La nueva esclava conoce el entorno (fragmento)

Traducción de un fragmento de la novela "Esclavos de la Venganza" ("Slaves of Vengeance", de Reece Gabriel) ofrecido libremente por PF

Esclavos de la venganza (fragmento)


Título original: Slaves of Vengeance

Autor: Reece Gabriel (c) 2002

Traducido por GGG agosto de 2004

Una muchacha estaba arrodillada en el lado opuesto a Rainier, con la cabeza a sus pies.

"Simia," dijo él con alegría indisimulada.

"Vuestra chica os ha fallado, mi señor," canturreó la putilla.

La mano de Gustav estaba en su cabello, jugando alegremente. Ella era de piel morena, esbelta y bien formada. Su atuendo, lo poco que yo podía ver desde mi ángulo, consistía en un collar de metal brillante y un trozo de tejido metálico que colgaba en medio de sus exuberantes nalgas como un taparrabos. Estaba enganchado a una cadena, en la cintura de la muchacha. También tenía franjas plateadas en ambos tobillos. La espalda desnuda, salvo una exuberante selva de pelo negro y también así, supuse, estaban sus pechos.

Un escalofrío me recorrió la médula cuando vi las marcas, oscuras e inflamadas cruzando la zona lumbar y las nalgas. Ningún cinturón había hecho eso; la preciosa y pequeña Simia había sido flagelada.

Rainier también lo notó. "¿Has sido una chica mala, Simia?"

"Sí a mi señor le place," replicó, la cabeza todavía enterrada en los cojines, "Simia es una chica torpe."

"¿Qué es lo que ha hecho Simia?" preguntó, claramente divertido ante el despliegue del cuento de la humillación de la mujer.

"Si a mi señor le place, Simia derramó la bebida de un cliente ayer."

"En ese caso, Simia se fue bien librada."

"Sí, mi señor."

"En los viejos tiempos," me dijo Rainier sin darle importancia, como si fuera una acompañante ordinaria y no una muchacha medio desnuda, trabada, de rodillas delante de él, "una esclava torpe podía perder una mano o un pie por tal ofensa. ¿No es cierto, Simia?"

"Sharif era un hombre fuerte, mi señor. Es el amo de todos los esclavos."

"Sharif Omar, Danielle, era un cacique del desierto, un hombre cruel apreciado en sus tiempos por su genio. Sin embargo hay alguno que todavía busca seguir sus pasos. ¿Es correcto, Simia?"

"Sí, mi señor."

"Me gustaría tomar el estofado de cordero, Simia."

"Sí, mi señor. ¿Le gustaría a mi señor alguna otra cosa esta noche?" Su tono era juguetón y seductor. Inclinándose hacia delante, tocó con la lengua la parte trasera de los zapatos de Gustav, sugiriendo con su lamida otras acciones más sensuales.

"Simia tiene una boca excepcional," comentó Rainier, como si la muchacha no estuviera presente. "Es una felatriz exquisita."

"Gracias, mi señor."

"Simia, esta es Danielle."

La muchacha se sentó en un solo movimiento, fluido, uniforme y con gracia. Se me cortó la respiración de forma audible cuando vi la cadena que unía sus pezones perforados. Del centro colgaba otra cadena, ésta se extendía hacia abajo, hacia sus muslos separados. Un anillo, como los de los pechos, estaba enganchado a sus labios vaginales, perforando el superior, la delicada carne retorcida por el metal relumbrante. Un trozo de tejido metálico colgaba de la cadena de su cintura, cubriendo, pero sin ocultarlo, su chocho en pétalos.

"¿Es vuestra nueva esclava?" preguntó Simia, agarrándose las manos tras la espalda aunque no estuvieran atadas.

Rainier miró distraídamente las piernas muy separadas de la muchacha; no había duda de que el sexo de la chica estaba preparado y disponible para él. "Sí; su entrenamiento empieza mañana."

Me inundó la incredulidad. ¿Había dado mi acuerdo a semejante cosa? ¿Y qué significaría para mi vida cuidadosamente regulada, para mis ambiciones? Seguramente todo era algún tipo de broma; si parpadeaba todo se desvanecería y estaría de vuelta en mi piso pobremente amueblado con mi compañera de habitación, la famélica modelo Julia.

"Está gorda, mi señor." Los ojos de Simia se habían clavado en los míos, crueles y felinos. Aparentemente mi estatus de compañera esclava significaba que Simia no tenía necesidad de tratarme con respeto.

"Su cuerpo es adaptable," se encogió de hombros el hombre que acababa de anunciarse como mi amo.

Simia arqueó la espalda y levantó las caderas. "Utilizad a Simia en su lugar, mi señor. Simia os dará mucho placer."

Rainier tiró de la cadena de los pezones, la que estaba enganchada por una segunda cadena a un anillo en el chocho de Simia. Sin cambiar de postura se acercó ligeramente hacia él, una puta dispuesta.

"Eres una monita descarada, Simia. Debería haberte azotado por tu insolencia."

"Sí, amo." Su respiración se aceleró. Algo lejano e indefenso le sobrevino a los ojos. "Simia suplica al amo que la azote."

La silenció con sus labios. Fue en beso rudo, una violación de la boca de la muchacha. Ella se dejó ir, pidiendo más. Podía sentir como se formaba la humedad entre mis propias piernas. Estaba mortificada y aún así deseaba, más que cualquier otra cosa, ser aquella muchacha, aquella esclava prácticamente desnuda y sin derechos en su posesión.

"Tengo hambre, Simia." Rainier la empujó bruscamente lejos de él.

"Sí," dijo con voz ronca, una masa estremecida a sus pies. "Mi señor."

Simia se puso a cuatro patas. La cabeza hacia el suelo, echó a correr hacia atrás, unos metros antes de ponerse en pie y correr hacia la cocina. Mis ojos absorbían cada uno de sus movimientos.

Rainier me puso la mano encima, dentro de mí. "Estás excitada por esto."

Aparté la cabeza, intentando negarlo. "No... Yo... Por favor..."

"Quiero que te corras en mi mano," dijo sin darle importancia, poniendo la copa en mis labios con la otra mano.

No tenía más opción que abrir la boca y tomarme el vino. Resultó caliente en mi garganta, robusto y ardiente. Lo que no pude tragar se me escapó por las comisuras de mis labios y se deslizó por el tronco de mi cuello. Mancharía el vestido, pero no parecía importarle a Rainier. Ni a mí; estaba demasiado ocupada por el orgasmo, bajo los espasmos provocados por el asalto de su cobarde dedo sobre mi clítoris expuesto.

Podía escuchar sonidos a mi alrededor. El ruido me recordó que había otra gente aquí, aunque apenas lo había notado a mi llegada. ¿Me estaban observando, excitándose con mi humillación? Me asaltaban oleada tras oleada; no podía contenerme. Tomó lo que quería de mí; mi corazón, mi alma. Después, cuando los músicos empezaron a tocar, hizo que le lamiera mis jugos de la mano.

Una serie de exquisiteces que olían maravillosamente fueron traídas a la mesa. Las sirvientes eran muchachas jóvenes y guapas, desnudas o casi. Todas llevaban cadenas de varios tipos y algunas estaban tatuadas. Las marcas eran llamativas y fuertes y estaban colocadas en sitios íntimos de sus carnes suaves. Una chica tenía una serpiente deslizándose por su vientre y sobre su pecho izquierdo, su boca estaba lista para atacar su grueso pezón rojo. Otra tenía un dragón sobre la cadera y el muslo. Una tercera llevaba la palabra 'slave' (esclava) elegantemente bordada en el trasero.

Cada una se arrodillaba, con la cabeza hacia el suelo, mientras Rainier probaba el manjar ofrecido. Ahora me estaba fijando en una pareja a nuestra derecha, una de las varias mesas llenas que había ignorado al entrar. Un hombre joven, de piel oscura estaba puteando a una mujer, una rubia pechugona de unos cuarenta años. Llevaba una falda roja y blusa y estaba atada exactamente como yo. Tenía la falda abierta y el sostén también. Sus enormes pechos, blancos como la leche, desparramados, indefensos ante el abuso del hombre.

Con la boca abierta, gemía y suplicaba por un trozo de carne clavada en una brocheta. Resultaba muy excitante, sin embargo, y temí que pudiera estar tan hambrienta que hubiera perdido el instinto de conservación. Suficientemente segura, empujaba su seno hacia la brocheta, ofreciéndose para ser escaldada a cambio de un bocado. En cuanto le tocó la teta con la brocheta chisporroteante, gritó de dolor. Él dejó la brocheta un momento, luego le permitió conseguir un bocadito de carne. Noté que en sus pechos había numerosas marcas de quemaduras, indicando que el juego llevaba en marcha un rato.

Riéndose de su sufrimiento el joven vertió algo de vino por su escote y le mordió con fuerza con los dientes en el pezón. Sus gritos se mezclaron con la aguda cadencia de los instrumentos del desierto. ¿Qué, me pregunté, puede hacerla comportarse de esta forma? ¿Estaba realmente tan hambrienta, o tenía él algún otro poder sobre ella?

Fijando la atención justo detrás de ellos observé a un hombre con una larga túnica de estilo árabe, sentado con las piernas cruzadas y palmeando el trasero vuelto hacia arriba de su propia acompañante. Esta estaba a cuatro patas, sin bragas, la falda levantada y la cabeza enterrada en un cuenco del que estaba comiendo con ansia. El hombre tenía un filete en su plato junto con una guarnición de vegetales surtidos, pero la hembra parecía estar comiendo una especie de gachas.

Por encima de mi hombro escuché un grito de muchacha. Justo antes se había producido un sonido silbante y el chasquido del cuero sobre la carne. Aparentemente ella estaba implorando clemencia sin conseguirlo. Intenté imaginármela, desnuda y retorciéndose en el extremo de una cuerda. La imagen me hizo enrojecer con una mezcla de deseo y temor.

"Deberías haber dejado mi oficina, Danielle, cuando tuviste la oportunidad," comentó Gustav, leyendo mis emociones. "Es raro que dé a una muchacha como tú la oportunidad de ser libre; te aseguro que no repetiré la oferta."