La noche en la que casi nos pillan mil veces (1)
Lo que comenzó como una quedada en la playa con una amiga, Atenea, se convirtió en una noche en la que hicimos cosas que creíamos que no seríamos capaces de hacer en público...
He tenido que dividir esta anécdota en dos partes para hacerla más amena de leer. ¡Espero que la disfrutéis!
Lo que os voy a contar hoy pasó hace relativamente poco, una tarde de verano en la que no tenía nada planeado. Aburrido, por la mañana, miré el móvil. Una amiga mía, a la que voy a llamar Atenea, me escribió. Me propuso de ir a la playa por la tarde, estar dándonos un baño y llevarnos comida para cenar los dos con vistas al mar, por la noche.
Digamos que lo que tengo con Atenea no es una relación de solamente amistad. Ya habían pasado cosas entre nosotros, cosas bastantes fuertes, pero… las voy a dejar para otro relato, cabrones ;) . Sin embargo, aquella vez yo no iba con intención de hacer nada más. Hacía tiempo que no la veía y simplemente me apetecía ponerme al día con ella. Cuando llegó la hora, salí de casa y fui a su portal a recogerla. Iba vestida con un peto blanco y un top verde. No os voy a negar que era una elección un tanto incómoda para ir a la playa, pero estaba tan guapa que, ¿Para qué iba a ponerle pegas? En fin, fuimos caminando y hablando con tranquilidad hasta llegar a nuestro destino. Era un poco tarde, alrededor de las 19:00, el sol comenzaba a esconderse, pero seguía habiendo luz de sobra, y no había tanta gente como la marabunta de guiris y surfistas que puede haber en horas más tempranas. Decidimos colocar una tela grande en la arena para dejar nuestras cosas, y después de eso, fuimos a bañarnos. Atenea se quitó la ropa que llevaba y se quedó en bikini. Lo cual me recordó lo buena que está.
Tiene un cuerpo curvilíneo que roza la perfección. El pelo castaño, claro y largo le cae por los hombros hasta el pecho. Su cara, redonda, adorable y llena de pequeñas pecas me miraba con una sonrisa. Sus caderas son anchas y le hacen tener una figura increíble, con un culo de esos que cada vez que lo ves te dan ganas de agarrarlo bien fuerte y pegarlo contra ti… y tiene unos pechos de tamaño medio, tirando a grandes, podría decir. Pechos que me quedé embobado mirando cuando se quedó con el bikini, hasta que la propia Atenea me sacó del trance.
-Bueno, vamos al agua, ¿No?- Estaba de pie delante de mí, cuando me lo preguntó yo estaba sentado en el suelo con la camiseta aún puesta. La vista seguía siendo magnífica.
-Sí, perdona, vamos- Me desvestí y la seguí al mar.
En pleno julio, el baño se agradecía. Seguíamos hablando sobre amigos, el instituto y cosas por el estilo, mientras notaba que Atenea se me acercaba… mucho. Con excusas como “Ay, Perseo, te he echado de menos” o “Ay, Perseo, tengo frío, dame un abrazo” venía y me rodeaba con brazos y piernas para pegarme a ella. No soy tonto, y notaba cómo cada vez que me abrazaba rozaba su entrepierna sutilmente (y no tan sutilmente) contra mi pantalón, a veces incluso apretando. No soy de piedra y he de decir que aquello me subió la temperatura un par de grados. Pero decidí aguantar. Hacerla esperar. Al menos, un rato.
El sol se escondió detrás nuestra por completo tras los edificios que hay cerca de la playa, con lo que comenzó a oscurecer. Buen momento para abrir los tuppers de comida china que había sobrado del otro día y comenzar a cenar. Ah, pero Atenea no, claro, que es vegetariana. Después de comer y de estar burlándome yo de su triste bocadillo de tortilla, nos tumbamos mirando a la luna. Ahora sí, los dos bien cerca, abrazados. Ya no lo resistí más, estaba constantemente hablando cerca de su cuello y en cierto momento, se me escapó un beso. Y luego un mordisco. Y después, otro beso. Atenea comenzó a suspirar y me pasó los dedos por el pelo, aún húmedo del baño de antes. Le giré la cabeza con una mano, cerré los ojos y la besé en los labios. Me rodeó con sus brazos y me devolvió el beso, pegándose contra mí. Nos comenzamos a liar hasta que notamos cómo nos habíamos calentado ligeramente los dos. Bajé mi mano por su espalda hasta llegar a una de sus nalgas y la estrujé con fuerza, a la vez que mordía uno de sus labios. Me atreví a bajar la mano aún más, pasando por encima de la parte de abajo de su bikini, y cuando estaba justo encima…
-Perseo, por favor, aquí hay gente nos van a- en ese momento, apreté en aquella zona que noté ardiendo. Suspiró cerrando los ojos y apretando los dientes- joder…
-¿Quieres que vayamos al agua otra vez? Puede que ahí no nos vean, y a lo mejor puedo seguir con esto…- Le susurré al oído, a la vez que apartaba a un lado discretamente su braga y comenzaba a acercar mis dedos a su coño caliente y mojado… No precisamente de bañarnos. - ¿Te apetece, preciosa?
Asintió y me besó. Se restregaba contra mí buscando mi tacto y se le olvidaba que nos íbamos a levantar para ir al agua, hasta que le aparté mi mano de su entrepierna, de golpe.
- Eres un cabrón, no sabes lo cachonda que me has puesto.
La cogí de la mano y fuimos al mar. Ya era completamente de noche, la única luz que había en la zona era el propio reflejo de la luna sobre el agua y la playa se sumía en absoluta oscuridad, salvo por el paseo a un par de cientos de metros más allá. El mar estaba calmado y las olas nos mecían poco a poco, con un ritmo tranquilo pero constante. Eso sí, estaba frío de cojones. Atenea y yo acabamos con la piel de gallina y tiritando cuando nos sumergimos de cintura para arriba. Más razón para estar pegados. Una vez estuvimos a una distancia en la que el grupo de gente que teníamos al lado no nos podrían ver, volví a comerle el cuello. Atenea volvió a subirse a mí tal y como lo hizo un par de horas antes, restregándose bien fuerte contra mí. Con la pequeña diferencia de que ahora tenía un bulto considerable con el que hacerlo y darme más y más ganas. Nos pusimos de rodillas para que el agua nos cubriera un poco más (y la cabrona pesaba, perdía el equilibrio constantemente) y comencé a ser más atrevido con mis besos.
Lejos de miradas ajenas, la mordía con más fuerza y más ganas. Noté cómo le iba gustando y, sin avisar, le bajé de golpe la parte de arriba de su bañador y me lancé a comerle las tetas. Poco a poco, por supuesto. Le mordí la parte de abajo de su pecho y gimió suavemente. Lamí alrededor de su aureola y, antes de seguir, levanté la cabeza para contemplarla, mirándome, con sólo la luz de la luna iluminando su cara y su cuerpo. Volví a mirar sus pechos, con los pezones duros y la carne de gallina. Me acerqué lentamente de nuevo a uno de ellos y, ahora sí, me metí su pezón en la boca. Le di vueltas con la lengua y ella comenzó a gemir menos sutilmente. Con la otra mano le pellizcaba y apretaba con ganas, tal vez le cogía del cuello para calentarla un poco más, curiosamente, ninguno de los dos se quejó de lo helada que estaba el agua a partir de ese momento. Atenea me levantó la cabeza y me besó con ternura una vez más. La sujetaba a hurtadillas sobre la arena y las olas finalmente hicieron que tropezase y ambos caímos encima del agua. La situación era ridícula y nos reímos avergonzados antes de volver a besarnos.
Pero yo no iba a parar. Ahora que estábamos en el agua, le bajé las bragas un poco y acaricié su monte de Venus para que supiese las intenciones que tenía. Atenea reaccionó abriendo sus piernas para mí. Mirándola a los ojos, fui pasando mis dedos por el interior de sus muslos, paseándolos… Haciéndola esperar. Quería escucharla suplicar y hasta que no lo hizo un par de veces, seguí torturándola. Hasta que fui a entre sus piernas, puse mis dedos en sus labios (no los de la boca, precisamente) y le abrí el coño entero para sentir el calor bien cerca. Para poder llevar mis dedos a su clítoris, hinchado por la excitación, y cogerlo entre mis dedos con cariño para escuchar a Atenea intentando aguantar los gritos. ponía dos dedos encima y uno debajo, y lo retorcía rítmicamente, subiendo la velocidad. Eso la vuelve loca. Estando encima de mí, apoyó su frente en la mía y jadeó. Yo seguí hasta que la volví a escuchar gritar de nuevo, esta vez un poco más fuerte. En ese momento, solté su clítoris y bajé mi mano para notar su vagina completamente llena de flujo, y me acerqué a la parte baja, su entrada.
Con mi dedo corazón daba vueltas alrededor del agujero y, sin que ella se lo esperase, lo metí lentamente, penetrándola y haciendo que aguantase la respiración hasta que estuvo dentro y lo moví para estimular su punto G, con lo que Atenea fue a mi cuello a morderme para no gritar en público fuerte. Metí otro dedo y la masturbé durante un rato, todo lo fuerte que pude. Con el pulgar seguía tocando su clit y haciendo las dos cosas a la vez, Atenea estaba temblando encima de mí. Jadeaba más rápida y entrecortadamente y pedía cada vez más. Yo metía y sacaba los dedos, los metía todo lo profundo que podía y le daba al punto de una forma en la que con cada golpe le sacaba un sonido nuevo de su boca. Le estaba dando tanta caña que ella no aguantaba más. El ritmo de su respiración se le aceleró, notaba su aliento cada vez que jadeaba en mi cuello y su pecho subía y bajaba frenéticamente. Sólo pudo articular dos palabras, “Me corro”, a duras penas. Las repetía una y otra vez entre gemido y gemido como un autómata, hasta que de repente, se calló, sentí cómo los músculos de su vagina apretaron mis dedos con fuerza y le temblaron sin parar las piernas. Desgarró mi oído con un chillido que tuvo que aguantarse para no gritarlo a todo volumen, y me arañó la espalda con las uñas mientras acababa de tener su orgasmo. Yo, a pesar de ello, seguía apretando con los dedos y hasta que Atenea consiguió decir “Ya está” no dejé de masturbarla. Saqué mis dedos de dentro de ella, la miré y le di un abrazo.
Esperaba que ella me lo devolviese y estuviera un momento descansando, pero me sorprendí al notar una mano que comenzó a acariciarme la erección por encima del bañador.
- ¿No te vas a dar ni un respiro?- le pregunté
-Te toca a ti, ¿no crees?- Apretó para comprobar lo duro que estaba- Creo que tú también estás tan cachondo como yo.
-Nah, solo un poco- Le contesté con una sonrisa. A lo que ella respondió metiéndome la mano dentro de los calzoncillos y sobándome la polla. Se me escapó un suspiro.
-¿Sólo un poco?- Bajó mi ropa y sacó mi rabo, para comenzar a masturbarlo muy lentamente, casi como una tortura. No se me ocurrió nada más que decir “Más”. Me hizo caso y aumentó el ritmo, lo hizo más fuerte y comencé a sentir el placer comenzar a invadirme. Al mismo tiempo, me comió la boca y me acarició el pelo con la mano que tenía libre. Me encanta cuando hace eso.
Atenea siguió masturbándome cada vez más fuerte. Dejó de besarme y me dijo:
- No sabes las ganas que tengo de sentirte dentro de mí…- Esas palabras me encendieron demasiado. Sonreí maliciosamente y le contesté.
-A ver, si tantas ganas tienes, repítelo.-
-Te necesito dentro, Perse- Sin dejar que acabara la frase, la cogí con fuerza y me la volví a poner encima mía, de espaldas. La apreté contra mí y, cuando le deslicé una vez más el bikini hacia el lado, ella ya sabía lo que quería hacerle- Perseo, por favor, nos van a ver, hay gente en la orilla…
-Me da igual- Respondí. Atenea es muy vergonzosa pero ese riesgo le pone muy perra, y lo sé de sobra. Ahora tenía el coño expuesto y decidí acercarle mi polla poco a poco, para restregársela. Noté sus flujos calientes en mi punta y eso me excitó aún más. Busqué su entrada, ahora más dilatada por el orgasmo de antes.
-Joder, seguro que nos están mirando. Me van a ver. Qué vergüenza. Y yo aquí en tetas. Por favor…
-Atenea, cariño, esa gente no es imbécil. ¿De verdad piensas que no se han dado cuenta de nada? ¿Que no se han dado cuenta que dos adolescentes liándose en el agua no pueden estar haciendo algo más?
-Uff, tienes razón- Seguía estando cachonda y lo sabía.
-¿Quieres que paremos?- Le pregunté
-Joder, no, por favor, sigue… Sólo un poquito… Sólo la puntita...- Puede que lo dijese con la boca pequeña, pero le hice caso. Hundí un poco mi glande en su coño y sentí como comenzaba a entrar. Atenea volvió a suspirar y a murmurar entre dientes “joder, joder, joder” cada segundo que pasábamos así, y apreté un poco más para dejar entrar toda la punta de mi polla dentro de ella.
-Dios, cómo necesito que me folles- Dijo ella- No la metas más, por favor.
-¿Quieres que salgamos y busquemos otro sitio?-
- Uff, sí…- Suspiró- Lo necesito, lo necesito Perseo
Antes de sacarla, di un último empujón y entró más. Luego la saqué de golpe.
Hijodeputa... - Me encanta cuando se cabrea conmigo cuando la provoco así.
Lo sé.
Y salimos del agua. Atenea se sonrojó (sí, lo noté a pesar de que fuese de noche, ¿vale?) y no dejaba de repetir que el grupo de gente que teníamos al lado se habían coscado de lo que estábamos haciendo. Cuando nos sentamos en la toalla, y nos tumbamos un momento mientras nos secábamos, un hombre de ese grupo comenzó a caminar hacia nosotros. Atenea abrió los ojos como platos, acojonada, y yo no pude evitar soltar una risa nerviosa.
El hombre se acercó a mí y simplemente me preguntó: “¿Oye, nos puedes hacer una foto?”
Atenea suspiró de alivio y yo fui a hacerles el favor a dicho grupo. Cuando se fueron. Ella y yo nos quedamos solos. Nos reímos juntos y nos dimos un beso largo. Aún teníamos ganas… Y buscábamos como locos un sitio en el que poder aliviarnos. Recogimos las cosas, nos levantamos y fuimos a comprobar los sitios más oscuros de la playa.
Por supuesto, no sólo había gente sino que estaba completamente lleno. No sé ni cómo se nos pasó por la cabeza que íbamos a follar tan tranquilos en la playa. Pobres infelices…
Así que seguimos buscando un sitio… Y la noche fue, sin duda, algo digno que contar, pues tenemos la peor suerte que dos personas en una situación similar pueden sufrir. Eso sí, lo contaré… en la segunda parte del relato, claro!
Sed libres de comentar y dar opinión sobre lo que queráis, tengo ganas de mejorar mi escritura!! Gracias por leer
Con cariño, Perseo. <3