La nota

Gracias a una nota, un joven descubrira, a manos de una hermosa compañera, que el cielo es un lugar mucho mas cercano de lo que creia.

En esa enorme estancia que recordaba un hospital, todos nos sumergíamos en tangencias y curvas, que danzaban encadenadas sobre el papel. Delante de mí su perfume llegaba claro en una senda tan directa como invisible, desde su largo cabello a mi embelesado rostro.

Me quedé mirándola, así vestida con una camisa de licra blanca que cubría su pecho sin poder ocultar sus curvilíneas formas, coronando su pecho, una ventana desnuda a la curva de sus turgentes mamas. Y su cabello, que decir de su cabello… negro como la noche en mil hilos de seda en cascada sobre sus hombros desnudos.

Era inalcanzable y aun así le escribí la nota, no tembló mi mano al firmarla ni siquiera al doblarla con esmero y dejarla sobre su mesa blanca, junto al estuche de sus lápices, al alejarme para tirar a la papelera las notas fracasadas. Volví a mi asiento y me sumergí en el trabajo a realizar…. Espere… espere una risa, una estruendosa carcajada que derribase el muro de mi confianza. Pero solo me contesto el silencio.

El despecho, la indiferencia. Me lo había buscado. Tan alejado estaba de ella, que no me consideraba ni siquiera digno de un desprecio. Acabó la clase, todos se marcharon; yo recogí mis útiles de dibujo sin prisa, tenía la mente en blanco cuando salí de la clase y la ví, la vi a ella en el primer peldaño de la escalera hacia el piso inferior, alzo un dedo, me ordeno seguirla, antes de perderse entre los escalones. Me esperaba a medio camino, donde ya nadie podía verla desde el piso superior. Me agarró de la camisa y tiró de mi hacia la cercana puerta de los aseos. Ambos sabíamos que esa planta solía estar vacía a esas horas.

En el aseo me empujo contra la pared, sentándome sobre la taza de cerámica y sentándose ella misma sobre mis rodillas, a ahorcajadas sobre mis piernas, quitándose la camisa y el sujetador. Sentí el calor de su piel contra mi rostro, el profundo aroma de sus pliegues golpeó mis sentidos y medio aturdido tarde unos instantes en reaccionar y abrazar su cuerpo contra mi pecho, mientras con mi boca sedienta encontré un pezón, perla de suave carne que devoré con gula, saboreando cada matiz del banquete que me ofrecía su piel. Me dejo hacer, mientras acariciaba mi nuca y gemía como un felino agradecido. A trabes de mi paladar podía sentir su pulso, la sangra de su cuerpo bombeando rabiosa a mi placer. Cambio de mama, saboree la perla gemela hasta que ella alzó mi rostro, robándome un alimento para entregarme uno aun más delicioso entre sus labios. Compartimos un mismo aliento mientras nuestras lenguas se unían en un abrazo al borde de la asfixia.

Nos apartamos con los rostros enrojecidos, una queda risa salió de sus labios, se desabrocho el pantalón y dejo caer su ropa interior; desnuda ante mi tomó mi rostro y sujetándolo con fuerza lo hundió en su pubis. Encerrado entre sus carnes me deje guiar por el tacto, hacia el foco de calor que nacía de su sexo, cuya humedad empapó mi rostro reduciendo mis sentidos al salado sabor de la vulva abierta.

Se movió contra mi rostro, masturbándose con los ángulos de mi cara. En una pausa del temblor excitado, logre atrapar entre mis labios la pepita de carne, que como una flor había florecido coronando su sexo.

Arrancándome un mechón de cabello alcanzó el orgasmo. Cayendo rendida sobre mis rodillas y durante unos minutos nos quedamos así, recuperando el aliento.

Descendió su rostro hasta mi henchido miembro, abrió el cierre de tela y abrazando con la mano, lo acaricio con presteza mientras me ofrecía de nuevo sus pechos como cárcel de mi rostro.

Y de esa forma, sin experiencia para contenerme, alimentándome de su piel, eyaculé en su mano.

Tras un par de compasivas sacudidas se levantó, desapareciendo de mi vista. Durante ese momento, atontado por el orgasmo, intenté despertarme de este sueño en el que me había abocado. El agua cayendo sonó durante un minuto, tras el cual en el quicio de la puerta vi su perfil, ya vestido de cintura para abajo, pero con los dos frutos de su pecho aun sonrojados con la marca de mis dientes.

-Dime… ¿Por qué yo?-

Le pregunté con un esfuerzo. Ella sonrió, sacó del bolsillo la nota doblada y la abrió para mí.

-Tú me llamaste ángel, yo solo quise enseñarte el cielo…-

Se acercó a mí una vez más y me entregó sus besos de verdadero e inolvidable ángel.

P.D Se aceptan gustosos los comentarios, no cuestan nada y al autor le hacen soñar.