La nueva reina del hogar II

Miguel reaprende su nuevo lugar en la casa de la mano de su hermana Ana.

Miguel

Hace muy poco descubrió que los ropa de su hermana olía también, si no estaba exitado no olía bien, pero cuando se acaricia y se acercaba la ropa a la nariz o sacaba la lengua y la ponía en ella el efecto era fulminante, un chorro de esperma lo atravesaba como un rayo, ni las revistas de su mamá con mujeres en lencería ni la imagen de los senos de su maestra asomando por el escote cuando se inclinaba sobre su escritorio lograban lo que la ropa de hermana menor. Es verdad que Ana aún no tenía los pechos de la maestra o el cuerpo de su mamá, pero, de manera timida, sus senos se dibujaban debajo de la ropa, su cuerpo antes redondeado daba pie a una figura estilizada y sensual.

La última vez que su mamá los baño juntos a él se paro de tal manera que le dolía, entre juego y juego se las ingenio para restregarse a ella, al principio todo fue risas y juego, como siempre, pero el hubiera deseado poner su pene entre las nalgas de ella y tallarse un poco, pero Ana se enfado por que la sujetaba toscamente y empezó a darle manotazos, el respondió con las manos cerradas y aquello acabo con gritos y llanto. Fue la última vez que les bañaron juntos. Cuando tenía su ropa en la nariz se imaginaba que en último baño ella sonreía maliciosamente bajo una capa de jabón y agua caliente y le ofrecía sus nalgas para que él la penetrara, primero lentamente, ella abría sus nalgas y lo miraba sobre el hombre y le dice: vamos Miguel, necesito tu pene dentro de mi, anda tómame. Entonces él aspiraba profundamente la prenda y apretaba su pene lo más fuerte que podía, luego sentía que una corriente eléctrica atravesaba su cuerpo y venía un mareo tan fuerte que lo dejaba vencido.

Ana era una tonta, siempre andaba con sus juegos de escondite y con cosas de niña y por eso nunca le gustaba jugar con ella, siempre terminaban en golpes y llantos. Y como la nueva diversión de Miguel era tocarse, solo esperaba que Ana se quedara dormida a media mañana o después de la comida, y el entraba en silencio y tomaba su ropa, ya luego la devolvería, aunque más de una vez se descubrió que la ropa se quedaba dentro de sus sabanas. Seguro que mamá recogería la cama y las vería, por lo pronto no le había dicho nada, pero si así fuera el diría que no sabía nada, seguro que Ana la había metido ahí y como Ana es chica que él debería creerle a él.

Pero todo cambió un sábado por la mañana, Ana entró a su cuarto y lo descubrió masturbandose. Ana le prometió hacer lo que ella pediría. La verdad es que mientras ella le estaba tocando y le acercaba su calzón a la nariz tvuo uno de los orgasmos más fuertes de su vida, no podía pensar en nada más que en volver a repetirlo, no importaba que su hermana le hiciera comer su semen, volvía a pensarlo y volvía a estar tan caliente como nunca.

Todo el día tuvo una erección continua y mientras su hermana se comportaba como si nada el se exitaba más, por la tarde le pidió volver a hacerlo, ella se levantó y le gritó que ella no estaría masturbandolo a cada rato, que que se creía, que esto no se trataba de él si no de ella, algo que el no entendió en absoluto, luego puso una cara de enojada con los brazos cruzados bajo su pecho, provocando una cuerva en su espalda que hacía parecer sus nalgas más grandes y su pecho más prominente. Él se dio cuenta que estaba sentado en la alfombra del cuarto de televión, asutaado, callado y, sorprendentemente más exitado que antes, sentía que su pene le pulsaba a punto de explotar.

Sentía que su cuerpo empezaba a estremecerse y tenía un ligero mareo, ella se sento en el sillón y dijo con voz dura: si quieres puedes tocarte y mojar los dedos de mis pies, eso será todo lo que puedo darte, lo tomas o lo dejas. No lo penso, se arrastro hasta sus pies, ella saco sus zapatos y dejo los pies descubiertos, el saco su pene por el orificio de la bragueta y en menos de diez sacudidas tuvo un gran orgasmo, Ana miraba fijamente la televión como si nada estuviera pasando, él procuro no ensuciar la alfombra y todo su semen quedo, por suerte, entre los dedos y el empeine.

Miguel se desplomo en la alfombra con su pene entre los dedos, empezo a sollozar, lejos estaba el sueño que tenía para tener sexo con una mujer, lejos su placer pleno de alegría y machismo, lejos su superioridad y dominio sobre el sexo debil. ¡Apúrate! Gritó Ana y lo saco de su placidez culpable, ¡apúrate! Que no tarda mamá y no quieres que te encuentre ahí tirado, vamos limpiame con la lengua.

Empezo a acercarse, sabía que tenía que contener el asco y luego de dos o tres tragos ya no sentía nada, solo cierta sensasión de suciedad gelatinosa y salada en el paladar y garganta, ya después el recuerdo lo exitaría de nuevo, lo sabía, ya le había pasado por la mañana.

De ahora en adelante, dijo su hermana, solo podrás tocarte cuando yo te lo diga, él giro su rostro al de ella con violencia, no podía quitarle eso, no tenía derecho, pero antes de poder reclamar ella descargo su talón con fuerza en su quijada. ¡Ni te atrevas a decir nada¡ de ahora en adelante yo mando sobre ti, quieras o no, que te quede claro. Curiosamente en lugar de indignación o enojo, en su interior crecio un sentimiento de respeto y admiración a su hermana, su pene, antes flacido y con hilito de semen colgando de la punta estaba otra vez duro y levantado como ni no se hubiera masturbado un par de veces ese día. Tomo con su dos manos y con cariño el pie que lo había golpeado tan fuertemente, cerro lo ojos y empezo a besar suavemente el empeine y succionó los líquido que quedaban sobre él.

¿Estamos de acuerdo? Preguntó Ana con voz firme pero calma. Él sintió que su corazón daba vueltas y no podía parar, su hermana se volvió en la imagen más fuerte dentro de su mente, por encima de Patricia, su amiga con la que se había besado en la escuela y de la maestra y sus grandes senos asomandose por el escote, Ana crecía en su interior como una diosa y dominaba su ser interior. ¿Estamos de acuerdo Miguel? Repitió Ana pero con una dulzura que hizo que un sus ojos se llenaran de lagrimas. Si Ana, estamos de acuerdo, y siguió besando y limpiando, no solo su humedad, si no las lágrimas que corrían sin parar por su mejillas.

Debemos encontrar una manera de que no te estes tocado sin mi permiso ¿verdad?, es supuso que no le preguntaba en realiad a él. Pero por dentro contesto: ¡Sí! Y sí, Ana encontró una solución, tal vez un poco primitiva pero eficaz. Para cuando llegó su mamá por la tarde a casa Miguel tenía el pene vendado con un par de venas color piel que su mamá usó para evitar la mala circulación de las piernas mientras estaba embarazada de Ana. Miguel recordó que cuando su mamá le pedía ayuda para ponerse esas medias un escalofrío recorria su espalda de arriba a abajo, nunca antes había visto a su mamá desnuda y la redondez de su vientre lo inquietaba mucho.

Ahora en la cocina, con el pene inmovilizado y con esos recuerdo su cabeza empezo a dar vueltas, se exitaba y después la exitación se volvía dolor, y así como en rueda de la fortuna el placer y la angustia giraban y el era el eje que soportaba las presiones. Su mamá lo miro sufrir y se acerco a él, ¿qué le pasa a mi hombrecito? ¿Te sientes mal mi amor? No supo que contestar, ahora su mamá lo abrazaba contra su pecho y él aspiro el perfume que tanto le gustaba, sentía que tenía un orgasmo largo y silencioso, un orgasmo del que no participaba su sexo, si no todo su cuerpo, miró de reojo a su hermana que tenía una sonrisa como la de la Mona Lisa, luego cerró sus ojos y se dejo ir, todos los resortes de su cuerpo se soltaron al mismo tiempo, empezó a llorar sordamente, sintió que su nariz escurria y que su pene soltó una carga de semen acumulada largamente.

Su mamá se sorprendío, imagino un pleito con su novia Paty, esa niña de la escuela, entonces levantó el rostro de Miguel y le dijo: no te preocupes hijo, todo ira bien, aquí esta tu mamí y no dejará que nada malo te pase, y luego, por impulso beso su boca, como cuando era todavía un niño. Ana también se acerco a Miguel y besó su mejilla, yo también hermano, aquí estaré para cuidarte. Luego de eso Miguel se quedo dormido en brazos de su mamá. Cuando despertó su hermana estaba sentada frente a él, se había bañado, puesto un vestido de noche y usaba unas zapatillas de su mamá, un poco grandes, se había arreglado y pintado el rostro. Vamos levantate Miguel, esta noche es especial, tienes que bañarte y arreglare, mamá y yo esperaremos abajo. Dió un brico y se pueso de pie, casi para salir de la habitación giro coqueta y mientras sonreía le dijo, no olvides volver a ponerte la venda antes de vestirte, y tiene solo cinco minutos, asi que apurate.

Mientras se bañaba tuvo una gran erección pero se contuvo tocarse, solo pensaba ¿qué podría estar preparando su hermana? Y su mamá estaba al tanto, aquello no parecía bueno y sin embargo sonaba tan sucio como exitante. Se sintió como en un potro, ese aparato que usaba la Santa Inquisición para torturar a los herejes, de un lado lo tiraba el deseo y la curiosidad y del otro el miedo y la angustía.

Mientras volvía a poner la venda en su lugar escuchó la voz de su hermana: Han pasado los cinco minutos, sobre el escritorio esta la ropa que debes vestir, apurate que ya te has ganado un castigo por tardar tanto.