La novia de mi hermano (2/3)

Teresita.

La novia de mi hermano (2)

La noche cuando Teresita se fue con mi hermano fue muy larga. Daba vueltas por la cama y no era conciliada por nada. Teresita, Teresita, la pequeña Teresita me estaba haciendo pagar en grande.

  • No pude dormir, abue -dije en la mañana, sentándome en la mesa para desayunar. Era sábado y los sábados y domingos no trabajábamos-. Hizo mucho frío.

Ella no respondió nada sobre lo que le dije, sino que reclamó que cómo era posible, que si estaba aquí era para comportarme mejor, no para seguir con lo mismo.

  • Ya, perdón -dije-. Prometo ya no tomar.

No respondió nada, pero sabía que me creía. Y yo también, por qué no. Después de todo ya me quedaba menos tiempo del tiempo que era cuando llegué aquí.

  • Voy a mi cuarto -dije después de desayunar.

Ese fin de semana fue largo. No sabía nada de Teresita y tampoco quería buscarla. Porque buscarla era ceder, y yo jamás quería ceder, aunque siempre terminaba haciéndolo. Deseaba como nunca que llegara el lunes; buscaba con ansias tener un pretexto para verla, y el único que encontraba era el bendito trabajo. Y ese lunes Teresita no llegaba. La hora de entrada pasaba y ella no llegaba. Le voy a decir a mi abuela, pensaba. Si yo estoy mal, ella por qué no va estarlo. Le voy a decir a la abuela. Le voy a decir. Le voy a decir. La puerta se abrió y entró Teresita. Igual le voy a decir a la abuela.

La miré y le dije:

  • Llegas tarde, le voy a decir a mi abuela.

Ella con su deliberada inmutabilidad me miró sin decir nada y comenzó con su trabajo.

El día pasó y hasta el día de hoy jamás dije nada de ese primer retardo, ni de los restantes, porque siguieron viniendo más.

Con los días despejados y el constante trabajo, Teresita y yo, obligadas o no, volvimos a hablarnos. Para nada tratamos el asunto del beso, pero lo que sí, los orgasmos en la cama de mi hermano. Decía, sin afán de provocarme -que hubiera sido grandioso si siquiera lo hubiera pretendido-, que por la noche, de uno de sus días, y después de cenar, había ido con mi hermano a su habitación, que se había acostado con él y que había tenido como ocho orgasmos.

  • Qué atrevida, Teresita -dije intentando bromear-. Yo jamás he tenido uno -comenté como con casualidad.

Y ahí Teresita me preguntó:

  • ¿Aún eres virgen?

Lo dudé un poco, porque después de tantos relumbrones allá abajo, ya no estaba segura, pero igual dije que sí.

  • Sí.

Después de saber que continuamente no llegaba a su casa, mis noches se llenaron de insomnios. Insomnio tras insomnio, y odio tras odio. Cómo la odiaba, porque era por ella. La primera noche que no pude dormir, resultó que fue porque Teresita no llegó a su casa. Y fue la misma noche después de besarnos y que yo me quedé en agonía sabiendo que se había ido con mi hermano.

Ustedes no lo creerán, pero lo que tuve con Teresita fue un hemistiquio sagrado, un vínculo mental. Cada que ella no llegaba a su casa, yo me despertaba en la madrugada y quedaba despierta hasta el amanecer. Maldito amanecer, maldita de Teresita.

La segunda vez que sospeché sobre la causa de mis insomnios fue así:

  • Ayer no llegué a mi casa -comentaba Teresita con preocupación.

  • ¿Por qué?

  • Me quedé con tu hermano y ya sabes…

No dije nada, solo me quedé pensando. Pero fue hasta la tercera vez que estuve más cerca:

  • De nuevo no llegué a mi casa -comentaba Teresita.

Y de nuevo su ausencia había coincidido con mi insomnio.

Fue hasta la cuarta vez que confirmé su culpa. Esa noche me había despertado a la una de la mañana y me pregunté si acaso era porque Teresita -de nuevo- no había llegado a su casa. En la mañana le pregunté:

  • Oye, Teresita, ¿ayer llegaste a tu casa?

Hizo rostro de culpa y negó con la cabeza, a la vez que me decía que no, que de nuevo no había llegado.

Malvada Teresita.

Entre tanto nos faltaba poco para terminar con el trabajo en las bodegas.

  • Seguro el viernes terminamos, Teresita -le decía con alegría.

Acordamos festejar en el café, pero como se lo prometí a mi abuelita, no bebí nada. Cuando llegamos estaba Vale, la hermana de Teresita, con quien todo fue normal, y también estaba Hugo, el tipo que molestaba y pretendía a mi Teresita.

Todo iba normal. Las horas pasaban y para esas horas de la noche, que no eran tantas, yo estaba platicando con uno del café, sobre café. Me decía que su familia cultivaba café y muchas cosas más que no recuerdo.

  • Ya me voy -dije poniéndome de pie con calma-. Voy a ver a mi hermano.

Busqué con la mirada a mi hermano y a Teresita y los vi sentados en unas mesas lejanas. De idiota me acerqué. Digo que de idiota porque con poco me di cuenta de que el pantalón de mi hermano estaba desabotonado y que ellos se quedaron quietos cuando me vieron.

  • Hmm, ya me voy -dije con prisa.

Y me di la media vuelta y de verdad me fui. Qué incómodo.

Caminé con prisa hasta la casa de mi abuela. No tanto por el peligro, porque como digo, ese es un lugar de ancianos, sino por la agitación del momento. Aunque cuando miré al cielo estrellado nada importó. Ni la jalada de Teresita ni mi corazón lastimado.

Y digo lastimado, porque de verdad lo estaba.

Esa noche cuando llegué a la casa no pude dormir. Cabrona Teresita, ese día tampoco llegaste a tu casa.

Los días de nuevo pasaban y ya estábamos en los primeros días de febrero. Ya no trabajábamos en las bodegas, sino en la casa de la abuela. La señora Tere, mamá de Teresita, se había ido hace meses y en ese tiempo estuvo otra señora, pero ahora que Teresita y yo estábamos libres, ocupábamos su lugar.

Cuando comenzamos con los quehaceres en la casa, mi abuela no tardó en darse cuenta de que Teresita ya siempre llegaba tarde. Uno de esos días que llegó tarde, traía la desvelada en la cara.

  • Mira qué cara -le dijo mi abuela.

Yo solo alcé la mirada y la vi sonreírle apenada.

Después de unos días Teresita, no sé por qué ni con qué motivo, recobró su interés en mí. Me abrazaba y a cada rato me besaba el cuello o la mejilla.

  • Ya dímelo Teresita -dije una tarde en tono de broma, pero buscando la verdad-, ¿quieres que te vuelva a besar o por qué buscas tanto mi cuerpo?

Ella se puso tan coloradita, que solo pudo negar con la cabeza y decir que no sabía.

  • Entonces si no lo sabes, no lo hagas, porque no me gusta que me toquen -dije.

Lo hice más por provocarla que por decir extravagancias. No me gusta que me toquen… sí, claro. Aunque, a decir verdad, tenía algo de cierto. Pero para el fin de ese momento, lo hice porque siempre que le preguntaba algo acerca de nosotras, nunca sabía nada. Digo, al menos debería de saber por qué hace las cosas y que lo que hace lo hace por juego.

Otra tarde estaba frente a un mueble viendo los títulos de los libros de mi abuela cuando ella se acercó por detrás y me abrazo por la cintura.

  • Ya te dije que no me toques -dije quitando sus manos de mi cuerpo. Apenas la miré y seguí con lo mío.

Así llegó el día de su cumpleaños y para ese entonces, que no había sido mucho desde lo de los rechazos a sus cariños, había terminado su relación con mi hermano. Le pedimos permiso a mi abuela para hacer una reunión tranquila en su casa y hacer fogata.

Nos dio permiso e invitamos a varios del café; a mí hermano no, pero sí al patán de Hugo.

Esa noche todos estábamos alrededor de la fogata y yo tenía a Teresita a un lado de mí. Estábamos mirándonos de frente cuando:

  • Te quiero mucho Teresita -solté en un arrebato.

Ella se acercó más a mí y quitándome algunos cabellos de la cara me besó. Sostuvo mis labios besándome lentamente y luego se separó. Si puedo decir algo, confirmé mi ventura por los labios carnosos.

  • Nos están viendo -murmuré. Y de verdad nos estaban viendo.

Sin volver a mirar, cada quien tomó por su lado y más noche a alguien se le ocurrió jugar a las escondidillas (espero que no haya sido a mí). Me tocó comenzar a contar y cuando me tocó buscar encontré a todos, menos a dos: a mi Teresita y a Hugo.

  • No están -dije a uno de los que ya había encontrado.

Les tuvimos que gritar y ellos salieron de detrás de unos muebles abandonados. Después Hugo le dijo algo a Teresita sobre mi hermano y ella entró a la casa llorando.

  • No llores Teresita -le decía acariciando su espalda-. A ver, ¿por qué lloras? Cuéntame.

Y ella solo negaba y lloraba. Y cuando creí que la fiesta había acabado, todo dio un giro: Teresita se arregló con Hugo y dijo que se iría con él.

  • ¿Cómo te vas a ir con él? -dije con enojo-. Te voy a odiar si haces eso.

  • ¿De verdad? Ja, no te creo. Te conozco, ni siquiera te vas a poder olvidar de mí.

¿De verdad Teresita creía eso? ¿Creía que la necesitaría perpetuamente?

  • ¿Crees que no, idiota? -le respondí.

  • No -afirmó y cuando se pensaba dar la vuelta, le volví a repetir que no se iba a ir.

  • Ya te dije que no te vas. Estás conmigo y aquí te vas a quedar.

  • Y yo ya te dije que me voy con él.

  • Te dije que no -respondí con fuerza-. No estás consciente y no te voy a dejar ir así. Si mañana te quieres ir con él te vas, ¡pero consciente!

Ella solo me miró y se dio la vuelta para irse. No la pude odiar, solo pude pensar en que de verdad algún día la iba a olvidar. Pero en ese momento sentía que la quería tanto que iba ser imposible hacerlo.

Teresita no fue a trabajar una semana seguida. Para el séptimo día me encontré a Juan, un tipo de los de la fiesta que siempre buscaba complacerme y quedar bien conmigo.

  • Se fueron a mi casa -me contaba sobre Teresita y Hugo- y ahí se encerraron. Y yo les decía que se salieran, que Teresita iba a tener problemas -decía Juan como excusándose.

Cuando Teresita regresó a trabajar, tuvo que hablar con mi abuela y pedirle disculpas por su ausencia. A mí ni siquiera me miró y me ignoró por un tiempo, hasta que le hice una pequeña maldad. Tiré los alfileres de mi abuela en la alfombra y, sin mirarla mucho, le dije a Teresita que los recogiera. Ella no me podía contradecir, porque aunque las dos estábamos trabajando para mi abuela, finalmente yo era su nieta y tenía, de alguna forma, más autoridad. Teresita se hincó para recogerlos y yo pasé con un vaso de agua y le eché un poco encima. Ella se irguió de golpe y al instante se puso de pie gritando:

  • ¡Doña Paz! ¡Doña Paz! ¡Ya no soporto a su nieta!

Y salió de la casa llorando.

  • ¿Qué hiciste? -preguntó mi abuela acercándose.

  • Nada... yo... fue un accidente.

No lo podía creer, la había hecho llorar, y con tan poco.

  • ¿Qué hiciste? -insistió mi abuela con ese tono que ya conocía.

  • Nada… yo, bueno, le tiré un poco de agua…, pero fue un accidente.

Accidente o no, mi abuela no me creyó.

  • No puedes tratar así a las personas, ve a disculparte.

No me disculpé ese día, ni el siguiente, ni el siguiente, ni nunca de esa ocasión. Solo me volví más amable. Que voy a comprar a la tienda, Teresita, ¿quieres algo?; que si quieres de mi comida, Teresita, mira, pruébala, está muy rica; que si ya comiste, que si te acompaño, que si lo otro, que si lo aquello. Teresita al principio se mostraba resentida, pero con los días su actitud fue más tranquila, hasta que volvimos, no digamos a la normalidad, pero sí a la tolerancia.

Y mientras los días con Teresita eran así de distantes, me hice amiga de Juan, el chico del café, aunque casi siempre con precauciones. Algo me decía que no confiara demasiado en él porque su amistad me sonaba a interesada y su lealtad a falsa. Si era así conmigo, de contarme los secretos de otros, ¿yo cómo sabía que no me hacía lo mismo con los demás?

Una tarde quedé de salir con él y se me ocurrió invitar a Teresita. Ella respondió:

  • No puedo, voy a ver a tu hermano, pero ve tú.

Pero claro que iría. Llegué despechada con Juan a su casa y puedo decir que ese día hice la idiotez más grande del año: tuve mi primera vez formal. Fue una cosa que ni disfruté, primero estaba pensando en que podíamos cometer algún error con el preservativo y que él no me había arrebatado nada, que la virginidad ya la había perdido desde antes, en los años de la preparatoria con alguien a quien quería.

Después de hacer lo que hice con Juan, me fue a dejar a mi casa e intentó despedirse con un beso en los labios, pero lo esquivé y me metí.

Los días siguientes yo no podía contarle nada a Teresita de lo que pasó con Juan. Pero él me buscaba y Teresita terminó por sospechar algo. A mí me hartaba que me fuera a buscar constantemente a casa de mi abuela y que me marcara por teléfono todos los días si no me veía. Después de estar con él, me fastidiaba su presencia e incluso solo escuchar su nombre me ponía de malas. Y no es que Juan hubiera sido malo, pero su sencillez y su simpleza para contar las cosas me dejaron claro lo que ya sabía, que jamás tendría una relación con alguien como él.

Una tarde Juan me marcó cuando estaba sentada junto a mi abue y dijo que me quería, que yo no podía salir con Jesús -un tipo que me había dicho que fuera su novia- y que saliera con él.

Me levanté y fui a responderle que no iba a salir con Jesús, pero tampoco con él, que me molestaban los tipos insistentes y que él lo estaba siendo de más.

No recuerdo el momento en que Juan dejó de insistir, pero alguna noche para intentar volver a acercarse a mí, me contó que había tenido sexo con un amigo y que lo había grabado. Me enseñó el audio sin siquiera pedírselo y lo único que me provocó, en lugar de confianza, como él pretendía al decir que yo era la única a la que se lo mostraba, fue más rechazo.

Pero a la vez que me alejaba de Juan, me volvía a acercar a Teresita. De nuevo fuimos grandes y cada que podíamos nos demostrabamos cuánto nos queríamos. Nos la vivíamos una junto a la otra. Que voy a ir para allá, te acompaño, que voy para acá, vamos. Para esas fechas se acercaba mi cumpleaños y también una de las últimas semanas en que estaría allí. Mis papás en la ciudad ya estaban asegurando el trámite para que yo ingresara sin problemas al nuevo ciclo escolar.

  • ¿Qué vamos hacer para mi cumpleaños Teresita?

  • Lo vamos a festejar, ¿no?

Para ese día alquilamos dos habitaciones en una casa de hospedaje. Yo llegué por la tarde con unas cuantas personas y Teresita con un poco más en la noche. Cuando llegó Teresita me abrazó y me pegó a la pared, a la vez que me decía al oído:

-Hoy sí te voy a coger.

Qué descaro, pensé, y con pretexto de quitarmela de encima, pasé mis dedos por su entrepierna. Me dio un calentón y creo que a ella también, porque dio un brinco y se alejó como un reflejo. Y después de eso, la fiesta continuó.

Alguien, no recuerdo quién, llevó un ramo de flores que terminó en el lavabo del baño con la llave abierta toda la noche. Chuchito dijo que le había querido poner un florero. El pilar de una fuente que estaba frente a las habitaciones lo tiraron en la madrugada y entre tres, tengo el recuerdo, levantaron el pilar que iba de un lado a otro.

Esa noche fue una locura, pero la verdadera locura fue mi momento en la habitación con Teresita. Ella se estaba quedando dormida y le susurré con cuidado:

  • Ven, vamos a dormir a la otra habitación.

Llevé a Teresita a la habitación desocupada y la dejé que durmiera mientras yo regresaba con los demás. Ya más en la noche, después de ver la caída del pilar de la fuente, dije, esto es demasiado, y me fui a la habitación con Teresita.

Cerré la puerta con seguro, me quité los pantaloncillos y entré en la cama junto a Teresita. La abracé por la espalda y pasé mi mano con suavidad por su vientre. No pensaba moverme más y dormir tranquila, cuando ella quitó mi mano y la lanzó lejos.

  • Pues no y ya - murmuré y me alejé de ella, quedando bocarriba en el otro extremo.

No pasó mucho y casi sin darme cuenta, la sentí moverse y al instante quedar sobre mí. Se puso en cuatro y se inclinó para besarme. Ni siquiera me resistí. Rápido metí mi mano bajo su ropa interior y hundí mis dedos. Ella me continuaba besando y ahora yo la penetraba con los dedos. Teresita subía y bajaba, subía y bajaba. Le quité la playera y el resto de su ropa sin dejar de tocarla. Su cuerpo era tan bonito, tan suave y tan perfecto, que verla ahora me hace sentir que todo lo que la procuré fue en vano.

Después de acariciarla y besarla, ella también me desnudó. Dejaba que me acariciara, pero no que me tocara con profundidad.

  • ¿Por qué no quieres que te toque? -me dijo mientras yo detenía su mano sobre mi vientre para que no bajara más.

Le dije que no sabía y seguimos besándonos.

En la mañana cuando despertamos todo era un desastre. La habitación de al lado estaba inundada y la señora que nos rentó las habitaciones nos había quitado el estéreo.

  • Paguen los daños y se los devuelvo.

Le dimos el dinero y cada quien se fue para su casa.

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Hola, hola, hola a todos.

Gracias por sus correos y sus comentarios. Aquí está la segunda parte.

Un abrazo desde Mexiquito.