontraba. Puso música y nos sentamos a tomar un par de sorbos para entra en calor.
Ven, nena. Bailemos –pedí. Ella se acercó y nos pusimos a bailar al compás de la música. Tomé su mentón para que me mirara, sus manos se enlazaron tras mi cuello y una de mis manos acarició su cintura. Estuvimos así, bailando melosamente un par de minutos.
Sigue bailando para mí –le pedí, mientras me alejaba. Ella continuó, yo saque los restos de coca y los deposité sobre un oscuro piano de pared -. Ven aquí, preciosa.
Ana camino hasta mi lado. Silenciosa, sumisa.
¿Esto es para mí? –preguntó, observando las líneas de polvo blanco.
Todo es para ti, preciosa –aseveré-. Todo. Pero antes tendrás que complacerme.
Nos besamos largamente. Mis manos acariciaban su cuerpo, sus senos y su cola. Todo en ella era perfecto. Su cuerpo era un manjar que pocos hombres llegarían a probar. Único, adictivo.
Ana se giró, dándome la espalda mientras se movía sensual y acompasadamente. Aproveché para observar sus femeninas curvas en aquel vestido. Las largas piernas y el trasero respingón y carnoso levantado aún más por sus sandalias de plataforma. Acaricié sus caderas y levanté su vestido con delicadeza. Unas ligas negras cubrían desde la parte superior sus muslos sostenidos por un portaligas negro, un calzón de encaje transparente tapaba sólo parte de sus firmes y carnosos glúteos, dejando bastante piel al aire. Acaricie con suavidad las redondas partes, casi con devoción. Ana se inclinó y curvó su espalda para apoyar su trasero sobre mi verga, presionando sus glúteos contra ésta, moviéndose de arriba a abajo primero y luego de un lado a otro. Mis manos en su cintura, subieron para acariciar la piel que asomaba por su revelador escote. Tomé sus senos con una delicadeza que se convirtió en desvergonzados magreos.
- Que tetas… me encantan -confesé.
Ella se giró, quedamos frente a frente. Toqué sus labios con un dedo. Ella beso mi mano y esperó. Yo me acerqué y la besé con pasión, ella respondió con descontrolado fervor, sus manos me asían de la camisa y yo manoseaba su trasero sobre el vestido mientras mi pene crecía contra su pelvis.
Ella giró y colocó su trasero encima de mi pene nuevamente, se movía de manera delirante, mis manos palpaban sus grandes senos y ella con una de sus manos buscaba mis testículos, en una caricia indescriptible para mis sentidos. Le quité el vestido por sobre la cabeza, dejándola con el sexy calzón de encaje y sin corpiño. Sus senos me parecieron un milagro de la naturaleza: grandes, firmes, con un pezón perfecto apuntando mi rostro y rogando ser lamido y mimado. Me lancé por ellos, besándolos, tocándolos con mis manos y mi lengua, llenándolos de saliva. Ana gemía quedamente con sus dos manos masajeando suavemente mi cabeza. Una de mis manos jugueteaba con su entrepierna simultáneamente, ya sea sobre el calzón de encaje o explorado bajo aquella sensual prenda. Hubiera continuado así, pero escuché salir de los labios de mi amante lo que había soñado durante largo tiempo.
- Jorge quiero tu verga. Fóllame –pidió Ana, llena de deseo-. Cógeme ahora. Ya.
Yo estaba demasiado caliente. Así que me bajé el pantalón y me senté en el sofá. Quería que ella buscara mi verga. Que ella me follara.
Ana sin sacarse la pequeña prenda que protegía su intimidad se subió sobre mis piernas y echo a un lado la tela. La verdad es que hubiera deseado una mamada, pero en aquel momento ambos estábamos demasiado excitados. Saqué mi pene erecto y lo apunté directo a su coño, ella bajó lentamente y ayudándose con una mano empezó a introducir mi pene en su humedad intimidad. Era un sueño hecho realidad, luego de meses de frustraciones y deseo contenido podía sentir como el apretado coño de Ana era invadido por mi verga.
Que gusto –escuché decir a Ana.
Si. Así es –secundé.
Ana se movía lentamente, susurrando algo incomprensible. Podía sentir las paredes de su coño contra mi pene, estaba mojada y aquello facilitaba que el ritmo aumentara lentamente. Sus manos se paseaban entre mi abdomen o mi pecho, mientras las mías acariciaban su cuerpo, desde sus firmes y carnosas nalgas a sus hermosas piernas, para proseguir en una extensa caricia que abarcaba sus senos, soberbios y erguidos. Su boca devoraba mis dedos cuando estos la alcanzaban, demostrando con su lengua cuan caliente estaba.
En un alarde de hombría la alcé para dejarla boca arriba contra el sillón, me acomodé sobre ella, dominante, y empecé a follarla con mayor intensidad.
- ¡Oh! Mmmmm… nnnnnnhhgg… ah… ah ah ah aaghhh –arrancaba los primeros gemidos de sus labios.
En aquella posición podía degustar de sus senos y su boca mientras sus uñas “gateaban” por mi espalda. Estaba en el cielo junto a la diosa de mi obsesión. Observar su rostro dominado por el deseo era suficiente aliciente para penetrarla con mayor intensidad. Sin embargo, aquel sillón era demasiado incómodo para gozar a Ana en plenitud, así que saqué mi verga y le ordené que me escoltara a su dormitorio.
Mi paso por el lugar fue fugaz, pero noté que la construcción era grande, de pasillos largos y habitaciones amplias. El dormitorio matrimonial era espacioso, un monumento al buen gusto hubiera dicho mi mujer. Pero aquello no tenía importancia, Ana se subió a la cama a gatas y movió su sensual y bien formado trasero de manera sugerente.
Me subí a la cama, acaricié sus caderas y glúteos. Las femeninas curvas de Ana parecían acentuarse en aquella posición, mientras su miraba traslucía una lujuria que hasta el momento desconocía.
Vamos, Ana… -dije con tono autoritario-. Quiero que me muestres como se masturba una loba en celo.
¿Si? – preguntó juguetona Ana, que permanecía sobre la cama apoyada boca abajo sobre sus extremidades, como una perra-. Don Jorge el pervertido quiere que me masturbe como una perra ¿cierto?
Así es, perrita –bromeé mientras le acariciaba suavemente los labios vaginales por sobre el calzón de encaje negro, excitándola.
mmmmmmnnnnnhhh… ¿Así?... ¿Así quieres que me toque? –preguntó ella.
Su elegante mano reptó por sobre la cadera y bajó el calzón lentamente, luego su mano recorrió entre sus redondos glúteos, rozando mis dedos antes de alcanzar su coño, acariciándolo con ternura y parcimonia-. Así… así quieres que me toque, jefecito.
Permanecí en silencio. La visión de la fría e indiferente abogada Ana Bauman transformada en una diablesa en celo era un deleite para los sentidos. Mi pene estaba durísimo y deseaba follarla, pero un manjar como Ana se disfruta lentamente. Mi espera trajo su premio.
- O prefieres que me toque así –dijo. Su mano se paseó un momento por su clítoris antes de que dos dedos se introdujeran en su vagina. Sus dedos entraban y salían con lentitud mientras sus ojos esmeraldas y brillantes estaban prendidos en mi rostro-. ¡Si! Creo que te gusta más que me toque así… a mi también me gusta.
Mi mano acarició sus glúteos, el clítoris y sus labios vaginales. Ana se giró y quedó de espaldas, abrió las piernas y mientras acariciaba uno de sus senos tomó mi pene, conminándome de la forma más seductora a penetrarla. Yo había aguantado ese momento demasiado. Con premura me puse sobre ella. Mi pene entró en ella como una espada en su funda, sin vacilaciones. Empecé a entrar y salir en medio de sus gemidos y mi respiración agitada. Yo estaba dando lo mejor de mí y Ella estaba gozando.
Me sentía satisfecho, le doblaba en edad a Ana, pero estaba logrando que disfrutara del sexo extramarital. Con casi cincuenta años me estaba follando a una hermosa veinteañera. Me sentía en la cima.
¡Oh! Eres Hermosa… -susurré.
Si… mmmmmmm… ¿Te gusto mucho verdad? – preguntó con voz entrecortada, mientras nuestros cuerpos se unían en una marea de sensaciones.
Si… -respondí.
Mmmmmmnnnh… ¿Mucho, Mucho?... ¿ah? –preguntó con coquetería y desenfreno. Ana estaba caliente y con su voz cargada de sensualidad no hacía más que alimentar mi libido.
Si, pequeña… me encantas. Me gusta muchísimo tu cuerpazo –confesé.
Nos giramos en la cama y ella quedó sobre mi cuerpo, cabalgándome como una amazona. Empezó a moverse con premura, impulsada por la lujuria. Mis manos se asieron a sus caderas, marcando el ritmo de sus movimientos.
- Si…. ¿te gusta mi cuerpo? –susurró Ana en mi oído. La hermosa y curvilínea muchacha subía y bajaba sobre mi pene con movimientos sensuales y elegantes.-. ¿Te gusto? Mmmmmmmmhhh…. Ay… ah… te gusto ¿no?
Ana puso uno de sus pezones en mi boca y con sus manos sujetó mi cabeza contra sus senos. Su pelvis empezó a martillar contra mi pene en un movimiento cada vez más frenético.
¿Te gusta así? –preguntó nuevamente en mi oído. Mis manos manoseaban su firme y carnoso culo, agarrándolo para mantenerla con mi pene adentro, “ensartada” varios segundos.
Si… ¡me encantas! –exclamé-. Te mueves como una diosa. Me tienes loco.
Ah… mmmmmmmmhhhhggg… más rápido, Jorge… más… dame más… -exclamaba entre quejidos mi hermosa empleada. Al mismo tiempo la tomé por las caderas y empecé a apurar la cogida, ella acompañaba mi movimiento bajo mi pelvis.
Eres mi muñeca… sólo mía… -dije casi en un grito-. Verás como te admirarán todos… serás una loba…
Si, quiero ser una loba –respondió Ana-. Quiero tenerlo todo ¿Me darás todo, amor?
¡Si! Todo… a mi putita todo… ¡Todo! –grité, fuera de todo papel.
Ana quedó en silencio, salvo los gemidos que brotaban de su boca. Sus movimientos eran cada vez más intensos. Si le había molestado que la llamara puta no se notaba. Todo lo contrario, parecía más caliente que nunca. Decidí presionarla un poco más.
Dime Ana… -le pregunté mirándola a los ojos-. ¡¿Eres una oveja o una puta?!
¿Ah? ¿Qué? Ah! Ah ah… mmmmmnoooohhh… -gemía Ana confusa, pero terriblemente excitada.
Dime –pedí autoritario mientras trataba de mantener el intenso ritmo en que hacíamos el amor-. ¿Eres una oveja o una puta?
Ella apuró el ritmo, su pelvis golpeaba mi pelvis y nuestros sexos se abrazaban con una oscura sensualidad y lujuria.
- Yo… ah… mmmnooh… ah… Yo… -dijo con voz entrecortada y cansina-. Yo soy una loba… y una putaaaaaa…. aaaaahhhhhhhgggggggggghhhh….
Aquella confesión pareció provocar una cadena de lujuria y sensaciones en nuestros cuerpos. Bastaron unos cuantos movimientos más para que ambos alcanzáramos nuestro orgasmo. Ana se corrió con un largo grito, quedando su cuerpo inmóvil bajo el mío. Yo saqué mi pene y, como había soñado mil veces, me corrí sobre el esbelto vientre y los hermosos senos de Ana.
Cansados de tanto alcohol, baile y sexo reposamos con nuestros cuerpos uno al lado del otro. Ana dormitó boca abajo, pero a mi me era imposible hacerlo. La observé sobre la cama, admirando cada detalle de la anatomía de Ana, rindiéndole alabanza a aquel hermoso cuerpo. Mis manos acariciaron sus glúteos y se pasearon por el contorno de su cintura y senos, jugueteando con sus labios vaginales y su clítoris, que empezaron a humedecerse. Su respuesta no demoró demasiado en presentarse.
- Mmmmmmmnnnnnnnhhhh… que caliente me siento… -ronroneó como una gata. Sus ojos se abrieron, enormes y cargados de lujuria.
Yo estaba excitado nuevamente, tener una mujer tan hermosa y excitante como Ana parecía funcionar mejor que el mejor afrodisíaco. La tomé por las caderas y ella levantó su imponente trasero, exponiendo su vagina en todo su esplendor. Mi erecto sexo fue al encuentro y se hundió nuevamente en el coño de Ana.
Amanecía cuando me retiré a mi hogar. Don Gustavo, el vigilante, me miró extrañamente al salir del exclusivo condominio, sin duda, se imaginaba muchas cosas, pero yo no lo tomé en cuenta. Nada me podía borrar la sonrisa de satisfacción. Aquel era sólo el comienzo me prometí.