La nueva (retrato de una obsesión) (2)

Un hombre relata como la obsesión por una hermosa y joven mujer lo arrastra en una oscura historia cuyo final atrapa a sus protagonistas en una espiral de lujuria y vicios que cambiarán sus vidas. Un precuela que complementa la saga de la infiel Ana.

La nueva (retrato de una obsesión) (2)

Primera parte se encuentra en esta misma web: http://www.todorelatos.com/relato/98604/

Parte 2: ¿Cómo amansar a la nueva puta del jefe?

Jorge Larraín vio marcharse a la guapa mujer de su oficina. El voluptuoso culo marcado en el ajustado vestido blanco parecía hipnotizar todos sus sentidos. Cada centímetro de aquel femenino cuerpo le calentaba. Jorge sentía su sangre hervir cada vez que Ana Bauman estaba en su presencia, desde el primer día.

Sin embargo, aquella lujuria intensa se mezclaba con la desilusión y la rabia. Después de una noche de sexo desenfrenado, Ana le había comunicado que la noche pasada había sido un error. Soy una mujer casada y no puedo hacer esto otra vez , le había repetido insistentemente.

  • No traicionaré a mi marido otra vez. Lo que pasó no puede repetirse–las palabras de la hermosa abogada resonaban en su mente.

A pesar de la decepción inicial tras aquellas palabras, Jorge no podía ni quería darse por vencido. De inmediato, oscuros pensamientos y planes empezaron a forjarse en su interior. A penas unos minutos después llamó a Ana de regreso. No quería enfriar su determinación. Jorge era un hombre de éxito gracias a que tomaba decisiones rápidas y no se rendía fácilmente.

  • Sólo una cosa –le dijo a la mujer de ojos verdeazulados y labios carnosos en su amplia oficina.

  • ¿Qué? –preguntó Ana a su jefe directo, insolente.

  • ¿Quiero saber si quieres convivir conmigo en la oficina? –preguntó Jorge, tomándose una pausa-. ¿O quieres una tortuosa estadía en “ mi oficina ”?

Ana se había unido a su oficina hacía medio año aproximadamente y tenía muchos planes para progresar en aquel importante estudio de abogados. Era una chica ambiciosa y a sus veinticinco años poseía una personalidad terca y soberbia. Sin duda, la altiva abogada deseaba ascender meteóricamente en aquel bufete y no tensar la situación con su jefe. Aquel lugar podía ser su infierno si Jorge se lo proponía.

  • Claro, me gustaría tu apoyo en la oficina –dejó claro Ana luego de unos segundos de indecisión-. Quiero que las cosas marchen bien entre nosotros. Pero todo dentro del ámbito profesional.

  • Sin embargo, lo de la otra noche, “nuestro affaire” ha hecho difícil retomar la convivencia profesional –Jorge trató de dejarle clara las cosas a su empleada-. Las cosas no pueden seguir igual. Lo sabes ¿no?

  • Lo sé –contestó Ana tras una pausa.

Ana tenía la boca seca. Jorge empezó entonces, con paciencia, aquella oscura negociación. Necesitaba darle a Ana una pequeña tregua para poner las reglas del juego y acentuar la incertidumbre de su presa. Ana jugueteó nerviosa con su hermoso y abundante cabello trigueño. Jorge aprovechó para admirar su rostro de pómulos altos y facciones elegantes. Las largas pestañas parecían enmarcar los grandes ojos claros. Sin duda, aquella mujer parecía mucho más joven de lo que era y sin duda hubiera podido ser modelo de publicidad.

  • Bueno, Ana… seamos claro. Mi tiempo es oro. Si quieres mi ayuda, tienes que entregarme algo a cambio.

  • Te he dicho que no quiero serle infiel a mi esposo –interrumpió Ana-. Amo a Tomás. Es el hombre de mi vida y no quiero hacerle daño.

  • Ok, eso me quedó claro –concedió Jorge con frialdad-. Sin embargo, sólo quiero unas pocas concesiones. A cambio, te daré la opción de trabajar en los casos más importantes del bufete y un aumento de sueldo.

  • Pero no quiero serle infiel a mi esposo –repitió Ana, interrumpiéndolo nuevamente.

Jorge miró con dureza a Ana. Cuando supo que tenía su atención, continuó.

  • Quiero que me escuches en silencio mi propuesta final –pidió el hombre de casi cincuenta años-. Después de eso, puedes irte en silencio o incluso pedir tu renuncia ¿ok?

Ana asintió silenciosa.

  • Quiero que me concedas ciertas licencias. No volveremos a manchar tu matrimonio o yo el mío. Sin embargo, me gusta verte y tenerte cerca. Por eso quiero que te pongas hermosa para mí. Te repito, no trataré de tener sexo ni siquiera tocarte. Pero si quiero que me concedas un vistazo de tu cuerpo de vez en cuando. Que vistas cierta ropa interior y me dejes echarle un vistazo cuando quiera. Que me dejes disfrutar de una miradita, nada más. Satisfacer mi lado voyerista.

Ana, sorprendida, se quedó en silencio. Jorge aprovechó para continuar.

  • A cambio, por lo pronto, me aseguraré de darte un aumento de un diez por ciento del sueldo en forma de un bono. Además, te integraré de inmediato en la cuenta Vanger-Madoff, la cuanta más importante de la firma.

Jorge hizo una breve pausa para asegurarse de que Ana continuara tomando atención. Ana escuchaba muy atenta y Jorge sonrió internamente.

  • Ahora, puedes negarte a mi petición e irte. Todo quedará como estaba al principio, pero ya no podremos ser amigos. También puedes renunciar o hacer un reclamo a instancias superiores. Pero será tu palabra contra la mía. Seguramente sabes que soy uno de los hombres de confianza de los accionistas principales. No ganarás ¿Entiendes?

Ana estaba pensativa, haciendo suposiciones de su futuro. Los miedos al fracaso y a la burla. Le había contado a sus amigas y familiares el estupendo trabajo que tenía. Había contado las autoridades, políticos y hombres de negocios que había conocido gracias a aquella firma de abogadas. Ana no quería perder todo.

  • Pero antes de hacer algo estúpido –continuó Jorge-. Piensa en qué es lo que dañara más tu carrera ¿Rebelarte contra tu jefe o dejarle echar una miradita bajo tu falda de vez en cuando? Piensa en mi propuesta. Tienes una opción generosa sobre la mesa. Una opción que te aseguro que te beneficiará profesional y económicamente ¿Qué dices?

La hermosa mujer empezó a pasearse nerviosa por la oficina. Jorge no podía quitar los ojos de aquel cuerpo. El traje de dos piezas no podía ocultar la sensualidad de aquella hembra. Jorge estaba seguro que Ana no renunciaría, pero no estaba seguro de si su determinación de serle fiel a su esposo sería superior a la ambición o el materialismo de aquella escultural hembra.

  • Quiero un bono de quince por ciento de mi sueldo –anunció finalmente Ana.

Jorge se sorprendió. No esperaba que su empleada negociara. Lo que le ofrecía era de por sí bastante bueno. Pero encontrarse con que Ana era una negociadora era mejor señal dentro de sus oscuros planes. Jorge aceptó a pesar que debería hacer malabares con las finanzas y el presupuesto de la oficina.

  • ¿Qué te parece si para celebrar nuestro acuerdo compartimos algo de la más dulce “ azúcar” ?

Desde uno de sus cajones Jorge sacó una pequeña bolsita transparente con unos gramos de cocaína y la puso sobre el escritorio.

Ana miró el polvo blanco con inquietud. En sólo unos meses, Jorge había introducida a su empleada en el consumo para aguantar las largas jornadas laborales. Claro, Jorge se había encargado de recargar a Ana de trabajo. La muchacha se amanecía en la oficina y se le veía cada día más cansada. A través de Carolina, Jorge había logrado que Ana empezara a probar aquella droga para superar las largas horas laborales.  Luego, Ana había empezado a usar habitualmente la cocaína con fines laborales.

  • No lo sé –dudó Ana, mirando hacia la puerta-. No creo que sea un buen momento. Puede entrar alguien.

Jorge se levantó e hizo que Ana se sentara en su cómodo sillón, frente a su escritorio. Luego, fue a la puerta y cerró con llave.

  • Mírate en ese sillón –dijo con convencimiento Jorge desde el otro lado del escritorio-. Parece que naciste para un sillón como aquel, para una oficina como ésta. La gente como nosotros no son descubiertas si no lo desean. La gente como nosotros siempre hace lo que quiere.

Ana observó con atención a Jorge. A pesar de lo que había pasado y de su desconfianza, muy en el fondo la bonita abogada quería creer en su jefe. Quizás por eso no se movió de aquel sillón mientras Jorge preparaba varias rayas de cocaína sobre un pequeño espejo.

  • Vamos Ana. Por nuestro acuerdo –anunció Jorge, ofreciéndole un pequeño tubo de oro con la forma de un pene largo y estrecho.

  • Ok –cedió Ana tomando el erótico artilugio.

La hermosa y joven licenciada acomodó su largo cabello hacia un lado y se inclinó sobre el espejo. Ana aspiró la raya de polvo blanco y cerró los ojos mientras sentía los efectos de la droga. Tal vez sin quererlo sonrió a Jorge.

  • Ahora, honremos nuestro acuerdo –pidió Jorge antes que Ana se hiciera cargo de otra línea de cocaína-. Quiero que me muestres tu tanga.

Ana se sorprendió. Sin embargo, recordó el bono con dinero que había aceptado. Luego de pensarlo un poco y con cierta vergüenza subió lentamente su falta. El rostro de la muchacha estaba rojo de vergüenza y se detuvo antes de mostrar su entrepierna.

  • Jorge, Yo…

Tal vez Ana buscaba la compasión de su jefe, pero Jorge no mostró ninguna. Todo lo contrario, quería que la muchacha cayera en su trampa.

  • Escucha mi oferta. Si me muestras la tanga y das una vueltita por la oficina así, te dejaré acompañarme mañana a la litigación del Holding Euroasia. Es una cuenta que será muy importante para nuestro bufete.

Ana bajó el rostro. Pero Jorge empezaba a creer que el conflicto era cada vez menor en Ana. Sólo era cosa de tiempo para hacerla suya nuevamente. Pero antes debía amansarla y transformar a Ana en una mujerzuela.

Ana se levantó y con cuidado terminó de subir su falda hasta la cintura. Un calzón tipo culote de color blanco asomó cubriendo las caderas y el pubis. Aquella mujer era una muñeca, hecha a mano por los dioses de la belleza. Las largas piernas estaban cubiertas con unas medias. El contorno del voluptuoso trasero era realzado por el efecto de unos elegantes botines de taco alto.

Jorge sintió una sensación crecer en su abdomen y la dureza de su miembro era signo de su excitación. Sin embargo, no trató de disimular su deseo. Todo lo contrario, lo hizo más evidente al acomodar su pene en el pantalón con un movimiento de su mano.

Ana se percató de la erección de su jefe y desvió la vista, avergonzada. No obstante, se paseó con el rostro cabizbajo y la falda subida. Se notaba su vergüenza, pero no había dudado demasiado en hacer lo que Jorge le había pedido. Después de dar una vuelta, se detuvo frente al escritorio y se bajó la falda.

  • ¿Satisfecho? –preguntó muy seria Ana, recuperando el aplomo.

  • Si –fue la escueta respuesta del inescrupuloso abogado.

Jorge se sentó en su asiento y aspiró una raya de coca, luego le volvió a ofrecer el tubito con forma de pene a Ana.

  • Debo irme –se excusó Ana, que quería salir de aquella oficina-. Tengo mucho trabajo

  • Vamos Ana… no es un lobo rabioso. Es sólo cocaína –dijo Jorge, dejándole al alcance, sobre el escritorio, el pequeño y dorado caño.

Ana observó a Jorge y al tubito alternativamente, sólo hizo una pausa para dar un vistazo a la puerta de salida. El conflicto entre lo correcto y lo incorrecto se reflejaba en su hermoso rostro. Pero Jorge sabía que cada segundo jugaba a su favor. Luego de un largo instante, Ana cogió el pequeño caño con forma de pene y aspiró la cocaína.

Cuando la mujer salió, Jorge se sentía satisfecho. Acarició la verga erecta e imaginó el momento en que Ana la nueva sería suya de nuevo.