La noche que acepté hacer cornudo a mi marido: 3

El sentido común me exigía no dar ese paso, pero mi cuerpo decidió por su cuenta

3

Faltaban diez minutos escasos para la hora prevista de la cena. El espejo de cuerpo entero del dormitorio reflejaba mi imagen, vestía una falda negra de vuelo bastante corta que mostraban mis rodillas, medias grises oscuras y sandalias de tacón a juego con las medias; el torso lo cubría la blusa blanca hueso sin mangas con discretas aberturas que mostraban parcialmente los costados y el escote como la de cualquier blusa, con botones hasta el cuello que permitían la posibilidad de discreción o atrevimiento en función de cuantos botones fuesen desabotonados.

Cuando observé el peinado mis labios se fruncieron un poco, porque las greñas negras y onduladas daban la impresión de que terminaba de levantarme de la cama, colgaban por debajo de los hombros. El rostro limpio, sin maquillaje alguno... en ese momento vibró el móvil, miré la pantalla y era mi marido.

—Baja, nena. Hemos reservado mesa en el italiano. No tardes, porfa.

—Bajo volando, cariño. – volví a mirar la imagen del espejo y desabroché otro botón de la blusa.

Corrí por las escaleras sin utilizar el ascensor y allí en mitad de la acera estaban los dos, mi marido guapísimo, como siempre al que abracé y nos unimos en un beso largo, ansioso, casi desmedido; con un ruidoso suspiro giré la cara mirando al chico, sonreí y me aproximé a él le planté dos suaves besitos en las mejillas y antes de separarme le di un piquito en los labios. Tras ello agarré la mano del chico, Jaime me rodeó la cintura con su brazo y anduvimos hacia el restaurante, que estaba muy cerca.

Ya sentados alrededor de la mesa elegimos los platos de pasta y dos botellas de vino chianti, si bien al principio estábamos algo tensos, pronto nos relajamos, hablábamos de nuestra vida diaria y trivialidades, siempre riendo. Nuestras risas evidenciaban lo bien que nos sentíamos todos, derribando las barreras y alcanzando un ambiente amistoso y familiar, tal como había convenido con Jaime, pues mi marido había trazado todos y cada uno de los pasos que debía dar para seducir el chico, incluso el tema de los mensajes con foto incluida y aunque protesté por esa asquerosidad, él concluyó que quería ver cómo me comía el coño. Y así riendo le dije a mi marido:

— Cielo ¿leíste mis divertidos mensajes? ¿A que eran guay?

—Sí, nena, eran divertidísimos, aunque la foto... – observé que miraba al chico y éste asintió levemente con la cabeza – pues eso, que la foto no terminó de gustarme.

—¿No te... gustó... cielo? – no sabía qué decir, pues su respuesta se apartaba del guion que él había trazado con suma precisión.

—Pues no, Julia –volvió a mirar al chico– debiste reclamar que fuera Fer quien recortase tu mata espesa con los dientes y que fueran sus dedos los que abrieran tus labios rojos y te lo comiese enterito – soltó en plan burro.

Aquello explotó como una bomba, no sabía qué hacer, si esconderme bajo la mesa o echar a correr; me vi perdida y con una extraña sensación de acoso, pues el guion había cambiado y presentí que el guionista también.

—Vamos a ver, Julia, hablemos claro. – intervino el chico al fin, mirándome – Lo que a tu marido le pone es ver cómo follo a su mujer, cómo te reviento y te lleno de placer. – hizo una pausa – En eso estoy de acuerdo porque estás muy buena, Julia, con esas tetas y ese culo que siempre ocultas, aunque no lo estoy con ser un personaje secundario en la trama que entre los dos habéis urdido.

—¿Entonces qué propones, Fer? – preguntó mi marido mirándolo con una sonrisa cómplice; el chico meditó durante un minuto escaso, puso la mano sobre el dorso de la mía acariciándola suavemente.

—Venga ya, Jaime, de esto ya hemos hablado los dos. Voy a follar con tu mujer y ella simulará que se resiste mientras tú te pajeas, seguiremos con vuestra trama y sobre la marcha, según decidamos los tres, paramos o continuamos con la fantasía. Solo pongo una condición – entonces miró mis ojos – que sea Julia la principal protagonista de nuestra historia, que seas tú la que decida el siguiente paso. Quiero tu confirmación Julia, tan solo necesitas decir una palabra: SI o NO.

Una dulce emoción me embargó desde los pies a la cabeza, mis labios temblaban y el corazón latía a saltos. Miraba alternativamente a mi marido y al chico, que seguía acariciando el dorso de mi mano, otra vez a Jaime y otra vez a Fer. Estaba llena de dudas, porque las palabras del chico encerraban algo más que una noche de sexo, podía significar algo mucho más grande y... peligroso. No obstante, mi mano que él acariciaba dio la vuelta y mis dedos enlazaron los suyos y un sí rotundo escaparon de mis labios:

—SSSIIIIII

Volvíamos hacia nuestra casa andando, abrazando las cinturas de los hombretones que me flanqueaban; Fer también aprisionaba mis caderas con un brazo, mientras Jaime echaba su brazo en mis hombros, aunque sus dedos jugueteaban con el pezón del pecho izquierdo.

Mientras subíamos en el ascensor arrinconada contra la pared con sus cuerpos literalmente pegados al mío, miré a Fer:

—También yo quiero decirte algo, chico. Mi culo, por supuesto, siempre viaja oculto por las braguitas y la falda, pero mis tetas viajan libres, nunca uso sujetador cómo tú has podido ver esta noche, mientras te relamías

Segundos después entramos directamente al dormitorio y ahí sí, volvieron los temblores, el sudor y la duda; entré al baño me refresqué la cara, me visualicé en el espejo y me vi guapa, deseable y... ansiosa de caricias. Alcé el mentón y salí por la puerta del baño, me planté ante ellos, que seguían vestidos y solté:

—¿Cuál de los dos va a desnudar a esta mujer... – no pude terminar la pregunta, pues varias manos – desconozco si tres o cuatro – me empujaron contra cama y empezó el jaleo de manos. Yo intentaba desabrochar los botones de la blusa, pero una mano las apartó y quedé con mis pechos al aire en instantes, mientas otras manos descalzaban las sandalias y tiraban de la falda negra arrastrado con ella la braguita. Yo mantenía los ojos cerrados, en parte por la excesiva tensión del momento, aunque también porque sentirme manoseada por tantas manos era una experiencia nueva, increíblemente hermosa. Sentí unos labios jadeantes en la comisura de mi boca, que susurraba:

—Quién quieres que te coma el coñito, Julia ¿él o yo? – yo mantenía los ojos cerrados, pero aun sin saber quien hablaba, suspiré:

—TÚ

Ahí estábamos, yo vestida únicamente con las medias grises, mientras “ nosequién ” abusaba de mis labios y enredaba su lengua con la mía en un beso intenso, profundo que se fue alargando en mi cuello; sus labios y lengua pronto alcanzaron las tetas duras y los pezones oscuros que él mordía, relamía a la vez que nuestros suspiros resonaban en la habitación. Yo esta ardiendo, de tal modo que mis manos se enredaron en su pelo empujando su cabeza hacia abajo, pero él parece que no tenía prisa pues se entretuvo en besuquear el ombligo, para después lamer y morder la mata espesa morena y de ahí pasar a las ingles que lamía dulcemente. Yo me retorcía por un placer hasta ahora desconocido, pero finalmente, sus labios encontraron los míos, rojos, inflados y abiertos, mas cuando su lengua intentó atravesar los labios menores, abrí los ojos y no pude evitar mirar hacia abajo y entonces descubrí con gran sorpresa que la cabeza que estaba entre mis piernas la coronaba el cabello rubioceniza del chico de la camiseta negra.

Giré el cuello y pude ver a mi marido sentado en el sillón de la esquina masturbándose con dureza, aunque mi vista se deslizó hasta el espejo y vi a una mujer despatarrada con la cabeza de Fer hundida en la vagina. No podía separar mis ojos de la imagen que reflejaba el espejo, la cara de Fer invadía los labios abiertos y cuando la lengua traspasó los labios pequeños, los muslos se abrían más todavía y la lengua entró, rebañaba los jugos que ya fluían de todos los rincones, golpeando el fondo y las paredes con saña, con una mezcla de violencia y suavidad, mas cuando la punta de esa lengua alcanzó el clítoris el botón dorado salió a su encuentro y él se concentró en succionar, morder, lamer y casi desgarrar el coño de la mujer que reflejaba el espejo.

Saliendo de la ensoñación que las chupadas de Fer me creaban, miré de nuevo a mi marido y descubrí con sorpresa que dormía, con la polla aun en la mano, pero dormía como un tronco. Eso me disgustó, de verdad, pues la razón primaria de todo este embrollo fue la de cumplir el deseo de ver a su mujer follada por otro. No obstante, tras un segundo de reflexión, encogí los hombros y murmuré un silencioso ¡pues vale! y entonces sí me concentré en mi propio placer, pues la lengua de Fer seguí haciendo estragos en el fondo de la vagina, llenaba mi coño de lengua suave y juguetona, sorbía mis abundantes jugos, sediento como si mis líquidos fuesen su ambrosía.

Loca de placer mi cuerpo temblaba, mis manos empujaban su cabeza a la vez que mis caderas se alzaban con desespero buscando lengua, estaba a un paso de mi primer orgasmo, pero entonces sacó la cabeza de entre mis muslos y su boca se deslizó hasta mi oído.

—Te gusta, Julia...

—Es... está bien – jadeaba, casi sin poder respirar empotrada por su cuerpo contra el colchón

—Entonces, ¿por qué no te has corrido?

—Estaa... Estaba apunto de... hacerlo.

—¡Joder! Entiendo tus nervios, nena, pero te recuerdo que solo tú tienes la última palabra.

—Y como lo hacemos ¿eh? Cuando me tenías apunto, sacaste la cabeza y me dejaste con las piernas temblando.

—Pues mira, Julia, todavía desconozco tu cuerpo y menos tus emociones – él miro a mi marido que seguía dormido – cuando quieras que siga tú dirás avanti y cuando quieras que pare, debes decir stop .

—¿Por qué lo haces tan complicado, Fer? cuando me sienta incómoda te diré ¡para! y cuando me folles como dios manda basta con que diga ¡vale! o incluso ¡más... más!

Ambos reímos. Cada minuto que pasaba nos sentíamos más cercanos, más libres, entre nosotros no había guion que valga, nos dejábamos llevar por los impulsos, el sentir y la emoción.

-Vale, Fer – musité en su oreja – lo del avanti y stop lo veo complicado ¿lo ensayamos?

Él no respondió, pero abrió mis piernas con sus manos y empezó a frotar algo durísimo entre mis pliegues, mientras mis ojos miraban al cielo, inmóvil con los brazos pegados a los costados. Aparte de mi marido él era el primer hombre que entraba en mí, pensé, bueno, pensé y sentí y cuando de un firme empujón clavó media polla entre los labios mayores y menores se desató la inmensa pasión que los dos necesitábamos esa noche; agarraba el cuello con mis brazos y sentía la vagina llena, ensanchada hasta el límite y es que la tenía realmente gruesa; mis paredes vaginales intentaban retener la polla estrechándose, porque el roce llegaba a ser doloroso pero poco a poco la vagina fue dilatándose, acomodándose al nuevo tamaño; Fer gruñía y yo gemía, el placer nos envolvía como si nuestros cuerpos se reconociesen, estuviesen esperándose y al fin se encontraran. De un arreón el miembro traspasó todas las fronteras y quedó clavada en lo más hondo del coño y ahí sí di un alarido, gritaba como una loca a la vez que Fer entraba y salía con violencia, mis flujos vaginales no cesaban de manar, nuestros cuerpos temblaban y el mío se convulsionó y mi primer maravilloso orgasmo con ese hombre me atropelló. Pero él no paraba de destrozarme ni yo de correrme, en momento alguno tuve la intención de decir stop, en ese mismo momento, tras observar que Jaime seguía durmiendo, susurraba en su oído: avanti ...avanti ....... avan...ti y nuestros fluidos se mezclaron.

Los dos quedamos relajados, sonriendo y, en mi caso, absolutamente feliz. Tanto es así que por la tibieza que acariciaba mi piel, quedé dormida.