La noche que acepté hacer cornudo a mi marido: 2
Mi marido seguía induciéndome hacia ese peligroso camino: entonces apareció Él.
2
Terminamos la cena en absoluto silencio. Él pensaba y yo pensaba. Ni tan siquiera se cruzaron nuestras miradas. Retiramos los platos y demás, los metimos en el lavaplatos y, al fin él habló:
—¿Subimos a la cama, cariño? – preguntó con la voz neutra, algo nervioso.
—Ve subiendo, Jaime. Voy a limpiar este desastre, que todo está muy sucio. Luego subo.
—Vale. Voy a darme una buena ducha. No tardes, nena.
En un par de minutos arreglé la cocina y quedó como siempre: limpia y brillante como el oro. También yo tenía mis “ manías ” y una de ellas era la limpieza, no me gustaban las cosas sucias. Dudé si subir al dormitorio o tomar a solas una copa del vino que quedó en la botella; opté por lo último y me senté en el sofá del salón con la copa de vino en la mano y mi cabeza dándole vueltas al asunto. Estaba nerviosa y confusa, también enfadada, pero no con mi marido, lo estaba conmigo misma por no tener la entereza de negarme a su sucia propuesta de ser compartida, de follar con un extraño , como denominaba él al chico de la camiseta negra.
La turbulencia agitaba mi mente; por una parte me sentía abatida, derrotada, incluso indignada por las sucias intenciones de mi marido, que, sin duda alguna, acabarían en desastre y no solo en el plano sexual, también en el emocional ¿qué ocurriría después con nuestra relación? con nuestro amor sosegado y ardiente, a la vez. Nuestras ilusiones de un futuro siempre compartido, porque nosotros nos amábamos de verdad, un amor suave, exento de silencios, de disimulos ni egoísmos.
Mi mente se iluminó, justo en ese momento. Ahí estaba la clave de todo: nuestro inmenso amor “ compartido ” y sin “ egoísmos ”. Me levanté del sofá y corrí hacia nuestro dormitorio, abrí la puerta y me lancé en plancha sobre el cuerpo de Jaime, empecé a darle infinidad de besos, en las mejillas, la frente, el cuello, incluso en las orejas, mientras yo babeaba loca de amor.
—Joder, Julia, vaya susto me has dado.
—Quiero que me perdones, amor mío – lo miré intensamente – esta noche durante la cena me puse algo borde y no supe apreciar tu apasionado amor, tu nobleza y generosidad.
—Sigue, sigue, Julia. Eso me gusta – reía a la vez que desabotonaba la blusa y mis pechos saltaron alegres.
—Pues eso, cariño que olvidé que nuestro amor es compartido por los dos y que el amor no debe ser egoísta y yo lo fui – le miré sonriendo, ya desnuda – menos mal que ahí estabas tú para corregir mis errores. La lógica me explicó que... buufff mmmm... – él mientras yo hablaba había aprovechado para agarrar mi cintura y depositarme sobre su erección que hundía suavemente entre mis piernas – aaauuu Jaime... mé..te.. mete...métela to...da ¡rómpeme, joder! folla a la mujer de tu vida – así entre jadeos, suspiros y berridos nos derramamos los dos.
—Sigue contándome, Julia, que lo haces muy bien – yo seguía montándolo aún con su miembro dormitando en mi vagina inspirando el aroma de su cuello.
—Qué
—Eso que decías del egoísmo, de compartir y tal
—¡Ah, sí!, pues eso, que tú eres generoso hasta el punto de sacrificarte en aras de complacer a tu mujer y yo no quiero ser egoísta, cielo, si compartimos los dos nuestro gran amor, pues... eso... que debemos acoger al chico de la camiseta negra y mimarlo y entregar....
—Eso ya lo habíamos decidido, Julia. Quedamos en que el viernes te follarías a Fer.
—Sí, pero lo haría con reticencia, aunque ahora quiero que sepas que puedes disponer del cuerpo de tu mujer cuando quieras y con quien quieras. Tú eres el único dueño de mi cuerpo
*
El jueves a media mañana llamé al móvil de Jaime, me contestó al primer timbrazo.
—Cielo, salgo a comprarme un par de blusas, camisetas y alguna falda porque...
—En este momento iba a llamarte, Julia. Resulta que Fer tiene que ir mañana a su casa de Ávila, así que la cena prevista tiene que ser esta noche. Bueno, la cena y lo que quiera que ocurra después.
—¡Ahora me lo dices, Jaime! Apenas tengo ropa para vestir guapa, ni prendas interiores sugerentes. Además, ¿dónde cenamos?
—Pedimos al chino o bajamos al italiano, la cena no va a ser lo más importante de la noche. En cuanto a tu ropa, no voy a decirte que vayas desnuda, aunque tampoco sería mala idea, mira, pero tienes un montón de blusas, faldas y camisetas y eres una preciosidad. Tengo que colgar, nena, que me llama el jefe.
Quedé de plantón, en pie mirando el móvil con cara de boba; no podía creer lo que acababa de escuchar pues el plan era cenar el viernes a las ocho en un restaurante fino, elegante y que yo vestiría ropa casual, aunque sugerente, con el propósito de ir poniendo a tono al chico. Me di la vuelta y me miré en el espejo que colgaba de la pared del dormitorio y lo que vi me hizo gemir un ¡¡¡ Dioosss !!! pues mis greñas negras se esparcían sobre mi cara, la camiseta gris, amplia, lucía varios desgarros y por si eso fuera poco, la mata oscura del pubis llevaba más de un mes sin recortarla por que a Jaime le gustaba así: espesa y rizada. Volví a mirar el móvil y vi que marcaba las doce menos cuarto; apenas quedaban ocho horas para la dichosa cena.
Trasteé por la casa poniendo todo en orden, el comedor-salón, la cocina, vestíbulo. Después subí al dormitorio y cambié las sábanas, por si acaso, incluso dudé si debía cubrir con una cortina o algo, el espejo que colgaba al lado de la cama, pero encogí los hombros y lo dejé tal cual, pues dudaba que esta noche usáramos los tres la cama, aunque si eso ocurría... pues eso.
Antes de entrar en el baño vi que pasaban de las doce y media, así que llamé al móvil de mi marido, para preguntarle cosas importantes, pero no descolgó. Me di una buena ducha y ya fresca volví a llamarlo el zumbido sonaba, pero nada. Entonces tecleé el mensaje con mi primera pregunta importante:
Cielo, para lo de esta noche qué braguita me pongo, la negra, la roja, la blanca o nada
Bajé a la cocina para hacerme un café y una tostada con mantequilla vegetal por que quería quitarme un par de kilos sobre todo del culo y los pechos, que la carne se mantuviese firme, aunque mi marido decía que esas eran las partes más golosas de mi cuerpo. ¿Qué iba a decir él? nos amábamos con tanta pasión que cada noche susurraba en mi oído que yo era la mujer más guapa del universo mundial. Esas tonterías me hicieron sonreír, pero la sonrisa se diluyó cuando pensé en lo que podría ocurrir esta noche; entorné los ojos imaginando a los tres sentados rodeando la mesa de la cocina, el chico de la camiseta negra a mi derecha muy nervioso, mirando de reojo mis redondas tetas que lucían orgullosas en mi blusa blanca casi desabotonada.... entonces zumbó el móvil, pero no el de la imaginaria cena si no el que reposaba al lado de la tostada, miré la pantalla y era mi marido
—¡Ya era hora, Jaime, te he llamado cien veces esta mañ...
—Ju.. Julia no.. no soy él, ejem, soy Fer, el.. el amigo de tu bufff tu marido, joder, el del gimnasio.
—¡Ah, sí! el chico de la camiseta negra al que enseñó mi marido la foto de su mujer con el biquini amarillo, eh! – he de reconocer que sus evidentes nervios fueron mi calmante y me sentí mujer, mujer poderosa. Decidí tontear un poquito, sobre todo para rebajar su tensión que era manifiesta.
—Sí... si yo es que... – noté la extrema tensión del chico y que tragaba en seco, con dificultad para respirar – pues eso. Jaime está en una reunión con sus jefes y su móvil lo olvidó en su mesa y he visto tus llamadas y por eso te he... llamao. Ya está buufff. – soltó de una tirada.
—¡Vaya, Fer! creí que eras incapaz de enlazar diez palabras seguidas - reí fuerte – Creo que esta noche cenamos los tres, pero debes calmarte, chico, seguro que será muy... agradable y divertida. Por cierto... no habrás husmeado en el móvil de Jaime mirando mis fotos, ¿eh? – seguí acorralándolo.
—Mmmm... te.. te juro que... que no. – colgó el móvil.
Me quedé mirando la pantalla, porque era increíble que el chaval me dejase con la palabra en la boca, pero claro el chico se veía acorralado. En ese momento recordé mi mensaje al móvil de mi marido, el del color de las braguitas que envié hace dos horas. Mordí mi labio inferior cerrando los ojos, ¡¡¡diiioooss!!! estaba haciendo el ridículo tratando de seducir al pobre chico, aprovechándome de su ingenuidad. Menos mal que no envié el siguiente mensaje que había escrito a continuación, además el había jurado que no husmeó en el móvil.
Algo más tranquila anduve hacia el baño, cogí las tijeras y un pequeño espejo me quité la braga me senté en la tapa del inodoro, alzando una pierna y apoyando el tobillo en el mármol del lavamanos. Inicié el recorte de la mata espesa del vello que adornaba el pubis con mucho esmero, sobre todo en los pelos más largos que pretendían invadir las ingles y... la pantalla del móvil vibró, solté la tijera y encaré la pantalla: era la respuesta a mi mensaje, una sola palabra.
Nada
No pude evitar sonreír, porque, aunque supuestamente la respuesta era de mi marido, sabía que no era él quien escribía
Cielo, para lo de esta noche qué braguita me pongo, la negra, la roja, la blanca o nada
Nada
Releí los mensajes, completé el segundo que no había enviado y tecleando el mensaje recompuesto, lo envíe.
La mata del pubis la recorto o la dejo tal cual, cariño? Igual el chico se asusta y echa a correr
Tal cual
Pues mira, chico, justo ahora me lo estoy recortando ¿quieres verlo?
Tardó un par de minutos en responder, aunque su respuesta era obvia y yo estaba asombrada de mi osadía, del momento y el lugar en que nos encontrábamos los dos, aun así, la necesidad de complacer el deseo de mi esposo me dio la fuerza necesaria para atravesar esa puerta misteriosa que ni yo misma sabía adonde nos llevaría. Entró su mensaje. Una sola palabra:
Vale
El primer paso estaba dado, dudé si hacerlo o dar un paso atrás; estiré los brazos puse la pantalla entre mis piernas apuntando a mi abertura y una vez enfocado reposé mi espalda contra la pared, sin dejar de mirar la pantalla, los dedos índice y corazón de mi mano izquierda entreabrieron los labios mayores y pulsé el botón. Inmediatamente lo envié y cerré el móvil.
Revolvía en el armario de la cocina rebuscando algún tipo de hierba hasta que encontré un sobre de tila. Emocionalmente estaba muy alterada, casi avergonzada por los infames mensajes que le envié al chico y especialmente por la inapropiada foto, aunque tras dos sorbos de tila, algo me relajé y mis dedos se deslizaron hasta el móvil, el testigo del pecado. Busqué la foto y se abrió la pantalla con la tremenda imagen que se desplegaba ocupando la totalidad de la pantalla; en ella se veía a la derecha algo del muslo de la pierna que apoyaba en el mármol y a la izquierda un poco del que reposaba en la pierna que pisaba el suelo, en la parte superior algo de la camiseta gris plegada en la cintura, más abajo la madeja de vello espeso, rizado, negro cubriendo el pubis, pero lo que verdaderamente me escandalizó fue ver los dedos abriendo los labios mayores que acunaban los labios menores, todos rojos e inflamados en un primer plano, justo en el centro y ocupando gran parte de la pantalla.
No grité, pero mis labios temblaban por la imagen pornográfica que seguía ahí: serena, relajada, cómo invitando a un beso y a caricias. Volví a mirar la fotografía y ya no me pareció tan escabrosa, porque realmente lo que mostraba era la belleza de una mujer, la parte más íntima, la que siempre escondemos, cómo si nos avergonzásemos de ella, aunque precisamente ella es la que más placer da y recibe: la vagina.