La novia de mi hermano (3/3)

Tres noches lábiles.

Después de mi primera noche con Teresita, vinieron otras dos similares. La primera fue todavía en el pueblo de mi abuela y la última en mi casa de la ciudad.

  • ¿Vamos a ir el domingo a la fiesta? -me preguntaba Teresita.

Ese domingo iniciaba en el pueblo la fiesta de verano que duraba cinco días. Iniciaba el domingo, terminaba el jueves y Teresita planeaba ir todos los días.

  • Pero vas a ir con mi hermano, ¿no?

  • No -respondió-, quiero ir contigo; además ya te vas a ir.

Y como lo quiso Teresita, ese domingo fuimos juntas. Al llegar al centro del pueblo, que era donde se hacía la fiesta, me sorprendió ver la cantidad de gente que se reunía por una simple fiesta. Yo me sentía cohibida entre tantas personas, pero eso no impidió que en el transcurso de la noche me hiciera amiga de los amigos de Teresita.

  • Ya vámonos -me decía Teresita.

  • No, yo no me quiero ir -le respondía con suplica.

Me la estaba pasando tan bien que solo pensaba en quedarme ahí toda la noche.

  • Una hora más y nos vamos -me advirtió Teresita por último.

Yo asentí feliz y seguí conversando con las demás personas. Y mientras yo socializaba, Teresita bailaba con uno de sus primos. No recuerdo cuánto tiempo pasó, pero estoy segura de que fue más de la hora.

  • Ahora sí ya vámonos -me volvió a decir Teresita.

Esta vez no me resistí y nos despedimos de todos. Fuimos a su casa y Teresita le dijo a su mamá que la acompañara a dejarme a la mía, porque ya era noche para ir sola. Me fueron a dejar y cuando estuve en mi habitación, me sentí tranquila. Sabía que Teresita se había ido con su mamá y que con toda seguridad no tendría problemas. Y si Teresita estaba bien, yo también lo estaba.

El lunes en la mañana le dije a mi abuelita que también saldría esa noche, pero no me dio permiso. Le dije a Teresita y dijo que igual iría.

  • Está bien, diviértete -dije con resignación.

El día pasó sin ninguna novedad. Esa última semana yo ya no iba a trabajar para la abuela y Teresita tenía algunos días libres. Hasta mi abuela entendía la demanda de esa fiesta secular.

El martes en la mañana desperté por el sonido del timbre de la entrada. Esperé para ver si alguien abría, pero nada. La campana suene y suene, y nada que atendían. Me levanté de mala gana y fui a ver quién era. Y vaya sorpresa, era Valeria, la hermana de Teresita con un tipo de los del café. Los miré con detenimiento y fue entonces cuando me di cuenta de que ninguno de los dos había llegado a su casa y que aún estaban ebrios.

  • Qué noche, eh -exclamé luego de verlos un ratito más.

  • Sí, ehh… ayer Vale no llegó a su casa -comentó el chico.

Hizo una pausa y lo miré esperando a que siguiera hablando, pues imaginaba  por dónde iba.

  • ...y no puede llegar así hoy.

  • Sí, bueno, me imagino.

  • Y yo me tengo que ir a trabajar -continuó, y con lentitud preguntó:- ¿se puede quedar contigo?

No me pude negar. Sabía lo que era no llegar a la casa y estar en ese estado en la mañana cuando se supone que el jolgorio había pasado. La hice pasar a mi habitación y le dije que yo me iba a dormir otro rato, que ella intentara lo mismo. Me acosté en la cama y cerré los ojos pretendiendo dormir al menos hasta las once. A los minutos sentí a Vale entrar a la cama y poco después sus manos intentando entrar bajo mi camiseta.

Abrí los ojos y a la vez que quitaba sus manos de mi cuerpo, le decía:

  • Oye, no, qué haces.

Y ella me decía:

  • Andale, nada más tantito.

Luego se acercó más a mí e intentó besarme el cuello.

  • No, Vale, no -dije y me salí casi con prisa de la cama-. Duerme un rato, voy a preparar el desayuno.

Respondió algo y a los segundos se quedó dormida. Me lavé la cara, me cambié y bajé a la cocina. No estaba mi abuela y lo agradecía enormemente. No quería imaginarme qué hubiera pasado si ella le hubiera abierto la puerta a Vale.

Cerca del mediodía Vale bajó y dijo que tenía que irse, que le iba ir horrible en su casa.

  • ¿No te quedas a comer algo? -pregunté-. Ya no tarda mi abuela.

  • No, cómo crees, que no me vea doña Paz -dijo con prisa.

Despedí a Vale en la puerta y casi luego me entró una llamada de Teresita.

  • Hoy tenemos que ir -decía sobre la fiesta- y no hay excusas.

  • Oye, ¿pero no tienes algo más que hacer aparte de andar de fiesta? -le decía-. Puedes leer un libro o una revista o

  • ¿Quieres ir o no? -me interrumpió.

  • Sí -dije con resignación-. Pasa por mí a las siete.

Y ese martes fue mi segunda noche compartida con Teresita. Llegamos a la fiesta y ahí estaban sus mismos amigos de la vez pasada. Me dije que no estaría mal tomar una cerveza, así que me bebí una; luego dije que no estaría mal otra ni otra, así que me bebí otra y otra. La madrugada con los amigos de Teresita y sobre todo con Teresita, tenía un color muy alegre, hasta que a Teresita otra vez se le ocurrió que nos teníamos que ir.

  • No, Teresita, no me quiero ir -le suplicaba una vez más.

  • ¿Ya viste la hora? -exclamaba-. ¡Son las dos de la mañana!

Y a petición de Teresita nos terminamos yendo.

  • Nos vamos a quedar en mi casa -decía y yo solo asentía-. Ya es muy noche para ir a la tuya.

Cuando llegamos a su casa todas las luces estaban apagadas, así que entramos con cuidado de no hacer ruido. Teresita compartía habitación con su mamá. Cada una en una cama individual separadas por un espacio considerable.

  • Acuéstate ahí y no hagas ruido -me susurró.

Teresita todavía tardó unos minutos cambiándose y luego fue a la cama conmigo. La recuerdo entrar suavemente y al instante inclinarse sobre mí para besarme. Me besaba sin pensar en nada, estoy segura, de lo que hacía, porque si lo hubiera hecho, hubiera pensado en su mamá que estaba a nuestro a lado. Pero le seguí el beso con la mente nublada y me dejé llevar por el calor en mi vientre. Y como siempre me sucedía con Teresita, todo advino de prisa y, cuando menos me daba cuenta, se alejaba de mí y me impedía volver a acercarme a ella. Nos besabamos y con rapidez metí mi mano en su interior. La tocaba y ella gemía bajito en mis labios, pero cuando menos lo vi venir, quitó mi mano y me dio la espalda. Me obligó a abrazarla por detrás mientras sostenía con decisión mi mano sobre su vientre, supongo, para no intentar nada más.

No tardé más de un minuto en quedarme dormida. Desperté cuando los rayos del sol iluminaban la habitación y todo estaba en silencio. Miré por encima del rostro de Teresita, que ahora estaba frente a mí, y descubrí que estábamos solas. Aún me sentía confusa por el alcohol, no asimilaba nada y solo podía ver los rojos labios de Teresita. En ese momento recordé que una de las cosas que más me gustaban de ella antes de que me gustara íntegra, eran sus labios prominentes, rojos y como besados por muchos.

Me acerqué mientras aún dormía y la besé. No pensé que Teresita estuviera despierta ni mucho menos que me correspondiera cuando horas antes me había alejado, pero lo hizo.

  • Sabes a alcohol -dijo separándose de mí.

Me reí.

  • Tú también -le respondí.

Nos besamos más y sin esperar nada comenzamos a tocarnos. En esta ocasión tampoco dejé que Teresita me metiera mano porque sentí que me sentiría incómoda. Con suavidad retiré su mano y, para que no me dijera nada, la seguí besando y después acariciando sus lábiles labios. No puedo decir mucho de esta segunda experiencia, porque, deben creerlo, era una recién estrenada. Cuando creímos acabar con lo que sea que hubiéramos acabado, nos quedamos quietas y al rato Teresita dijo que me acompañaría a mi casa para hablar con mi abuela para que no me regañara. Y así fue, me llevó a mi casa, le contó a mi abuela que ya era muy noche para volver y que lo mejor era quedarnos juntas, y después se fue.

Ese miércoles por decisión propia no quise salir. Me quedé dormida casi todo el día y bebiendo agua cada que podía. Al siguiente día jueves, le dije a Teresita que yo iría por ella para ir juntas al último día de la fiesta de verano. Dudó un poco y me contó que había tenido problemas con mi hermano.

  • ¿De verdad? Qué mal Teresita.

Pero igual Teresita terminó diciendo que fuéramos, que a fin de cuentas yo ya me iba. Y ese jueves fue un mal jueves para salir. Pero antes de llegar al fin de esa noche, platiqué con Teresita sobre lo que había pasado un día antes en su casa.

  • Oye -le dije-, ¿crees que tu mamá se haya dado cuenta de lo que hicimos?

Teresita se quedó pensando y dijo que no sabía, pero que no le importaba.

  • Aunque, ¿sabes? -comentó-, yo creo que ya debe saber. El otro día Vale dijo enfrente de mi mamá y de mi tía que yo me besaba contigo.

Y yo me sorprendí.

  • ¿Y ella como sabe eso? -dije de prisa-. ¿Tú le contaste?

Ella dijo que no, pero igual no le creí.

La noche siguió pasando y cuando todo era risas y diversión apareció mi hermano y dijo que nos íbamos.

  • No, yo no me voy a ir -respondí-, y tú no me mandas.

Y él me decía:

  • No te estoy mandando, solo te estoy diciendo que ya nos vamos.

Y yo le volvía a decir:

  • Que no, que tú no me mandas.

Hasta que con la mirada y unas cuantas palabras Teresita me dijo que le hiciéramos caso. Me tomó de la mano y me llevó fuera de todo el ruido. Ahí me solté de su mano y dije que yo me iba por mi cuenta. De idiota se me ocurrió voltear cuando ya iba lejos y los vi discutiendo mientras mi hermano sostenía a Teresita por el brazo. Y como no se me da eso de inmiscuirme en asuntos ajenos, fui de vuelta y le dije que soltara a Teresita. Mi Teresita me decía que todo estaba bien, que me calmara, y yo me calmaba; luego me decía que todo iba a estar bien, y yo le creía que todo iba a estar bien. En un momento Teresita me abrazó y me dio un beso en los labios delante de mi hermano, y él no dijo nada. Y después Teresita y yo comenzamos a caminar hacia mi casa mientras mi hermano iba detrás de nosotras. Cuando ya estábamos por llegar, tomó a Teresita de la mano y le dijo que se iría con él. Teresita no decía nada y yo no sabía qué hacer.

  • ¿Tú te quieres ir con él? -le preguntaba a Teresita.

Y Teresita negaba.

La discusión dio tantas vueltas, arengué contra mi hermano, arengó contra nosotras y al final Teresita decidió que se iría con él. Solo los vi alejarse mientras yo me quedaba con un raro sentimiento en el pecho.

La noche fue cruel. Tenía este sentimiento incontenible por Teresita, no podía dormir y encima ya me iba ese mismo viernes. No tenía idea de cuánto tiempo tardaría en volver a ver a mi Teresita. Mi Teresita, sí, lo era; lo tenía que ser. Y estaba segura de que no era la única con este sentimiento de propiedad, mas no de dominio. Y eso lo confirmaba cada vez que Teresita me decía: eres mía, y yo le respondía, no, yo no soy tuya, tú eres mía.

El viernes mis papás llegaron desde temprano. Pasamos todavía todo el día con la abuela y salimos hacia el centro de la ciudad cuando ya oscurecía.

Los días posteriores de regresar a mi casa pensé poco en Teresita; y pensé todavía menos cuando entré a la universidad. Mi mente se mantenía tan ocupada que no me di el tiempo de pensar a profundidad en ella. Eso hasta que llegaron las siguientes vacaciones.

Mi hermano, sin el apoyo de mis papás, se vino a vivir junto con Teresita a una casa cerca de la nuestra. La casa era de un familiar y él la iba alquilar sin la ayuda de Teresita. No dejaba que Teresita trabajara y la dejaba en casa todo el día, y Teresita tampoco hacía mucho por intentar algo diferente. Lo único nuevo que hacía Teresita en sus días, era marcarme y vernos casi a diario. Y yo no me resistía mucho. En una de esas ocasiones, en que mi hermano no estaba y Teresita estaba en mi casa, terminamos en mi cama.

El asunto no era planeado, estoy segura, pero terminamos en mi cama besándonos. Antes de eso le dije:

  • Oye, vamos a mi cuarto, no sé a qué hora vayan a llegar mis papás.

Y cuando estábamos en un lugar más estrecho, con un solo lugar para estar cómodas -la cama-, una besó a la otra y otra a la otra, y terminamos enredandonos curiosas por tercera ocasión. La acción fue similar en algunos aspectos a las dos veces pasadas: nos besábamos sin que Teresita me tocara; y también un tanto diferente: no había un sentimiento de proeza por ninguna de las dos.

Había ocasiones donde deseaba que Teresita no estuviera más aquí. Siempre terminaba involucrada en sus problemas por más que no lo quisiera y eso me terminaba afectando más de lo que hubiera querido.

Y lo que Teresita había dicho, eso de que me sería imposible olvidarla, fue mentira, como muchas cosas venidas de ella. Puedo presumir haberla olvidado al instante de verla por última vez en esas vacaciones. No me permití pensar en ella por más de un momento ni seguir con la idea de que mis insomnios eran a causa de sus desvelos.

No tengo idea de cuándo se fue Teresita con mi hermano de esa casa. Un día ya no los vi y no quise molestar a mis papás preguntándoles.

De Teresita aprendí muchas cosas, una de ellas, si acaso puede servir como moraleja, es a no vivir los problemas ajenos como propios.


Hola, hola,

estoy de acuerdo con quien piense que es una parte muy corta para ser la última, pero tampoco tenía mucho que escribir.

Otra cosa, quité mi correo y cerré la cuenta porque -espero que lo lean- hay dos tipos que me mandan correos y me molestan. Por esa razón di de baja el correo que estaba visible en esta página, aunque, de acuerdo a las políticas de microsoft, tendré que esperar treinta días, así que me seguirán llegando correos, pero no los podré ver.

Tres cosas más. De las cosas que eran comunes en los correos, responderé que no soy muy bonita como algunos creen, soy normal; que no quiero conocer gente por internet; y que mi nombre no es el nombre de la primera historia -lo siento.

Gracias por sus comentarios y correos. Muy lindo casi todo.