La Noche del Vamputo

Un pequeño relato de terror erótico-humorístico, escrito más por diversión que otra cosa, sin grandes pretensiones. Espero que lo disfruten.

CAPITULO I

Eran las dos de la mañana de otro odioso día de semana. Como ya era mi costumbre, caminaba de vuelta a casa después de una agotadora sesión de sexo desenfrenado con mi novia. Bueno, novia era una forma de llamarla. Por lo menos, la forma que a ella le gustaba. Para mí, era un rótulo demasiado importante para lo que teníamos. Nada más que buen sexo. Pero, ¡vamos!, a ella le gustaba, y a mí no me molestaba. Lo malo era esto de tener que volver a mi casa todos los días a la madrugada, y caminando largas cuadras, ya que no hay colectivos a tan altas horas de la noche (o hay muy pocos y hay que esperar demasiado). Como no hacía demasiado frío, aproveché y caminé disfrutando del cielo estrellado. Me faltaban dos o tres cuadras para llegar, nomás. Mis padres dormirían ya, a esa altura, así que sólo tenía que llegar a casa, entrar sigilosamente y meterme en la cama. Qué bueno, porque esta chica me había dejado exhausto, como siempre. Era una perra en celo en la cama, y siempre me exprimía para sacarme tres o cuatro polvos. Las piernas me quedaban a la miseria. Pero como ya estaba medio acostumbrado, ahora por lo menos podía caminar hasta casa sin acalambrarme.

Me llamó la atención que los faroles de la siguiente cuadra estaban apagados. Curiosamente, por ser una noche de luna llena, toda la cuadra estaba muy oscura. No se veía ni el movimiento de las hojas de los árboles. Parecía demasiado sombrío. Un escalofrío recorrió mi espalda. No es que tuviera miedo, pero con esa misteriosa penumbra, pese a la luna llena y la noche despejada, en un barrio tan tranquilo, sería víctima fácil de cualquier ladrón. Apuré el paso. Sentí mi respiración agitarse levemente. Unos metros más adelante, creí ver movimientos. Como una sombra, que se escondía en el dintel de la entrada de algún edificio. Me aparté de la pared, y apure aún más el paso. Al pasar frente a esa puerta, miré con detenimiento para no ser sorprendido. Enorme fue mi sorpresa cuando, del lado de la calle, algo me empujó contra la pared. Yo había creído ver la sombra esconderse del lado del edificio, pero de alguna forma el ataque vino del lado opuesto, de entre los autos estacionados. No pude reaccionar. Intenté girar para quedar de cara a mi asaltante, y me topé con sus ojos, clavados en los míos. Había un extraño brillo. Mis brazos quedaron inermes, a los lados de mi cuerpo. Ahora la clara luz de la luna iluminaba todo, y pude ver su pálido rostro, su piel blanquecina, sus facciones marcadas, las cavidades de sus ojos hundidas, sus pómulos salientes, su sonrisa maquiavélica. Mis ojos no podían zafar de su mirada. Intenté hablar, pero no pude emitir palabra. Traté de moverme, pero todo esfuerzo era inútil. Algo en los destellos de sus ojos me… ¿sometía? Vi como esos destellos se convertían en un fuego danzante que consumía mi mirada y mi voluntad. Aunque lo hubiese querido, ya no podía desviar mi mirada de aquellas llamas danzantes del fondo de sus ojos. Quería mirarlos. Deseaba quemarme en ese fuego. Sentí sus brazos rodeándome, envolviéndome. Sentí el calor de sus manos en mi espalda. Mis ojos se estaban consumiendo en el calor infernal de su mirada, y mi rostro se había acercado al suyo, al punto de sentir su aliento sobre el mío. Entreabrí los labios, e incliné levemente mi cabeza a un lado. ¿Me estaba entregando para que me bese? Sentí una de sus manos trepar por mi espalda hasta mi hombro expuesto, e inmediatamente un dolor punzante en mi cuello, como si me hubiese clavado una uña, se hizo presente. Gemí. Cerré mis ojos. Sentí sus labios presionándose sobre mi herida, y luego percibí la más extraña sensación que hubiese experimentado hasta ese momento en mi vida. Sentí cómo su boca succionaba, pero lo que sacaba de mí no era sangre. No podía precisar de qué se trataba. Era como si alguna forma de energía dejara mi cuerpo. Yo sentía esa energía fluyendo hacia su boca, y en lugar de evitarlo, lo dejaba hacer. Estaba empezando a disfrutarlo. A gozarlo . En mi cabeza, involuntariamente, empecé a proyectar las imágenes del sexo con mujeres que había tenido en mi vida. Veía cómo se iban disipando. A medida que desaparecían, me despertaba cada vez menos interés. En su lugar, el deseo de besar sus labios se hacía más y más intenso. Volví a gemir. Quise besarlo, pero la sensación de su boca chupándome la energía era mucho mejor. Lo dejé hacer. Para cuando la dulce sensación empezó a mermar, ya las mujeres eran un ignoto recuerdo. Me di cuenta que mi pija estaba erecta. Ardiendo. Deseando. Sentí sus labios soltar mi cuello, e instintivamente mi boca buscó la suya. Lo besé. Sentí su lengua invadiendo mi boca. Sentí su vello facial rozando el mío. Sentí su mano bajar a mi culo, y sentí mis brazos finalmente moverse, para devolver su abrazo. Recorrí su espalda con mis manos, mientras nuestro beso se hacía más tórrido, más ardiente. Si me quedaba algo de esa energía que me había sacado, lo estaba extrayendo ahora, a través de ese beso ardiente. Me sorprendí a mí mismo llevando mi mano derecha a su pija. El hizo lo propio con su mano en la mía. Abrió la bragueta de mi pantalón. Yo lo dejaba hacer. Rompió el beso y se arrodilló frente a mí, metiéndose mi pija en su boca. Solté un gemido mezclado con un ahogado grito. Sentí sus dientes rozando levemente la cabeza de mi pija dura. El placer invadió mi cuerpo. Cada centímetro cuadrado de mi piel estaba erizado por su toque, por su mamada. Me dejé llevar. Creo que pocos segundos bastaron para darle mi leche, junto con lo último que quedaba de mi heterosexualidad. Un gemido largo, un grito ahogado, un “ah” prolongado, acompañaron mi orgasmo. Mis piernas temblaron. La sensación única e inigualable de darle mi leche a otro hombre se hizo carne en mí, por primera vez. Abrí lentamente los ojos, para verlo aún arrodillado frente a mí. Alzó la vista, y la luz de luna por fin lo iluminó completamente. Su rostro era como el de un espectro. Pero un espectro terriblemente sexy y seductor. Sus ojos eran dos brasas ardientes. Volví a quedar atrapado en su mirada, pero mi cuerpo reaccionó, ayudándolo a pararse. Quedamos frente a frente. Rostro a rostro. Boca a boca. Volvimos a fundirnos en un beso. El sabor de mi leche aún estaba presente en su boca. Era embriagante; me intoxicaba. Deseaba más. Sentí sus manos en mis hombros y entendí inmediatamente. Me arrodillé y me dispuse a mamar la primera pija de mi vida. Cuando la sentí en mi boca, mi cerebro estalló. Destellos de colores, rayos, centellas, fuegos artificiales, todo se sucedía sin parar. El sabor insustituible en mi paladar y mi lengua, la sensación de su piel rozándome por dentro, el calor irradiado por ese irresistible pedazo de carne. Escuché su voz, pero dentro de mi cabeza. “Chupame la pija, puto. Eso sos. En eso te acabo de convertir. En un puto adorador de pijas. No podrás resistirte a una pija nunca más. Atrás quedaron las mujeres. A partir de ahora sólo cogerás con hombres. Chupándoselas. Dejando que te chupen. Cogiéndolos o dejando que te cojan. Sos otra víctima del vamputo, y a cada pija que recibas vas a disfrutarlo más y más. Pronto te vas a tomar mi leche y después me entregarás tu culo para que te coja. Mañana saldrás a buscar otros hombres para coger y ser cogido. Relajá tu garganta. Tragate toda mi pija. Mostrá lo puto que sos. Lo hacés tan bien que voy a darte un regalo especial”. Obedecí. Era lo que tenía que hacer. Sentí su enorme pedazo de carne llegar hasta el fondo de mi garganta. Pero no me ahogué. Al contrario, disfruté cada centímetro de esa deliciosa pija. Enseguida mi boca se inundó de ese sabor único, inigualable. Tragué con placer hasta la última gota. Solté su pedazo de carne de mi boca y, en un rápido movimiento, me levanté, giré y me bajé el pantalón y el bóxer, ofreciéndole mi culo, para que me cogiera como el puto que soy. Casi inmediatamente, sentí su pija penetrándome para mi absoluta satisfacción. No me reprimí, y grité un “¡más! ¡Toda! ¡Hasta el fondo!”. Sentí su risa, casi macabra, como disfrutando de la tarea cumplida. Mi cuerpo estaba totalmente erizado. Su glande rozaba mi próstata, y me hacía delirar. Su voz en mi cabeza nuevamente me explicaba , me instruía , me enseñaba . Yo quería ser el mejor puto que hubiese. Cada vez me perdía más en las sensaciones, en el deseo, en la lujuria. Sentía sus caderas moverse rítmicamente, y podía escuchar claramente el golpe de su carne contra la mía. Me enloquecía de placer. Nunca hubiese imaginado que ser penetrado era tan maravilloso, tan intenso. Para cuando él acabó dentro mío, yo aullaba, gemía e imploraba pija como el más pasivo de los putos. Me quedé así, con las piernas temblando, los ojos cerrados, jadeando, hasta que sentí la angustia de mi culo vacío por la ausencia de una pija. Lentamente, comencé a retomar el control de mi mente y de mi cuerpo. Cuando pude reaccionar, estaba solo. Mi pantalón, junto al bóxer, estaba por mis tobillos, con mi culo aun latiendo, la leche escurriéndose entre mis piernas. Me acomodé la ropa como pude y seguí caminando hasta mi casa, tambaleándome, intentando no desmayarme a cada paso, con escalofríos que venían de mi próstata disparándose hacia todo mi cuerpo. Apenas pude meterme en mi cama, y casi inmediatamente me desvanecí. No puedo decir que haya sido un sueño apacible. Innumerables imágenes de pijas, duras, rosadas, rectas, arqueadas, finas, gruesas, largas, cortas… Todas me atraían. Me vi en infinitas posiciones. Penetrando y siendo penetrado. Mamando y siendo mamado. Con uno, dos, tres o incontables hombres, en tórridas orgías con cuerpos brillantes, cubiertos de sudor, con pijas eyaculando por todos lados.

CAPITULO II

Abrí los ojos y miré el reloj. Las 11 de la mañana. Me había quedado completamente dormido. Miré mi cuerpo. Estaba cubierto de leche seca y sudor. El olor era inconfundible, y, en cierta forma, excitante. Me levanté, verificando que mis viejos ya no estuviesen en casa, y llamé por teléfono al trabajo, avisando que estaba en cama con fiebre y que no iría a trabajar. La conchuda de recursos humanos me dijo que me iba a mandar el médico a domicilio. Eso arruinaba mis planes de salir a levantar machos por la calle. Decidí cambiar las sábanas, para evitar papelones con el médico. Me encerré en el baño, desnudo, dispuesto a, por lo menos, darme una ducha.

Al quedar frente al espejo, no pude evitar recorrer con la mirada el reflejo de mi cuerpo. Luego, no pude resistirme y mis manos comenzaron a acariciarme: mis pechos, mi cadera, mi pija ya totalmente erecta, mis nalgas. Casi inconscientemente, un dedo jugueteó con mi agujero, lo que hizo que un violento rayo recorriera todo mi cuerpo. Volví a pasar mi dedo, esta vez voluntariamente, y sentí nuevamente esa poderosa descarga, que lejos de desagradarme, se me hacía cada vez más deseable. Finalmente me metí el dedo, y me vi en el espejo, con la boca abierta, los ojos ardiendo de deseo, jadeando. Mi otra mano pellizco mis pezones, al tiempo que sentía la invasión de un segundo dedo. Pronto estaba con tres dedos adentro, en un suave vaivén, entrando y saliendo de mi culo, completamente hambriento. Me imaginaba siendo cogido por un macho con una pija enorme, mientras yo gemía y mi otra mano me pajeaba violentamente. Acabé en la pileta del lavatorio, sin dejar de mirarme al espejo. Sonreí, jadeando aún, por mi primera paja como puto asumido. Fue glorioso verme así. Me sentía genial. Me metí a la ducha, y mientras me bañaba debí pajearme otras dos veces, por la extrema calentura que tenía encima. Salí del baño, y me metí en la cama, a esperar la llegada del médico, mientras mantuve mi pija erecta casi permanentemente, sobándola y sacudiéndola lentamente, de a ratos.

Afortunadamente, antes de las 2 de la tarde tocaron el timbre. Tuve que ponerme un pantalón de jogging y una remera, para poder bajar a abrirle al doctor, por estas paranoias modernas de no poder usar el portero eléctrico para abrir la puerta del edificio. Al franquearle el paso, él caminó por delante de mí, y algo hizo que mi cuerpo se estremeciera. Era un ejemplar de hombre bastante interesante. Su pantalón de vestir dejaba entrever un culo bastante firme y redondeado. Por delante, se podía adivinar un importante bulto. De cara era bastante común, pero no desagradable. Tal vez una mamada, o incluso hasta una buena cogida podrían ser divertidas. Subimos al ascensor para ir hasta mi piso. En el espejo pude ver que el pantalón de jogging no hacía nada por disimular mi marcada erección. También pude notar que el doctor se había percatado y hacía lo imposible para mirar hacia otro lado, con un dejo de vergüenza en su rostro sonrojado. Al llegar a mi casa, fui directamente hasta mi dormitorio, y me arrojé en la cama, quitándome la remera, mientras lo miraba fijo. Me cubrí las piernas con la sábana y me quité el pantalón de jogging, dejando que mi erección fuese más que obvia bajo la mínima tela de la ropa de cama.  El doctor carraspeó, y sin levantar la vista de su recetario, me preguntó: “¿Qué le anda pasando? Por lo que me informaron, está con fiebre. ¿Es correcto?” Clavé mis ojos en los suyos, y esperé a que levantara la vista para responderle. Puse mi sonrisa más seductora, y sin dejar de mirarlo le dije: “sí, doc. Estoy ardiendo ”, mientras me acariciaba la pija por sobre la sábana, que ya se iba transparentando por la enorme cantidad de presemen que estaba soltando. El médico comenzó a balbucear. “Yo no soy… quiero decir… a mí no me gustan… Por favor, pare…” Entendí que él no era puto, pero claramente yo lo estaba perturbando. Su rostro estaba totalmente colorado. Su mirada clavada en el piso. Su respiración se hacía entrecortada. Ya lo tenía en mis garras. Él intentó decir algo, negarse. Le puse mi dedo índice sobre los labios, como indicándole que se callara. En un movimiento inesperado para él, abrí su bragueta, y su pija, completamente tiesa, escapó de su pantalón. “No sos puto pero tu pija está desesperada de deseo, esperando que la chupe”, le dije, sonriendo malévolamente. “N—n—no…”, balbuceó. Pero no le di tiempo. Me metí su pija en la boca. Le hice una mamada increíble. El gemía y movía sus caderas, como empujando su pedazo más adentro de mi garganta, aunque ya no tenía más para darme. Mis labios estaban contra la base de esa pija exquisita mientras mi lengua la envolvía, volviéndolo loco de placer. Su excitación ya estaba totalmente descontrolada. Sentí su mano en mi cabeza, empujándome hacia abajo, mientras su cadera intentaba meterme la pija más adentro, haciéndome entender que estaba gozando de la mamada que yo le estaba haciendo. Pude notar que su cuerpo se tensaba, y que estaba a punto de acabar. Me detuve, y saqué su pija de mi boca. Me miró extrañado. “Aún no”, le susurré. Y forcé mis labios contra los suyos. Se resistió por pocos segundos, y luego se entregó. Lo hice levantarse de la silla, y apoyé mi pija tiesa contra su abdomen. Él intentó separarse, pero yo empujé más fuerte. Luego le tomé la mano y lo obligué a acariciar mi pedazo. En un principio se quedó quieto, pero luego, inconscientemente, aceptó mi propuesta y, sin darse cuenta, me estaba pajeando. En ese momento rompí el beso, y me arrodillé, para terminar mi mamada. Acabó casi inmediatamente. Lo miré a los ojos, y le mostré cómo jugaba con su leche en mi boca. Intentó apartar la mirada, pero le tomé el rostro y lo obligué a verme tragar, aunque debo reconocer que lo engañé. Dejé bastante de su leche en mi boca, y sellé mis labios contra los suyos en un beso ardiente. Sentí su cuerpo tratando de escaparse, casi convulsionando por la repulsión de sentir el sabor de su propia leche en mi beso. La resistencia duró poco. En segundos, su lengua buscaba más de ese sabor. Lo tenía completamente a mi merced. Apartándolo unos centímetros, lo miré a los ojos y le susurré: “¿querés más? Acá tenés”, mientras con una mano en su hombro lo empujaba hacia abajo, y con la otra me sobaba la pija, ofreciéndosela. Intentó esbozar una resistencia, así que lo tomé de la nuca y empujé mi pija sobre sus labios. Cedió inmediatamente y comenzó, con torpeza primero, a chupármela. A medida que ganaba ritmo, fue mejorando. Yo le daba breves instrucciones y lo alentaba, y pronto me la estaba mamando bastante decentemente. Solté una frase, más para medir su reacción que como advertencia: “si seguís así de bien me vas a hacer acabar. Ahí vas a poder saborear esa leche que tanto querés”. Noté que su reacción era como una lucha interna. Parte de él intentaba rebelarse, pero otra parte deseaba experimentar la sensación de tener otro hombre acabando en su boca. No le di tiempo a resolver su conflicto interno, y acabé. Se atragantó, pero lo tomé del pelo y con firmeza le dije: “¡tragá todo! Si te morías de ganas de saborearla. Vamos, disfrutá”. Su rostro cambió. Se relajó, cerró los ojos, y paladeó el sabor, para luego tragar con gula. Lo ayudé a pararse y lo besé salvajemente. Me respondió el beso con la misma lujuria con la que yo lo besaba. Mis manos recorrían su cuerpo mientras yo lo iba desnudando, y él acariciaba el mío, ya completamente desnudo. Cuando terminé de desvestirlo, tomé su cara con mis dos manos, y mirándolo a los ojos le dije: “pensé que no te gustaban los hombres. Pero tu cuerpo dice lo contrario. Relajate y disfrutá, descubrí este lado de tu sexualidad”. Intentó apartar la vista, pero volví a besarlo, con lo que se terminó de relajar. Mis manos buscaron su culo y comenzaron a acariciarlo, a masajearlo, a abrir sus nalgas, hasta que mis dedos comenzaron a rozar su agujero, lo que lo hizo estremecer al principio, pero luego comenzó a gemir. Lo solté, y tomándolo de la mano lo guie hasta la cama. Lo acosté boca abajo y hundí mi lengua en su agujero. Lo sentí debatiéndose, hasta que toda su resistencia cesó, mientras que mi lengua lo dilataba, cada vez más. Cuando estuvo listo, apoyé mi pija en el borde, y susurrándole al oído le dije: “relajate, vas a ver cómo lo disfrutás”. Cerró sus ojos y respiró hondo, mientras yo hundía lentamente mi pedazo adentro suyo. Quiso gritar, pero tapé su boca con mi mano, mientras llegaba hasta el fondo. Una vez ahí, esperé unos segundos para que se relajara, mientras le hablaba suavemente, para tranquilizarlo. Apenas sentí que cejaba en su intento de cerrar su ano, comencé un bombeo suave, sensual, altamente erótico, mientras le besaba el cuello y el lóbulo de su oreja. Eso terminó de derribar su resistencia, y se relajó totalmente, mientras su entrecortada respiración se transformaba lentamente en tenues gemidos. Segundos después yo bombeaba rítmicamente, mientras él aprendía a disfrutar más y más de una pija en su culo. Seguí aumentando el ritmo, hasta que no pude más y acabé dentro suyo. Lo escuché soltar una larga exclamación de placer, por lo que no me pude resistir y le dije: “¿viste que sí te gustaba? No digo que seas puto como yo, pero el sexo con hombres te encanta. Y no está mal. Cuando quieras, aquí estoy. Espero que lo hayas disfrutado”. Levantó levemente su cabeza y me miró. En sus ojos se notaba confusión y culpa. Traté de hablar con él, de quitarle la culpa, de que entendiera que era sólo placer. Nos vestimos en silencio. Luego tomó su recetario y me extendió un papel que me daba 72 horas de licencia médica. Se lo agradecí con un pico en los labios, que él intentó evitar girando la cabeza, mientras se ruborizaba. No le insistí y lo acompañé a salir del edificio. Se fue con la cabeza gacha, sin siquiera decirme adiós, carcomido por la culpa. Yo me sentía muy extraño. Por un lado, la satisfacción de coger con otro hombre, y para más, supuestamente heterosexual. Pero por otro, el incontenible morbo que me había causado seducirlo, verlo rendirse a mí irremediablemente, ver cómo trataba de evitarlo, sin poder hacer nada. Verlo disfrutando de mi pija en su culo, a la vez que sufriendo por la culpa que le generaba. Había algo raro en mí, aunque yo no podía precisar de qué se trataba, pero estaba claro que tenía la habilidad de seducir hombres, independientemente de su orientación sexual. ¿Me había transformado en un cazador de héteros? La sola idea me excitaba.

Volví a mi departamento, algo confundido. Seguía tratando de entender por qué el que fuese hétero me había excitado de tal forma, casi haciéndome perder el control. El poder que sentí al hacer que me chupara la pija o al penetrarlo había sido impactante. Casi embriagador. ¿Por qué me había sentido de esa forma? Mientras lo pensaba, inadvertidamente mi mano comenzaba a sobar mi pija erecta, y segundos después me estaba pajeando. Mi libido estaba por las nubes. Después de acabar, junté la leche y me la llevé a la boca. Chupé mis dedos por largos minutos. Me vi a mi mismo en el espejo, transformado totalmente en un puto relajado, y la imagen me fascinó. Me di una ducha rápida y me vestí para ir al gimnasio. Allí seguramente conseguiría algún otro chico para coger.

CAPITULO III

Al entrar al gimnasio, el olor a hombre casi me hace perder el sentido. Sonriendo, miré a mi alrededor, tratando de identificar quién sería mi próxima conquista. No sé si era porque el short que había elegido me quedaba demasiado ajustado y marcaba mucho mi culo y mi bulto o porque mis gestos eran marcadamente afeminados, pero vi que varios me miraban con desdén y aprehensión. Inmediatamente supe que quería conquistar al que más desprecio hubiese mostrado en su rostro, y ese era un musculoso barbudo que andaba por las máquinas del fondo, haciendo alarde de su fuerza extrema, cargando la máquina al tope de su capacidad. Empecé mi rutina de ejercicios, sin quitarle los ojos de encima, esperando que fuese al vestuario. Cuando lo vi encarando hacia allí lo seguí a una distancia prudencial, para evitar descubrirme. Al entrar, simulé ir al baño mientras espiaba cómo se desvestía y, envolviéndose en una toalla, se encaminaba a las duchas. Era mi oportunidad, así que me desvestí y después de darle unos segundos, fui a otra de las duchas, que afortunadamente eran grupales y no estaban divididas. Mi erección era inocultable, así que simplemente me hacía el distraído. Me ubiqué en una ducha cercana, pero no demasiado, para no llamar su atención. Justo él se estaba lavando el pelo, así que tenía los ojos cerrados. Cuando por fin se enjuagó y me vio, puso cara de desagrado, pero su sorpresa fue mayúscula al ver mi pija completamente erecta. Mirándome con furia, bramó: “¿te excita verme desnudo, puto? No se te ocurra tocarme, ¿me oíste? Ni te me acerques”. Mi sonrisa se iluminó, mientras avanzaba lentamente hacia él. Mirándolo a los ojos, pude ver el terror aumentando en su mente. Cuando estaba a menos de un metro, le dije: “vos decís eso, pero tu pija dice lo contrario. Me parece que te morís de ganas de coger conmigo. Mirate”. La ira de su rostro se había esfumado y sólo había desconcierto en su mirada. Bajó su vista para encontrarse con su propia pija, dura y bien parada. Me volvió a mirar, tratando de balbucear algo, pero no le di tiempo y me arrodillé a chupársela. Intentó poner una débil resistencia, empujando mis hombros con sus manos, pero cesó en un par de segundos, cuando mi lengua hizo que su pija se retorciese de placer. Gimió profundamente y sus manos dejaron de forcejear, para apoyarse en mi cabeza y mi hombro, mientras yo comenzaba mi rítmico vaivén, en una experta mamada. Tal como había hecho con el médico, al tener su leche en mi boca, en lugar de tragarla lo besé, y se la hice saborear. Unos segundos después era él quien estaba de rodillas chupándomela. Toda la situación para mí era increíblemente excitante. No entendía por qué me fascinaba tanto cogerme héteros. Luego de darle la leche, lo besé nuevamente, y lo hice cogerme, ya que mi culo estaba terriblemente hambriento. Una vez que me acabó adentro, lo empujé contra la pared, lo hice girar para quedar de espaldas a mí y lo penetré con delicadeza, pero firmemente. Se quejó, pero enseguida aceptó la penetración y en pocos segundos ya estaba disfrutando y gimiendo.  Yo estaba perdido en las sensaciones, bombeando incesantemente, disfrutando de sus gemidos, y cuando ya me encontraba cercano a acabar, alguien nos interrumpió, gritando: “Roberto, ¿qué hacés? ¿Quién es este? ¿Qué te está haciendo?”. Lo miré sorprendido primero, pero enseguida, en mi cabeza, me imaginé cómo terminaría la situación. Sonreí, mientras el amigo de mi víctima se me venía encima. “Yo no le hice nada. Mirá cómo disfruta tu amigo. Me lo estoy cogiendo y le encanta. Si no quisiera, me hubiese cagado a trompadas, si es el doble de grande que yo. Te aseguro que le encanta. No para de gemir. Mirá que dura que tiene la pija”. El rostro del amigo se desfiguró. Se llenó de confusión, y se quedó parado frente a nosotros, congelado en el lugar. Bajó su vista y vio que la pija de su amigo estaba totalmente erecta, mientras gemía por la cogida que yo le estaba dando. Su mente trataba de entender, y sus ojos iban y venían entre el rostro de su amigo, su pija y mi rostro. “¿Me vas a decir que no te calienta verlo así? Siendo cogido y disfrutándolo. ¿Sabés qué bien chupa la pija? ¿No querés probar?”. Mi víctima quebró más su cintura, y bajó la cabeza hasta quedar a la altura de la pija de su amigo. “Dale, Tito, dejame que te la chupe mientras me cogen. Vas a ver qué bien que lo hago. Este pibe me acabó en la boca enseguida. Dale, dejame”, decía, mientras le abría el pantalón y extraía la ya dura pija de su amigo. El cuadro era altamente erotizante. Mi víctima, Roberto, con mi pija en su culo, siendo bombeado, mientras le chupaba la pija a su sorprendido y confundido amigo, que ya no ponía resistencia. Yo le daba cada vez más intensamente, y era notorio como a cada embestida él parecía disfrutarlo más y más. Fue así que hizo acabar a su amigo Tito, y tal como yo le había hecho antes, guardó la leche en la boca para forzarla en la garganta de su amigo en un inesperado beso. Sin poder contenerme ante esa imagen, acabé copiosamente dentro del culo de Roberto, quien gimió al recibir mi leche. En ese momento, mi víctima tomó a su amigo y lo guio hasta su pija, y pronto Tito estaba chupándosela a su amigo. La escena era tan erótica que no pude contenerme y, tomando al nuevo chupapijas por la cintura, le hundí mi pija que seguía erecta en su culo virgen. Intentó dar un grito, que fue ahogado por la pija de Roberto, que le dijo: “relajate y gozá, sentí qué bueno es tener una pija adentro”. Mientras yo lo bombeaba, le di unos segundos y luego le dije: “¿viste qué dura que la tiene tu amigo? ¿Me vas a decir que no te tienta tenerla adentro después?”. Tito ya estaba totalmente entregado a chupársela a Roberto y a que yo lo cogiera. “Dale, chupámela, Tito. Te prometo que yo te cojo después, pero ahora chupámela”, dijo mi víctima, ahora convertido en victimario de su amigo. Yo apuré el ritmo con el que me lo estaba cogiendo, y Roberto le tomó por ambos lados la cabeza, acompañando mi vaivén, cogiéndole la boca. Acabamos los dos casi al unísono, y mientras ellos se recuperaban, aún confundidos, me despedí, dándoles un piquito en la boca a cada uno, prometiéndoles volver al día siguiente. Al salir los vi cómo se quedaban trenzados en un húmedo y ardiente beso de lenguas.

Salí del vestuario aun acomodándome la ropa, percibiendo que los gemidos se escuchaban aún desde afuera. Seguramente cuando los dos chicos salieran, serían el comentario de todos los demás. Me fui a casa, ya que pronto sería la hora de cenar, y sería una linda sorpresa para mis viejos que lo hiciera con ellos.

Mientras disfrutaba de la sobremesa, recibí un mensaje de texto de mi supuesta novia. Empecé a escribir una respuesta que significara un corte definitivo de la relación, pero en ese momento recordé a su hermanito. Un chico de 19 años de cuerpo tonificado, atlético, con rasgos muy bellos, que usualmente estaba en la casa mientras yo cogía con la hermana. Borré lo escrito y sólo pregunté si el hermano estaba, que necesitaba consultarle algo. Mientras esperaba la respuesta recordé cómo el chico siempre aparecía con una novia diferente, y también todas las veces que había hecho comentarios homofóbicos a manera de chiste. Me excitó la idea de tenerlo arrodillado frente a mí, chupándome la pija. Recibí la respuesta: “sí, está. Dice que vengas que te espera. ¿Pasa algo?”. Sólo respondí con “voy para allá”, y salí inmediatamente, con las mismas ropas que había usado para volver del gimnasio.

Al llegar, la chica me esperaba como siempre con su mejor lencería erótica, pero se sorprendió al ver que prácticamente la ignoraba. En lugar de eso, le dije al hermano que necesitaba hablar con él a solas, así que nos encerramos en su dormitorio.

Se echó en su cama, como hacía siempre que me enfrentaba a la Play. Supongo que pensó que de eso se trataba. Me senté a su lado, lo más cerca que pude. Me miró extrañado, como molesto por la invasión a su espacio personal. Lo miré profundamente a los ojos. Me miraba, extrañado, sin entender qué pasaba. Le susurré: “siempre me gustaste, pendejito. Estás muy fuerte”. Su rostro se ensombreció. Sus ojos se llenaron de terror. Intentó balbucear, pero fui más rápido y lo besé. Trató de zafarse de mí, pero mis fuerzas eran mucho mayores que las suyas, y pude controlarlo durante los escasos segundos en los que puso resistencia. Sentí cómo lo vencía. Sentí cómo su lengua se entregaba a ser rozada por la mía, para luego devolver los roces. Sentí cómo su pija se iba poniendo más y más dura. Bajé sus shorts sin que opusiera resistencia, y soltando el beso en su boca, me zambullí sobre su pija. Él cerró los ojos y se dispuso a disfrutar, gimiendo tímidamente primero, y luego aumentando paulatinamente en intensidad. Cuando ya estábamos a buen ritmo, lo hice girar, para quedar en posición de 69, y extraje mi pija del pantalón. Segundos después estábamos completamente enfrascados en un ardiente 69, cuando su hermana abrió la puerta. Soltó un grito de sorpresa. “¿Qué carajo están haciendo? ¿Son putos ahora? ¿Qué mierda le hacés a mi hermano?”, gritó, dirigiéndose a mí. La ignoré, y su hermano, sacándose mi pija de su boca, le gritó: “¡salí de mi cuarto, dejanos tranquilos!”. Ella dio un portazo, llorando, y nosotros seguimos. Se tragó mi leche y yo la suya, me cogió y lo cogí, y estuvimos así durante largo rato. A la madrugada, me despedí con un beso húmedo y ardiente, y me fui, para volver a mi casa, como todas las noches, pero esta vez, después de haber desvirgado al hermanito.

CAPITULO IV

Como siempre a esa hora, volví caminando, pensando que el muchachito me había cansado más de lo que lo hacía la hermana, aún sin entender qué extraña razón hacía que los héteros se rindieran ante mí. De pronto me encontré en la misma cuadra oscura de la noche anterior, cuando había tenido el encuentro con esa criatura misteriosa que me había iniciado en éste fantástico mundo de sexo entre hombres. Al llegar al mismo punto, me detuve a buscar a mi atacante. Sentí gran desazón cuando no lo encontré, y cuando me disponía a seguir mi camino a casa, resignado ante la imposibilidad de volver a ver a aquel ser tan único, mis ojos se toparon con aquellas luces de fuego, que me paralizaron nuevamente. Escuché su voz dentro de mi cabeza: “Hmmmmm, veo que tuviste un día interesante. ¿Te gustó el regalo que te hice? Por si no te diste cuenta, además de hacerte todo un putito, te cedí parte de mi poder de atracción a los héteros. Veo que hiciste buen uso. ¿Te gustaría tener ese poder permanentemente y en todo su esplendor? ¿Te gustaría poder transformar en putos relajados a los héteros que te resulten atractivos, y hacer que no puedan resistirse a vos? ¿Te gustaría que te transforme en un vamputo , como yo? Nosotros nos alimentamos de la energía heterosexual de los hombres, succionándola hasta dejarlos totalmente putos. Somos vamputos .”. Dentro de mi cabeza, un “sí” enorme retumbó como si fuese una caverna. Mi cuerpo, completamente desnudo pese a que no recordaba cuándo me había quitado la ropa, respondió con un orgasmo tan intenso, que mi leche cubrió el pecho y el abdomen de mi Maestro. Sin que yo pudiera mover ni un solo músculo, él me rodeó con sus brazos y sus labios se sellaron donde la noche anterior me había succionado la energía. Sentí como mis fuerzas iban disminuyendo, mi consciencia se iba disipando, y en su lugar, tórridas imágenes de sexo con hombres iban apoderándose de mi mente. Estaba a punto de perder el conocimiento, cuando mi atacante se hizo un corte a sí mismo en el hombro, y guio mi boca para que succionara su energía. Mientras chupaba, sentí como poco a poco iba creciendo en mí la necesidad de alimentarme de esa energía heterosexual de los hombres, y me extasiaba la idea de poder transformarlos a mi antojo, de imaginarme eligiendo aquellos que más me atrajeran para tenerlos rendidos a mis pies, para cogerlos o que me la chupen. Sentí el poder inundando mi cuerpo, mi mente; sentí cada una de mis células transformándose, adaptándose para alimentarse de esa energía; percibí mi aspecto volviéndose más y más irresistible, mis manos y mis brazos convirtiéndose en las herramientas para lograr esas transformaciones, mis dedos con uñas delicadas y afiladas, capaces de causar esos cortes por donde succionar mi alimento. Sentí que mis ojos brillaban cada vez más intensamente, tornándose dos brasas ardientes, dos faros de fuego que hipnotizarían a cualquier hombre que a mí me apeteciese. Pronto mi Maestro me soltó, y mirándome a los ojos, habló directamente a mi cabeza: “falta poco para terminar tu transformación. Vayamos donde pueda cogerte”. Caminamos desnudos las dos cuadras que faltaban hasta casa, pero como él tenía el poder de obnubilar la mente de los humanos normales, no importaba ya que si hubiésemos cruzado a alguien, tampoco nos hubiese visto. En el camino, pude sentir que mi cuerpo se comportaba diferente, se sentía diferente. Caminaba poniendo un pie delante del otro, bamboleando mis caderas, con movimientos felinos, excitantes. Sentía que mi culo estaba diferente, más firme, más redondo. Mi pija, ahora flácida, llegaba mucho más lejos colgando entre mis piernas. Entramos a casa. Sabiendo que mi Maestro podía obnubilar la mente de mis padres que dormían, entendí que no tendríamos problemas con los ruidos. Entramos a mi habitación y me acosté en mi cama, boca arriba, abriendo mis piernas para recibirlo. Sentí su pija hundiéndose en mí sin la más mínima resistencia ni dolor. Puse mis talones en sus hombros y me dispuse a gozar. Me cogió incontables veces, haciéndome acabar todas y cada una sin siquiera tocar mi pija. Así estuvimos hasta el amanecer. Me levanté de la cama, y me miré al espejo. Mi cuerpo era totalmente distinto. Una máquina de seducción. Piernas perfectas, que remataban en un culo turgente y redondeado, una pija gorda y larga que sería la envidia de cualquiera, manos finas y delicadas, rasgos faciales perfectos, con profundos ojos con reflejos azulados. Mi Maestro me enseñó que ese era el cuerpo que los demás verían hasta que yo develara mi apariencia real, al momento de succionarles la energía. Me explicó de las feromonas que emanaría permanentemente, y me instruyó sobre cómo usar cada uno de los secretos de los vamputos. Para cuando se fue, yo podía manipular las mentes de cualquier hombre, obnubilar a cualquier persona, y seducir a cualquier macho, hétero o gay, sólo con mi mirada. Ese era sólo uno entre tantísimos atributos de los vamputos. Me acosté, agotado por todo lo sucedido y me dormí profundamente, soñando con el inicio de una nueva vida, con mi propio harem de ex­‑héteros que iría seduciendo con mis nuevos poderes. Claramente, mi primera víctima sería el hermanito de mi ex, así que mañana empezaría por visitarlo.

- FIN -