La noche mágica de Laura
Una madre se enfrenta al terrible drama de no poder ofrecer regalos a sus hijos en la noche de Reyes. Pero siempre se puede llegar a un acuerdo si aceptas ser generosa con tres hombres necesitados de sexo.
Hacía muchos años que la magia de la Noche de Reyes no coincidía con la magia de la Noche de la Luna Llena. Pero aquella profusión de magias le era totalmente indiferente a Laura Vidal. Aquel había sido un año muy difícil. En las Navidades del 2013, su marido del alma, Ernesto, había puesto pies en polvorosa, dejándola totalmente colgada, con Ernestito Jr. I Laurita Jr., de 7 y 5, respectivamente. Un hombre de 35 años difícilmente resiste los arrumacos de una lánguida veinteañera y Ernesto no fue la excepción.
Lo malo era que el muy cabrón había empezado a descuidar sus obligaciones económicas y Laura había tenido que apechugar con todo, hasta que en junio cerró su empresa y se encontró la pobre con un patético subsidio, una tremenda hipoteca y, a finales de noviembre, con una caldera de calefacción inservible. Todo ello la había llevado a la quiebra financiera, ya que sus tres visas habían tocado fondo a la vez.
Con el pánico atacándola de forma creciente, Laura intensificó sus visitas a todas las agencias de seguros de la ciudad y alrededores. Tenía un buen currículum, excelente presencia, diez años de experiencia en la gestión de siniestros, pero la cosa estaba muy peluda.
Aquel cinco de enero de 2015, Laura quemaba uno de sus últimos cartuchos. Una vacante sorpresa en una de las compañías más solventes. Quince aspirantes. Se había arreglado a conciencia y preparado su discurso de presentación. En la sala de espera, los nervios eran patentes. Miradas esquivas, sonrisas de compromiso, continuas visitas al váter y a la máquina del café. El proceso de selección se alargaba más de lo previsto. Laura llamó con su móvil a Cecilia, su amiga del alma que le hacía de canguro gratuitamente, pero que ya estaba hasta el pirri, después de diez horas de entretener a los niños.
- Por cierto, recuerda qué noche es hoy.. - se había despedido un poco agria Cecilia, aunque asegurando que esperaría hasta las doce si hacía falta.
“¡Qué noche, ni qué noche! Que me cojan por Dios, que me cojan” Laura había olvidado todo desde que tres días atrás había leído la convocatoria de selección para la plaza de agente de siniestros.
Hacia las cinco la llamaron por fin. Entró muy nerviosa al despacho de los responsables de recursos humanos. Le sudaban las manos y los pies de tal manera, que el currículo estaba hecho una sopa y los zapatos de tacón podían salir volando en cualquier momento. Se serenó y tomó asiento delante de los tres jueces de su destino próximo. Una señora mayor con cara de pocos amigos, un gordito jovial, pero con risa de Judas y un yuppie con gafas, bronceado de la sierra, ensimismado en sus informes, que apenas levantó la vista cuando dio Laura las buenas tardes.
La entrevista iba regular. No parecían muy impresionados el gordo y la vieja y el otro pasaba del tema.
- Laura Vidal Riera – Leyó el gordito con curiosidad – Riera, Riera,… ¿No será familia de Gustavo Riera?
- “ojala” -se dijo ella – No, no señor. No tengo el gusto de conocer personalmente a don Gustavo.
Pero al oír el nombre completo de la aspirante el moreno levantó la cabeza con interés y se quitó las gafas de cerca para observar por primera vez a la candidata.
- ¿Laura? ¿Eres Laura Riera, de Empresariales, promoción del 95?
A Laura se le hundió el mundo en un instante. Felipe Sanchidrián, el número uno de su promoción, pero ¿no estaba en Londres, había oído decir? ¿Qué hacía aquí? Le vino a la mente aquella noche de fiesta de fin de curso, el cava que corría a mares y Felipe, con sus gafotas metido debajo de su falda, destrozándole las bragas con la excitación y metiendo la lengua por todos los rincones. Y ella, con una trompa de campeonato, bajándole los pantalones y devorando su nervioso pene unos minutos después. No lo había visto más desde aquella noche, pero era evidente que él aún se acordaba, como denotaba su turbación y el enrojecimiento de sus bronceadas mejillas al reconocerla.
A las nueve de la noche, Laura entraba en su casa con un cansancio terrible. No podía ni quería pensar más. La soberbia mamada de los tiempos académicos podía avalarla para el puesto o ser totalmente disuasoria. No suelen mezclar los ejecutivos las ollas con las pollas, por lo que era muy probable que ella perdiera aquella oportunidad única por una felación olvidada ya en la noche de los tiempos.
Cecilia la estaba aguardando con el abrigo puesto.
- Los niños están esperándote para cenar. La pizza está hecha y el caldo calentito. Me voy corriendo que me esperan. Buena Noche de Reyes.
Laura sabía que los amigos quedaban para cenar, pero ella hacía meses que no acudía a ninguna cita. Era orgullosa y tozuda. Nadie sabía de cierto los apuros que estaba pasando excepto Cecilia. Besó a sus hijos y se sentó a cenar con ellos. De pronto le vino una angustia que le bloqueó la mozzarella a medio engullir. ¡Era la Noche de Reyes! Los niños habían escrito una carta que llevaron al paje del Corte Inglés pocas horas antes de llegar la información sobre la vacante de los seguros. Pero ella no había comprado nada. No había tenido tiempo, pero aunque hubiera pensado en ello, sólo le quedaban cien euros de crédito para pasar el mes. Bebió agua y empezó a notar que iba a llorar como una magdalena delante de sus niños. Con un esfuerzo los puso a dormir y se dio una ducha (Al menos tenían aún agua caliente como regalo de reyes) Se sentó delante de la tele a mirar el programa especial de Joan Manel Serrat. A la tercera canción se quedó dormida, con el pensamiento fijo de qué pasaría por la mañana, cuando los niños se levantaran y no encontraran ni una piruleta. ¿Cómo lo explicaría?
Su sueño era turbio e intranquilo. Oyó ruidos, como si alguien entrara en casa, pero pensó que era un sueño. Alguien dijo su nombre en voz baja, pero no se despertó. Cayó en un abismo de olvido y anestesia. Negro sobre negro. Olvido total. De pronto abrió los ojos con sensación de extrañeza. La calefacción estaba demasiado fuerte. No podía permitirlo, no podía permitírselo. Abrió los ojos pero no pudo moverse. Se quedó helada, a pesar del calor de la sala, al ver a tres individuos paseando arriba y abajo. Uno de ellos, el que parecía llevar la voz cantante, era un señor de cierta edad, con barba frondosa y un pendiente en la oreja. Llevaba el pelo, blanco como la nieve, recogido en una cola y se había quitado el chaquetón. El segundo tipo era un rubio alto y fornido, con aspecto de marino, barba de varios días y un tatuaje en el brazo. Y el tercero era negro. Alto, delgado y con la cabeza afeitada, lo que le daba un aspecto peligroso en extremo.
- ¿Quiénes son ustedes? ¿Cómo han entrado aquí? – Estaba en estado de shock pero intentó aparentar aplomo.
- Somos los repartidores – Dijo el rubio con tono tranquilo – Traemos los juguetes para … - ojeó la Tablet que llevaba bajo el brazo. – para nadie, creo. Hay un error.¡Mel!- Se dirigió al del pelo blanco – Aquí no hay que dejar nada. No han soltado la mosca.
- Pues es un error, creo – Dijo el tal Mel. - Hay una carta registrada pero luego no se hizo el abono. A ver guapa ¿Estoy en lo cierto?
- SI, si señor, es cierto, pero es que estoy en una situación muy mala,..
- Vaya madre – Terció el negrito. - ¿Pero cómo puedes olvidarte de tus hijos en un día así?
- Es que no he podido. Estoy sola, no tengo a mi marido y estoy en el paro. Hoy fui a una entrevista pero no sé si me cogerán. Si ustedes quisieran hacerme el favor. Dejen alguna cosita, un detalle que los niños no se me traumaticen. Les prometo que se lo pagaré en unas semanas…
Los tres tipos se reunieron en un aparte a parlamentar. Pasaron unos minutos y Mel comunicó la resolución.
- Mira, Laura. Nosotros no fiamos, pero llevamos toda la noche de reparto y estamos un poco quemados. Tu eres una mujer muy atractiva y hemos pensado que, si te lo haces con nosotros, te podemos hacer un lote para los niños.
- Sí. Un lote por otro – se mofó el rubiales con muy poco tacto.
- Por favor. Ustedes son ricos ¿son reyes, no? Tiene odaliscas y amantes de la nobleza. Para qué quieren aprovecharse de una pobre madre desvalida.
- Eh! Para el carro. Si tenemos o no amantes es cosa nuestra. Ahora estás tú aquí y nos apetece echarte unos polvos. Ya está. Punto. SI quieres regalos, ves quitándote las braguitas – El negro era parlanchín y guasón en extremo.
Laura suplicó y lloró pero los tres tipos eran inflexibles, así que finalmente cedió. Hacía exactamente un año que no tenía sexo con nadie. Pensaba que su vagina se había secado, sus tetas se habían caído y toda su piel había quedado insensible a las caricias. Se desnudó con rabia delante de los tres individuos. Recordó paradójicamente, que no se había depilado en tres meses. Su vello corporal era rubio y disimulaba, pero el púbico era más oscuro y un poco demasiado exuberante, así que los tres tipos estallaron en exclamaciones a la vista del frondoso bosque de su entrepierna. Cuando se quitó el sujetador hubo un nuevo murmullo de admiración. Aunque algo tristonas, sus tetas continuaban causando admiración por su tamaño y sobre todo por la forma abultada y exótica de sus pezones.
Los tres tunantes ya se estaban despelotando y acudiendo como moscas a la miel al encuentro de la desdichada. El negro parecía el más fogoso. Se abalanzó sobre ella y se bajó al pilón sin más prolegómenos. Tenía una lengua larga y gruesa y unos labios abultados, así que hizo buena presa en la peluda vulva, provocando un escalofrío en Laura. Los otros dos se apresuraron a degustar aquellas suculentas madalenas, una para cada uno. Laura parecía el desayuno de los tres magos, que la tendieron en un sofá y siguieron lamiendo, chupando, mordiendo y acariciando hasta el más recóndito rincón. Eso incluía por supuesto su apretado agujero anal, que fue profanado por la lengua de los tres juerguistas.
Laura no se sentía excitada a pesar de aquel tratamiento. Era muy humillante que la consumieran como si fuera un helado de vainilla y eso la inhibía.
- Esto no funciona – Dijo Mel – Balta, aplícale el taladro hidráulico.
Balta agitó su cachiporra amenazadoramente y ordenó a Laura que se abriera bien de piernas. Ella pidió clemencia al ver lo que se le venía dentro, pero los otros dos la sujetaron mientras el negro la taladraba sin piedad. No aumentó esto su ardor sexual.
- Esto es un rollo – protestó el rubio – Está muy buena pero es más fría que el hielo.
- A ver. Monada. Queremos que te corras, ¿entiendes? – Explicó Mel. – No nos gustan las frígidas.
- Dinos qué quieres que te hagamos, ricura – Pidió el rubio – Así no hay trato. No tendrás juguetes.
- Pero ya hago lo que me mandáis. ¿Qué más queréis?. Sois unos cerdos – Sollozó Laura muy compungida. – Yo no me excito si me violan tres cabrones.
- Lo vamos a ver – Exclamo Balta, picado en su orgullo real - ¡Apartaros los dos! – Y avanzando hacia Laura la tomó en sus brazos con gran ternura y empezó a besarla suavemente, empezando por el cuello, las orejas, finalmente los labios que se iban abriendo como moluscos en un baño de vapor.
Siguiendo su ejemplo, Mel y Gasp se acercaron cautamente. El rubio se postro a los pies de Laura y empezó a besarlos como si fueran reliquias sagradas. Pasó la lengua entre los deditos y acarició las plantas con suaves toques. Mel se aplicó con las tetas, sólo con la punta de la lengua y sin dejar un milímetro por lamer.
Laura desfalleció. La adoración tuvo más efecto que la voracidad. Poco a poco se empezó a mojar y pudieron asistir al prodigioso espectáculo de la erección de los pezones – madalena.
Al cabo de unos minutos, la vagina pidió ser llenada y, uno tras otro, los tres seres mágicos bombearon largamente con sus regias pollas la vulva ahora sedienta de la mujer.
Rendida al fin, encadenando orgasmos, Laura chupó los rabos que se le ofrecían, creando una secuencia en cadena que constaba de mamada – masturbación – penetración – corrida – etc.. en la que los tres se turnaban en cada papel sin detenerse un momento.
Al final cayó rendida, se sentó en la silla y se tapó con la manta. Se veía azulear el cielo por Oriente y los tres magos se apresuraron a vestirse para continuar con su periplo huyendo del sol.
- Tendrás tus juguetes, bombón. Hace años que no disfrutábamos tanto.
- Adiós
- Adiós.
No podía abrir los ojos, ni le quedaban fuerzas para vestirse, sin embargo se tocó los hombros y tocó la tela de su camisa. ¿Qué demonios? Estaba vestida. Y todo había sido, si. Un sueño.
- “Qué sueño tan guarro. Pero si estoy completamente mojada y tengo los pezones como piedras. Qué cosa tan rara”
De inmediato, el recuerdo de sus pequeños y el disgusto que iban a tener, la sumió de nuevo en la angustia. Oyó voces y gritos infantiles. Venían de la habitación de los niños, pero eran de alegría y excitación. Se levantó de un salto y corrió al dormitorio de sus hijos. Allí estaban, felices, abriendo los paquetes, la muñeca con acné juvenil y el camión robot, bombones, piruletas, y una consola con juegos para niños de 5 a 8. Laura pensaba que era ahora cuando soñaba y se pellizcaba para despertar, pero era cierto, estaban allí.
Su orgía con los tres Reyes Magos había surtido efecto. Era magia, magia de una noche de luna llena. Dejó a los niños con sus regalos y volvió al comedor aturdida y temblorosa.
Había dos mensajes en su móvil. El primero era de Felipe:
“Apreciada Laura. El recuerdo de aquella noche me ha perseguido durante años. No he vuelto a sentir con ninguna mujer lo que sentí contigo aquella vez. Creo que es cosa de la química. Sin embargo nada de eso ha condicionado la decisión de nuestro departamento. El puesto es tuyo. Me voy a Londres esta mañana, pero me gustaría que te reunieras conmigo en unos días para repasar tus nuevas obligaciones, que no incluyen, claro está, ninguna para conmigo. Sólo quiero volver a verte y compartir unas horas contigo. Soy un hombre soltero y sin compromisos, al menos de momento. Felicidades.”
Ahora sí que sentía que estaba soñando despierta. Empezó a llorar y a dar pequeños gritos. Pero, podía ser que sí que fuera un sueño. ¿Cómo explicar la visita de los magos y los juguetes?
El segundo mensaje era de Cecilia.
“Laura, cariño. Me has de perdonar pero en la cena salió la conversación y conté a todos tu situación y lo que había pasado hoy con el tema de los juguetes y eso. Bueno, pues todos dijeron que no podía ser, que tal y que cual. Total que nos fuimos de compras por las paradas y acabamos reuniendo todo lo que los niños pedían, que de los pobrecitos llevaban todo el día repitiéndomelo. Así que fuimos a tu casa. Entramos con mi llave por si dormías. Te vimos en el comedor y te llamamos, pero estabas como un tronco, así que lo dejamos en el cuarto de los niños y nos fuimos sin hacer ruido. ¡Ya ves!”
Hacía años que no coincidía la magia de los Reyes Magos y la de la Luna Llena.