La Noche que Santa Claus Me Cogió

¿Estás seguro de que has sido un niño bueno? - repitió al soltar la primera nalgada.

Sucedió una Nochebuena como cualquier otra, el manto estrellado cubría toda la ciudad y el frío se colaba hasta en el rincón más pequeño de mi cuerpo. La cortina de mi habitación estaba cerrada, pero alcanzaba a colar algunas partículas lunares. Toda la casa se sumergía en silencio, en las tinieblas más profundas.Yo estaba acostado en mi cama, recargado sobre mi costado derecho mientras recordaba mi niñez, como hago siempre por estas fechas. No sé si en medio de mi reflexiones quedé dormido, o en verdad sucedió lo que estoy a punto de relatar.

Mientras pensaba en los dulces y juguetes que habían llenado las fiestas decembrinas de mi infancia, escuché un ruido en el techo. ¿Se trataría de un ladrón o de algo más? Por un momento tuve miedo, pero estaba dispuesto a averiguarlo. Salí de cama, llevando solamente una bata ajustándose a mi cuerpo. Caminé por el pasillo sin saber cómo defenderme del peligro. ¿Otro ruido? Sí, esta vez lo escuché dentro de una de las paredes, iba bajando. No tuve otra opción que seguirlo por las escaleras, hasta llegar a la sala. Encendí la luz, estaba horrorizado, mi atención fija en la chimenea, cenizas cayendo sobre los leños. Quise huir, pero las puertas se cerraron ante mí cuerpo, los focos se apagaron, las velas se encendieron. Mi corazón quería escaparse de mi cuerpo y correr lo más lejos que pudiera, mi respiración quería imitarlo.

Primero vi una bota negra, la segunda, luego los pantalones rojos, el cinturón brillante, los tirantes escarlata, un abdomen deliciosamente marcado, dos pectorales duros, apenas manchados de ceniza y un rostro alargado adornado con risos negros y un sombrero rojo.

  • ¿Santa Claus? - atiné a balbucear en un susurro incomprensible.

El hombre mostró una sonrisa deliciosa mientras colocaba sus manos a la cintura para posar, cual modelo de revista que desea enseñar sus músculos bronceados.

  • ¿Esperabas a un viejo de barba blanca? - su voz era grave, con un tono ligeramente sensual; en su quijada cuadrada podía verse una barba sucia que empezaba a despertar mi sexo.

Había algo en el ambiente que no puedo describir, como si se llenara de un cierto calor impredecible. Las cortinas se cerraron solas, el hombre empezó a caminar hacia mí en forma lenta. Mi cuerpo no respondía, no sé si por el miedo o por alguna causa externa que aún no puedo llegar a comprender. Por fin lo tuve enfrente, a milímetros de mi boca, mi aliento se mezclaba con el suyo, su aroma de hombre (deliciosa mezcla de sudor y carbón) parecían derretir mis piernas. Su mirada celeste traspasaba la mía. De repente sentí su mano alrededor de mis caderas.

  • Por que mi encarnación actual parece gustarte más, lo noto por lo que crece entre tus piernas - añadió al morderse uno de sus labios gruesos.

Me empujó contra la pared y me besó. Su lengua penetró hasta lo más profundo de mi boca, quería explorar cada uno de sus rincones. Su sabor era dulce, me pareció que había algo de galletas de chocolate en él. Por algunos minutos me dejé poseer por su voluntad, sus caricias que me iban desnudando. Estaba indefenso ante sus designios sexuales y el no saber exactamente quién era ese hombre, hacía que la experiencia fuera todavía más excitante.

De repente separó su boca, y volvió a intrigarme su aliento, sus labios gruesos. Me encontraba con sólo el pantalón de mi pijama contemplando su hermosura, y él encontraba algo divertido en mí.

  • No pongas esa cara. ¿Te extraña verme aquí? Ando caliente... muy caliente y voy a cobrarme con tu cuerpo. ¿O pensabas que todos los regalos que traje cada navidad eran gratis?

Sí, aquella voz que tenía el poder de poseerme con todas sus sílabas, de hacerme suyo con cada caricia que recorría mi pecho, pero también había un dejo de maldad que no podía explicar. En sus ojos brillaba una chispa de lujuria.

Sonrió y abrió la boca una vez más:

  • Quítate los pantalones, chiquito, te lo ordeno. Déjame tomar lo que me pertenece. Entrégate a mi, y te daré la mejor navidad que hayas pasado.

Y eso hice, lo obedecí con gusto, quedé desnudo ante aquel hombre desconocido que no sabía si era real o un producto efímero de mi propia imaginación. Llevó uno de sus pulgares a su boca y lo mordió al contemplar mi cuerpo, sus brazos poseían un grosor envidiable, una carpa empezaba a formar en su pantalón. Lo excitaba, le gustaba, yo era lo que él estaba buscando y quería dárselo.

  • Pronto estarás listo para sentarme en mis piernas y tener una muy feliz navidad. - exclamó de repente.

Tomó una de mis manos, y la acercó hasta su pecho, sentí el calor que palpitaba en su interior, sus pectorales se contraían de un momento a otro. Quería que sintiera su cuerpo, él también anhelaba mis caricias, las necesitaba. Hizo bajar mi mano por su abdomen bien marcado y me hizo acariciar cada uno de aquellos músculos, quería presumir su fuerza, su aspecto, que lo sintiera. Sentí su pelvis, metió mi mano dentro de su pantalón y sentí un bulto lleno de vida atrapado dentro de su slip. Quería que lo sobara.

  • Aún tienes que ganarte ese premio, chiquito. ¿Qué te parece si primero limpias mis botas? - liberó mi mano al lamer mis labios por una fracción de segundo.

Dispuesto a complacerlo en su fetiche dominador, me arrodillé ante él, tomé mi bata y empecé a limpiar el charol negro de sus botas. Necesitaba deshacerme del carbón de la chimenea. Cuando lo terminé, levanté el rostro para verlo de reojo, estaba complacido, con las manos en la cintura enseñando su cuerpo bronceado. Saqué la lengua y lamí todo, tenía un cierto sabor de anís que no puedo explicar, un tenor delicioso que poseía al seguir limpiando para hacerlas brillar. Y eso, al hombre, le gustaba, pues se reía de un modo muy particular.

  • Tú sí sabes tratar a los hombres, sabes complacerlos como es debido. Quítame las botas, ya no las necesito.

Y cuando lo hice me encontré con unos pies blanquísimos, bien formados. Los besé tiernamente, probé parte de su sudor. Volví a levantar el rostro hacía él, hambriento de su cuerpo, esperando ansiosamente el momento de probarlo. Él dejó caer uno de los tirantes, siguió con el otro. Cayeron los pantalones rojos hasta sus tobillos enseñándome sus muslos duros, bien trabajados. En el área péliva , un slip rojo satinado. Ese era en verdad un Santa Claus muy sensual, con un sexo enorme aprisionado en la tela, aun abdomen delineado hasta sus dos pectorales, sus rizos del color de la noche y un sombrero de tela rojo que terminaba en un pompón blanco.

Me levantó a la fuerza, me abrazó para que no escapara. Estaba muy cerca de su rostro, de su hermosura. Me volvió a besar con fuerza. Sentí mi pecho tocar el suyo, mezclarnos en un sólo cuerpo. Me empujó contra la pared fría, el árbol de navidad se prendió por sí sólo. El Santa Claus devoraba mi cuello como si se tratara de un vampiro, oleadas de placer recorrían mi alma. Su olor recorría toda la habitación y eso me excitaba. Era un macho en toda la regla, un semental con sabor a caramelo. Recorrió mi pecho con su lengua, mordisqueó mis tetillas largamente. Eché mi cabeza hacia atrás y solté un gemido largo.

  • Te voy a enseñar cómo se da una buena mamada para que después tú puedas darme una.- su voz era ronca, seductora, lo tenía arrodillado frente a mí, agarrado de mis piernas, contemplando mi pelvis lujuriosamente.

Desde ahí acarició mis nalgas, mis huevos. Tardó en empezar su mamada, lo que me hizo desearlo todavía más. De repente sacó su lengua y con ella acarició la punta de mi pene, sólo la punta. Los gemidos se escapaban de mí sin yo quererlo, mi cuerpo dejó de existir para concentrar toda mi alma en mi sexo.

  • No te muevas, eres mío para disfrutar, para tomar y gozar, para abusar y hacer mío... sólo mío... por siempre mío - canturreó de repente, y mi cuerpo quedó inmóvil, presa de una magia que no pude conmprender.

Por un largo tiempo siguió lamiendo sólo la punta, mientras su mano derecha acariciaba mis huevos. Cuando ya no aguantaba más, engulló todo mi pene, lo oí ahogarse, pero eso era lo que él quería, y mi cuerpo temblaba del placer por lo que estaba sintiendo. Había demasiada energía dentro de mí, quería explotar en cualquier momento, deshogarse, y su lengua rodeando mi mástil de carne aumentaba aún más ese sentimiento. Mi respiración estaba agitada, cerré los ojos y empecé a gruñir. ¿Qué magia extraña obraba ese hombre para tenerme al borde del orgasmo sin hacerlo llegar? Me tenía en su control, atado a sus designios, su placer era el mío, sus caricias envolvían mi piel.

  • No te corras, chiquito, te ordeno que no te corras todavía. Quiero que disfrutes todavía más. Conmigo vas a pasar una muy muy feliz navidad.

Se levantó ante mí, era mucho más alto que yo, imponente en su musculatura, delicioso en su bronceado. Me miró con una pasión oscura que entendimos los dos. Sabía lo que él quería, y estaba dispuesto a dárselo, me hinqué ante él como niño que está aprendiendo a rezar ante un altar. Me encontré ante un slip rojo que se ajustaba perfectamente a su cuerpo.

  • Esto es lo que quieres, esto es lo que deseas, probar el cuerpo de un hombre de verdad. Lamerlo, sentir placer al darlo a los demás. Quieres entregarte a un desconocido si te da placer, yo soy ese desconocido, el Santa Claus que te dio regalos durante tu niñez y ahora quiere cobrar el favor. - bajó su slip lentamente, deslizándolo por sus muslos poderosos.

De su pelvis saltó el tesoro que tanto esperaba, un regalo de navidad que habría de recordar por mucho años: un pene grueso lleno de venas, erecto, con líquido preseminal escurriendo por él.

  • Lámelo, es el dulce que te tanto te gusta. Lo he estado guardando sólo para tí.

Por supuesto no necesitaba pedírmelo, abrí la boca bien grande para que entrara ese mástil en mí, necesitaba que me llenara, su sabor era parecido al de la menta. Con mi lengua empecé a rodearlo, a acariciarlo con mi paladar. Entraba hasta mi campanilla y salía. Mis labios disfrutaban de su calor y lo compartían. Él también empezó a gemir, pero sus gritos de placer eran mucho más graves que los míos... más profundos.Tenía su mano en mi cabeza para controlar cada uno de mis movimientos, mis manos acariciaban sus pantorrillas de increíble deportista. Jamás, en toda mi vida, se me había ocurrido que Santa Claus fuera en realidad un semental tan delicioso, fuerte, un macho sudado dispuesto a desquitar su calentura sexual con mi cuerpo. Yo me concentraba en darle una buena mamada, y él en el placer que mi boca le brindaba.

Pronto la excitación empezó a hacerse presente en su cuerpo. Dos gotas gruesas aparecieron en sus pectorales bronceados y rodaron por su abdomen sin grasa alguna.

  • Sigue, chiquito, tú si sabes darle placer a Santa Claus, sí sabes complacerlo como es debido. Estoy cansado de repartir tantos juguetes y necesito relajarme. Estás delicioso, no niegues lo que sientes por mi cuerpo, deja que tus pasiones tomen el control, no pienses, actúa con lo que dicten sus hormonas. Eres joven, eres guapo, eres mío y lo serás por siempre una vez que haya terminado contigo - apretaba sus tetillas de cuando en cuando para sentir más placer, sus axilas se humedecieron, su cuerpo pasaba de un olor amargo a uno dulce, ambos embriagantes y adictivos.

Y sin avisarme siquiera, su cuerpo comenzó a vibrar. Estaba llegando al orgasmo, lo había llevado al límite del placer y lo había hecho cruzar la frontera. Apretó mi nuca contra su cuerpo y liberó todo lo que había en sus testículos. Un chorro de su leche caliente me llenó, con un sabor tan dulce que lo tragué y quise más... siempre más.

Mi cuerpo cayó hacia atrás sobre la alfombra, la chimenea se había prendido por una fuerza que yo no pocía comprender. Cuando me incorporé, Santa Claus ya no estaba frente a mí, sino sentado en uno de los sillones, Tenía puesto su slip de nuevo, y las botas negras de charol, pero sólo eso. La sonrisa deliciosa no se había borrado de su rostro.

  • Ven conmigo, chiquito, y cuéntame que es lo que deseas para esta navidad y tal vez te lo pueda dar.

Así, desnudo, me acerqué hasta él y me senté en sus piernas. Sus manos recorrían mi espalda, mi pecho, mi sexo que estaba más erecto que nunca.

  • Ahora dime que deseas que te traiga esta navidad.

Mi reacción fue inmediata, toqué el bulto que se marcaba en su slip y acerqué mis labios a su oreja.

  • Quiero sentir esto dentro de mí, palpitando, quiero que me haga gozar - respondí con la voz más seductora que encontré en mi interior.

  • ¿Y estás seguro que has sido un niño bueno? - atinó a preguntar él mientras hacía presión en mi espalda de manera que mi cuerpo bajara, y quedara recostado sobre sus piernas.

Necesitaba más, era una experiencia sexual que me hubiera gustado que durara por siempre, habría hecho cualquier cosa que ese macho me pidiera, quería complacerlo para gozar yo también. No quería que me abandonara jamás.

  • ¿Estás seguro de que has sido un niño bueno? - repitió al soltar la primera nalgada.

Una oleada de placer recorrió mi cuerpo, las nalgadas continuaron y con ellas el dolor. No puedo describir la sensanción, no quería que se detuviera, los gritos que salían de mi boca a veces eran de gusto, otras tantas no, pero mi Santa Claus lo encontraba tan excitante que me dejé hacer. Lamió uno de sus dedos y lo empezó a acariciar la entrada de mi culito. De improviso lo metió poco a poco y empujó. Me follaba con él, me prepaba para recibirlo.

  • ¿Te gustaría recibir a tu hombre dentro de este cuerpecito de niñato que tienes? - preguntó al introducir dos dedos bien salivado.

Yo cerré los ojos, presa del dolor y el placer, y asentí. Él me soltó una nalgada muy fuerte.

  • Vamos chiquito, no te quedes callado. Quiero oír tu voz respondiendo a mis preguntas. ¿Quieres que tu hombre experimentado viole tu inocencia?

  • Sí, lo deseo. Hazme el amor - atiné a responder.

Su respuesta fue una nalgada y tres dedos entrando a mi interior. Entonces me cargó para que me levantara ante él. Dijo que estaba listo para sentir toda la magia de la navidad en su interior, aunque yo no me sentía suficientemente dilatado para recibir su pene grueso. Él bajó su slip y pude contemplar su sexo erecto otra vez.

  • Siéntate en mi piernas, y no te vas a arrpentir - me ordenó dando unas palmaditas en su muslo.

Al fin, el clímax de la noche. Me acomodé para sentarme frente a él su flecha de carne a la entrada de mi cuerpo, esperando para entrar. Empecé a bajar lentamente para penetrarme con él, mientras lo veía morderse los labios y cerrar los ojos en un gemido largo que brotaba de su garganta, más bien como un gemido lleno de lujuria. Yo sentía que me partían en dos, había un éxtasis que no me es posible describir. Cuando llegó hasta el fondo me dejó ahí para que terminara de dilatarme y me acostumbrara a su miembro.

  • ¿Esto es lo que querías, chiquito? ¿Verdad que Santa Claus siempre te cumple? Estás bien rico, bien apretadito. Desde que eras muy chiquito y te traía regalos se te veía lo puta que eres, pero hasta hoy puedo comprobarlo.

Me levantó con sus brazos poderosos y me bajó, empezó a entrar y salir de mi cuerpo, sus pectorales se tensaban a causa del placer que recorría su cuerpo. Gruñía, me humillaba, yo le respondía con mis gemidos. Entraba hasta el fondo de mí, y luego me sacaba, mi cuerpo era como un trapo en sus manos. De repente sacó su lengua hacia mí y entendí lo que deseaba, lo besé, me llenó con su lengua y yo con la mía. Ese sabor a galletas de chocolate volvió a mí. Podía sentir la sangre fluyendo acelerada por sus venas, su respiración agitada.

Me levantó para que saliera completamente de él y me quedé extrañado, como un niño huérfano al que le han arrebatado su dulce. Entonces tronó los dedos y señaló la alfombra. Entendí lo que quería, necesitaba lo que él me daba. Me puse en cuatro patas en la alfombra y él se colocó detrás. Con una nalgada me recordó que él era mi hombre, y con una estocada profunda me hizo sentir suyo otra vez. Me tomó de la pelvis su fuerza era mucha, el controlaba mis movimientos y los suyos, sólo me dejaba gozar, y esperaba que él fuera feliz con mi cuerpo. De cuando en cuando me daba nalgada.

  • Serás mío por siempre, vendré cada noche y me aprovecharé de tu cuerpo, harás todo lo que yo te diga mientras sirvas a mis deseos carnales. Si despiertas en mi esta lujura, será tu obligación calmarla con cada orificio de tu cuerpo. ¡Mastúrbate!

Ante esas palabras y esa orden, no tuve otra opción que obedecerlo. Ya no era dueño de mi cuerpo, respondía por instinto cual perra en celo. Así me sentía ante aquel macho. Lamí mi mano derecha y empecé a masturbarme, a gozar todavía más de aquella experiencia. El mundo bien pudo haber dejado de existir y a mi no me hubiera importado. Lo único que me importaba era mi culito penetrado con fuerza y mi sexo frotado. De repente sentí su mano en mi pene.

  • Déjame a mí, tú no sabes hacer las cosas. Yo soy tu hombre, yo quiero darte ese placer que estas buscando.

Y fue él quien continuó con esa masturbación acelerada pero suave. Mi cuerpo ya no aguantaba tanto placer, se levantó completo para quedar de rodillas. Sentí su respiración en mi nuca, su lengua en mi oído.

  • Ya puedes correrte, te lo ordeno. Descarga todo lo que has sentido esta noche.

Como si aquellas palabras tuvieran un poder especial en mi cuerpo, toda la sangre fluyó hasta la punto de mi pene, mi cabeza empezó a dar vueltas... hubo un momento de éxtasis infinito, de ya no poder más. Mi voz quedó ahogada en un gemido extraño, estaba agotado, pero él no había terminado. Seguía con sus embestidas, sus nalgadas. Me empujó contra el suelo, ese macho musculoso estaba sobre mí.

  • No se te va a olvidar nunca que ya tienes dueño, nunca.

Salió de mi culito, me dio la vuelta a la fuerza, con su mano izquierda detuvo mi cuerpo, y con su mano derecha continuó masturbándose. Él también llegó al orgasmo de una manera brutal, con un grito tan delicioso que fácilmente pudo haber despertado a todos los vecinos. Entonces tomó su semen de mi pecho y se lo llevó a la boca en un gesto terriblemente sensual. Me abracé de aquel macho y empecé a lamer las gotas de sudor que caían por su cuello.

Me hinqué ante él para volver lamer sus botas.

  • Ya me voy, chiquito, pero te estaré vigilando. No quiero ver que tengas sexo con nadie más o tendré que castigarte por ser un niño malo.

Se vistió enseñándome esa imagen de modelo de revista, de pectorales sudados y músculos bien bronceados, me dio varias nalgadas y me empujó al puso para volviera a lamer sus botas. Su pene volvió a formar una carpa en su pantalón, listo para volverme a hacer su esclavo...

Fue en ese momento cuando desperté en mi cama, con mi pijama, sudado por lo que acaba de suceder. No estaba seguro de que había sido real, o sólo un sueño húmedo que mi subconciente me daba para navidad. Entonces sentí algo pegajoso en mi pecho, mi culo dilatado y unos cascabeles que se alejaban por la distancia.

Parece que en verdad fui el amante de Santa Claus, al menos por una noche.