La Novia: Reencuentro con mi pasado
Una extraña situacion hace que reviva el oculto secreto de mi primer relacion sentimental y sexual.
La Novia: Reencuentro con mi pasado
Capítulo I.- La Anécdota
Bebiendo tranquilamente con mis amigos en un bar, me paro de pronto de la mesa, camino con rumbo al baño, que se encuentra alejado del salón principal, por el pasillo de la tienda de tabacos y más delante de la revistera. Al salir pierdo unos minutos hojeando revistas y, embobado y mareado, siento la presencia de un extraño que me parece haber visto ya, en el bar primero, en el baño después. Es un tipo enorme, medirá unos 30 CMS. más que yo, muy fornido, tiene la apariencia de un ex jugador colegial de fútbol americano que tras la edad ha echado kilos y se ha aseñorado sin darse cuenta. Con mal disimulada distracción hojea revistas cerca de mí y me mira como si quisiera saber mi peso y medida exacta. Yo simplemente trato de ignorarlo y él se percata de mi intención de no seguir su juego, así que se apronta y me suelta, así nomás, un peligroso piropo. -Oye, tienes un trasero fabuloso- exclama con un gesto que intenta ser normal y ganar simpatía. Yo lo miro perplejo y sin entender aun le pido que me repita lo que ha dicho: -que tienes un trasero fabuloso, creo que sería una excelente esposa en la cama-. Dicho esto, se aleja de mí con prisa. Murmurando algo extraño. Yo no atino sino a simplemente seguirlo con la vista mientras me pregunto qué clase de loco se ha atravesado en mi camino esa noche. Con perturbación regreso a la mesa, dispuesto a guardarme en secreto la experiencia, lo directo de su afirmación me ha asustado y tengo miedo de encontrármelo otra vez, miro disimuladamente entre la gente y lo encuentro bebiendo en pareja con dos mujeres y un hombre. Me atrapa mirándolo y sonríe con seguridad. Nunca he visto a este tipo en mi vida. Qué rayos sucede. Al salir de ahí y por el resto de la noche no podré pensar en otra cosa que su invitación. Mientras duermo, mis sueños toman el descarado tema de la noche. Un enorme tipo me posee mientas yo me le entrego encarnado en una bella mujer. Despierto perturbado y mi compañera se despierta también, interrogándome sobre lo que me sucede, alego que tengo pesadillas y voy al espejo del baño, remojo mi cabeza, veo profundamente mi rostro, soy un hombre de treinta años, maduro, varonil, me encuentro incluso rudamente feo, no hay rastro alguno de feminidad en mi. Por qué me ha sucedido esto a mí.
No ha sido fácil traer mis recuerdos desde tan lejos, desde tan profundo en mi memoria y desde ese lejano lugar en mi inconsciente en los que alguna vez decidí guardarlos. Recuerdos de una vida que creí haber dejado atrás y hoy han regresado con una inusitada fuerza. Los días que hoy describo tienen un matiz de angustia contenida, pues mi condición es muy distinta ahora: soy un profesionista de éxito, casado y con un par de hijos. He pasado además largos años de heterosexualidad compartiéndolos con sensacionales mujeres que han formado parte de mi vida. Y por años, la experiencia que hoy les relato estuvo enclaustrada en mi silencio. Suelo arreglar por mi mismo este tipo de circunstancia tan personales, nada de psicólogos. Entro en mi computadora y me sumerjo a la Internet, seguro hallaré un lugar dónde desahogar mis miedos
El flash back es intensivo, las imágenes retornan mientras viajo por la red, todo está tal cual lo dejé, intacto. Mi recuerdo más antiguo se remonta a los días en que mi madre y yo llegamos a ese barrio, un fraccionamiento en construcción, donde éramos de los primeros vecinos y muy pocas casas estaban habitadas por completo. Recuerdo las largas tardes de verano en aquel frondoso suburbio, rodeado de un breve bosque, que más adelante se integraba a los territorios de un campo de golf. A mis doce años, explorar eso terrenos era mi principal ocupación de tiempo libre y solitario. Hubiera dedicado mi vida a la ciencia, a investigar la vida de los insectos y la transformación de las cigarras y las mariposas. Hasta que llegó Mario a mi vida, un nuevo vecino que comenzó a buscar mi compañía en el desolado barrio, y que pronto se convertiría en mi compañero de habitual de aventuras. Así lo fue hasta que algo comenzó a inquietarlo.
Recuerdo que fue así como me di cuenta de la situación: charlábamos sobre la reproducción de los animales y la preservación de las especies mientras paseábamos por el pequeño vallecito que se formaba entre la colina y el gran cerro, en una grata atmósfera silvestre a la que estábamos muy acostumbrados a compartir y sentir como territorio nuestro, repentinamente Mario trataba de imponerme un jugueteo agresivo, en el que trataba de derribarme sin que yo tuviera tiempo de reaccionar. Dos años mayor que yo, su físico era superior al mío no solo por la edad, sino por una genética que nos hacia muy distintos en nuestra constitución corporal. Mientras que él ya mostraba rasgos de maduración muscular. Yo en cambio, con casi trece años, lucía delicado y fino de formas, bajo de estatura y afeminado. Con una esencia andrógina por la que, con frecuencia, me confundían más con alguna chica masculinizada, que con un chico afeminado. Cuando por fin logró derribarme, se tumbó de inmediato a mi lado y sin más ni más, haciendo alusión al tema, me sugirió con desfachatez: - ¿Y que tal si nos reproducimos, eh?, -¿cómo?, pregunté extrañado y con auténtica inocencia. -Sí, que si copulamos, que si te cojo. ¿No se te antoja que te coja? Mientras decía esto, me miraba de tal forma, que me hizo sentirme incómodamente deseado. Lo empuje para alejarlo de mí mientras bromeaba fingiendo que no lo había tomado en serio. Pero el resto de la tarde ya no fue el mismo despreocupado pasatiempo que desde niños buscábamos en aquel pequeño paraíso, a unos dos kilómetros del fraccionamiento donde crecimos, y del que repentinamente Mario se había autonombrado Adán, y en mi había visto a una posible Eva.
Capítulo II.- Diálogo conmigo mismo
Al regresar a casa, en mi alcoba, el espejo fue el mudo interlocutor de una búsqueda del atractivo que hubiese propiciado la indecorosa propuesta, realmente me enfrentaba poco a mi propia imagen, pues con frecuencia encontraba los marcados rasgos de mi madre, una joven madre soltera, muy atractiva pero metida en el torbellino de una vida ejecutiva como gerente de ventas de una gran compañía que si bien resolvía todas nuestras necesidades materiales, nos distanciaba por largos períodos cuando salía de la ciudad. El espejo me hacia de una belleza inexplicable, asexuada, infantil, pero que no era convincente al mirar mi trasero, redondo y respingado. Mis piernas eran sumamente femeninas, torneadas y carnosas, mi espalda y mis brazos les hacían el juego perfecto. Asumí entonces que no todo era culpa de Mario, que en mi había una capacidad seductora que yo ni siquiera sospechaba. Y que quizás le había envuelto sin desearlo; decidí que no pasaría nada. Simplemente trataría de olvidar todo lo sucedido.
Los días siguientes fue volver a lo mismo: jugueteos para tocarme furtivamente, rozándome el trasero con su paquete, en una clara insinuación de quererme poseer. Yo luchaba con él tratando de ganarle el juego, de derrotarlo en su mismo terreno físico, pero siempre terminaba imponiéndoseme, cargándome en peso con un abrazo que de cualquier forma terminara en un meneo que simulaba estarnos apareando, y luego me soltaba para festejar la broma. Yo trataba de no tomarme en serio sus juegos y de reponerme pronto de la supuesta derrota (a quien se cogen, pierde). Bromeaba también y de inmediato distraía la atención en otra cosa. Pero sé que más de una vez, él se quedaba pensativo sobre si habría logrado excitarme. Mario era aun demasiado tímido con las mujeres y estaba muy lejos de acercarse a ellas, pero su libido estaba ansioso de probar el contacto sexual que no le importaba hacerlo en un buen simulador de conquista, y quien mejor que yo para intentarlo. Yo que era la persona a quien más confianza tenía, él único que sabía le podría guardar un secreto, el único con quien podría estar a solas durante horas sin que nadie lo buscase, y el único trasero que en ese momento pasaba por su cabeza.
Capítulo III.- El Mago y la Doncella
Tengo de esa época un claro recuerdo de cómo fue que empecé a tener fantasías eróticas, a partir de ver una relación de figuras masculina y femenina, en un visible escarceo erótico y lleno del misticismo que el sexo tiene a esa edad. Y esto fue viendo un acto de magia de David Cooperfield, el mago galán que aparecía en televisión. Era un acto sencillo pero lleno de contenido erótico, como lo he explicado. Sobre un hermoso espejo de agua, aparecía Cooperfield, tendría entonces unos 33 años de edad y vestía de negro con una camisa de seda. Parado en la esquina del estanque, del agua salían una cortina de chisguetes de agua, alineados en hilera y con no más de un metro y medio de extensión. Estos delgados chorros de agua tomaban distintas alturas serpenteando la línea imaginaría de sus puntas, y el mago parecía domarlas a su antojo con las manos. Repentinamente aparece en escena una hermosa mujer rubia, de baja estatura pero de formidable belleza, viste un elegante vestido negro y su largo cabello lacio lo lleva liado por una delicada soga, dentro de su dinámica el mago y galán la hipnotiza y ésta cae sobre un dulce sueño, pero al aflojar el cuerpo, éste la detiene en el aire y la hace levitar hasta depositarla sobre aquella línea imaginaria de los delicados chorros de agua. Así el hermoso cuerpo de la joven flota suspendido por las fuerza de los chorros, las partes ligeras caen como colgando de esa suspensión, hermoso cabello rubio caen entre los chorros que sostiene su cabeza, mojándose de inmediato, así como las puntas de su vestido y el mago haciendo uso de su dominio sobre los chorros hacen que el cuerpo se contorsione al ritmo que le marque. La espalda de la chica se arquea deliciosamente ante el simple ademán del mago, sus piernas suben por las rodillas dejando colgar sus deliciosas pantorrillas enfundas en medias negras, sus hermosos muslos quedado al descubierto con los bamboleos de su cuerpo dormido, con un ademán supremo, los chorros del centro suben arqueando su espalda y dejando ver el hermoso perfil de la chica, sus protuberantes glúteos que se dibujan en el entallado vestido. Luego los chorros la mantenían quieta, horizontal, después el ilusionista la cubre con manto y solo se percibía el dibujo de su perfil y los chorros el mago hacia unos además y sugería que el cuerpo de la chica pasaba mágicamente a una cajita, rápidamente recogía la manta y la sorpresa era que ya no estaba ahí, desaparecía dejando únicamente los chorros alineados, abría la cajita y de ella aparecía una gatita blanca, la cual sostenía con delicadeza y besaba mientras la mostraba a la cámara. Tuve mi primera excitación ante esta imagen. Así debía ser el sexo: mágico, una relación en que uno hace flotar al otro, en que una figura debe poseer a la otra dentro de su encanto, y a su vez, el seductor ser seducido por la entrega del primero. Uno debía dominar al otro ser que se entrega a los deseos del primero, eso era erotismo. Incomprensible magia y seducción.
Cuando pensaba en eso, entonces Mario era el mago y yo la doncella, él trataba de adormilarme en el discurso de su deseo sexual: "copulemos, reproduzcámonos, déjame cogerte". Yo la doncella que caía seducida y trasformada, bajo los chorros de su deseo. ¿Debería de entregarme a esa magia? ¿Debería aceptar el rol de seducción y ser esa chica hipnotizada? Miraba mis piernas torneadas y firmes, me gustaba su apariencia y sentía que podía ser un cuerpo de igual belleza, más aun si ésta radiaba a la luz del deseo de un hombre. Mis fantasías empezaron a ser un agente perturbador, cómo lucirían mis piernas enfundadas en medias, cómo mi cuerpo en un vestido semejante me sonrojaba de imaginarlo y trataba de pensar en otras cosas.
Capítulo IV.- Los Dibujos
La situación empeoraba a mí alrededor, o quizá mejoraba; el caso es que cada vez más hombres me veían con una intención más femenina cada vez. Y eso era bastando que me vistiera como aquel el verano del 88 lo exigía con su atormentante calor. Unos shorts ajustados y playeras ligeras y era suficiente para que uno que otro silbido saliera la pasó por los albañiles que trabajan en las casa aledañas en construcción, cuando se daban cuenta que era yo un chico, algunos simplemente reían pero otros demostraban abiertamente que su libido podría perdonar ese pequeño detalle y demostrar su hombría con un chico. Yo simplemente trataba de no hacerles caso. No niego que en ocasiones me halagaban sus confusiones. Otras veces me ponían en serios aprietos e incomodas situaciones. Como un la de un torpe tendero que no podía disimular su deseo aun frente a otras personas que asistían a su tienda. Yo lo hacia por necesidad pues era la única miscelánea en aquel apartado barrio; el torpe hombre se embobecía devorándome el trasero con la vista y más torpe se veía intentando sacarme una plática sinsentido y con una inadecuada galantería. No faltaba tampoco los libidinoso que en el autobús que tomaba para regresar a casa se paraban detrás mío para toquetearme mientras fingían desequilibrios. Mario se percataba y más de una vez ocupó ese lugar con un cierto celo protector que me halagaba y me hacia sentir extraño. Pero quería darle más la interpretación de un hermano mayor que la de un galán celoso.
Cierta ocasión, Mario me mostró unas revistas pornográficas que había conseguido, las tenía ocultas en la parte trasera de su casa, fuera del alcance de sus padres o de su hermana mayor, una enorme y gorda chica, que sufría de cierto desprecio por sus padres, pero que solía ser una especie de cómplice en las vanidades de Mario. Las revistas eran por demás explícitas, y particularmente le excitaban las que mostraban relaciones sexuales de parejas. Nos emocionábamos y reíamos viendo cómo un hombre debe de poseer a una chica. Estaba muy alejaba de mi idea del mago, las chicas parecían mostrar gestos disímbolos en los que lo mismo parecían sufrir que gozar, ¿por qué sufrían su gozo? Quizá por los enormes falos de sus amantes, quizá por la fuerza que estos imprimían a la penetración, quizá por que el sexo era una derrota femenina que debía ser aceptada con gozo. Luego vino un video en el que observamos cómo, entre alaridos, un verdadero semental negro poseía a una diminuta rubia californiana, ella le lamía su casi perfecto cuerpo de ébano, y él excitado, la obligaba a mamar su miembro en un desatinado videohome sin más guión que el de un esclavo negro que harto de maltratos, viola a su ama blanca. La alegoría era casi perfecta para la fantasía: Mario harto de mis desprecios, no tiene más opción que violarme, que poseerme contra mi voluntad y contra la naturaleza de nuestro sexo; vencido por su fuerza física, no tengo más remedio que de entregarme para no salir lastimado. Mario goza castigándome sexualmente mientras yo grito alaridos de excitación y dolor
Espabilado de mi sueño despierto, Mario me hace preguntas sobre lo que vimos, le interesa saber si me ha gustado y si alguna vez he sentido deseos de tener sexo. Le respondo que naturalmente que si. ¿Cómo sabrás si estás listo para tener una experiencia así? -No lo sé- le respondí- sólo sé que me gustaría sentir algo más que deseo, quizás amor, por esa persona con quien tenga mi primer relación. Él se quedó profundamente ensimismado. No hicimos más comentarios del tema. Al día siguiente, cuando regresábamos del colegio, me dijo que tenía un regalo para mí, y me otorgó una carpeta de dibujo, un block bastante grueso y anudado por las puntas para no ser abierto. Los he hecho yo mismo, es importante para mi que los recibas, pero debes verlos por la noche cuando estés solo y escóndelos donde nadie pueda verlos; ese último comentario me extrañó pues Mario era un excelente dibujante y difícilmente no querría que alguien viera sus dibujos. Eran muy bien hechos y expresaba sus ideas con la facilidad que no tenía con las palabras. A pesar de esto, le obedecí y guardé la libreta en mi mochila, al llegar a casa, y enterarme que mi madre no regresaría por la tarde, me dispuse a llamarlo, pero me dijo que ese día no nos veríamos para pasear o ver películas, sino que simplemente quería estar solo y era necesario que yo viera los dibujos.
Saqué la libreta de la mochila, me tiré con ella en la cama para estar a gusto y tan pronto abrí la primera página mi sorpresa fue mayúscula. El primer dibujo era un retrato mío, excelentemente trazado pero una ligera variante: lucía un primoroso vestido. Ajustado del talle y ampón de la falda, lucía mi rostro acentuado de los rasgos feminizados, pestañas más largas, cabello enrulado, en pose delicada, labios marcados, pequeños pechos. Era una perfecta versión femenina de mí. Los siguientes nueve dibujos eran los mismo, pero con distintas prendas, diminutos shorts, vestidos de noche y hasta en el uniforme que usaban las chicas del colegio. La sangre se agolpó en mi cabeza, era evidente ya que Mario no me veía de la manera correcta. Sufrí de un mareo y sentía mis pómulos ardiendo, mis piernas temblaban y mis manos sujetaban con dificultad la carpeta, pero aun faltaban unos quince dibujos más. Continué mirando. Los siguientes lo decían ya todo: Aparecíamos los dos en tiernos abrazos en los que él era la figura masculina y yo la femenina, la mayoría de las veces expresábamos pena de estar -por fin- abrazados pero contentos. Más adelante, los dibujos subían del tono romántico al sensual y así hasta llegar a explicitas posiciones sexuales en las que Mario me penetraba por el ano mientras el gozaba, en mi se denotaba aquella expresión de las chicas del video, una mezcla de placer y sufrimiento. Temblando, seguí su consejo de guardar la carpeta en un lugar seguro, y confuso y excitado, me preparé para una de las noche más largas de mi vida.
Al día siguiente no lo vi al regresar a casa. Comí y dormí una siesta tratando de reponer las horas de sueño. Desperté casi al caer la tarde, mi madre ya estaba en casa y gritó desde el primer piso, -Baja, te busca Mario-. Me levanté de un brinco y me miré en el espejo, quería lucir bien, pero no lograba quitar ese aspecto adormilado de mi cara, no me resigné. Así que me cambié la pantalonera por un shortcito de franela gris, me puse un suéter largo y los tenis, lucía casual y cómodo, bajé a torpemente la escalera, cuando lo vi, departía alegremente con mi madre con mucha confianza, como si lo hiciera con una muchacha. Me integré a la platica mientras mi madre nos invitaba a merendar con ella, la charla fue divertida y entretenida, no me dio ocasión a sentir pena con él, tras de su reveladora visión. Reímos con mi madre y más tarde ella se retiró a su cuarto despidiéndose de nosotros pues se disponía a bañarse y retirarse a dormir, aconsejándome no me desvelará y que pasáramos un buen rato. Él se despidió con la galantería de un yerno, que se queda con la novia asegurando que le dejan en buenas manos. Lo invité a pasar al cuarto de televisión y al caminar detrás de mí, podía sentir la fuerza de su mirada en mis glúteos. Nos tumbamos en un sofá sin hablar durante unos minutos. Mirábamos la televisión con evasivo disimulo, lentamente jugábamos el rol de pretendida y pretendiente. Me sorprendí de la naturalidad con que podía darme a desear. Coquetear cruelmente cruzando mis piernas, mostrando mi trasero al pasar a su lado para traer refrescos o palomitas. Sonreírle ya con filtreo y coquetería propias de una chica, eso lo encendía, lo veía en sus ojos, en sus actitudes, en su mal disimulada manera de ocultar su erección.
Capítulo V.- El Juego
El juego era tácito, mi actitud durante el día era ocultar mis ansias por verlo, y así, transformarme ante sus ojos. Me sentía confuso pero bien, eso se reflejaba en mi inconsciente y en ciertas conductas involuntarias en mí, que aunque no eran afeminadas, si eran de rol. Cambiaba discretamente mi conducta. Pero en mi persona empezaba a radiar una feminidad evidente. Cada vez la mirada de los hombres penetraba con más fuerza en mí. Más silbidos musicalizaban mi andar, los piropos indecentes en las calles eran más frecuentes. Y uno que otro se atrevía a soltar alguna audaz propuesta o a intentar tocarme. Sobre todo, como ya lo decía, en los autobuses. Yo empezaba a fijarme más en las chicas, no tanto por algún interés directo en ellas, sino por tratar de aprender de sus modos de andar, de sentarse, de comer, de hablar, todo lo absorbía con intenso interés. Me encantaba observar a las chicas dulces, de buenos modales y de gestos angelicales, de andar cadencioso y elegante. Y su ropa, su manera de vestir, encontraba cada vez más encantadoras sus prendas. Y sonreía pensando hacia mis adentros en cómo sería ser una chica completa ante los ojos de Mario
Cierta ocasión llegué a buscar a Mario a su casa, pues así me lo había pedido en la mañana. Abrió la puerta la enorme y regordeta hermana, quien con su habitual buen humor que manifestaba siempre que no se encontraran sus padres, me invitó a pasar con la alegría de quien espera la visita. Yo ya la conocía bien, y aunque a veces me desesperaba su torpeza, me agradaba su interés por mi y mi amistad con Mario. De cierto modo insinuaba que lo nuestro era ya casi un noviazgo. Pasé a una salita de TV donde ella me ofreció de beber una limonada y comenzó a hacerme charlar amenamente, mientras esperábamos a que Mario apareciera. Conversábamos la afinidad de viejas amigas y aun que pasaba el tiempo Mario no llegaba, Ella acariciaba mi cabello halagándome Oye qué negro y lacio es tu cabello, si lo tuvieras más largo se vería precioso- se paró y regresó con un cepillo, comenzó a cepillarme el cabello mientras me lo acomodaba en distintos peinados- qué blanca es tu piel- repetía. Comencé a sentir pesados los párpados, y sin darme cuenta, me quedé dormido.
Cuando desperté todo era confuso a mi alrededor, el enorme rostro de Claudia me miraba con una rebozante cara de satisfacción -¡estás lista!- decía visiblemente emocionada, yo me levanté torpemente con un ligero dolor de cabeza y una rara sensación en el cuerpo, era como si la ropa me ajustara de manera extraña. Estaba descalzo pero al ver borrosamente mis pies los encontré enfundados medias negras. Caminé con desequilibrio guiado por la regordeta mano de Claudia, quien hablaba y hablaba haciendo todo aun más confuso, ella era enorme, más alta aun que Mario, y con tres veces mi peso, así que me movía en facilidad, por el cuarto, guiándome hacia un enorme espejo en un vestidor del cuarto en que ahora nos encontrábamos, un poderoso perfume dominaba el ambiente y mis ojos aun no lograban enfocar nada, alrededor de mis ojos sentía un líquido pastoso que hacia difícil parpadear. Adormilado aun, sentí en mis labios la punta cremosa de un labial que Claudia hacia repasar sobre mi. Cuando logré espabilarme, estaba ante una hermosa chica, de unos 14 ó 15 quizás, con un hermoso trajecito entallado y medias negras, una hermosa falda roja y chalequito del juego, un saquito encima de todo le daba el toque de buen gusto que hacia más extraordinaria su presentación. Ligeramente maquillada, y un peinado que de plano le ponía el toque de vanguardia ochentera, pues relamido lacio le daba un toque "simply irresistible"de moda.
No podía salir de mi asombro, tanta belleza, tanta dulzura, era yo. No podía despegar mi mirada del enorme espejo que tenía ante mis ojos, -¿qué haz hecho Claudia? ¿Qué me haz hecho?... Ella sólo reía con euforia ante algo que ya consideraba su obra de arte y reflexionaba Lo que no tengo son zapatillas de tu talla, fue fácil calcular tus medidas, pero de tus pies si tuve dudas, pero lo arreglaremos ya verás- Yo sentía que una rara energía invadía mi ser. Una mezcla de vergüenza y satisfacción, lentamente comencé a auto examinarme y ver que tan bien lucía. Mis piernas eran sensacionales, verlas así me excitaba y me hacía sentirme orgulloso. Mis caderas lucían delineadas y mis glúteos resaltaban de manera exquisita. Noté que incluso portaba un corpiño y una boxercito de elástico ajustado. Qué buen gusto tenía la enorme gorda, increíble para su manera de vestir, era de lo más descuidada y desaliñada. No era creíble que ella fuera quien realizó tan perfecta trasformación. -¡Deja que Mario te vea y se va a volver loco! Y salió corriendo a buscarlo, -¿qué? ¿ya llegó?- dije sin saber dónde esconderme y quise desvestirme de inmediato pero no sabía por dónde empezar pues no veía mi ropa cerca, además, me dolía deshacer tan buen trabajo, y hacer desaparecer a esa chica tan hermosa que estaba personificando.
En eso entraron por la puerta del cuarto, revoltosamente, mientras ella le cubría los ojos con una mano y con la otra lo guiaba hacia donde me encontraba, apenas atiné esconderme tras del marco de la puerta del vestidor. Mario preguntaba por esa sorpresa que teníamos preparada para él, yo pasaba saliva del miedo de verlo. Claudia destapó sus ojos y me pidió que apareciera ante ellos. No tenía salida y tímidamente di un paso a fuera. Ya no me quedaba de otra que confiar en mi buena imagen y adoptando una pose de niña apenada lo saludé con gracia. Hola- y sonreí bajando mi vista. ¡Wow!, exclamó Mario aprontándose a tomarme de la mano y acercarme para verme bien.
Sentí que me desmayaría en sus brazos. Me hizo girar para verme mejor, y yo solo sentía agolparse aun más la sangre en mi cabeza. -¡Wow! Te ves increíble, Claudia tenía razón, era cuestión de darte un empujoncito-.Yo escuchaba, completamente perplejo, lo que me decía Ahora si, nada te impedirá ser mi novia, ¿no lo crees?- me dijo. Me ruboricé de inmediato y tuve que sentarme para asimilar lo que me estaba sucediendo. Se sentó a mi lado y de inmediato intentó abrazarme, y por auténtico reflejo me aparté. Mario, confundido, creyó que era cuestión de una falta de formalidad, Así que de inmediato me dijo -OK, creo que es necesario hacerlo de la manera correcta, ¿quieres ser mi novia?, prometo darte todo el cariño que te mereces y hacerte muy feliz, chiquita - yo comencé a balbucear. -Pero, Mario, yo es que no sé, yo y en eso, sin dejarme seguir hablando, me tomó por la nuca y me pegó a sus labios, yo sujeté su rostro con ambas manos con la intención de retirarlo, pero al sentir la calidez de sus labios, la fuerza y pasión con que me besaba, al sentir su otra mano sujetándome de la cintura y atrayéndome hacia él, fue irresistible y me entregué a ciegas a su beso. Por mi cabeza pasaron cientos de imágenes que hacían pensar que tarde o temprano esto iba a suceder, cientos de detalles en los que Mario por una u otra razón buscaba tocarme, acercar nuestros rostros, acariciarme. Mientras me hundía en las nuevas sensaciones de ese beso, sólo advertí la enorme figura de Claudia bailando por el cuarto, mientras en el enorme espejo se reflejaba nuestra imagen como la de dos hermosos novios declarando su amor. Yo me entregaba y en mi cabeza seguían las imágenes revoloteando sin cesar. Entonces, ¿soy gay? No me interesa ser gay, quiero ser la chica de Mario, eso quiero ser. Me imaginaba conversándolo con mi madre, ¿aceptaría mi relación? No. Definitivamente no. ¿Y en la escuela? No, no, no. Nadie debía saber de lo nuestro, nadie más de los que estábamos en el cuarto debía saber lo nuestro. El padre de Mario lo mataría de enterarse. ¡Diablos!, en que peligrosa situación nos habíamos metidos, pero que delicioso es este primer beso que mis labios recibieron de labios algunos en toda mi vida.
¿Esto es un "si"? Preguntó apenas nos separamos. Yo tornee los ojos y sonreí, asintiendo con la cabeza, -sólo sé paciente conmigo, por favor- dije. -claro chiquita, dijo dándome besos breves y acariciándome las piernas visiblemente emocionado de ya tener ese derecho. Habrá que ponernos de acuerdo en algunas cosas, le decía cuando entró nuevamente al cuarto Claudia, asustada y gritando que estaban llegando sus padres a casa. Corre, escóndete en mi cuarto, me dijo Claudia y de inmediato la obedecí, en la noche escaparas por el patio.- Así lo hice.
Obscureció y tuve que acomodarme a dormir con Claudia, imposibilitado de moverme de ahí. Ella se acostó a mi lado, y comenzamos una conversación en susurros, en la que me contaba lo emocionadaza que estaba, me dijo que ella me ayudaría a lucir cada vez mejor y a comportarme como una verdadera chica. Paradójico, considerando lo poco femenina que ella era. Me dijo que me conseguiría más ropa y zapatos. Me sentí como hermanita menor, como muñeca de un juego macabro, seguían confuso y la cabeza me daba vueltas, no dejaba de pensar en los besos de Mario y en lo que la vida me deparaba, así con estos pensamientos y las interminables charlas de Claudia, me dormí cobijado en su enorme abrazo.
Capitulo 6.- El noviazgo
A partir de ese día viví tres meses de intenso noviazgo. La semana trascurría sin muchas novedades, tratábamos de no vernos al salir de la escuela, pero ocasionalmente nos topábamos en el autobús y era muy agradable verlo, me ruborizaba su sonrisa, sus leves caricias a escondidas, el resto de la tarde ya no nos veíamos. Acaso charlábamos por teléfono y me decía con cuántas ganas deseaba que llegara el viernes, el día que seguramente nos veríamos como pareja completa, es decir, yo travestido en chica y el dueño de mí. Acordamos ese día por que era el día que mi madre regularmente se quedaba fuera de la ciudad atendiendo las sucursales -y que me imaginaba, se queda con su novio fuera, por lo que nunca perdía esa oportunidad- y no regresaba sino hasta la noche del sábado o a veces hasta el domingo en la mañana. Por lo que me permitía quedarme acompañado de Mario hasta tarde o quedarme en su casa.
Finalmente llegaba el viernes, y después de dormir la siesta después del colegio, esperaba a que llegara Claudia, ella arribaba con una enorme maleta y poníamos manos a la obra, lo disfrutaba con entusiasmo adolescente pero con un cierto complejo de culpa.
No dejaba de perturbarme la idea de que simplemente me estaba sentenciando a una vida gay. Trataba de no pensar en el futuro y vivir intensamente el presente. Cuando terminaba su labor, Claudia se dedicaba a contemplarme durante un rato, y me enseñaba trucos de coquetería que seguramente ella nunca había usado. Me ayudaba a practicar el andar sobre tacones, el sentarme y pararme, a auto maquillarme, lucía tan convincente cuando ya estaba trasformada que decidimos rebautizar mi identidad femenina.
-Ok, Te llamaremos Michel. A las dos semanas era ya una chica en toda la expresión de la palabra, y me tentaba la idea de salir a la calle en mis ropas femeninas para probar lo convincente de mi imagen. Imaginaba a los chicos del camión o al tendero de la esquina verme trasformada, fantaseaba mordiéndome los labios, verlos locos de lujuria, pero muertos de envidia de verme de la mano de Mario.