La noche que acepté hacer cornudo a mi marido
Sé que es una de mis manías, nena, ver como te folla un extraño. Pero lo vamos a hacer, aunque solo sea para confirmar que no necesitamos a nadie - dijo mi marido
Mientras preparaba la cena en la cocina no paraba de pensar en mi marido, en sus extrañas manías que las últimas semanas me proponía cada noche durante la cena y algo más tarde cuando nos acostábamos.
La verdad es que estoy nerviosa, confundida y bastante asustada, pues lo que Jaime quiere es meter a una tercera persona en nuestra cama; al principio su “manía” fueron susurros en mi oído durante los preliminares de nuestros polvos diarios y eso nos calentaba a los dos. Él hablaba de mi tentador cuerpo, de mis tetas, mis muslos y mi culo que eran – según decía él – la tentación de todos sus amigos. Aunque pronto los amigos tenían nombre y cara.
— Julia, hoy me ha hablado Enrique de ti – decía la pasada semana, mientras me follaba intensamente.
— ¡Uy! el bueno de Enrique, el marido de Sofía miamiga del alma ¿Qué te dijo, Jaime? – pregunté contenta ya que ambos eran nuestros mejores amigos.
— Que terminaba de hacerse una paja en el váter de la oficina pensando en tus hermosas tetas que él mordía y chupaba. Que te despatarrabas tragando su dura polla gritando tú como una loca. Que luego te puso a cuatro patas metió la polla en tu culo y su cipote te salía por la boca.
Me quedé a cuadros, perpleja por las guarradas que contaba mi marido. Furiosa por que, aunque fuese imaginario, mi cuerpo servía de contenedor de los sucios pensamientos sexuales de sus amigotes.
— Quiero suponer el guantazo que le diste en los morros al puerco del “amigo” Quike . En vez de disfrutar del precioso cuerpo de Sofía, se entretiene masturbándose con la mujer de su mejor amigo... mmm – hablé entre jadeos, pues el segundo orgasmo de la noche me avisaba que llegaba.
Justo en ese momento escuché la voz de mi marido que entraba en casa gritando:
—¡Ya estoy aquí, cielo! – me sobresalté, por que mi mente seguía centrada en el recuerdo de aquella noche. Me quité el delantal, corrí hacia él y me colgué de su cuello. Dejó las bolsas que llevaba en las manos y abrazó mi cintura deslizando una mano hasta las nalgas apretándolas contra su erección.
—El único hombre que me importa y la mujer de tus sueños, siempre juntos, bien apretados... – susurré en su oreja caliente a tope – Vale, Jaime, cenemos y hablamos, que la tortilla de patatas se va a enfriar.
Preparamos los platos, cubiertos y copas en la mesa de la cocina, mientras él descorchaba la botella de vino rojo. Nos sentamos uno frente al otro y tomé la palabra, porque esta noche quería dejarle a mi marido las cosas claras.
—Jaime, vale que tengas fantasías pensando en que me follan los imbéciles de tus amigos. – lo miraba muy seria – Sabes que a mí también me ponen ... así, aunque por distintas razones a las tuyas. Me ponen caliente tus violentas arremetidas, la dureza de tu erección, sentirme deseada por ti mientras piensas que son otros hombres los que entran en mí y me destrozan sin piedad. – hice una pausa y seguí – Hasta aquí hemos llegado, cielo, por que intuyo que quieres hacer realidad tus fantasías y no voy a permitir que se cuele otro hombre en nuestra cama. ¡Y mucho menos los gilipollas de tus compañeros de trabajo!
—Mira Julia. Resulta que mientras explicabas tus “ razones ”, yo observaba tus voluptuosas tetas y los pezones casi perforaban la camiseta – yo incliné el mentón y, efectivamente los pezones se habían alargado muy duros y él siguió hablando con una sonrisa sospechosa – A ver, nena, voy a hacerte una pregunta, solo una, pero quiero que respondas con absoluta sinceridad: ¿alguna vez mientras follábamos y cerrabas los ojos temblando, imaginaste que era otro hombre el que entraba entre tus piernas?
—Bien... ya sabes... mmm... – respondí titubeando porque mi última frase con el “ ymucho menos” le había dado ventaja a mi marido.
—¿Bien... ya sabes? Julia, joder, siempre hemos sido sinceros los dos, quizá demasiado. Pero ahora tú te escondes...
—¡Nada tengo que ocultar! ¡Y menos a ti que tanto placer me das! Solo que... ¿recuerdas la tarde que te esperé en la puerta del gimnasio? Saliste con un chico rubio y alto, vestía una camiseta negra que resaltaban los pectorales y la tableta de su estómago. El chaval estaba bien macizo y eso...
—¿Y eso? Sigue julia, por favor. El chaval se llama Fer y tiene 27 años.
—Pues eso... – tomé la copa de vino y lo bebí de un solo trago – que mientras tú me dabas empujones y hablabas de tus amigos, yo pensé en que... el que...mmm... me taladraba era él. – yo miraba al plato incómoda, pues mis propias palabras le habían puesto en bandeja mis pensamientos secretos.
—Julia, alza la barbilla. No hay razón alguna para que te avergüences por nada. No es malo que los dos tengamos fantasías sexuales. Lo importante es que ambos disfrutemos, pero dime ¿cuántas veces pensaste en que era Fer el que te follaba?
—mmm... alguna que otra... – entonces alcé el mentón y reaccioné muy alterada – Vale, Jaime, me hiciste una pregunta y ya la he contestado. No quiero que volvamos a hablar de... eso. Estas cosas empiezan cómo un juego, pero nunca sabes en qué acabará. No vale la pena que arriesguemos nuestro matrimonio por una tontería así; yo no necesito a nadie para ser feliz entre tus brazos. – lo miré directamente con los ojos llorosos.
—Cálmate, nena – acarició mi mano con la suya – Sé que es una de mis manías ver como te folla un extraño. Pero lo vamos a hacer, aunque solo sea para confirmar que no necesitamos a nadie, para seguir siendo felices. Solo quiero que abras tus preciosos muslos y que Fer taladre tu vagina, aunque solo un ratito. Y después, gracias y adiós. Tema olvidado.
—Jaime, tú lo pones muy fácil pero no lo es. Fer tiene 27 y yo 33; seguro que me ve cómo una mujer madura y él, con ese cuerpazo, tendrá a cuantas adolescentes quiera.
—Pues el otro día le enseñé una foto tuya de las que llevo en el móvil y exclamó: ¡Ostras Jaime, vaya hembra que te gastas, tu mujer está buenísima!
—¿Me estás diciendo que enseñas mis fotos a tus amigos?, desde luego lo tuyo es una obsesión. A ver, ¿qué foto le enseñaste?
—Una de las que te hice el verano pasado en Torremolinos. La del biquini amarillo.
—Joder, en esa foto mis pechos están casi fuera del top. Prácticamente estaba medio desnuda. ¡Eres un cabrón!
—Ya. Pues él añadió algo más.
—¿Todavía más?
—Sí, se refirió a tu culo y tus piernas; decía que tu cara es la de una mujer necesitada y que tu cuerpo pedía a gritos que alguien te destrozara, y bueno... dijo muchas cosas más, hasta el punto que tuve que pararlo.
—Bufff – resoplé emocionada – No debiste pararlo, cielo. Si el chico disfrutaba con mi cuerpo, ¿qué mal hay en ello? Está en la edad en la que los jóvenes necesitan carne nueva, constantemente... – en ese momento fui consciente de lo que le estaba diciendo a mi marido, pero ya estaba hecho. No cabía vuelta atrás.
—Has vuelto a enredarme, Jaime, como siempre lo haces. – miré su sonrisa torcida – Lo vamos a hacer, bueno si Fer quiere, aunque solo una vez y con tu presencia, cogiendo mi mano porque yo necesito tu contacto. Él me folla y te quedas tranquilo, te lo sacas de la cabeza y se acabó el tema.
—Hoy es martes, lo preparo para la noche del viernes ¿vale?
—A mí me da igual, que sea el viernes o mañana mismo. A fin de cuentas, yo solo tendré que abrirme de piernas y cerrar los ojos, mientras tú aprietas mi mano.