La nueva (retrato de una obsesión) (3)

La guapa y nueva abogada de la oficina empieza a ser amansada por el lujurioso y pervertido jefe.

La nueva (retrato de una obsesión) (3)

Las dos primeras entregas se encuentran en esta misma web:

http://www.todorelatos.com/relato/98604/

http://www.todorelatos.com/relato/106802/

Parte 3: El Amansamiento (1)

  • ¿Por qué tengo que venir cada fin de mes a tu oficina por mi bono? –preguntó Ana cuando Jorge le mencionó la forma en que se efectuaría el pago por sus servicios especiales .

Jorge necesitaba evitar que se notara su favoritismo por Ana Bauman. Debía primeramente esconder el hecho que otorgaba un cuantioso bono de dinero a la chica más guapa de la oficina. La solución se le vino fácil a la mente, desviaría dinero de la oficina a la llamada “caja chica” que manejaba personalmente. Luego, le daría el bono a Ana de manera privada. Eso afianzaría su dominio sobre la guapa mujer.

  • ¿No sería más fácil y seguro una transferencia bancaria? –preguntó Ana.

Pero Jorge tenía las cosas claras.

  • No. El pago te lo daré el primer viernes de cada mes en mi oficina –anunció Jorge, haciendo entender que no había derecho a réplica-. Este bono sólo lo recibes tú. Así que espero que no menciones nuestro acuerdo a otras personas. No quiero que se me acuse de favoritismo.

  • Ok.

Ana aceptó el acuerdo. Sabía que en el fondo la estaban beneficiando. Ya había empezado a trabajar en una importante cuenta y Jorge le había disminuido parte de la carga laboral. A la guapa abogada le gustaba su trabajo. Le gustaba aquel ambiente y la gente que empezaba a conocer. Empezaba a sentirse parte de una elite que manejaba los países y la vida de la gente común.

  • Ahora, quiero que me regales un vistazo del sujetar –ordenó Jorge.

Ana pareció indignada por la petición, pero sabía que era parte del acuerdo con Jorge. A cambio del aumento de sueldo y todos los beneficios en el trabajo Ana debía satisfacer los gustos voyeristas de su jefe.

  • Ni se te acurra tocarme –advirtió la abogada, con tono agrio.

A pesar de la advertencia, Jorge sabía que eso era pura actuación. Ana necesitaba conservar la apariencia de mujer decente y pensar que se resistía a la situación con su jefe.

  • No te preocupes. No te tocaré. Hicimos un acuerdo ¿no? –aseguró el hombre con las manos en alto.

Ana lo observó con suspicacia, pero no tardó en desabotonar la camisa de seda blanca y dejó aparecer el brasier blanco que usaba. Los pechos blancos y grandes de Ana aparecieron bajo el sujetador de copa. Hermosos y perfectos , pensó Jorge. Ana dejó que Jorge se regocijara un momento y luego se marchó. Su jefe no perdió de vista ni un instante las curvas de la espigada fémina.

Aquellos encuentros en que Ana se exponía a su jefe se hicieron más comunes, rutinarios. Ana iba a la oficina de Jorge al menos una vez al día. A veces los encuentros eran sólo parte del trabajo, pero otras veces Ana debía exhibirse frente a Jorge. Jorge reforzaba la conducta de Ana con cocaína primero y luego con alcohol. Ana empezó a bajar la guardia con su jefe y sus compañeros de oficina y había empezado a asistir a los After Hours de la oficina. Ahí, Jorge propiciaba el consumo de alcohol en abundancia y droga, en diferentes variedades, entre sus colegas (incluida Ana). Jorge estaba decidido a amansar a aquella mujer decente y esposa fiel. Su oscura obsesión le pedía transformar a La Nueva en su puta bajo cualquier método. Para eso, empezó a utilizar a Carolina, otra abogada que se había hecho muy amiga de Ana. Carolina había aceptado ayudar a Jorge por una cantidad de dinero y droga.

Jorge decidió perseverar en su plan. Días después, llamó a Ana a su oficina y luego de informarle de sus labores alzó la vista y la miró con deseo. Observó a Ana como un depredador a una presa herida. La mujer sintió que su cuerpo se tensaba. Aquellas sensaciones siempre precedían a las lascivas peticiones de su jefe.

  • Quiero que me envíes una fotografía de tu ropa interior –dijo Jorge, como si fuera de lo más normal.

  • ¿Qué dices? Pero eso es una locura –alegó Ana.

  • Locura es el suculento bono que recibirá una empleada primeriza como tú a fin de mes –las palabras fueron como un latigazo para el ego de Ana-. Además, no te pido que aparezca tu rostro en la fotografía. Nadie sabrá que las imágenes son tuyas. Puedes crear un correo secreto para enviarme las fotografías. Espero un correo tuyo antes del almuerzo. Ahora, puedes irte.

Ana se quedó parada en silencio. No sabía qué hacer o qué decir. A punto de llorar, decidió marcharse de la oficina de su jefe. Ya en el baño con Carolina, luego de aspirar un poco de coca, Ana empezó a contar su problema a la única persona en que confiaba. Por supuesto, el esposo de Ana no sabía nada de aquel acuerdo.

  • No te preocupes –consoló la rubia y guapa amiga a Ana-. Cuando llegué, Jorge estuvo un poco enganchado conmigo. Nada tan fuerte como contigo, pero después de un tiempo se le pasara como pasó conmigo.

  • ¿No sé? –dijo insegura Ana-. De todos modos, las fotos que me pide Jorge no creo que pueda enviárselas.

  • ¿Te parece que engañemos a Jorge? –clamó risueña Carolina.

  • ¿Cómo? –preguntó Ana, esperanzada.

  • Sácale fotografías a mi ropa interior –empezó a revelar su idea Carolina-. De todos modos él ya me ha visto desnuda. Ya sabes que tuvimos una relación hace un tiempo.

Al escuchar a Carolina, sintió algo extraño. ¿Celos? Ana asintió, avergonzada. No sólo por aquel arrebatado sentimiento. A pesar de ser amigas, Ana no había sido capaz de contarle a Carolina que Jorge y ella habían tenido sexo casual.

Estaba demasiado borracha y drogada , se justificó Ana. No estaba en mis cabales .

Recordaba con acaloramiento parte de la lujuriosa noche con su jefe. Aquello no lo podía saber nadie, ni siquiera su buena amiga. Su amiga la interrumpió.

  • Entonces, haremos lo siguiente… -comenzó a decir.

Carolina le expuso como podían engañar a Jorge, enviándole fotografías de su cuerpo en lugar del de Ana. La hermosa trigueña sintió que su amiga le quitaba un peso de encima.

  • ¿Harías eso por mi? –preguntó Ana, ilusionada.

  • Claro. Somos amigas ¿no? –respondió con seguridad la rubia.

  • Claro que somos amigas. Muchas gracias –clamó Ana abrazando a Carolina. Se sentía muy aliviada.

Tomaron las fotografías a Carolina entre risas, aupadas como podían en el cubículo del baño. Aunque Carolina era varios años mayor, Ana descubrió que su amiga tenía un bonito cuerpo y la lencería negra era muy sexy.

Competitiva como siempre, Ana comparó su cuerpo con el de su amiga. Tras un breve análisis estaba segura que ella seguía siendo la chica más hermosa de la oficina. Pero sin duda Carolina era la segunda más guapa. Aunque estaba casi segura que sus pechos eran obra de algún cirujano.

Tras la secreta sesión fotográfica en el baño, las dos mujeres se encerraron en la oficina de Caro a crear un correo para enviar las imágenes.

  • ¿Cómo le pondremos al correo que crearé? –preguntó Ana a Carol, frente al computador.

  • No lo sé, pero tiene que ser un correo Hotmail , porque este será un “ correo caliente” –bromeó Caro.

Ambas chicas rieron. Luego de un par de nombres, Caro sugirió que se lo tomaran con humor.

  • ¿Qué tal hembraardiente@hotmail o algo así? –sugirió risueña Caro.

  • Estás loca –se defendió Ana, risueña y avergonzada.

  • Pero eso es algo que no esperará Jorge. Deberías tratar de sorprenderlo o descolocarlo. Además, la idea es que el correo no parezca ser de alguien de la oficina. No queremos que alguien descubra que es nuestra dirección.

  • ¿ Nuestra ? –preguntó Ana.

  • Claro. Este es nuestro proyecto ¿o no? –respondió desenfadada Carolina, guiñándole un ojo.

Ana se sintió protegida y respaldada por su amiga.

  • Muy bien –dijo Ana mucho más animada-. Hagámoslo.

Al final el correo que crearon fue chica.en.celo1988@hotmail . Ana al observar las fotografías del cuerpo de su amiga enfundada en lencería negra sintió un estremecimiento y el calor recorrió su piel. La rubia se veía muy sexy con aquellas prendas, Ana tenía pocas cosas así. Llegó el momento, Al enviar las fotos ambas chicas rieron, pues, engañarían a Jorge.

Jorge recibió las fotos y sonrió. Observó la imagen con satisfacción. De inmediato identificó el lunar en la cadera de Carolina. Además, Jorge creía conocer el cuerpo de Ana como si fuera la palma de su mano. Pero aquello no le molestó. Todo iba según lo planeado.

  • Espera y verás, chica en celo –susurró Jorge, como un malvado personaje de una novela-. Ya verás quién ríe al final.

Jorge llamó aquella misma tarde a Ana. La guapa mujer llegó un rato después a su oficina.

  • Te llamé por que necesito el informe de la cuenta Weiss mañana –Jorge siempre empezaba la conversación con algo laboral-. Pero también por las fotos que te pedí hoy.

  • Ya te las envié –dijo Ana, muy segura.

  • De eso quiero hablar –anunció el abogado con tono molesto-. Cierra la puerta, por favor.

Ana, algo atemorizada, así lo hizo.

  • Muéstrame la ropa interior que usas hoy –pidió Jorge.

La abogada sabía que estaba en problemas. Las fotos de la lencería que le había enviado mostraban un calzón y brasier de color negro, pero Ana usaba lencería roja aquel día.

  • No –empezó a decir nerviosa Ana.

  • ¿Cómo que no? –el tono de Jorge era golpeado, molesto-. Hazlo ahora o no respondo de mis actos. Nadie se burla de mí.

Ana sorprendida y asustada pensó en salir, pero las consecuencias de su huida la detuvieron. Supo que estaba perdida y se bajó el pantalón que usaba ese día. El calzón rojo distaba bastante de la sexy bombacha negra que mostraba la imagen que había enviado en el correo.

  • El sujetador, ahora –ordenó Jorge.

Era lo mismo. Ana sintió que el mundo se derrumbaba. Su jefe la miraba con odio.

  • Mira Ana, nadie me hace imbécil –le dijo con ira controlada-. Ahora mismo, vas a hacer algo para enmendar lo que has hecho. O no sólo te sacaré de todos los litigios ahora mismo sino que me plantearé si es necesario mantener tu puesto en la oficina.

Ana se asustó ante las palabras de Jorge. Había avanzado tanto los últimos meses y no quería volver atrás.

  • Antes de que yo salga de mi oficina quiero recibir diez fotos de tu coño desnudo –ordenó Jorge-. Además, quiero que en la mitad de las fotos te toques el clítoris y que al menos en dos se vea tu anillo de matrimonio.

  • Pero…

  • No hay peros –bufó Jorge-. Ahora sal de mi oficina.

Ana salió y de inmediato se dirigió al baño. Necesitaba llorar, desahogarse. Carolina estaba atenta, esperando su salida. Sabía que pasaría algo como aquello. Todo era parte del plan de Jorge. Carolina actuaba como amiga de Ana bajo las órdenes de Jorge.

  • ¿Estás bien? –preguntó con inocencia Caro.

  • No. Jorge nos descubrió –respondió la alta y hermosa abogada.

Ana le contó lo sucedido.

  • No lo haré. No le haré algo así a Tomás Matías –dijo Ana, aparentemente resuelta.

  • Pero perderás todo lo que has ganado –aseguró Caro-. Además, no es nada tan terrible ¿o si?

Ana miró a su amiga, dispuesta a escuchar.

  • No es como te follaras a tu jefe y le pusieras los cuernos a tu esposo –continuó la rubia-. Sólo son unas pocas fotos. Nadie jamás sabrá que eres tú.

Es verdad , pensó Ana. Nadie debía saberlo. Mientras Ana limpiaba sus lágrimas, Caro preparó unas estrías de cocaína sobre un espejo.

  • Necesitas un respiro –aseguró Caro, ofreciéndole el espejo.

Ana siguió el concejo de su amiga. Unas horas después, Ana envió las fotos en que aparecía su cuerpo enfundado en lencería Las imágenes se habían tomado en uno de los baños de la oficina. Carolina había ejercido de fotógrafa. Exactamente diez fotos de su coño fueron enviadas al correo de su jefe.

Mientras observaba con deleite cada centímetro del femenino cuerpo Jorge se masajeaba la verga. No había rastro de la identidad de la mujer en la fotografía. No había usado su anillo de matrimonio, como Jorge le había ordenado. Sin embargo, al perverso abogado no le importaba. La cadera y el culito redondo eran armoniosos. Las piernas largas no tenían estrías o imperfecciones. Examinó con cuidado el sexo depilado, los labios simétricos y el clítoris. Jorge sonrió. Podía notar el brillo en el sexo de Ana.

  • Está caliente –pensó Jorge, en medio de una carcajada-. A pesar de todo está caliente.

El abogado siguió riendo sólo en su oficina, como un loco. Estaba seguro que su plan avanzaba a buen ritmo.