La noche del lobo

Era el momento más impactante, su madre, sus hermanas, sus primas, todas las mujeres de la familia procedían a quitarse las vestiduras para ofrecer sus vientres y sus espaldas al flagelo. Las pudibundas señoras romanas que nunca mostrarían más que sus brazos regordetes, quedaban expuestas como esclavas en el mercado.

La noche del lobo

Son conocidos los misterios de la Buena Diosa,

Cuando la flauta excita las caderas y, como ménades de Príapo, agitan sus cabellos, gritan y son transportadas por la música y por el vino. ¡Cuán grande es entonces en sus mentes el deseo de yacer, qué voces cuando salta la pasión, qué gran torrente de vino añejo por las piernas empapadas!

Décimo Junio Juvenal, Sátira VI

Alzo el brazo y descendió el filo sobre la garganta, un chasquido lleno el silencio y los ojos se cubrieron de sangre.

Rápidamente unas sirvientas recogieron la sangre en cuencos y los fueron acercando a las bocas de los invitados. Mario miraba asombrado la escena que tantas veces había espiado desde la cornisa.

El sacerdote tocado con la cabeza de lobo recogió la primera sangre vertida al suelo con unas tiras de cuero. Provisto de ellas se acerco a donde esperaban las mujeres. Era el momento más impactante, su madre, sus hermanas, sus primas, todas las mujeres de la familia procedían a quitarse las vestiduras para ofrecer sus vientres y sus espaldas al flagelo. Las pudibundas señoras romanas que nunca mostrarían más que sus brazos regordetes, quedaban expuestas como esclavas en el mercado. El sacerdote procedió a golpearlas una detrás de otra dejando claramente las manchas de sangre sobre la piel. Ellas agitaban los brazos y lanzaban gemidos extáticos, mientras Mario se fijaba en los pechos de su prima Tímele, sus pezones rosados, los brincos que formaban sus espasmos, haciéndolos saltar como un potrillo en los campos.

Agradecían a los dioses la bendición de la preñez que, según la tradición aseguraban aquellos golpes. Su prima ya tenía dieciséis y estaba prometida con un hombre de buena posición de treintaycinco años, que ahora estaba sirviendo en Dacia.

Los lupercales han comenzado, la noche del lobo, la noche salvaje de fornicación y desenfreno que marcaba el fin del Invierno. El sacerdote se acerco con el corazón del cordero y haciendo una reverencia se lo ofreció a Mario y a su primo. Cada uno tomo la mitad cruda y la devoro con ayuda de grandes sorbos de vino.

El sacerdote procedió a repartir las viandas entre los asistentes, mientras la música anteriormente solemne tomaba una cadencia plácida. Mario y su primo Marco, ambos recién cumplidos los catorce años, acababan de ser iniciados en los ritos de la tierra. La sangre consagrada que manchaba sus frentes les marcaban como la representación viviente del Dios fecundador. Con este rito alcanzaban también la mayoría de edad, Mario al fin era adulto, sus tías ya estarían iniciando las negociaciones matrimoniales.

Mario busco con la mirada a su prima Tímele, recorrió los cuerpos tumbados lánguidamente sobre esteras, brillantes por efecto de los afeites y las lámparas. Por el rabo del ojo se fijo en una figura en movimiento, una mujer desaparecía detrás de la arcada. Ese culo respingón, con forma de pera alzada hacia arriba, los movimientos felinos y la melena azabache no podían pertenecer a otra salvo a Tímele.

Fue abriéndose paso, ebrio de excitación, de vino y de sangre, no pudo evitar repartir algún pisotón. Pero nadie se quejo, si alguno alzo la mirada molesto la bajo rápidamente, solo puede ser un buen augurio, ser pisado por el Dios viviente la noche de la ofrenda.

Atravesó el umbral y se adentro en la casa, la luz escaseaba, al fondo se veía el patio iluminado, empezó a caminar hacia allí cuando escucho unos sonoros gemidos, apartando ligeramente la cortina Mario espió lo que sucedía.

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Una mujer a cuatro patas practicaba el anilingus a un hombre anciano, mientras masturbaba su flácido pene. Ella se frotaba con insistencia su parte pélvica, de donde sobresalía un extraño bulto. La mujer se alzó, agarró las nalgas del anciano y procedió a introducir, si ahora lo veía, un grueso pene artificial decorado en la base del glande con perlas, que le daban rugosidad. "Mas fuerte, mas rápido" gimió el anciano.

Mario se sobresalto, era su tío, el tribuno Severo, jamás le perdonaría si descubría que le había observado en tan improcedente situación. Opto por alejarse hasta la siguiente habitación.

Allí nuevamente escucho gemidos, esta vez claramente masculinos, y espió lo que sucedía. Aquella imagen le perturbo, su primo, el varonil Julio, el vencedor de la palestra, practicando la fellatio a un efebo, jamás imagino que podría encontrarlo en una actitud tan poco viril. Si por lo menos lo estuviera sodomizándolo, esa si sería la actitud correcta para un hombre libre.

Pero no, estaba disfrutando de la tersa piel del joven, recorriendo a lengüetazos su superficie, lamiendo y succionando, mientras el joven se sujetaba en los anchos hombros de Julio para no venirse abajo de placer.

Asustado se alejó de la habitación y continuó por el pasillo, acercándose a las puertas de las cocinas. En una de ellas distinguió el inimitable gemido de placer de una mujer y aparto ligeramente la tela. Allí estaba el premio que andaba buscando, Tímele tumbada sobre la mesa, con su larga melena negra formando una corona sobre su pelo, su piel tostada sobre el blanco mármol de la mesa, sus pechos grandes como manzanas, con pezones pequeños y rosados, sus caderas insinuantes que ahora se agitaban para recibir el miembro de un hombre rubio. Mario fijo su atención en el hombre, era grande, tenía el pelo rizado y anchas espaldas, su cadera empujaba con ritmo rápido, mostrando un culo duro y firme. No imaginaba que pariente podría ser, que clase de relación prohibida tenía su prima para ocultar su pequeña fiesta en plenas lupercales.

Quizá Héctor, pero no era tan grande y estaba en Hispania, además no tendría sentido ocultarse. De repente reconoció el perfil de la cara. Era el esclavo de Germania que había comprado la madre de Marco.

La hija de mil perras, peor que la más barata fulana de los arcos del Coliseo, se estaba solazando con un esclavo sin pensar en el honor y en la familia.

Su compromiso matrimonial estaba cerrado y cualquiera aceptaría un hijo sagrado, pero si alguien descubría que era de un esclavo, su esposo podría divorciarse y no devolver la dote, además del desprecio que caería sobre la casa y la familia.

Pero pasado el frío miedo por el buen nombre de la familia una ola de furiosa cólera le invadió, su prima, la hembra de sus sueños yaciendo con un sucio esclavo en vez de con él.

La Furia hervía la sangre de Mario, aparto la tela de la entrada de un golpe, se agachó agarrando un manojo de cuerdas que estaban junto a la puerta y blandiéndolo en la mano se arrojo sobre los dos amantes.

Con dos golpes feroces marco la espalda del germano, de lado a lado surgían hilillos rojos, un grito de dolor escapo del hombre que se giro presto a repeler la agresión.

Su cara de furia, su enorme pecho y sus fuertes brazos se abrieron para atacar, el arma de Príapo se alzaba enhiesta, agresiva, cual espada vengadora. De repente al germano se le descompuso el rostro, agarró su raído trapo y corrió hacia la puerta, no pudo esquivar otro golpe de las cuerdas. Hasta el esclavo bárbaro más ignorante conoce los terribles castigos que recibirá si osaba alzar la mano contra un Dios.

¿Por qué interrumpes mi fiesta, pequeño Mario? Voy a tener que coger la sandalia.

Aquellas palabras le entraron en el corazón a Mario como una daga, su prima no le tomaba en serio, amenazaba con aplicarle el castigo de los niños, una azotaina con la sandalia en las nalgas.

De espaldas dejo caer el manojo de cuerdas al suelo, se giro en redondo, agarrando a su prima del pelo le planto dos sonoras bofetadas en la cara.

Entonces encendido de deseo se abalanzó sobre el cuerpo de su prima, separó las piernas y le introdujo su juvenil miembro en el coño. No le costo mucho, pues aunque Tímele trató de zafarse, su hendidura estaba sobradamente lubrificada de la anterior aventura. Agarrándola del pelo y apartando a manotazos sus intentos de arañarle consiguió continuar penetrándola. Aunque dos años menor, Mario ya era bastante fuerte y llevaba todo el año previo a su madurez practicando ejercicios militares. Finalmente se rendía, solo alguna patada esporádica en la espalda mostraba resistencia.

Mario gozaba con los ojos ciegos, adelante y atrás se mecía en el tantas veces deseado cuerpo de su prima. Acariciaba sus pechos, besaba sus hombros, sus labios, pero ella no respondía.

A Tímele le había sorprendido el asalto de Mario, para ella seguía siendo el pequeño juguete que sostenía sus ropas cuando se miraba en el espejo, primero intento resistirse quitárselo de encima, hasta pensó en morderle. Entonces miro sus ojos, no eran los ojos del niño que conocía, allí había lujuria, cólera, pero algo más. Algo que conocía de otros ritos mistéricos donde había participado, había Poder. El Dios estaba dentro del cuerpo y lo dirigía con una determinación feroz. Resolvió no ofrecer resistencia y tampoco colaboración, aunque reconocía que su pequeño primo se esforzaba en darla placer.

De repente Mario noto una fuerte tensión en el cuerpo de Tímele, un brusco espasmo le abrió los ojos y vio los de su prima mirando aterrada a la puerta, a sus espaldas escuchaba el tintineo de un metal.

Giro el cuello y vio dos figuras en el patio mirándolos fijamente, era el padre de Tímele, su tío con una mujer de piel morena, madura con generosos pechos y caderas. Su tío lucía una poderosa erección mientras la mujer le masturbaba con una profesionalidad que solo es propia de quien de joven ejerció de pullae gaditae . En sus brazos llevaba siete pulseras de oro que agitaba con exquisito estilo mientras animaba al don de Príapo.

Mario estaba paralizado, con su miembro dentro del cuerpo de su prima decreciendo a pasos agigantados. Entonces la mujer se acerco a decirle algo al oído, su tío respondió en voz alta:

Si, en verdad es digno hijo de mi hermano--. Y se alejaron de allí mientras su tío le sobaba el culo a la mujer morena.

Miro a su prima, vio su sonrisa, su cara de felicidad y volvió a introducirle el renacido miembro hasta lo más profundo de sus entrañas. Ahora sí, los gemidos llenaron la cocina, su espalda se marco de arañazos de pasión, besaba y era besado, mordía y era mordido.

Amaneció y el sol los encontró abrazados sobre la mesa de mármol, Mario dormía exhausto mientras Tímele se acariciaba la tripa y soñaba con gestar un Héroe.