La nueva (retrato de una obsesión) (4)

Continúa el amansamiento de la nueva. El obsesionado jefe no dará su brazo a torcer.

La nueva (retrato de una obsesión) (4)

Las primeras entregas se encuentran en esta misma web:

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Parte 4: El Amansamiento (2)

Si a Ana le molestaba lo que hacía (las fotos y las exhibiciones en la oficina de Jorge) lo disimulaba muy bien. La hermosa mujer sonreía a las cámaras y en las fiestas empresariales era un foco de atención y risas. La chica se explayaba con confianza frente a los clientes y en las reuniones de trabajo se desenvolvía con soltura. Todos querían pasearse con aquella belleza. Jorge sentía celos, pero comprendía que todo sumaba en su plan. La abogada bebía cada vez más alcohol y acababa casi siempre algo borracha. Incluso, en las pocas ocasiones que las reuniones incluían un baile, Ana no tenía problemas para salir a bailar con algún viejo verde que la invitaba a la pista. Cada vez era más claro para Jorge que Ana era una trepadora que disimulaba ser una mujer intachable.

Entonces, el corrupto jefe vio que era el momento de tentar a Ana. Le ofreció un bono especial cada tres meses. A cambió empezó a pedirle que llevara determinada lencería o ropa de su gusto. Ana puso algunos peros, sin embargo, a poco andar se dio cuenta que Jorge también estaba dispuesto a darle dinero para comprar la vestimenta o la lencería que le pedía. Entonces, empezó a complacer a Jorge. Cuando su jefe le pedía que usara lencería de encaje, Ana la usaba. Cuando le pedía que usara una falda más corta de lo habitual, Ana también lo hacía. Caro (la "amiga" de Ana y espía de Jorge) acompañaba a Ana a elegir la ropa que le compraba Jorge. Incluso la rubia bromeaba y sugería la forma en que debía usarla o cómo debía exhibirse frente a su jefe.

Era tan habitual para Ana aquel "juego" que empezó a sentir un morboso poder cuando estaba en presencia de Jorge. Cuando andaba de buen humor (o bastante drogada o borracha), Ana era capaz de regalarle un bailecito o desfile a su jefe. Jorge premiaba sus atrevimientos con más cocaína. A cambio de la droga, Jorge a veces recibía de Ana alguna foto atrevida que él no había pedido. Las cosas avanzaban a favor del corrupto abogado.

Jorge sabía que Ana había cambiado. Ya no era la mujer estrecha y altiva que había arribado a la oficina. Además, con la ayuda del alcohol, del que Ana empezaba a disfrutar a veces con cierta euforia, el maquiavélico abogado empezó a probar peticiones más fuertes.

Quizás había llegado el momento, pensó Jorge. Entonces, decidió entregarle el primer bono luego de una celebración de cumpleaños en la oficina. Jorge había instaurado la nueva tradición de celebrar todos los cumpleaños una vez a fin de mes para mejorar el ambiente laboral. Pero en realidad quería tener la posibilidad de compartir con Ana en manera frecuente e informal.

Ana había bebido abundantemente esa noche y tras el termino de la celebración ella se presentó en la oficina de Jorge.

  • Acá tengo tu bono–dijo el jefe con un sobre blanco en alto-. Es bastante dinero.

Ana imaginó lo que compraría aquel mes con aquel dinero. No podía decirle a su marido del secreto bono porque despertaría muchas preguntas, pero podría comprar algo de ropa y lencería de su agrado para compensar aquella omisión en su vida marital. Ana hizo amago de tomar el sobre con el dinero, pero Jorge lo retiró de su alcance.

  • Quiero que me muestres la lencería que compraste ayer y que deberías estar usando hoy, pero hazlo de forma especial. Hoy es el día del bono . Un día especial ¿no? Realcemos con una performance extraordinaria esta ocasión.

Algo mareada por las rondas de mojitos, Ana sintió resquemor por lo que le pedía Jorge. Sin embargo, quería aquel dinero y mantener el status quo que le había otorgado su jefe.

  • Déjame contar el dinero –pidió Ana.

  • Te daré la mitad ahora, la mitad después de tu performance –replicó negociador Jorge.

  • Desfilaré en ropa interior. No pienso hacer bailes ni nada que se le parezca –replicó Ana a su vez.

  • Está bien –aceptó el corrupto hombre-, pero al final quiero que te sientes en el sofá y te exhibas un par de minutos para mí.

  • Pero no debes moverte de tu escritorio –pidió Ana, muy seria.

  • Ok –acordó Jorge-. Para celebrar nuestro acuerdo ¿Tomamos una copa o nos tiramos unas rayas de coca?

Ana no dudo demasiado. Después de beber unas copas de alcohol Ana se volvía arrebatada. Aspiró la droga también. Jorge se acomodó en su asiento, tras su escritorio. Mientras contaba la mitad del dinero, la hermosa mujer sintió el efecto de la droga y el alcohol entremezclándose con las sensaciones que empezaba a experimentar cada vez que se exhibía para su jefe. Lo que en un principio era rabia y vergüenza se había empezado a transformar en un sentimiento de bajeza, que ya sea por el dinero o el bienestar laboral que experimentaba, terminaba por darle satisfacción. Por supuesto, Ana sabía que debía mostrarse como una mujer fiel a su matrimonio y como una profesional reservada, pero poco a poco empezaba sentir cosas que jamás había sentido. La contradicción entre la esposa decente y la abogada ambiciosa empezaba a acentuarse de tal manera que producía pensamientos oscuros y sensaciones extrañas en la joven y hermosa abogada. Sin quererlo, un morboso deseo y una silenciosa lujuria empezaban a nacer de aquella extraña situación.

Mientras se sacaba la camisa y la falda no podía evitar notar la presencia de aquel hombre que parecía dominar su destino. Jorge no le quitaba el ojo. Una parte de Ana estaba molesta con la situación, pero una parte pequeña se sentía admirada y excitada. Cuando la atractiva abogada estaba ya sólo en un la lencería negra y las medias oscuras que había comprado el día anterior Jorge levantó una mano.

  • Quédate con los zapatos de tacos –ordenó el hombre.

Ana se sentía expuesta y avergonzada, pero también sabía que Jorge no la sometería a esa situación si no la deseara obsesivamente. Ana veía la situación como el enamoramiento enfermizo de un adolescente. Y aquel escenario también le entregaba poder a ella. Ana lo sabía y quería probar a Jorge hasta obtener el máximo beneficio sin manchar su reputación como esposa fiel y profesional. Lo que no entendía Ana era que estaba cruzando demasiados límites para conseguir que todo volviera a la normalidad.

La hermosa mujer dejó su ropa sobre la silla y quedó de pié en la habitación, al otro lado del escritorio. Jorge la observaba con intensidad y deseo contenido. La mujer que le obsesionaba estaba ante él enfundada en un conjunto de lencería muy sexy. La escasa tela exaltaba los senos grandes y firmes y las caderas armoniosas. La cintura estrecha y el abdomen plano parecían enlazar de manera perfecta el tronco con la pelvis oculto tras la tanga elegante y sensual. Las piernas eran dos monumentos, los pilares que encumbraban a aquella hermosa mujer.

  • Date vuelta –pidió Jorge.

Ana con vergüenza y un calor inesperado giró su cuerpo. Aquel culo era perfecto . Jorge se quedó sin palabras.

  • Camina –ordenó con voz profunda Jorge, luego de tragar saliva.

Ana se demoró en seguir aquella orden. Se encontraba un poco confusa, agitada. Una parte le decía que debería sentir vergüenza de lo que hacía, pero otra parte se sentía excitada. Mientras empezaba a dar los primeros pasos por la oficina, Ana sintió que los pezones se le endurecían y una extraña sensación recorrió su coño.

Jorge no lo pudo evitar y tuvo una erección. Quería follarse a Ana, pero debía controlarse. Dejó que aquella sensación se asentara en su cuerpo y sin poder evitarlo empezó a tocar su pene sobre el pantalón. Si Ana lo notó, Jorge no lo supo. La mujer caminaba por la habitación con los delicados hombros hacia atrás, muy derecha. Las elegantes facciones del bello rostro se mantenían en alto, pero la mirada rehuía los ojos de Jorge. Ana decidió sentarse en el sofá de la oficina y cruzó las piernas de manera sensual. Entonces, levantó la miraba para observar a su jefe.

Jorge no lo pudo evitar, se sentía demasiado excitado. Sin pensarlo, se sacó la verga y empezó a masturbarse tras el escritorio. Los ojos de Ana mostraron sorpresa, pero lejos de sentirse ofendida o abandonar el lugar permaneció sentada en aquel sofá. Ella parecía completamente sorprendida y Jorge aprovechó para apurar el movimiento de su mano sobre su pene. Luego de un momento se levantó y se corrió sobre el escritorio. No lo pudo evitar, estaba muy excitado.

Ana vio a su jefe levantarse con la mano en su pene. Era una verga gruesa, pero de dimensiones más humildes que el sexo de su marido. Pero de todas formas se sintió arrebatada por un calor y una lujuria repentina. Ana estaba paralizada y no se movió del sofá mientras no dejaba de observar como aquel pene eyaculaba. El semen blanco y espeso se perdió sobre el escritorio y en el piso. Es una lástima este desperdicio , se sorprendió pensando Ana.

  • Lo siento. Debo irme –dijo la abogada, retomando la cordura.

  • Si. Vete –logró decir Jorge-. Toma tu dinero. Te lo has ganado.

Ana se sintió terrible por aquellas palabras y por lo que había hecho. Pero una parte de si todavía seguía muy excitada. Se vistió rápidamente y salió de la oficina con rumbo a casa. Quería hacer el amor con su esposo con desesperación.