La noche que acepté hacer cornudo a mi marido: 4
Esa noche fue el inicio de mi vida libertina, sin prejuicio alguno que me atase a nadie
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—Julia. Julia ¡¡Julia despierta, joder!! – una mano zarandeaba mi hombro desnudo.
—Que... que pa..sa Fer – intentaba entreabrir los párpados.
—Eso quiero que me digas ¿Dónde está? – mis párpados estaban cerrados de nuevo.
—Est... á aquí – estiraba el brazo palpando con la mano la parte de la sábana junto a mi cuerpo. Abrí los ojos de golpe: la sábana estaba fría y también vacía – te aseguro, Jaime, que hace un ratito dormía a mi lado. ¿Has mirado el dormitorio anexo al nuestro?, porque la noche fue calurosa y lo mismo...
—He revisado toda la casa, Julia: el baño, el salón, la cocina.... aunque el cuarto de al lado se me ha olvidado. Lo voy a hacer ahora y le echo otro vistazo a la casa.
Volví a recostarme en la sábana y las imágenes de hace escasas horas invadieron mi mente, aquello que reflejaba el espejo fue surrealista y la entrega rendida de dos cuerpos sudorosos... ¡¡diiioooss!! ¿es posible que tan solo fuera un sueño? ¿Que Fer no hubiese entrado en la habitación? entonces miré el suelo y vi la blusa, la falda, la braga y las sandalias esparcidas y revueltas, levanté la sábana que cubría mi cuerpo y las medias grises envolvían mis piernas. No había sido un sueño, todo fue real y las medias lo atestiguaba: estaban sucias por los chorretones de flujos y esperma que se deslizaron por los muslos. Si las medias estaban sucias... ¡joder! entré en el cuarto de baño corriendo, necesitaba con urgencia una buena ducha y restregar con energía mi intimidad.
Tras limpiar mi piel escrupulosamente bajo el agua tibia, cerré los ojos, sonreí pensando en él. Sequé mi cuerpo con la toalla y me vestí con lo primero que encontré en el armario, la camiseta gris rasgada, la braguita roja que él me regaló y las sandalias que estaban tiradas en el suelo. Bajé a saltos la escalera, entré en la cocina y ahí estaba él, cabizbajo, sentado frente a una taza de té.
—Qué ocurre, cariño ¿a qué viene esa cara? – miraba a mi marido al tiempo que mis dedos acariciaban las sienes.
—Nada.
—Vaya, pues por “ nada” no merece la pena que te preocupes, Jaime. Yo, que bajaba tan contenta por contarte la noche con el chico y que tú disfrutases... aunque veo que quizá no es buen momento.
—¡Joder, Julia! es que es para cabrearse, tu chico llega se folla a mi mujer y se larga sin siquiera decir adiós. ¡Vaya cabrón!
—¿Esperabas que nos hiciésemos novios, Jaime? ¿eso es lo que esperabas? Desde luego tu obsesión no tiene límites. ¡Ya está bien, coño!
Aquello se nos estaba yendo de las manos, hacía mucho tiempo que no discutíamos por el tema y me estaba cansando de tragar sus fantasías cada vez más eróticas, más brutales. Desde que me impuso su primer “ capricho ” o castigo, sus exigencias sexuales no paraban de crecer, así que continué hablando:
—Mira, Jaime, me estoy hartando de tus caprichos, empezaste por elegir mi vestuario, faldas cada vez más cortas que destacaran mi trasero y luciese los muslos, camisetas ceñidísimas, blusas que más que tapar enseñaban y... en fin, para qué seguir, conseguiste que, más que tu mujer, pareciese una buscona.
—Pues a ti no parecía molestarte, te pasabas casi una hora eligiendo la ropa, mirándote en el espejo hasta girarte hacia mí con un “ estoy monísima, verdad”.
—Sí, pero es que ahí no paró la cosa; poco después se te ocurrió que cuando salíamos a cenar lo hiciera sin sujetador y a la semana siguiente ya exigías que fuese sin bragas, incluso llegaste a sugerir que, mientras cenábamos, separase algo las piernas.
—A ver, Julia, vamos por partes. Lo del sujetador lo sugerí porque tú nunca lo llevas, sé que te molesta incluso las veces que he comprado alguno a juego con la braguita lo tiras al cajón y dices “ de esto no uso ” y respecto a lo de tus piernas, lo que realmente te decía era “ abre más las piernas ”, pues cuando te sientas, quiero suponer que de modo natural, siempre quedas con las piernas bien abiertas para disfrute de los mirones que se quedan embobados con tus muslos y los pezones que parecen querer reventar la camiseta.
Aunque su respuesta me molestó, debo reconocer que algo de razón tenía pues sus fantasías me las había contagiado, de tal modo que el sexo nocturno y diario cobraba una dimensión especial mientras él susurraba las barbaridades que querían hacerme sus amigos, cualquier vecino o incluso nuestras amigas o conocidas. Lo malo es que yo mentalmente vivía esos sueños y también se los narraba con detalle con lo que nuestros brutales orgasmos estaban asociados a nuestras fantasías, cada ves más sucias, más grupales, incluso lésbicos, aunque yo sabía que esos sueños eran imposibles.
—Jaime, reconozco que en parte tienes razón. Cada vez que follamos comparto más tu fantasía, incluso me gusta provocar las miradas lascivas de los mirones y ver como babean mientras se imaginan que abren mis muslos, muerden mis tetas y soban las nalgas; hasta ahí me has arrastrado tú – hice una pausa y continué – Los dos sabemos que esto está bien para calentarnos, despertar nuestra fogosidad sexual, aunque también sabemos el riesgo que eso conlleva, así que vamos a hacer un stop y decidimos si vale la pena.
—Por lo que vi anoche, Julia, parece que para ti sí valía la pena. Tu chico estaba amorrado comiéndote el coño y tú gritabas y empujabas su cabeza.
—¡Claro que gritaba! y es que Fer me lo comía fantásticamente bien, la lengua llegaba hasta la matriz y entonces te miré y tú te estabas pajeando, pero cuando me montó, volví a mirarte para que te unieses a nosotros y estabas durmiendo. – le grité.
—Dormía de aburrimiento, nena, porque estuvisteis cerca de una hora con las lamidas, así que pegué una cabezadita, aunque luego abrí un par de veces los ojos y dabas alaridos corriéndote como una perra. ¿Cuántos orgasmos te arrasaron, Julia? ¿Ocho... Diez? por que tus berridos no paraban y no me dejaban dormir.
Me acerqué a mi marido y delicadamente acerqué su cabeza contra mis pechos que encerraban la camiseta gris rasgada.
—¿Qué importancia tiene eso, cariño? Fer es un hombre joven y, probablemente, era la primera vez que destrozaba a una mujer madura...
—¿Cuántos?
—Pues... ¿cuándo me lo comía o cuándo me empotró? – retardaba mi respuesta, porque sabía que él disfrutaba con el juego de confidencias.
—¡Joder, Julia el total!
—Pues... deja que cuente – entrecerré los ojos como si pensase – pues sobre los quince o más. ¡Y él se corrió tres veces, estaba como loco!
—¡Tres veces en tu coño!
—Bueno... en realidad, los últimos chorros los alojó en mi garganta.
—¡Joder, Julia cuando me la chupas a mí, siempre escupes la leche!
—Sí, pero es que no puedes imaginar lo gorda que la tiene, en especial el cipote y cuando lo clavó en la garganta, una de dos, o tragaba o me ahogaba, así que decidí tragar hasta la última gota y, de algún modo, agradecer al chaval su esfuerzo por complacer a una mujer madura.
Apenas terminé de hablar y mi marido ya estiraba mi mano subiendo a saltos al dormitorio. Me quité la camiseta gris rebotando las tetas en el espacio, deslicé la braguita hasta los tobillos y de una patada volaron braguita y sandalias. Desnudos los dos, los labios se buscaban abrazados con nuestros cuerpos apegados, ansiosos de sexo, del placer que hacía más de 24 horas no nos entregábamos y es que lo primero que hacíamos cada día al despertar era pegarnos el polvete aprovechando su erección mañanera. Él se dejo caer de espaldas en la cama y yo con él, aunque encima, sin separar nuestros labios y las lenguas enroscadas pero él tiró de mis greñas empujando la cabeza hacia sus bajos y lo que vi me hizo soltar un ¡¡¡guauuu!!! porque aquello que apuntaba al techo era largo y duro, algo así como la Torre Eiffel.
—Trágalo todo Julia... per...o todo, hasta la... gargan...ta – mugía mi marido embravecido.
Y yo hice lo que hace cualquier buena esposa ante la orden de su marido: le di un buen lametón enroscando la lengua en el capullo y empecé un mete-saca profundo absorbiendo la polla hasta la garganta. Entonces pensé en la medio–mentira que le conté a Jaime, pues Fer no se corrió en mi garganta, las tres veces lo hizo en la vagina, aunque yo, tras la tercera corrida me abalancé sobre su polla, me senté en su cara iniciando un inolvidable 69; él volvió a hundir la lengua en la dolorida vagina comiéndola toda, al tiempo que yo restregaba las abultadas tetas contra su abdomen lamiendo el cipote que estaba algo alicaído, saboreando los restos de su leche mezclada con mis jugos y ¡porqué no decirlo! animándolo a que se vaciase de nuevo en mi boca, pero Fer apartando la cabeza de entre los mulos dijo: “ cariño, tu lengua es dulce y suave, pero me he desfogado tres veces en tu coño calentito y no creo que antes de media hora recobre la dureza” , así que desistí de mi empeño y me descabalgué de su cara, aunque lo que yo quería es justo lo contado hace unos minutos a mi marido.
Pero volvamos a lo nuestro. Jaime empujaba y retorcía la polla que llenaba mi boca, agarrándome del pelo mientras mi lengua se deslizaba por el tronco arriba y abajo y mis manos estrujaban mis propias tetas; hasta que mi lengua quedó inmóvil pues el cipote había alcanzado su objetivo, lo tenía clavado en la garganta nos quedamos quietos los dos y en segundos empecé a tragar los chorros de crema que no paraban de fluir, yo no paraba de tragar pero mi mano izquierda abandonó la teta y dos dedos se colaron entre los labios frotando el clítoris sin prudencia alguna, con auténtico desespero.
—Anda Julia, llámalo... – dijo Jaime mientras nos recuperábamos tumbados boca arriba.
—¿mmfppñoknnn...? – respondí sorprendida, aunque fui consciente que él no entendería mi pregunta, pues los espesos líquidos que no me dieron tiempo a tragar seguían en la boca desbordando los labios unas finas babas directas a la barbilla.
—¿Cómo que quién?, pues al chico. ¡Vamos, a Fer! Anoche lo pusiste como una fiera y lo tienes listo para comer de tu mano.
Entonces besé sus labios, no solo emocionada por su homenaje a mi cuerpo, si no también por compartir con él los líquidos que desbordaban mi boca.
—Pero si ni conozco su número de móvil, cielo. Recuerda que los mensajes los envié al tuyo, incluso esa guarrada de foto. Además, Jaime, convinimos que el chico me follaría hasta destrozarme, que tú te quedarías tranquilo y después, gracias y adiós. Eso es lo que hicimos anoche, pero esta historia se ha terminado – solté muy digna cruzando los brazos sobre mis pechos.
—Venga Julia, reconoce que los tres lo deseamos y también que yo fui el único de la noche que se quedó a la “ Luna de Valencia” .
—¡Claro, Jaime! Bastante tenías con hacerte pajas viendo como nos revolcábamos, pero yo te miraba ansiando que te unieses, que me reventaseis entre los dos, pero en vez de hacerlo te quedaste dormido. Hay que ser imbécil, tanto tiempo soñando ver como otros follan a tu mujer y vas y te quedas roncando...
—Vale, Julia, estoy cansado de tus titubeos. Venga, teclea un mensaje – puso su móvil frete a mi cara, pero yo negué con la cabeza y entonces él escribió:
Hola Fer, vaya jugarreta que le has hecho a mi mujer; le has enseñado la manzana prohibida, aunque ella apenas la ha probado. Aquí la tengo llorando, con ganas de comer manzana.
Encaró la pantalla a mi rostro y tras leer me abrumé y negué otra vez.
—¡Joder pulsa enviar de una jodida vez! – mi dedo tembloroso, pulsó.
A esas alturas ya estaba apoyada contra la espalda de mi marido, con mi barbilla en su hombro y los minutos tardaban en pasar, mas cuando entró su mensaje una tierna sonrisa fluyó de mi alma. Cogí el móvil de Jaime y sería yo la que escribiría a partir de ese momento.
Vaya Jaime, tú como siempre sin pelos en la lengua. Mira, esta mañana me marché temprano, os vi tan dormidos que no os quise despertar. ¿Cómo está ella? sé que es una pregunta recurrente, porque antes de irme repasé su cuerpo desnudo y te juro que parecía una sirena. Con el peluche negro y espeso, las medias grises, los pechos firmes y redondos y la boca semi abierta; tuve que hacer un gran esfuerzo para no abrir las piernas de tu mujer y perderme entre ellas, aunque a la vez pensé que Julia no merecía tal abuso.
Pues q sepas q esa sirena espera q la manzana la comamos los 2... la manzana o lo q sea... mientras el mirón m empala x detrás...... y esta mañana debiste colarte entre mis piernas y hacerme el amor xq lo de anoche fue algo excesivo, puro sexo salvaje. Pero después soñé contigo, me besabas, me acunabas cómo a una adolescente cómo si fuera la mujer de tu vida.
Él no respondía o tardaba en hacerlo mientras mi marido que ahora estaba a mi espalda restregándose en mis caderas, leía mi mensaje y sonreía como un tonto. — Dile que quieres que te la meta por el culo, Julia . Eso me escandalizó, aunque los dos estábamos ansiosos por ver lo que él escribía.
A ver nena, sentir tu cuerpazo desnudo restregando las tetas en mi vientre a la vez que relames la polla y te la tragas bufff, pero si además meto la cara en esos labios rojos, inflados y receptivos bufff bufff. Pero cuando más me “alteré” fue esta mañana al ver tu cuerpo abandonado, relajado, cómo pidiendo caricias. Estuve tentado de atarte, raptarte, meterte en el portamaletas del coche y perdernos los dos por ahí. Ni te imaginas el bulto que tengo ahora mismo en los pantalones, Julia.
Releí varias veces el mensaje, sentí que una nueva emoción renacía en mi pecho, pero recordé que lo nuestro era tan solo un juego, un juego delicioso pero irreal.
Pues podría ser divertido q me amarrases perdiéndonos los 2 por ahí, aunque solo un ratito eh!, pero Jaime dice q quiere ver cómo me revientas el culo, ya sabes lo pesado q se pone a veces. ¿Tú k opinas al respecto, Fer?
Al respecto de qué
Pos a q m des pol culo, nene. Pero no t pongas nervioso xq aun no ha llegado el momento d esa intimidad. Ven pronto Fer, así me ayudas a limpiar las medias grises xk aun tienen las marcas d la noche loca y después, pues... eso. Lo q a los 2 os apetezca. ¡¡¡Siempre me tendréis dispuesta!!!
Ambos esperamos espectantes la respuesta al mensaje sugerente y sucio, pero la respuesta nunca llegó.