La noche que acepté hacer cornudo a mi marido: 6

Julia sola

Corrí riendo hacia el dormitorio, sacudiendo con la mano el billete que Pascual me acababa de entregar:

—¡Ni te imaginas lo que me acaba de pasar! ¡el gordo me ha tomado por una puta! ¡me dio 500 pavos! –me revolcaba en la cama casi meándome de la risa  –¡hay que ser panoli! ¿eh, cielo? mira, esperábamos el ascensor y entonces va y...

—Y pagó por follarse a la hembra que se entretenía chupando sus propias tetas, a la vez que el gordo restregaba la polla en ese maravilloso culo ¿no?

—¡Joder, Jaime! nunca estás conforme con lo que hago, que no es otra cosa que lo que tú me enseñaste: ponerlos cachondos para tu placer y que te la casques a gusto, mientras miras como follan a tu mujer. – no solo me molestaron sus palabras, sino el tono despectivo – Pues mira, marido consentido, si tú eres incapaz de calmar las necesidades de la “ hembra” de la que hablas, no me dejas otra opción que acariciar mi cuerpo que me proporciona el placer que no me das desde hace muchísimo tiempo.

—¡Vale, Julia! hablemos claro. En el restaurante me preguntaste que tal te veía, como haces siempre cuando te vistes de “ fulana” y te dije que tenías pinta de zorra. Pero eso no es todo: cuando te follaba el gordo, dijiste dos cosas que me sorprendieron....

—¡Eso me faltaba oír! la ropa siempre la compras tú, para que incite a los tíos a que me revienten. A ver, ¿qué dije que te sorprendiese? ¿eh?

—Le dijiste a Pascual cuando lo invitabas a que fuese el primero que te entrase desde atrás “ aunque te cueste algo”. Más tard e cuando os corristeis en el misionero, le diste una palmada en el trasero susurrando “ya ha pasado la hora” . Estabas ejerciendo de lo que realmente eres, Julia, una puta que disfruta de su propio cuerpo y que necesita sentirse deseada y follada por cualquiera que abra tus piernas, así que deja de hacerte la víctima, a mí ya no me engañas; estás enamorada de ti misma y te gusta la carne de mujer.

Eso encendió la llama de la agria y definitiva discusión en la que lo más suave que me dijo fue puta, zorra, perra, guarra o bollera , pero yo no me quedé atrás con los adjetivos y le llamé cornudo, cabrón, impotente, pajillero y maricón. En fin, que esa noche salió a flote lo que pensábamos el uno del otro y que durante tanto tiempo habíamos ocultado, aunque lo que él dijo al final abrió una herida imposible de cerrar:

—Mira, guapa, he intentado ser paciente, complacer tus desvíos y fantasías, aunque a partir de ahora vas a ser tú la que se someta a los caprichos de tu marido que es el que te mantiene con el sueldo, y permite que lo despilfarres con los trapitos provocadores que te pones. Mañana mismo quiero ver a tu amiga Sofía meterse en tu cama y te comes su coñito, así sacias tu deseo de carne femenina – hizo una pausa y siguió – Pasado mañana, ya he planeado lo que harás: te ataré a la cama, vendaré tus ojos y te follarán el montón de tíos que he elegido, eso sí, pagando 500 pavos cada uno por reventar al putón de mi insaciable mujer.

Un ataque de ira me invadió, mi cuerpo temblaba por un furor agresivo, aunque inspiré hondo porque esas insidias merecían una respuesta sosegada.

—Vaya, ahora resulta que soy yo quien se masturba mirando a mi marido cómo folla con otro u otra. Que soy yo la que elige al fulano de turno, abriendo las piernas para el disfrute de mi adorado cornudo. Que sigo siendo yo la... bueno, ¡basta ya! – me interrumpí a mí misma – puedes estar tranquilo, Jaime, porque ni voy a ser tu mantenida ni necesito que organices la vida de tu puta para saciar la vulva hambrienta. Soy mayorcita y capaz de elegir mi camino, como creo que te demostré anoche.  La fila de tíos o tías seré yo quien la seleccione. Si no estás de acuerdo ¡ahí tienes la puerta! – extendí el brazo hacia la entrada.

*  *

Días después dormía acurrucada en la cama recuperando las horas de insomnio que cada noche me hacía dar vueltas en la sábana. Ahora solían despertarme los rayos de sol que se colaban por la ventana. Ya no me esperaba nadie. Si antes era la Julia complaciente y enamorada de su marido, aquella mujer se transformó en la Julia sola, triste y abandonada. En ese momento zumbó el móvil, miré la pantalla.

—Dime Sofía, vaya horas de llamar.

—Jo, son las once Julia. ¿Estabas durmiendo?

—No, estaba dormida.

—¿No es lo mismo, boba? – reía.

—¿Te parece lo mismo estar jodiendo que estar jodida? Anda Sofía, suelta lo que sea que voy a ducharme.

—Perfecto. Estoy comprando algunas cosas en el mercadillo; en un ratito estoy en tu casa y tomamos café. – colgó

Entré en la ducha y me enjaboné la piel con la esponja natural, casi con furia, aunque las zonas íntimas las acaricié suavemente con los dedos para alcanzar el fondo de los agujeritos, por que me gustase o no, esos agujeros serían pronto mis herramientas de trabajo, a menos que ocurriese un milagro. Cuando salí de la ducha, pasé la palma de la mano por el espejo para limpiar el vaho y lo que vi me dejó más desolada aún: los párpados  lucían hinchados y las bolsas colgaban casi hasta los pechos que habían perdido la firmeza y también colgaban tristes. Justo entonces sonó el timbre de la puerta, me enrollé la toalla y dejé entrar a Sofía.

—¡Mira que eres lenta, Julia!, seguro que te has dado la vuelta y seguiste durmiendo. – gruñía mi mejor amiga andando hacia la cocina.

—¡Pero si apenas hace diez minutos que llamaste, Sofía!

—Venga, ponte una de tus horribles camisetas mientras preparo café.

Cinco minutos después estábamos frente a frente sentadas en la cocina, sorbiendo el café que ella preparó. Bueno, la que sorbía era yo porque mi amiga devoraba las cuatro tostadas que había preparado.

—¡Jo, Sofía! puedo ver que sigues teniendo buen apetito por las mañanas.  Ni tan siquiera has dejado una tostada para que desayune tu amiga.

—No tengo apetito, nena. ¡Tengo hambre! – exclamó masticando la cuarta tostada – anoche tampoco cené.

—¿Qué ocurre, Sofía? ¿Te preocupa algo?

Entonces me contó el motivo de su preocupación, aunque yo ya conocía parte de su situación, se explayó con los detalles: Enrique, su marido, “disfrutaba” de un Expediente de Regulación Temporal de Empleo (ERTE), se terminaron sus escasos ahorros y su querido esposo pasaba los días frente a la tele, con las cervecitas y los cigarros, despreocupado como si no pasara nada. Para más inri, tenía abandonada a su mujer; las noches intensas quedaron en el recuerdo y la única actividad de Sofía se limitaba a cocinar, limpiar y comprobar angustiada cómo se diluía el escaso dinero que llevaba en el bolso.

—Estoy desesperada, Julia, de verdad. Necesito trabajar en lo que sea, incluso de empleada doméstica. Mira, hace unos días vi un cartelito que colgaba en el escaparate de una boutique cercana; ofrecía empleo como dependienta y me faltó tiempo para entrar y ofrecerme, la señora que me atendió preguntó por mi edad y mi experiencia laboral y le dije la verdad, 30 años, sin experiencia. Extendió un folio para que apuntase mi teléfono y explicó que ya me avisarían, aunque al día siguiente pasé por la puerta y vi a una rubita adolescente tras el mostrador.

—No debes desesperarte, Sofía. Si yo hubiese sido la señora de la boutique, no hubiera dudado en contratar a una mujer espectacular como tú. Mi situación es similar a la tuya, nena, ambas somos treintañeras y tenemos difícil lo del empleo, pero en lo que pueda, sabes que cuentas con mi apoyo.

Me levanté de la silla anduve a mi habitación y regresé con los quinientos euros que había cambiado en billetes de cincuenta y los deposité en la mesa.

—Vale, Sofía. Sé que esto no va a solucionar tu problema, pero no voy a permitir que mi mejor amiga pase apuros económicos, lo repartimos entre las dos, como tú lo harías. Tampoco voy a permitir que friegues suelos. Te aseguro que pronto vamos a trabajar las dos.

—Eso es lo del gordo ¿no?  - fruncía el entrecejo mirando los billetes, pues ambas nos contábamos todo lo que ocurría en nuestras respectivas vidas sentimentales. Incluidos los caprichos de mi ex.

—Pues, sí. Es lo que pagó por follarme el último “capricho” de Jaime. Piénsalo bien, cariño, cobré 500 por tan solo una hora de trabajo, así que, aunque tú eres de letras, puedes contar con los dedos y empezar a multiplicar.

—Julia, sabes que eso no puedo hacerlo – miraba mi cara y después a los billetes, volvía a mirarme y bajaba la vista de nuevo – tú ya eres libre, pero yo me debo a Enrique, además cuando nos casamos juré fidelidad en la pobreza y en la riqueza....

—Muy bien, Sofía, pero eso se lo cuentas al tendero; a lo mejor lo convences y te da los filetes gratis, aunque me temo que lo hará si te dejas manosear las tetas y aun así, con lo cara que está la carne, exigiría que te abrieses de piernas.

—¡Que bruta eres a veces, Julia! – su gesto era indignado, pero no paraba de mirar de reojo los billetes – pero... ¿y si él sospecha?, porque a ver ¿dónde vamos a follar?

—Si Enrique sospecha de una esposa entregada y fiel, como lo eres tú, merece que le pongas cuernos, a ver si mueve el culo y se preocupa de su mujer. – no se me habían escapado sus preguntas, que, si no eran una afirmación a mi propuesta, al menos significan la duda que envolvía su mente, y seguí – precisamente estamos aquí para decidir cómo nos organizamos. Tenemos que encontrar respuestas a un montón de preguntas: dónde, cuándo, cuánto y con quién, porque el “cómo” ambas tenemos la experiencia necesaria. Abrir las piernas y, tal vez, la boca. Hoy mismo tenemos que organizarnos, Sofía.

Discutimos un buen rato, que si Enrique no merecía la infidelidad, que si ella era una mujer honrada y fiel, que si patatín y patatán. Hasta que yo concluí.

—Mira Sofía, yo lo voy a hacer. Me gustaría que fuésemos las dos, pero si prefieres pasar penurias y ser la esclava de tu marido, allá tú y los remilgos. Ahora mismo voy llamar a Ángela, que cómo ya hemos hablado, se dedica al oficio y parece que le va muy bien.

Rebusqué el móvil en el bolso y apareció en la mano, localicé en la agenda su nombre que como dije antes se llama Ángela, aunque yo la clasificara en la Z:  zorra    Puse el móvil en manos libre, para que también lo escuchara Sofía y marqué el número

—Sí, Ángela al habla.

—Ángela, soy Julia tu ex compañera de Instituto, no sé si me recuerdas.

—¡Claro que te recuerdo, Julia!: la guapa, la de las tetas, la que me quitó algunos novios. ¿Qué quieres?

—¡Oye, yo no te quité nada!  Éramos unas crías y de eso hace mucho tiempo. Bueno, aunque tu bienvenida no ha sido la más cariñosa, necesito explicarte algo.

—A ver Julia, mientras no pidas dinero estoy dispuesta a escucharte.

—Compruebo que sigues con la amabilidad de antaño, aun así te lo voy a contar. Resulta que estoy con una amiga, Sofía, y estamos..., digamos en un mal momento económico, aunque con muchas ganas de trabajar y eso. Pensé que quizá podrías echarnos una mano en el inicio del oficio.

—Julia, hace un par de años que no hablamos, pero sé tu edad y tu escaparate. Sofía ¿qué edad tiene? ¿su estructura, qué tal? ¿Tenéis experiencia?

—Sofía tiene 29, bueno la próxima semana cumple 30, su aspecto es parecido al mío, pero multiplicado por diez, es una mujer hermosa y está buenísima, ya la verás. Yo sí tengo experiencias y muy recientes. Sofía, la propia de una mujer casada, o sea, sexualmente muy necesitada.

—Bueno Julia, os tengo que dejar porque en quince minutos he de complacer a uno de mis amigos, deja que mire la agenda... a... las nueve podemos cenar juntas. Te mando un mensaje y te confirmo la hora y el lugar. Chao.

“Vaya, otra que tiene la mala costumbre de colgar y dejarme con la palabra en la boca, ni esperar mi asentimiento” . Miré a Sofía que ponía un gesto extraño, como de inquietud o sorpresa.

—¿Qué ocurre, nena?, estás pálida.

—Es que creo que todo va muy precipitado. Además has exagerado mucho cuando has hablado de mi aspecto, y tengo 30 años, no 29 y...es que no sé, Julia, el paso que vamos a dar cambiará nuestras vidas.

—¡Claro que las cambiará! Cambiarán para bien nuestras aburridas vidas. Somos mujeres valientes y poderosas, hemos de escapar de la miseria utilizando lo que la naturaleza nos ha ofrecido: cuerpos, si no perfectos, al menos notables que atraen a los hombres. Lo vamos a hacer, Sofía, juntas las dos, apoyándonos una en la otra, como siempre.

—¡De verdad crees que con esta pinta estoy para ir a la cena! y menos aún para seducir siquiera a un... árbol   –se había puesto en pie señalando con el dedo la blusa que vestía con el gesto contrito.

Le miré y, efectivamente, la blusa y la falda habían soportado infinidad de lavadas, supuestamente en su día fueron azules, aunque ahora a saber cual era el color. Cogí su mano y la arrastré al armario de mi habitación.

—Vas a probarte mis horribles camisetas y toda mi ropa, así que, desnúdate y empiezas con las faldas, las blusas, incluso las braguitas. No voy a permitir que vistas como una monja, Sofía – mientras le hablaba desabotonaba su blusa al tiempo que ella, con un movimiento de caderas, se desprendía de la falda que al bajar arrastró la braga.

No era la primera vez que miraba el cuerpo desnudo de mi amiga, pues en más de una ocasión fuimos a la playa donde ambas lucíamos bikinis mínimos, incluso meses atrás, nos apuntamos a un gimnasio donde apenas resistimos un par de semanas, pero nos duchábamos juntas con lo que las suaves curvas de Sofía no me eran ajenas.  Sin embargo, el cuerpo de esa mujer hoy resplandecía con un fulgor especial y no solo eso, un aura rodeaba la figura como la Madonna pintada por San Lucas.

Las fértiles caderas se apoyaban en unas pantorrillas redondas y carnosas... y ocurrió lo inesperado: ella me miró y yo la miré, dio un paso al frente y yo otro, mis labios tropezaron con los suyos que se entreabrieron y cuando las lenguas se enredaron, tiró de mi camiseta a la vez que yo alzaba los brazos; y ese día dos hembras desnudas se revolcaban sobre la cama, besando, lamiendo, sorbiendo y mordiendo —por primera vez en sus vidas—carne de mujer.

Tres horas más tarde seguíamos comiendo, nuestro apetito era insaciable y zumbó repetidas veces mi móvil que reposaba en la mesita, estiré el brazo y leí el mensaje de Ángela en el que confirmaba la hora de la cena y la dirección del restaurante, le enseñé la pantalla a Sofía que sonreía y negaba levemente con la cabeza y tecleé la respuesta

mejor lo

dejamos

estamos muy

ocupadas