La noche y la hoguera

Una noche de baile tropical,destapa la pasión al son del sonido de los instrumentos tropicales de los nativos.

LA NOCHE Y LA HOGUERA

Su cuerpo parecía estar al borde del desenfreno, de la locura, era como si estuviera poseída por un espíritu burlón lleno de lujuria y vehemencia.

Danzaba, se diría que solo para ella, movía sus caderas con movimientos llenos de sensualidad, sus senos bien moldeados y duros, se cimbreaban al mismo tiempo que las notas musicales que desgranaban aquellos timbales, era una música tropical llena de ritmo y calor.

Todos los allí presentes, estaban contagiados por aquella euforia de los trópicos y los olores a determinadas plantas que quemaban, con el propósito de perfumar el ambiente con un aroma un tanto especial.

Las mujeres cubrían sus cuerpos, solo con una minúscula faldita de paja y como única prenda para tapar sus exuberantes senos, unos bellísimos collares de flores blancas, que sobre sus cuerpos bronceados hacían resaltar más aún sus atractivos cuerpos.

Sus cabellos largos y frondosos caían caprichosamente sobre sus rostros mojados por el sudor, que la danza les producía.

En el centro de la pista, embebida en ese baile sensual estaba Eva, una bellísima mujer con rasgos indios, de pelo negro azabache, que le caía sobre su rostro y sus hombros, dándole un tono descuidado a su semblante. Sus píes descalzos adornados con unas pequeñas pulseras de flores en los tobillos, eran como pequeñas mariposas que se movían de tal forma que simulaban que no tocaban el suelo.

El calor de la hoguera, donde todos practicaban una especie de ritual en forma de baile, iba subiendo la temperatura de todos los que estaban allí.

De pronto, de entre los árboles salio un joven musculoso, con pantalones blancos anchos y la parte superior del cuerpo desnudo, que brillaba por el sudor y una grasa especial que se untaban los nativos para poder huir de los insectos, con movimientos felinos empezó una danza un tanto especial, donde consistía en dar saltos y coger a Eva por la cintura cada vez que ponía los pies en el suelo.

Eva, cuando lo vio se acercó bailando al mismo ritmo que el joven le marcaba, poco a poco, sus cuerpos se iban compenetrando más y más en sus movimientos, tanto es así que el joven tomó el cuerpo de la bellísima mujer con gran facilidad se la subió sobre sus hombros y continuó bailando con ella sobre su espalda.

Con lo untuoso de la grasa que el mancebo tenía sobre su cuerpo, Eva, se fue deslizando poco a poco, de tal forma que ambos terminaron sobre la hierva junto al fuego, ante las miradas de los demás bailarines que excitados de ver la conjunción que ambos formaban tan lujuriosamente, se unieron a la escena y organizaron una especie de comparsa, donde entre gritos y ruidos que hacían con palos, ayudaban aún más a caldear la atmósfera ya bastante caliente.

De pronto el cuerpo del efebo, cubrió de una forma muy lasciva la figura de Eva, sus manos sensuales, acariciaban los brazos de la joven, con gran mimo y lujuria, su lengua húmeda, recorría su cuello y dulcemente descendía hacia las colinas que como fortalezas eran las fronteras para llegar a la cueva del delirio. Samuel se detenía ante el delicioso elixir que aquellos pequeños botones de las cúspides le ofrecían, al tiempo que notaba como se alteraban los latidos de la mujer que debajo de su cuerpo, abría poco a poco esa frontera que separa la realidad del delirio.

Eva estaba fuera de control, no sabía si era el calor, el fuego ó las caricias del joven nativo, que poco a poco y con gran naturalidad la conducía al paraíso de los sueños perdidos, donde solo existe la ley del gozo y la lujuria, donde no se ve nada más que con los ojos del placer.

La luna alumbraba la escena y los animales del lugar acechaban detrás de los matorrales como entonando un canto a la voluptuosidad, al ver como estos dos seres unidos por el calor y la danza, se entrelazaban entregándose a la pasión sin limite, dejando caer sobre ellos el manto que la noche les prestaba como único ropaje, cómplice y perversa.