La nueva profesora

Conocí a mi nueva profesora. Nos fuimos gustando mutuamente hasta que en una mañana lo hicimos sobre el escritorio.

La nueva profesora

Se veía a los lejos a una silueta oscura. Me detuve en el lugar con prudencia hasta que la sombra no estuviera más. Una vez más seguro, abrí la puerta para salir del hall de mi edificio y partí a clase.

Una densa neblina poblaba las calles húmedas del siempre tan despreciado lunes., el día más detestable de la semana. Por lo menos, el clima misterioso tapaba con su encanto el fastidio que provoca empezar una nueva semana. Estando así la mañana, ni la amenaza de lluvia me preocupaba, ni tampoco la mala fama que tienen los días como estos, en los cuales todos nos sentimos desganados y con un ánimo poco vivaz.

Llegué puntualmente al instituto. Recordaba, mientras subía las escaleras de madera, que tendría nueva profesora. Tenía algunas nociones de cómo sería, pero de ahí a conocerla es otra cosa. La profesora que tuvimos hasta el receso de vacaciones nos había contado que era joven y que acababa de tener un hijo.

Cuando ingresé al curso sólo había una persona. Una joven mujer de treinta y algo de años, ni gorda ni flaca, un poco rellena, seguramente por el embarazo de hace poco. De cabellos oscuros enrulados, ojos del mismo tono detrás de amplios lentes, con una boca poco atractiva y con dientes más bien grandes. Su buzo oscuro no dejaba adivinar la dimensión de sus pechos, aunque yo los suponía grandes, y su ajustado pantalón negro imantaba a mis ojos. Yo había entrado con timidez, actitud típica que tengo con las personas que no conozco. Además, por ser muy temprano y por no haber practicado mi francés en semanas, más frío parecía mi trato hacia ella. Por suerte, apenas me vio, me abordó inmediatamente con un cálido saludo. Resultó ser muy simpática y entradora.

Más tarde llegaron otros dos compañeros. Seríamos tres en clase aquella vez, a diferencia de los seis que veníamos siempre. En toda la clase los tres estábamos semidormidos y faltos de práctica, por lo temprano y por el receso de vacaciones que nos había hecho olvidar lo que sabíamos. Yo era el menos lento de los tres y si bien no tuve inconvenientes para entender las explicaciones, ese resto de lucidez que me quedaba lo empleaba en terminar de conocer a la profesora.

En un determinado momento me abordó para hacerme una pregunta determinada que en este momento no recuerdo. Cuando la estaba terminando de formular, yo ya sabía qué le iba a contestar pero lo que me sorprendió fue ver cómo sus grandes ojos negros contemplaban a los míos una y otra vez, moviéndolos de un ojo al otro. No le di mayor importancia hasta que en otro momento, cuando después dramatizamos una situación, me hizo bromas referentes al diálogo, que quizás la profesora anterior no hubiera hecho y, ella, por ser nueva, me resultaba raro que se soltara tan de repente.

No escribió mucho en el pizarrón en toda la clase. Es que dialogamos mucho, pero toda vez que se daba vuelta para escribir en pizarrón yo aprovechaba para mirar su buen trasero y delgadas piernas. Confieso que me iba gustando cada vez más.

En otra clase, en la misma semana, también fui el primero en llegar. La profesora llegó antes que yo incluso. Entré a clase y sin pensarlo le di un beso en la mejilla mientras la saludaba en perfecto francés. Charlamos brevemente al mismo tiempo que ambos acomodábamos nuestras cosas. Me extrañaba de mí mismo por el gesto que acababa de hacer. Generalmente soy indiferente, distante, y más cuando se trata de algo formal como una clase.

Al rato vinieron los demás compañeros. Durante esa clase intercambié algunas bromas con ella, intenté de alguna manera lucirme con todo lo que sabía y por momentos lancé miradas ardientes, a las que ella devolvía con la misma intensidad, todo esto con el disimulo debido, claro está. Las clases siguientes fueron similares. Cada vez íbamos subiendo más la apuesta uno contra otro. Las charlas nuestras eran las largas al final de la clase; me quedaba minutos haciéndole preguntas, lanzando más miradas penetrantes tratando de cautivarla todo lo que pudiera. Incluso una vez la saludé con dos besos. La primera vez fue más bien formal: un simple beso en el centro de su mejilla derecha. Luego, me disculpé y le dije que me había quedado una duda, que no tardó en evacuar. Cuando realmente me iba, simulando apuro, le di un beso, esta vez casi en el ángulo de su boca y eso que ella no giró su cara en absoluto. Me di vuelta para caminar hacia escaleras cuando un ruido de otra clase me desconcentró, haciendo que mirara hacia el costado de donde venía tal sonido. En el momento, noté cómo mi profesora, que aún me veía por estar la puerta del curso abierta, me estaba mirando el culo.

En la semana siguiente, las cosas siguieron igual y con algo más de intensidad. Esta vez, cuando nos despedíamos fui el último en irme —a propósito, obvio— pero sin darle un beso, como solía hacer últimamente.

Casi al llegar a la puerta me acordé y me pareció mal perder esa especial costumbre. Me detuve, volví sobre mis pasos y la miré mientras caminaba nerviosamente hacia ella. "Perdoname, me olvidé de saludarte" —dije con tono de disculpa. Me miró con cara de no importarle que me hubiera olvidado mientras largó una sonrisa. Cuando me ofrecía si mejilla la esquivé para que mis labios chocaran contra los suyos, que recibieron a los míos con sorpresa. Nuestros labios quedaron juntos por eternos segundos sin movimiento alguno, hasta que los míos saborearon los de ella sutilmente, desplazándome de abajo hacia arriba, lamiendo dulcemente para terminar con un pequeño mordisco al labio inferior. Me fui sin decirle nada.

Lo mejor llegó en la próxima clase. Yo generalmente estaba en el lugar cinco minutos antes de horario de comienzo, mucho antes de que viniera cualquier compañero, que siempre llegaban tarde. Esta vez llegué entre doce y diez minutos más temprano. Me fastidié mucho por querer ser tan puntual. En ese momento tendría que esperar bastante hasta comenzar la clase. Para sorpresa mía, ella ya había llegado. Sabía que ella por vivir lejos y tener que viajar tanto, por lo que nos había contado, solía llegar puntualmente.

En el piso estábamos solos, muy solos. Ni siquiera los alumnos de otros cursos habían llegado. Las puertas de los cursos siempre estaban abiertas. La saludé con un beso lascivo que ella correspondió con más entusiasmo que yo. Entramos al curso, que por estar la mañana muy nublada, casi a punto de llover y por la humedad los vidrios estaban empañados, sólo la oscuridad nos recibió en aquel salón. Ella quiso prender la luz, estirando su mano hacia el interruptor pero la detuve retirándola para ponerla en mi trasero. Dejó caer su cartera al piso y se sacó la campera. Yo la abracé por la cintura y la besé desesperadamente. Ambos sabíamos que íbamos contra reloj. En cualquier momento llegarían los demás. No hay nada que me caliente más que estas situaciones de apuro. Cerramos la puerta mientras seguíamos deleitándonos con besos obscenos y lenguetazos salvajes. Manoseé bruscamente su abultado trasero por varios minutos. Me calentaba mucho esa mujer y la situación. No aguanté mas y le desabroche el pantalón, lo bajé de un tirón junto con su tanga azul y empecé a lamer su raja húmeda. Se excitó más que nunca cuando saboreaba su rico clítoris, que cada vez se lucía más apetecible. Me preguntó si tenía preservativo, en un tono gimiente. No le contesté, yo seguía chupando su vulva, alternado con mi dedo índice juguetón.

Se hacía la hora, no quedaba más tiempo. No hizo falta jugar con mi pija. Estaba más que erecta, muy lista para entrar en acción. Me calcé el preservativo mientras ella se sentó en el escritorio con las piernas bien abiertas. La penetré en un solo movimiento, hasta el fondo, excitándome muchísimo y ella también. La embestí una y otra vez escuchando sus ahogados gemidos, con sus brazos alrededor de mi cuello y sus piernas alrededor de mi cadera abiertas para recibirme con deseo. Rápidamente acabé dentro suyo volcando mi leche caliente. Ambos sobre el escritorio permanecimos excitados algunos segundos. Después pusimos todo en orden.

En cinco minutos fueron llegando mis compañeros a quienes iba saludando con mis mas fingida cara de dormido.

FIN